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Die Or Suck My Beast por HaePark

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Notas del fanfic:

Si pese al resumen mierdoso entraste a este fic...¡Gracias!

Este fic me lleva rondando la cabeza desde que the GazettE sacó el PV. Me llamó la atención, porque, aparte de lo bien que estaba hecho y lo asdfghj que salían todos, me pareció que al vídeo en sí podría añadírsele una gran historia detrás.

Y aquí está la que a mí se me ocurrió.

Es Rukeita porque amo el Rukeita. Estaba pensando en hacer una segunda parte contando otra largadura mental mía basada en el Aoiha, pero no sé. 

Ya veremos.

Notas del capitulo:

¡Espero que os guste! Y que lo entiendan. Aviso que es un tanto raro.

A leer.<3

-¿Se encuentra usted bien?

Lentamente, aún con la cabeza apoyada sobre la mesa repleta de importantes papeles, su interlocutor consiguió abrir los ojos, que reflejaron una mirada vidriosa, impersonal, carente de toda intensidad. Durante aquellos momentos, el cuerpo y los pensamientos de Takanori Matsumoto habíanse perdido en el flujo de emociones que ya había experimentado innumerables veces antaño.

Había vuelto a verlo.

Incluso ahora, ya convertido en un hombre adulto, director de una prestigiosa empresa, que se vanagloriaba de tener todo y a todos bajo su control, de ser una persona fría, calculadora, casi invulnerable, seguía viéndolo con la misma frecuencia con la que lo veía cuando era un asustadizo crío, siempre dispuesto a creer los mitos y murmuraciones que corrían entre los vecinos del pueblo en el que durante toda su infancia había habitado. Rossville.

"Pero ya no vivo allí" se decía tras cada pesadilla, mientras se convulsionaba de puro terror, "Él no puede alcanzarme."

Takanori no temía ser atacado, sino alcanzado.
 
Sus alucinaciones, como las llamaba él, queriendo creer que lo eran, eran siempre bastante similares. Aparecía él sobre la cama de su dormitorio en Rossville. Llevaba un pijama de gruesa lana negra con lunares blancos. Takanori reconocí aquel pijama, del mismo modo que reconocía el juego de sábanas que la cama lucía en cada "aparición". Habían sido un regalo de Reita cuando Takanori había contraído una fuerte gripe, hacía más o menos unos nueve o diez años.
 
El protagonista de las apariciones tenía el cabello rubio, rizado, hasta los hombros. Los labios, teñidos de un negro brillante, al igual que sus ojos, del mismo negro opaco, carentes de pupila. Estos se hallaban completamente maquillados en una profusa gama de tonos, a cada cual más brillante y más llamativo. Su piel, que parecía tallada en el mármol más liso y delicado, era de un blanco mortal, salvo la parte de los pómulos, que era de un intenso rojo, similar a la sangre.

Las actitudes que tomaba aquel escalofriante ser eran variadas; a veces gritaba, se retorcía, reía, o solo sonreía. Su sonrisa era cruel, inhumana, amenazante. En las últimas apariciones, aquella criatura retorcía la cabeza de un enorme oso de peluche, también regalo de Reita, hasta arrancársela.
 
Tras ser testigo de aquella imagen, a Takanori se le saltaron las lágrimas. Cuando se había mudado de Rossville, no se había llevado el oso.

Quería borrar esa tapa de su vida, entera, y le parecía que llevarse el regalo de su exnovio no era la mejor opción.

Pero le tenía a aquel oso el cariño que todas las sonrisas que le había aportado el solo verlo y pensar en Reita. Le había costado despedirse del oso, y la sola idea de que ahora pudiera estar roto, descuartizado, con el relleno esparcido por la colcha de la cama, le hacía empezar a estremecerse y sollozar como un niño pequeño.

A veces Takanori se recriminaba el ser tan sensible a los recuerdos. Otras veces se recriminaba el no haber conseguido olvidar. Pese que había dejado Rossville siete años atrás, cuando cumplió los veinte, a raíz de la muerte de Reita, el tiempo desde entonces parecía no haber transcurrido para él.

Sin embargo, los siete años que había vivido en la capital habían sido realmente fructíferos. Era nieto del director de una importante sucursal, sucursal que había heredado tras la muerte de su abuelo. Desde ahí había ido escalando puestos y posiciones hasta acabar siendo secretario del dueño de la cadena de oficinas "Magnus". Tres meses atrás había vuelto a ser ascendido, esta vez a vicepresidente de dicha cadena. Sólo tenía veintisiete años, el bolsillo lleno y un brillante porvenir.

No era de extrañar, pues, que Takanori hubiera querido olvidar a toda costa sus días de ganduleo por Rossville. Aunque sus "visiones" se lo impedían, una y otra vez.

Era perfectamente consciente de que debería haber visitado al psiquiatra hace mucho. Pero había varios motivos que le frenaban a hacerlo. El primero, era solo el imaginarse la cara del psiquiatra, aunque fuese un hombre cuya dedicación era escuchar las elucubraciones de gente en peor estado mental que el suyo, tras describirle, con todo lujo de detalles, el ser que le atosigaba. El segundo era que...¡Era un importante empresario! ¿Qué iban a decir sus compañeros, qué iba a decir el presidente de la Magnus, quien tanta confianza había depositado en él, al conocer la enfermedad mental de su socio? Y el tercero, y probablemente más poderoso, era que se negaba a admitirlo. Achacaba sus visiones al cansancio, al dolor de cabeza, a la luna llena, a los rayos del sol dándole de frente, a lo que fuese, con tal de no reconocer que iba perdiendo la cordura lentamente. O tal vez no tan lentamente.

Esta vez, la visión que le había atacado era la de él, de rodillas sobre la cama, chupando con avidez y fruición la boquilla de una cachimba. Incluso había podido oler, desde su corriente lugar de mero espectador, el característico y desagradable olor de la droga.


Lo peor de todo es que le había sucedido en mitad de una importante entrevista de trabajo. La Magnus buscaba nuevos empleados para una sucursal que iban a abrir hacia el sur de la isla de Honsu. El presidente le había pedido personalmente a él que entrevistase una lista de jóvenes que acababan de sacarse sus oposiciones.
Llevaba toda la tarde entrevistando a jovencitos y a jovencitas sin que ninguno le convenciese completamente. Al que entrevistaba ahora, le había parecido algo más competente, cosa que estaba escribiendo en su bloc...cuando sucedió.

-¿Se encuentra bien?-insistió el joven aspirante.

Takanori consiguió por fin apartar la cabeza del currículum vitae del chico.

-No...quiero decir sí...me he mareado. Hace mucho calor aquí.

El otro frunció el ceño, descolocado ante la observación del calor, dado que estaban a finales de octubre. Sin embargo, no se opuso a que Takanori se levantase, tambaleante, y fuese a abrir la ventana.

El aire nocturno y alegres gritos del exterior entraron por la ventana entreabierta.

-¿Qué celebran...?-preguntó Takanori, volviendo a sentarse a su mesa.

-Halloween.-respondió el otro, cruzándose de piernas.-Es hoy.

-Ah.-suspiró Takanori sin interés y volvió a sus notas.

La entrevista concluyó no mucho después. Tras cada visión, a Takanori le inundaba una profunda sensación de ansiedad y cansancio, y no había nada en el mundo que desease más que volverse a su casa y dormir. En sus sueños estaba salvo. A veces.

-¡Para! ¡Por favor!

Una y otra vez, las uñas de Reita volvieron a arañar el suelo, luchando desesperadamente por escapar. Una y otra vez, sus intentos se vieron frustrados, mientras la vara de "Ruki" volvía a golpear sus costillas. El crujido de las mismas le indicó a su propietario que se habían partido. Profirió un largo grito y las lágrimas volvieron a arreciar. Tosió sangre sobre el suelo de madera. Parte de aquella sangre se quedó adherida en su garganta, haciéndole dificultoso el respirar. Sin duda, alguna de sus costillas, al quebrarse, había perforado su pulmón derecho. Comenzó a retorcerse, aquel “juego” hacía mucho que había dejado de agradarle.

No era así para Takanori, quien, aún manteniendo a su novio doblegado, a cuatro patas, con la espalda repleta de cardenales, llorando, seguía completamente excitado. Cada golpe que le propinaba al otro chico le hacía excitarse más y más. Había llegado a un punto destructivo, loco. Un punto que ya no tenía posibilidad de retorno.

El joven aspirante a trabajador de la Magnus, del que Takanori se había despedido con un "Ya le llamaremos", se marchó apresuradamente. Takanori le siguió tras recoger el despacho. Bajó los diez pisos que separaban su despacho de la calle y, tras despedirse de las secretarias de la recepción, atravesó la acera hasta su coche. Su coche, negro y lujoso, no terminaba de gustarle, era demasiado amplio. Años atrás, su abuelo le había incitado a comprárselo, alegando que un importante empresario como estaba destinado a ser él no podía seguir yendo a todos lados en bicicleta. 

A menudo se preguntaba a sí mismo si le gustaba ser empresario. No podía decirse ni que sí, ni que no. Tal decisión debía tomarla Takanori Matsumoto, y Takanori Matsumoto se había perdido muchos años atrás. Más o menos, cuando había muerto Reita.

Ahora vivía como un muñeco vacío, curiosamente útil, pero con el único destino de seguir esperando las apariciones del horroroso ser que le atormentaba.

No era un tema en el que le gustase pensar, dado que tampoco tenía ningún sentido. Se limitó a sentarse sobre el asiento del conductor, a meter la llave de contacto y a conducir despacio, como solía hacer puesto que temía que sus apariciones le asaltaran en mitad de la carretera, hasta su casa. Su casa era un apartamento bastante modesto, en contraste con todo lo demás que le pertenecía.

-Ruki, mira. ¿Te gusta?

Takanori, alias “Ruki”, se hallaba tumbado sobre el pasto, con la espalda apoyada en el tronco de “Fred”. “Fred” era el nombre que él y Reita le habían otorgado a un viejo roble, arcaico, semi podrido, que había a las afueras de Rossville. Cuando Reita y Ruki tenían unos quince años, sus padres se habían enterado de su relación y les habían prohibido verse. Como es lógico, no se resignaron. A partir de ese entonces quedaban para verse al atardecer, bajo la sombra de ese roble. Y ambos, en sus casas, decían que iban a ver a Fred.

Ruki se incorporó para ver lo que Reita traía en la palma de su mano. Era una mariposa de alas rojas. Una bastante fácil de ver en Rossville, pero no tan fácil de atrapar. Y Reita la lucía elegantemente en la palma de su mano extendida.

-¡Alucinante!-expresó Ruki, mirando a su novio con admiración.- ¿Cómo la has cogido?

-Es fácil.-rió Reita, complacido por el entusiasmo de su novio. Alzó la mano en la que llevaba la mariposa y la movió. El insecto echó a volar.

Sus alas, rojas como la sangre, se diluyeron en el inmenso cielo, azul como la serenidad.

Una vez en su casa, Takanori no cenó, se duchó rápidamente y se fue a la cama a toda prisa. Se acurrucó entre las sábanas y abrazó la almohada como solía abrazarse antaño al oso de Reita. Suspiró, sintiéndose algo reconfortado en el calor de las sábanas y en el recuerdo de Reita...

 Ya iba a conciliar el sueño, cuando de repente...

-¡¡Truco o trato!!

Lo que a él le pareció una jauría de niños aporreaban la puerta, tocaban el timbre y gritaban lo que viene siendo el mantra de Halloween.

-Se irán pronto.-deseó y no se levantó de la cama, se limitó a cubrirse hasta la cabeza con las sábanas y se dispuso a ignorar el incesante griterío.

-¡Truco o trato!

-¡Truco o trato!

-¡Ábrenos! ¡Sabemos que estás ahí!

Alguien empezó a hacer ritmos con el soniquete del timbre, y ante la amenaza de que algún vecino se quejase a la portera del escándalo y a él le tocase comerse la bronca, optó por levantarse.

Dormía en calzoncillos y no se molestó en ponerse nada más, los niños habían estado molestando, con su pan se lo comieran. Se puso unas zapatillas de estar por casa, y, como no tenía caramelos, sacó unas monedas de su bolsillo y se dispuso a abrir.

No eran una jauría de niños, ni siquiera eran más de cinco. Eran dos niñas, y, al parecer, eran gemelas. Las dos tenían la misma tez blanquecina, el mismo cabello marrón largo, los mismos labios maquillados con el mismo labial rojo, la misma altura, el mismo traje. Takanori hubiera podido jurar que una era la copia de la otra. 

A ninguna de las dos les pareció importar que el dueño de la casa saliera a su encuentro medio desnudo, ni completamente despeinado, ni con cara de perros.

Decidieron, una vez más, proclamar al unísono:

-¡Truco o trato!

-Tomad.-les dio las monedas que había cogido.

-Grac…

No acertó a oír como las niñas, a dúo, terminaban de mostrar su gratitud. Las rodillas se le doblaron, como si sus nervios no tuvieran comunicación con su cerebro. Cayó de rodillas sobre el frío y duro suelo del descansillo, magullándose. No notó dolor. Durante unos angustiosos e interminables segundos, la mente se le puso en blanco. No pudo ver nada, no pudo oír nada, no podía moverse, no podía respirar. Se ahogaba. Todo su cuerpo empezó a agitarse, la cabeza le estallaba. La boca se le entreabrió. Él no gritó, sin embargo, sus labios profirieron un apabullante grito de terror.

Y después…todo negro.

Y después…él.

Esta vez aparecía de rodillas sobre la cama, retorciéndose, de una manera tan obscena que, si viera a una persona normal moviéndose de igual manera, probablemente Takanori no sabría distinguir lo que sentía, si dolor, o placer. Como solía ocurrir en sus visiones, el flequillo cubría gran parte de los ojos de pesadilla de la criatura. Takanori lo agradecía, lo agradecía inmensamente. Cuando aquel ser fijaba en él sus ojos, el empresario padecía pesadillas por lo menos durante un mes después de ocurrida la visión. No lo soportaba.

El ser se apartó de repente parte del pelo. Takanori trató de apartar la mirada…pero cuando se hallaba en “su” presencia, se convertía en un espectador…obligado. No podía moverse, no podía hablar, cerrar los ojos o pestañear. Como si estuviera soñándolo…pero era demasiado real.

A veces, cuando se despertaba tras las “apariciones”, se sorprendía de encontrarse en su apartamento o en el despacho de la Magnus, en vez de en su dormitorio de Rossville. Aquellas visitas a lo más recóndito de sus temores eran tan reales, tan tangibles, tan palpables, que cuando era más joven acariciaba la teoría de la tele transportación.

“Pero es imposible” Se decía en sus largas y febriles noches de elucubraciones “En primer lugar, ese ser sólo pertenece a mi imaginación, no puede ser real, no puede estar de verdad en mi antiguo dormitorio…vendí la casa y me la compraron, alguien debe vivir allí.”

-R…ruk…i…-dijo de repente el ser en su visión.

Takanori se sorprendió; la criatura nunca le había hablado. Su voz era grave, casi como un gruñido, terrorífica hasta un punto en el cual ese sonido se le clavó en el alma al empresario, abriendo en la misma un abismo que le hizo derramar algunas lágrimas de puro terror.

Pero…tras el gruñido de la bestia…todo acabó.

-¿Ya despierta?-dijeron dos voces femeninas e infantiles a coro.

Takanori consiguió entreabrir los ojos. Volvía a notar a su cerebro dueño de su cuerpo, volvía a notarse a él mismo como una unidad con pensamientos y voluntades propios.

Suspiró, de puro alivio, alivio que le duró poco al ver dónde estaba.

-¿Qué hacéis en mi coche? ¿Y por qué se mueve?

Ambas niñas rieron, con idénticas risas, a la vez. Estaban sentadas sobre el asiento delantero, una de las dos al volante. Los ojos de Takanori se desorbitaron al percatarse de la situación. No estaba en calzoncillos ya; llevaba un elegante traje rojo. Pero no fue esto lo que más le preocupó, sino la velocidad a la que conducían aquellas niñas demoníacas.

-¡Frena el coche! ¿Es que quieres matarnos?

-Túmbese, Takanori-sama.-dijeron las dos girándose y mirándole con una enorme y encantadora sonrisa.

Con el corazón encogido por el miedo, las manos de Ruki apresaron el picaporte de la portezuela del coche, contra el que lucharon durante largo rato. No se abría.

-Hay alguien que quiere conoceros, Takanori-sama. –las voces de las niñas sonaban siempre a dúo, y siempre en el mismo tono alegre, despreocupado. Parecían casi sacadas de una grabación.

-¿Quién quiere conocerme? ¿Qué sucede aquí? ¿A dónde vamos? – se frotó los ojos. Debía estar soñando, sí, probablemente era eso.

-¿Conoce usted un pueblo llamado Rossville, a unos veinte kilómetros de la capital?-aclararon las niñas.

La mirada de aquel hombre se hallaba completamente fija en su presa. El otro joven portaba una máscara negra cuya función era ocultar sus facciones. Al verdugo no le importaba, conocía mucho más de su víctima incluso que ella misma, poco le interesaban a él cosas tan banales como el color de sus ojos o el grosor de sus labios.

-¿Cuánto más? –susurró el doblegado.

Se había sometido voluntariamente. Él mismo había atado la cadena a su cuello y se había arrodillado frente a el que se convertiría en su nuevo amo.

El látigo volvió a azotar su trasero. El rubio cerró los ojos al notarlo y gimió.

-¿Te duele?-preguntó el amo, propinándole un latigazo más fuerte.

El esclavo volvió a gemir y se sacudió, con lo que se ganó un tirón de cadena que lo dejó sin respiración momentáneamente, a modo de castigo. Cuando pudo volver a articular palabra, murmuró:

-No, realmente, no.

-Estás demasiado corrompido. Cuando me ofrecí a hacerte esto, pensaba en dos beneficios, uno de ellos, poder hundirme en tu trasero siempre que quisiera,-acarició el trasero de su presa, realmente le encantaba aquella piel tan tierna, tan firme. Piel que había sido varias veces mancillada, pero que seguía cediendo dificultosamente, cual virgen e inexperta, a cada penetración.- y dos, poder ayudarte. Me pediste que te corrompiese, que te volviese loco para que no pudieses sufrir más –sonrió con cariño, como si aquellas pretensiones de su víctima se le antojasen deseos infantiles.- pero he de darte una mala noticia, Reita. No puedo corromperte más. Ya estás loco.

Reita bajó la cabeza. Pidió, en tono derrotado:

-Azótame otra vez…

El amo se apresuró a complacer a su víctima.

El penoso viaje en coche continuaba. Ruki, tendido en el asiento trasero mientras las diabólicas niñas le conducían a su destino, se dedicaba a observar el brillo de la luna a través de la ventanilla.

De joven, solía contemplar la luna muchas veces con Reita. A él le encantaba y no le importaba así expresarlo. Takanori, que se creía en el deber de aportarle rudeza y hombría a la relación, solía reírse de Reita por aquella afición. Sin embargo, a él también le encantaba. Estar tumbado en el pasto, bajo la sombra de “Fred”, contemplando en la oscuridad el brillo de miles de estrellas poblando el cielo, brillando solo para ellos…era una sensación simplemente imposible de describir. Íntima, especial. Una de esas que echaba tanto de menos. Ojalá…ojalá no hubiera matado a Reita…

Takanori daría lo que fuese, así como suena, incluso daría su propia vida, con tal de poder revertir tal circunstancia.

Pero, la muerte no entiende de pactos o sacrificios. Y Reita llevaba muerto ya los años suficientes como para que Takanori hubiera asimilado su ausencia. Más o menos.

-¿Qué es eso?-preguntaron las dos niñas a la vez, y al unísono se respondieron también:-Hay fuego.

Takanori se incorporó por la ventana y atentamente, oteó la oscuridad de la noche en busca de algo extraordinario. No tardó en vislumbrar aquello a lo que las niñas se referían; en uno de los arrozales que en aquel momento atravesaban ardía un potente fuego.

Reita agarró de nuevo el bolígrafo, que volvió a impactar contra el papel con tanta fuerza, que la punta se quebró y la tinta salpicó su mano y la hoja. Frustrado, agarró el papel y lo rompió en pedazos.

-Es imposible…,¡Imposible!

Quemó los pedazos de papel en la austera llama que iluminaba la estancia. Mientras lentamente las palabras se consumían, y echaban a volar, leyó lo que había escrito.

Querido señor Matsumoto:

¿Señor Matsumoto? Sonaba muy formal, demasiado formal para una persona que le había hecho el amor demasiadas veces como para recordarlas todas. El tratamiento de cortesía se convirtió en cenizas, junto con el resto del mensaje, compuesto por varios términos que se le antojaban de igual inutilidad y vacío; “¿Te acuerdas de mí?” “Te extraño.” “Aún te quiero.”

Era imposible el describir cuanto le costaban escribir esas  palabras, y aún más difícil el describir la frustración que le causaba el no ser capaz de terminar la carta y el no conseguir reunir valor para mandarla.

No sabía cuánto llevaba escribiendo cartas, para luego leerlas y quemarlas. Ya no poseía noción del paso del tiempo, pero tampoco le importaba. El espacio, el tiempo, todo eso le era ahora inservible e irrelevante.

-¡Joder!-gritó y se levantó bruscamente de la destartalada silla. Experimentó el cosquilleo de la furia. Después de tanto tiempo, se le antojó tan agradable el sentir algo, que no lo reprimió.

Guiado por su ira, agarró la vela donde había quemado los papeles y la arrojó al suelo. El fuego se extinguió momentáneamente.

Pero, de repente, Reita escuchó el barboteo de las llamas. El suelo era de madera. Comenzó a quemarse.

Lejos de estar asustado, se sintió bien. A cada migaja de la madera del suelo que se iba consumiendo, entre repiqueteos y crujidos, sentía como si un peso de su conciencia se liberase. Uno pequeño, que a cada crepitar iba creciendo.

Tan grande fue su satisfacción al ver como el fuego se propagaba, siguiendo la madera del suelo, hasta ver estallar el armario en llamas, que él mismo arrancó una de las patas de la vidriosa silla y acercó su punta al fuego, prendiéndola.

Paseó por la claustrofóbica estancia, dando vueltas sobre sí mismo, incendiando todo lo que al alcance de su improvisada antorcha se encontraba, experimentando un siniestro placer. Abrió la boca, de la que salió una larga carcajada.

 No tardó en verse rodeado de llamas, del crepitar del fuego, y finalmente, alcanzado por el mismo. El fuego serpenteó por las columnas, consumiéndolas. El techo se derribó. Porque la casa estaba íntegramente construida en madera…

El bajo del pantalón de Reita se prendió, y, al intentar esquivar el derrumbe del techo, se lanzó contra el armario, que se encontraba al lado de la puerta. Ya no había armario que quedase, pero aquella parte de la estancia, la que daba a la puerta de salida y al exterior, quedaba inaccesible por las llamas. A Reita poco le importó eso.

Durante unos agónicos y dulces instantes, el mundo pareció detenerse. Los intensos gases del fuego penetraban a raudales por la nariz de Reita, arrebatándole casi la consciencia. Sus ojos se nublaron.

Las llamas devoraron su ropa y finalmente, se lanzaron a su piel. El loco joven gritó al notar aquel dolor, tan lacerante, tan intenso, tan insoportable, devastador, destructor…tan…aliviante.

Sus rodillas cedieron. Cayó redondo sobre aquella cama al rojo vivo que se le ofrecía; que finalmente acabó atrapándolo…para siempre.

-¡Parad!-gritó Takanori. Había visto una sombra asomarse al umbral de la puerta, como intentando salir de la casa en llamas.-¡Puede que haya alguien que necesite nuestra ayuda!

Aporreó el cristal de su propio coche como un loco. Las niñas hicieron caso omiso a su preocupación, y prosiguieron su camino sin apenas aminorar la marcha.

-¡Va a quemarse toda la ladera!-insistió Takanori.

El coche siguió adentrándose en la noche, y finalmente el incendio desapareció de vista. Aunque la opresión del pecho de Takanori perduró; sentía como si tras aquel incendio hubiese algo más. Como si fuese algo que le afectase personalmente.

-Ya…queda…poco…-murmuraron las niñas.

Takanori pegó un salto en el asiento. Esa voz…no era la que había oído en las niñas antes, sino mucho más grave. Miró la expresión pintada en las facciones de las jóvenes; y tampoco era la suya. La pupila de sus ojos era más negra y más grande, sus labios, más rojos, sus pieles, más estiradas y marchitas. Se parecían más…más… a él.

Tal constatación le produjo un intenso e insoportable desasosiego, que le heló el alma y la inundó con puro terror.

-Quiero salir. Parad.-forcejeó de nuevo contra la puerta.

Las niñas lo ignoraron, pero las inhumanas sonrisas de ambas se ensancharon.

Takanori consideró la idea de agarrar a la niña que conducía y evitar que siguiese conduciendo. Por supuesto, tal acción les supondría un accidente de coche seguro, dada la velocidad a la que conducían. Sin embargo, era mayor el miedo que le producía la situación de incertidumbre que el hecho de que pudiese matarse de una vuelta de campana sobre la cuneta.

Se levantó para llevar a cabo su idea.

-¡¡Qui..e…to!!

Ya no quedaba duda. Esa voz…

Se dejó de caer de rodillas sobre el suelo del coche y se agarró la cabeza con ambas manos. Era incapaz de soportar más angustia.

-Mátame ya…-le pidió a las niñas, al ser que le atormentaba, a Reita, ya no sabía ni a quien pedírselo, solo quería que todo acabase.

Pero justo entonces, el coche paró.

-He…mos…llega…do.

Takanori se atrevió a abrir los ojos. Las niñas se bajaron del coche y fueron a abrir la portezuela de detrás, tras la cual estaba atrapado Takanori. Le tendieron cada una una mano para ayudarle a levantarse. Titubeante, Takanori las agarró.

Se levantó y salió del coche.

Estaba frente a una casa…una casa que conocía bastante bien. La veía en sus recuerdos, aparecía en sus visiones y había sido suya durante veinte años.

Ahora tenía otros dueños. Quienes, al parecer, celebraban algo precisamente esa noche.

“Halloween…” supuso.

La casa estaba constituida por dos pisos, el primero de tres naves. Era una casa lujosa, bastante señorial, carente de jardín, pero que tenía una piscina en la parte trasera. En aquel momento se hallaba íntegramente decorada. Farolillos morados y verdes iluminaban el caminito hasta la puerta, el porche, y las ventanas de ambos pisos.

La puerta de entrada estaba abierta, y el porche y el hall, repletos de gente. Takanori reprimió un escalofrío al verlos, luego consiguió controlarse. Estaba claro que esas personas no ofrecerían corrientemente ese aspecto, solo estaban disfrazadas por Halloween.

Encontrábase gente vestida de gala, gente vestida verdaderamente provocativa, gente disfrazada de algún monstruo desconocido. Según caminaba con las niñas hacia la entrada, miraba hacia a todos lados con el corazón en un puño. Veía caras horrendas que no parecían proceder de ninguna careta, pieles repletas de verdugones que parecían ser reales. Pero no podían serlo, se dijo.

Cuando se disponían a cruzar la puerta de entrada les salió al paso un hombre al que Takanori supuso el mayordomo. Vestía un elegante frac con pajarita negra, guantes,  sombrero de copa a la antigua usanza y mucho maquillaje. Se había maquillado la cara totalmente blanca y los ojos de un color entre negro y morado. No era el disfraz más escalofriante que hubiera visto en su camino por el umbral, pero no inspiraba precisamente confianza.

-Su invitación.-pidió con voz mecánica.

-Verá…yo…soy el antiguo propietario de esta casa y…

-¿Quién es, Sato?

Takanori, las dos niñas y el mayordomo miraron al recién llegado. Venía de haber bajado la escalera que daba al piso superior. Era un chico más o menos tan joven como Takanori, igual de alto, y no traía disfraz. Su pelo era castaño, liso y por los hombros, su mirada, tranquilizadora y su porte en conjunto, acogedor.

Lo que no resultaba tan tranquilo o acogedor era el hecho de que llevase un látigo de colas atado al cinturón, pero ese fue un detalle en el que Takanori, en primera instancia, no se fijó.

-No tiene invitación, Tanabe-sama.-respondió el mayordomo.

Tanabe miró a Takanori. Su mirada pareció teñirse de ligero interés.

-¿Quién eres?

-Me llamo Takanori Matsumoto.-respondió, sintiéndose muy confuso.

Las niñas permanecían detrás de Takanori, sin decir nada.

Las cejas de Tanabe se alzaron, formando surcos en su frente.

-Takanori Matsumoto…-pronunció despacio, como si su lengua acariciase el nombre.-tenía muchas ganas de conocerte. El importante empresario, ¿No es así?

Takanori asintió.

-No le hace falta invitación, Sato-kun.-indicó Tanabe al mayordomo.-entra como invitado mío.

Tanabe le pasó una mano por los hombros a Takanori y le hizo acompañarle al interior de la casa, con las diabólicas niñas a la zaga. El mayordomo no pareció reparar en ellas.

-¿Es suya esta casa, Tanabe-sama?-preguntó Takanori mientras subían las escaleras, alejándose del salón, abarrotado de personas.

-De mis padres.-respondió.- Y, por favor, tutéame, Takanori-kun.

-¿Y están aquí tus padres?-prosiguió Takanori.

Tanabe negó.

-Se fueron hace muchos años.

-¿A dónde?

-A ese lugar del que no se regresa.

Un escalofrío le recurrió la médula espinal a Takanori.

-Mejor hablemos de ti, Takanori.-propuso Tanabe, deteniéndose de repente a mitad de la escalera. Sorprendido, Takanori y las niñas se detuvieron también.-No sabes las ganas que tenía de conocerte.

El empresario encaró a su interlocutor.

-¿Eres…admirador de las industrias Magnus?

-No.-sonrió el anfitrión.-Pero Reita solía desgarrarse la garganta gritando tu nombre en delirios.

Al oír aquello, Takanori sintió como si una losa muy pesada y al rojo vivo cayese del cielo sobre su cabeza, sepultándolo bajo tierra. Incluso lamentó que no sucediese así.

-¿Q-qué?-inquirió, febril.

-Reita…¿Acaso no recuerdas a Reita?

-Claro que lo recuerdo.-balbució el importante empresario, que en aquel momento se sentía como un niño solo, perdido.-Todos los días, todas las noches, cada segundo…

-Tú lo mataste.

-Yo lo maté.-aceptó Takanori en un murmullo.

-Murió en un incendio.

Alzó la vista y miró a Tanabe.

-¿Cómo…?

-Reita se suicidó. Me alegro de que lo hiciese. Su locura iba más allá de toda ayuda.

El corazón de Takanori empezó a palpitar frenético, a toda velocidad. Su rostro perdió varios tonos de color, sus ojos se desorbitaron, empezó a sentir el horror en cada poro de su cuerpo. Las niñas, apostadas a ambos lados del empresario, sonrieron.

-No…no pudo suicidarse…yo…vi su cadáver…lo maté yo…

-Sí, Takanori, a Reita lo mataste tú…murió, no por el daño que le causaste, sino porque no hiciste nada por repararlo.

-Me alejé de él.-repuso Takanori con la boca seca.

-No fue suficiente.

Takanori apretó los puños a cada lado de su cuerpo. Tensó todo su cuerpo durante unos instantes, en un desesperado intento de contener el intenso dolor que le embargaba. Intentando resistirlo, solo consiguió aumentarlo. Se dobló por la cintura y cayó sobre la escalera, llorando desesperadamente, ahogándose en su propio llanto.

Tanabe se agachó y agarró el mentón de Takanori para obligarle a alzar la cabeza y a sostenerle la mirada.

-No sufras, hermoso. Murió hace muchos años y su muerte fue lo mejor que podía haberle ocurrido. La necesitaba ya.

Takanori apartó la mirada de los profundos y negros ojos de Tanabe. La serenidad y paz interior que contenían era como agua helada a un corazón consumiéndose en llamas. Tal vez agua demasiado helada.

Fue entonces cuando vio el látigo.

-Incluso mi ayuda le resultaba inútil. Nada podía hacerse.

Takanori jadeó.

-Ayúdame a mí…-le miró con los ojos suplicantes e inundados en lágrimas. Estaba seguro de que aquel hombre firme, dominante y sereno podría arrastrar consigo su enorme carga emocional. De que podría ayudarle. A cambio de eso, él haría lo que el otro quisiera.

Tanabe quedóse mirando a Takanori durante unos momentos. Sentía lástima por aquel chico tan joven y tan torturado. Se sintió transportado a varios años atrás, cuando Reita se le presentó en la misma situación y lo mismo le pidió. Tanabe cometió el error de intentar ayudarle. Se comprometió a romperle, de manera que otro Reita, uno nuevo y reformado pudiera nacer de las cenizas del antiguo y empezar una nueva vida. Pero era inútil.

Y si Reita estaba fuera de toda ayuda, el rubio joven que en ese momento lloraba de rodillas frente a él lo estaba mucho más.

-No puedo, lo siento. A ti tampoco puedo ayudarte.

Takanori alzó la mirada lentamente. No parecía sorprendido o contrariado por la negativa de Tanabe. En el fondo, probablemente él también sabría que nadie podía ayudarle.

-Mátame pues.-pidió. Su voz sonó serena.

Las niñas hicieron un mohín apenas perceptible. No querían que Takanori muriese ahí, asesinado por un amigo, antes de cumplir su sentencia. No, lo querían para ellas.

Tanabe lo sabía. Y decidió no ahorrarle tal destino a Takanori.

-Tú lo estropeaste todo.-dijo con dureza.- Hubiese matado a Reita si él me lo hubiera pedido, porque era inocente. Tú no. Tú provocaste todo.

Takanori dejó caer la mandíbula inferior, asustado.

-No eres digno de que te mate. No voy a hacerte ese favor.

Comenzó a bajar por la escalera.

-Tanabe, yo…-empezó Takanori. Pero cuando se atrevió a alzar la mirada y a mirar el escalón sobre el que segundos antes había estado el anfitrión, éste había desaparecido.

-Va…mos…-susurraron las niñas.

Takanori, como un autómata, las obedeció. Se levantó y lentamente, terminó de subir la escalera hasta el piso superior.

Recorrió el pasillo, con las niñas a la zaga, con alucinante seguridad. Durante el trayecto, se sintió en el punto álgido de sus sensaciones, emociones y sentidos. Pero los vio desde un punto diferente. Desde otra perspectiva. Los veía…”por encima”, diluidos en un mar de frustración frustrada, convertida en resignación.

Caminó, poniendo un pie por delante del otro, en un gesto instintivo que le hizo sonreír para sus adentros. Después de todo, Tanabe tenía razón. Él lo había estropeado todo. Su bestia interior había matado a Reita, pero había sido él quien estaba obligado a domarla. Y no había podido. Le dolía la cabeza, se había vuelto loco, se odiaba a sí mismo.

Al fondo del pasillo había una última puerta. Blanca, como todas las demás. Sus dedos aferraron el pomo de oro y lo accionaron, la puerta se abrió.

Él ya suponía lo que había detrás, y no se equivocó.

Aquel cuarto, era su dormitorio. O lo había sido mucho atrás. Todo seguía igual a como él lo había dejado al marcharse. Aunque, probablemente, nunca se había marchado.

Sobre la cama, sentado con las piernas estiradas, estaba él. Y él era…Takanori Matsumoto. La bestia a la que Takanori Matsumoto jamás pudo domar.

Él sonrió cuando vio a Takanori penetrar en la estancia. Las niñas no entraron tras él, habían desaparecido.

A ambos lados de él estaban los peluches que Takanori en su infancia había tenido, intactos.

Pero el oso no estaba.

Aquella fue la prueba, la definitiva…la certeza de que todas y cada una de sus visiones, pesadillas e idas mentales habían sido reales. Porque todo había sido real para él, pero él, no era nadie. Probablemente, nunca había existido en su ser nada que no fuese él.

Entonces, el Ruki de los ojos de pesadilla, sentado en la cama, levantó frente al Takanori recién llegado a la estancia una foto.

En ella se veía a Reita a cuatro patas mientras Takanori una y otra vez lo torturaba.

Pero esa foto no era totalmente fidedigna. Había un detalle que no correspondía con lo que en verdad había pasado.

En aquella foto, los ojos de Takanori carecían de pupila.

Notas finales:

¿Lo entendieron?

¿Les gustó?

¿Quieren segunda parte?

¿Quieren un good de the GazettE? -llora.(?)-

Leí en una revista que, si me dejan un review, les hacen un descuento del 65% -les afana la plata a todos y huye (?)-

Nos vemos en posteriores historias.

Chau~

b34;

@HaenyPark


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