Secuestro, no hay otra manera de llamarlo.
Hace cuatro horas:
Empujaba un carrito de super lleno cajas de comida enlatada en el nuevo supermercado, no es el trabajo de mis sueños pero que se le puede hacer, al menos nunca te aburres, siempre hay estantes que llenar, camiones que descargar o producto que etiquetar. Me detuve frente al estante semivacío y comencé a llenarlo, varias personas transitaban por el pasillo, era viernes de quincena en un supermercado nuevo, por lo que cada vez se llenaba más y debía apresurarme a llenar los estantes que en un momento volverían a vaciarse.
-Disculpa –un señor estaba parado detrás de mí, era un poco más alto que yo, me miraba fijamente, traía una bufanda rayada que me recordó una serpiente coralillo. -¿Dónde está el helado?
- al fondo están los refrigeradores, a tres pasillos para allá –señalé la derecha (su derecha) con la mano.
-Gracias, Eduardo. – su voz se volvió profunda y su mirada intensa al tiempo que sonreía cuando dijo mi nombre, se giró y camino hacia donde le había indicado. Una punzada nació en mi pecho y recorrió mi espalda, me volví de inmediato para continuar llenando el estante mientras tragaba saliva, en mi mente se atiborraba de posibles explicaciones a ese extraño comportamiento, pero después de un rato lo olvide, la gente es incomprensible y yo tenía muchas cosas en que pensar.
Después de varios viajes casi terminaba mi jornada, comencé a llenar un estante de pastas cuando note a una niña, tendría unos doce años tal vez más, que se divertía poniendo cosas en los carritos ajenos, solté una leve risa -al menos alguien se divertía-, entonces observé al sujeto de esta broma, que estaba parado al otro extremo del pasillo donde me encontraba, no pude ver su rostro, estaba volteado, pero reconocí esa bufanda y gire la vista de inmediato, me propuse concentrarme en mi trabajo y no volver a voltear, pero era imposible. Me dije a mi mismo que buscaba a las niña y decidido voltee, rápido como quien ha escuchado un ruido repentino y busca su origen, me di cuenta que me miraba y, lo que es peor, ¡no trató de disimularlo!, termine de acomodar como pude y me fui a ver qué más faltaba acomodar (por no decir que emprendí la retirada). La niña ya no estaba.
De camino al almacén mire el reloj y agradecí a todos los dioses que mi turno había acabado. Recogí mí mochila, me despedí rápidamente y salí; solo quería llegar a mi casa, me sentía amenazado pero a pesar de que me dije una y otra vez que estaba siendo demasiado paranoico, lamentablemente tenía razón.
Hace una hora:
Tenía que caminar cinco cuadras hasta el paradero, puse todos mis sentidos al límite y caminaba a grandes zancadas, trataba de calmarme a mí mismo pero a mi mente venían imágenes de los gánsteres de Al Capone levantando gente mientras fumabas tranquilamente. Estaba muy nervioso, no es que tuviera mucho dinero pero en estos días levantan a cualquiera, tampoco estaba seguro de mi corazonada, solo sabía que mi estómago estaba revuelto y no me gustaba esa sensación. Incluso había cruzado la calle y caminaba en sentido contraria a la circulación vehicular, por pura precaución (paranoia).
Llegue a un cruce, [de esos donde pasan coches de donde sea a donde sea y tienes que voltear a tus veinte lados antes de bajarte de la banqueta y correr por tu vida] y espere a que se pusiera el verde para peatones. Cruce con rapidez cuando lo hizo y llegue al camellón, miraba al lado quince cuando un auto con los vidrios polarizados, (ni siquiera recuerdo el color), freno en seco frente a mí, contemplé unos segundos mis miedos volverse realidad en mi reflejo antes de que se abriera la puerta, una mano saliera de dentro, como impulsada por un resorte y, cogiéndome del brazo, me precipitara dentro del auto para arrancar enseguida sin esperar siquiera a que se cerrara la puerta (que lo hizo por puro impulso).
-No por favor... no tengo dinero... ni familia que pague un rescate, por favor, soy pobre… yo…- estaba apanicado, no sabía qué hacer, contrabajos logre balbucear unas cuantas suplicas si sentido.
-Descuida, no te hare daño –su voz era grave y ya la había oído, me atreví a mirarlo y descubrí en mi secuestrador al señor de la bufanda coralillo (quien desde un principio supuse que lo haría).
-¿Quién es usted? ¿Qué quiere? –me tranquilice un poco, más que miedo ese señor me daba curiosidad.
Sabrás la respuesta cuando lleguemos. –Dijo con calma. Miré entonces a quien conducía, traía traje y peinado relamido, note de inmediato que no prestaba atención, o su profesión le había enseñado a ser neutral. Sea como sea el no me ayudaría así que volví a mirar, esta vez más escrupulosamente, a ese hombre-coralillo y cada vez con más confianza de regreso continué:
-¿Legar a dónde? ¿A dónde me lleva? ¡Déjeme ir!
-Eso no, lo tengo todo planeado.
-¿Qué cosa?
De la nada se giró y se abalanzó sobre mí dejándome acorralado contra la puerta.
-Haces muchas preguntas. –estaba muy cerca, tuve que hacer bizcos para mantenerle la mirada, ya no tenía miedo, esto se estaba volviendo una competencia de imposición, y no me gusta perder. Pero ese juego de miradas que apenas comenzaba se cortó en seco, regresó a su posición original tan abruptamente como la primera vez.
-Sera mejor que llames a tu casa y digas que no llegaras hasta nuevo aviso.
Momento presente:
Recostado en la cama, caliente y húmeda, jadeando sonoramente, con él recostado a mi lado, sonriéndome con sorna.
No había mintido, al llegar tuve todas las respuestas: donde me llevaba, resulto ser un hotel de cuatro estrellas cerca de un parque acuático. En cuanto a quien era, es algo más complejo, pero para resumir solo diré que es el dueño del hotel en el que estamos. Y lo que quería... bueno, queria... hacerme el amor hasta que llegara el lunes.