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Autumn (Rainy Days) por VampireDark

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Notas del fanfic:

Este fic no es mío, es una adaptación de un fic de K-pop con el mismo nombre escrito por JHS_LCFR 

—Sería bueno tener un ascensor justo al lado de las escaleras— pensé. —Así no tendría que bajar o subir estas tediosas escaleras todos los días.

Treinta y dos escalones de mármol blanco, nada más ni nada menos. Treinta y dos escalones fríos y resbaladizos me separaban de la planta baja, treinta y dos aburridos escalones me hacían doler las rodillas cada vez que bajaba al comedor para desayunar.

Sí, sería bueno tener un ascensor.

Bajé al trote y caminé desganadamente a la cocina, saludé a las criadas y pregunté desinteresadamente qué habría de comer ese día: croissants, café con leche, un vaso de agua si me quemaba y una porción de selva negra por si quedaba con hambre. Lo típico, todo de lo cual no terminaría comiendo casi nada, porque ya me tenía aburrido comer todos los días lo mismo.

—¿Podrían… no sé… hacerme tostadas con mermelada y un vaso de jugo?—susurré, sonriente. El movimiento en la cocina se detuvo, me miraron asombrados.

—P-pero…

—Por supuesto, señor— interrumpió el cocinero de casa (Ishimura, nunca supe su nombre), mirando a modo de reprimenda a la criada —En seguida tendrá las tostadas, mientras usted vaya a cambiarse.

—Ah, pero me dejaron la ropa preparada arriba— me rasqué la cabeza, bostezando — ¿Quién me la va a buscar?

La señora Tamura, de unos cincuenta y tantos años, se presentó como voluntaria… a regañadientes. Contento, agradecí y fui a sentarme en el comedor (en la punta, como todo joven exitosos y jefe de la familia, aunque aún faltaba demasiado para eso), esperando con una sonrisa de oreja a oreja cuando apareció Ishimura con la bandeja plateada y los frascos de mermelada en una mano.

—El ascensor sería sólo para mí, claro está— dictaminé en mi cabeza al tiempo que pedía que me untaran una rodaja con manteca. —Los criados deben caminar, caminar con la cabeza gacha.

 

 

 

 

 

Salí de casa y me sorprendí de ver la vereda vacía: ¿Dónde estaba el chofer? Mirando a los alrededores, los vecinos ya estaban entrando en los autos y me saludaban desde lejos; yo, avergonzado, apenas levanté la mano y con la libre saqué el celular del bolsillo, marcando el número del conductor.

—¿Dónde estás? No me harás caminar hasta el colegio, supongo.

Entre estornudos y tos que creí casi contagiarme, me contestó que estaba enfermo y no podría llevarme por una semana, ¡Una semana! Colgué furioso y miré de vuelta a mis costados, el auto de Kazuki estacionó y me pidió que subiera, que fuéramos juntos.

—Gracias, perdón— entré como pude y dejé la mochila a mi lado luego de cerrar la puerta —Se descompuso— expliqué, sin nombrarlo —Estaré siete días sin auto, me quiero morir— Kazu arrugó la nariz, asqueado mientras cruzábamos la reja del barrio, unida a paredones con enredaderas para que nadie osara saltarlos y pasar a nuestro pequeño paraíso.

—¿Te imaginas lo que sería caminar por la calle? Pisando charcos, llenándote de barro… frenando en las esquinas para que pasen los autos… ¡Ew, asco, yo no podría!

—¡Exactamente, alguien que me entiende! ¿Y qué me dices de subirse al bus? ¡Agh, eso sí que es degradante!

—Polvo y olor a gente por todos lados… de niño me subieron a uno en broma, me descompuse y me agarré una peste machaza, todo porque el que iba parado al lado mío estornudó— se tomó del rostro, desesperado —¡Sí, íbamos PARADOS porque no había más lugar! ¡Parecíamos vacas yendo al matadero, espantoso!

—Yo jamás me subiré a un autobús, mucho menos caminaré en el barro, me niego a arrastrarme entre los charcos y la basura— juré, serio —Prefiero faltar todo el año al colegio y tener que rendir las materias a último momento.

—Somos dos— me dijo, el auto frenó en la entrada a la escuela, abrimos las puertas y salimos para subir otras tediosas escaleras —Hay cosas que la élite no hace, nunca.

Takashima Kouyou no se arrastraría junto con el proletariado. Había nacido en una cuna de cristal con incrustaciones de oro, según mi familia. Y así como hubiese nacido rodeado de lujos, moriría acompañado de los mismos. Sin importar cómo.

 

 

 

 

 

—Mamá encontró a Papá teniendo sexo con la mucama— rió Aoi, despreocupado —Según ella se divorciarán, pero todos en la familia sabemos que ella por dentro no quiere renunciar a esta vida, no quiere volver a lavar ropa en un lavadero cualquiera.

Carcajeamos durante media hora: la perdición de Aoi era que su madre venía de abajo, de la clase media. Incluso su piel era más oscura que la de la mayoría de nosotros, así que al chico le delataba su mitad “común” pues él había heredado eso de su madre, y le horrorizaba. Vivía poniéndose cremas para aclararse la tez, pero nada, no había forma de escapar, no podía ocultar su desgracia y se iba a tener que ver obligado a vivir por siempre con esa vergüenza.

Terrible, incluso al principio no queríamos juntarnos con él; al menos no hasta que nos invitó a todos a Corea el verano en el que lo conocimos. En el country (o barrio privado, para los pobrecitos que no entienden), Kazuki, Ruki y yo éramos de los que habíamos nacido ya allí, éramos aceptados en ese lugar y pertenecíamos a él siendo aceptados tranquilamente… Aoi cayó siete años después, se mudó a la que sería su casa a partir de la muerte de la señora que vivía allí.

Fue toda una revolución, casi todos esperábamos que aparecieran automáticamente los hijos o tal vez nietos de la fallecida, pero la mujer había decidido no tener familia, lo cual dejaba el camino a los nuevos ricos para pretender ser del lugar, uno más como nosotros, un igual.

Aoi nunca sería nuestro igual, y lo sabía; pero aún así se esforzaba por agradarnos y ese mismo verano, dos semanas después de su llegada, invitó a todos los chicos del barrio a ir a Corea a acampar… al volver concluimos en que, si bien nunca sería un “igual”, nosotros tendríamos un viaje pago a Corea todos los años. Saquen la cuenta y díganme si no lo aceptarían al trato: aunque en mi familia el dinero nos sobre, somos medio agarrados a él, no nos gusta tanto despilfarrarlo.

—Imagínate la vergüenza de volver a ensuciarse las manos para trabajar— bromeó Ruki —Imagínate tener que volver a lavar la ropa de otra gente, doblarla… ¡Dios, sus manos se llenaran de mugre y cayos!

—Listo, se me fue el hambre— anunció Kazuki —Por tu culpa ahora no puedo comer— y apartó el plato con el flan, enfadado.

En silencio, observé a Aoi cabizbajo y riéndose nervioso, incómodo: estaba sonrojado, probablemente de la humillación… ahí me di cuenta.

—Alto— dejé el tenedor y aparté la ensalada así como el vaso con vino —¿Se separarán? ¿¡Se separarán y tendrás que irte con tu madre!?

El espanto nos golpeó en la cara cuando asintió, tapándose el rostro. En un segundo, Kazuki se levantó y buscó otra mesa para sentarse, Ruki no dudó en seguirlo. No lo miraron ni lo despidieron, Aoi lloró en silencio.

—Dios Santo, es…es…terrible… ¡Es una pesadilla!— lamenté.

—¡Lo sé! Y yo quiero quedarme con papá, pero él me dice que verme la cara sería recordarme a ella— se secó las lágrimas con la mano y me dio asco, ¿Para qué están los pañuelos de tela? —Shima, ¿Qué voy a hacer? ¡Me siento un obrero sucio y barato! ¡¡Iré a la escuela pública, Uruha!!—gritó arruinado y tirándose sobre la mesa.

Cuando empezaron a mirar el resto de los alumnos, y con el corazón atorado en la garganta, me levanté despacio, sin hacer ruido: no podía quedarme ahí, no quería que me compararan. Buscando a Kazuki y Ruki con la mirada, saqué mi pañuelo y empecé a pasármelo por las manos.

Esa mañana había tocado el hombro de Shiroyama a modo de saludo. Era hora de sacar todo rastro suyo encima mío, rápidamente.

 

 

 

 

 

—¡No puede ser! ¿¡Quién carajo dijo que estaría soleado hasta el viernes, quién!?

Llovía, llovía a cántaros y todos se habían marchado rápido, dejándome solo en la entrada del colegio y con los nervios a flor de piel.

—¡¡Le mandaré una carta documento al incompetente del canal seis!! ¿¡A eso le llaman servicio meteorológico!? ¡Dios!— amagué a dar un paso hacia adelante, donde el agua ya manchaba los escalones —No, definitivamente no— me frené —No lo hagas, espera… espera y la lluvia se irá Takashima, ya verás.

Pero no pasaba nada, no cambiaba nada, y con un ataque de histeria pateé la mochila, probablemente rompiendo la computadora que llevaba dentro. Busqué el celular y me decidí a insultar de arriba abajo al chofer que me hablaba con voz ronca y mucosa.

—¡Escúchame una cosa, taxista de cuarta! ¿Eres un incompleto o qué? ¡Te exijo que vengas a buscarme y me lleves a casa o haré que termines trabajando de colectivero, caramba! ¿¡Me oíste!? ¡No soportaré esta falta de respeto a mi persona, y que te quede en claro que ni bien pise mi casa se lo haré saber a mi papá, así que ve preparándote una buena excusa, comunitario de pacotilla!— un niño bien como yo no decía malas palabras, y a veces me ponía a pensar si la gente como él entendía los descalificativos que le ponía… —Quizás ni se los enseñaron en la escuela. Pobres ignorantes— no obstante, escuché un “no pienso soportar esto” y colgó. Me colgó. Me colgó y al instante perdí la cordura, terminé desesperándome.

—¿¡Cómo hago para volver!? ¡¡Tengo hambre!!

Papá no me atendió, mamá tampoco, mi hermano mucho menos (estaba ocupado en su nuevo puesto de Senador) y la lluvia rápidamente se armó de granizo, piedras concisas que golpeaban el piso y serían capaces de reventarme un dedo.

—¡Auxilio!— terminé de rodillas, gritando a la calle, al camino del jardín delantero—¡Que alguien me ayude!

Ya bastante la degradación, cerraron las puertas del colegio y me dejaron afuera, pisando el charquito en los escalones. Aterrorizado, me encontré sin ninguna otra opción: tendría… tendría que caminar hasta casa, tendría que correr debajo de la lluvia.

—No puede ser…

¿Cómo hacía? ¡Ni siquiera sabía dónde quedaba mi casa! ¡¡Siempre dormía en el camino o no prestaba atención, pensaba que nunca necesitaría aprenderme el recorrido!! Poniéndome la mochila y gimiendo de dolor (aunque agradecí que no hubiera nadie ahí viéndome), bajé los escalones con cuidado, resbalándome.

Ya en el camino de piedritas, empecé a trotar, cansándome al instante: envidié durante cinco minutos (dos cuadras, aproximadamente) al proletariado, ellos sí tenían Educación Física. Para cuando las calles se me mezclaron y vi casas y tiendas por todos lados, caí rendido al asfalto mugriento; un auto me tocó bocina ferozmente y me vi obligado a subirme a las baldosas sueltas, pisando una cargada de agua debajo que me empapó completamente, el agua algo verdácea por la tierra que cargaba en ella.

Me largué a llorar, no voy a mentir. Lloré rasguñándome la cara y tirándome de los pelos, pataleé y hasta le pedí a una mujer con su paraguas que me llevara a casa, pero me ignoró asustadísima y largó a correr lejos de mí, abandonándome.

No sé cuánto tiempo habré estado así, hasta que unos dedos golpearon mi hombro. Cuando me giré, un chico bastante acuerpado e intimidante me miraba serio, inclinando la cabeza.

—Ey, ¿Estás bien? ¿Qué te pasa?

Atónito, intenté hablarle, ¡Pero era un tipo común y corriente, era “de abajo” y me habían enseñado a darles siempre vuelta el rostro! Aún así, desobedeciendo a mis padres y con el arrepentimiento en mi voz, separé mis labios.

—Quiero ir a casa. Llévame a casa.

—¿Te perdiste?— asentí —¿Eres de por aquí?— negué —Si quieres yo puedo llevarte…— Me levanté y agarré la mochila, agradeciéndole cientos de veces —Pero… — ese pero no sonaba bien —Primero tendrás que esperarme a que te lleve.

—¿Cómo?— ¿Por qué la vida se burlaba así de mí?

—Tengo que trabajar —explicó tranquilamente— Tengo turno hasta las nueve, hasta entonces me temo que no puedo ayudarte.

—P-pero…yo… ¿¡Q-Qué se supone que voy a hacer hasta las nueve!? ¡Es apenas la una y media!

Su sonrisa fue sinceramente espeluznante.

— Me voy a morir— fue el único pensamiento que pudo cruzar mi mente en aquel instante.

Notas finales:

Espero les guste de la misma manera en que a mi me gusto, nos leeremos en otro capítulo.

Sayo♥


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