Hizaki miró hacia atrás con tristeza, pues atrás quedaba la época más feliz de su vida.
Pero no podía seguir así.
Kamijo se había disculpado, claro que se había disculpado, esperando que, como siempre, él tragara con todo y volviera obedientemente a su lado. Sin embargo esa vez no había podido, su orgullo se había revelado. Demasiadas veces le había hecho promesas que luego no había “podido” cumplir, demasiados sueños había visto romperse por aquel hombre, no más. Apretó la mano con la que sostenía su maleta, se quedaría unos días con Yuki, decidió, el mayor siempre estaba dispuesto a acogerle, y estaría feliz de que por fin se hubiera “liberado” del otro.
Era su carrera, había dicho Kamijo pero, y qué pasaba con la suya propia, ¿acaso él no tenía derecho? Se limpió una lágrima negándose a seguir llorando por él, se colocó la guitarra mejor sobre su hombro y dio unos cuantos pasos, aun mirando al balcón de la casa en la que había vivido los últimos diez años. Sabía que tendría que volver, arreglar todos los papeles de propiedad, pero en ese momento solo quería alejarse, irse muy lejos, donde la sombra de su ex no le persiguiera. Donde pudiera empezar de nuevo y vivir su vida, sus sueños, sin depender siempre de aquel capullo egoísta.
¿Cuántas veces le había dicho que lo sentía? ¿Cuántas excusas le había puesto? No podía recordarlo ya, sus recuerdos estaban salpicados por demasiadas mentiras envueltas en palabras hermosas. En demasiados perdones cuando en realidad no se merecía ni el primero. Había sido un idiota, lo sabía, dejando que el otro se ocultara tras la opaca pantalla del amor… Pero ah, lo había querido tanto que había estado dispuesto a ver una mentira perfecta en vez de la realidad plagada de errores. Sus amigos le había advertido, un millón de veces, y él no había escuchado ni una sola. Pero ahora, ahora tampoco había escuchado las mentiras, las disculpas que no significaban nada, las declaraciones de amor de quita y pon que en el fondo no aliviaban el dolor de su corazón y que, como ahora por fin se atrevía a admitir, nunca lo aliviarían. Cerró los ojos queriendo poder olvidar, aunque solo fuera por un instante, que había habido un momento en que había creído poder morir por él, en el que había necesitado su presencia como a los latidos de su corazón. Dolía tanto darse cuenta de que él era el único que se había sentido de esa manera…
Hizaki tragó saliva, y armándose de valor, se enderezó, alzó la cabeza y se negó a seguir mirando atrás. Esta vez sí, echó a andar con paso decidido, un pie tras otro, una calle tras otra, notando como poco a poco el peso de su corazón desaparecía. Entre las nubes, se hizo un hueco un delgado rayo de sol, como él se iba a hacer un hueco en el mundo.
Siguió caminando, ignorando el dolor en sus pies y en su espalda, y cuando se quiso dar cuenta, se encontró frente a la puerta de Yuki, llamó al timbre, y por un momento no pudo dejar de pensar que de pronto el futuro parecía más prometedor incluso que el día en que le había conocido.
Porque ahora ya no tenía miedo de echar a volar en solitario.
Porque ahora ya no necesitaba promesas vacías.
Tenía un sueño que cumplir.
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