Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Mothchan. por Jhosee

[Reviews - 1]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

 

Escrito para Neko miri chan.

 

Elegir entre las tres parejas que mencionabas a la primera, ha resultado más por instinto que por la optativa de lo sencillo. Siempre suele ser empatía, pensar en un ideal. Sólo faltas tú, que leerás, y sabrás si ello es o no es. Más, lo que espero, es poder brindarte un regalo, fuera del hecho que el tema no ha sido otro género, uno más alegre quizá; es para ti.

Gracias por darme los medios para poder inspirarme.

 

Te imagino tocando libros, pasando por doquier, con ímpetu que no se limita, tu rostro con cara satánica. Lol. Esta vez ha sido un reto dar cohesión al crear una historia. Estoy agradecida.

 

En aprecio, esperando que disfrutes esta noche, mirando hacia los días sin poner una fecha específica para celebrar vida, te deseo mucha dicha.

 

¡Feliz navidad!

 

 

A punto de navidad, la figurita del niño Jesús se partió en pedazos.

Habían entrado a robar. La puerta estaba forcejeada, además de tener marcas de suelas de zapatos en tierra y lodo, la cerradura dañada, con cosas tiradas por todo el suelo.

Entré corriendo sin pensar en alguien dentro aún, dándote las bolsas con velas y esferas que habíamos conseguido para el recital que pensábamos dar casi a unas horas de la citada.

Tú impulsivamente te entristeciste. Fue a una velocidad permitida, pero no por el descontento de haber perdido los aparatos que, contados en una mano, habías podido comprar con tu trabajo. Fue por encontrar tu escultura en la basura, cuarteada, entre latas de comida y toallas sanitarias. Le hacían falta los armazones de hilo y cartón que habías instalado cerca del yeso. Habías dejado que pusiera vendas sobre la crema en tu piel, para poder formarse tu cara. Tallado con un único cuchillo que habías llevado cuando estudiaste un semestre fuera de la ciudad, y no te interesaba tener algo para poder rebanar comida. Sólo querías tallar el yeso, crear una nariz, los parpados dobles, y la basurilla del desgaste, te pareció sudor que te contaba los átomos.

Yo que buscaba con coraje si se habían llevado tu cadena y tus pocos aretes… Me acerqué a ti cuando veías de lejos la basura; recogiste una parte del niño Jesús, y la pusiste en el pesebre, donde el nacimiento ahora parecía un punto de sismo.

Los dos temblábamos.

Quietos, en la casa, con las luces apagadas, los fusiles estaban dañados. No había nada para comer, se lo habían llevado. No quería decirte algo. Estabas triste, por primera vez en mis años a tu lado.

En la pared se leía “fracasado”.

Sentí que vomitaba… Sabía que te habían decepcionado.

Me bastó con mirar tus ojos, que se cerraron, cuando encogías tu espalda, y te dejaste balancear, hasta parecer una escultura. Esa que habían roto, y ultrajado. La habían hecho llorar.

 

Tus dibujos estaban hechos bola, con escupitajos, sobre tu futón. En la oscuridad, los colores en neón cuando se cierran los ojos se comenzaron a pasear entre los dos. Yo oprimía tan fuerte como podía ambos ojos, que se tornaba rojizo, anaranjado, hasta que parecía una barda movible crucificándose en mis cuencas, y tronaba los dedos para que supieses que estaba cerca de ti, ahora que habías buscado mi abrazo.

Me sentía desgarrado. Pero tú no llorabas. Nos abrazamos chocando, lastimándonos las costillas y el estómago. Pisamos resbaloso.

Todos los billetes del ahorro estaban mojados. Cemento, composta, gusanos… dentro de una pileta.

Me privé en llanto. Tú te incrustaste en mis huesos, frío, y, aunque eras siempre severo, pero armonioso, humeaste agonía, y te permitiste tocarme, para nunca más dejar de hacerlo.

Yo lloraba. Mi penar rebotaba en eco por el departamento tan pequeño, ahora casi vacío. Sobre tu tórax no paraba de arderme cada lagrimal. Y tú sólo tallabas mi cabeza, peinando mis cabellos con tus dedos.

 

Las personas agasajadas brotaron cuando desperté. No habías hecho nada para moverte del piso. Todos corrieron asustados, en desesperación al ver el lugar, nos hablaban, y levantándonos en consternación, nos sacaron de ahí.

Nuestros compañeros de universidad sabían, como yo, que te habíamos perdido.

Ya no parecías el muchacho fascinante y alegre de hace un rato, cuando salimos de clase, y te decían que el recital de hoy lo esperaban casi en hito.

¿A qué velocidad habías fallecido, alma estratosférica?

 

Porque nos sentamos a orillas de los arbustos, ellos cantaban, se oía una guitarra, algún violín, el oboe de Yomi… Pero tú te apartaste, lejos, donde unas personas acarreaban jaulas con redecilla, cayendo encima. Las rompiste. Te abrieron la garganta, un labio. Las varillas estaban entre tu piel.   Y mientras rodabas por un charco, mataste cientos de polillas.

Mi llanto cesó. Ahora estaba sentenciado.

La lentitud para atenderte en el hospital en este día, y ni siquiera por la imprudencia de los médicos… Es que verte… nos hacía paralizar el tiempo.  

“Debíamos celebrar”… Íntegros enfurecidos e indignados, la policía preguntando, las enfermeras deslizándote por la camilla…

Absolutamente desahuciado.

 

Nadie quiso dejarme solo. Quien venía a informarme del resultado de la operación, no se veía cansado. Parecía estar embelesado en algún contexto del Rosh Hashaná, o la natividad. Un día del niño… ¿acaso el nacimiento de un hijo?  ¿Era a mí a quien tenía que informar?

Un aniversario de pareja… Una graduación… Por qué estaba tan… ¿turbado?

 

-Suzuki, en el preámbulo, mientras era intervenido él,  para salvar la vida del muchacho… le dije a usted que como podía ser buena noticia, también podía ser lo contrario. El desgarre de las cuerdas vocales y la extrema pérdida de sangre nos tomó suficientes horas de labor y, ni con eso puedo explicarle cómo ha sido posible que un animal haya salvado su vida.

Ya no tenía fuerza física, pero como pude, me paré de la silla donde estaba, y los demás que me acompañaban, algunos reaccionado del cansancio de la madrugada, atentos, querían explicaciones. El doctor llamó a una enfermera, pidiéndole un suero para mí. No me negué, desconocía qué necesitaba mi cuerpo, debía estar bien rápidamente. Al ponerlo en mi boca, tomé todo de un jalón, y el doctor me pidió que fuese con él a verte por el vidrio del quirófano.

Volteé y dije a los demás por favor no se desanimasen, pero era tan falto de fe, que sus expresiones no podían creerme.

Si no había muerto él, ¿por qué estaba  yo moribundo?

 

-Ahora no podrás pasar a verlo, por el estado sumamente delicado en el que se encuentra, pero debo decirte qué ha ocurrido, y si tú no puedes creerlo, entonces deberás hacer cualquier cosa para cambiarlo.

 

Tras las palabras del doctor, una canción en inglés y campañillas sonaron en algún televisor.

Yo no estaba tomando en serio el tener que creer algo inverosímil. No por no tener la capacidad de indagar en las cosas que desconozco, tampoco por la falta de imaginación, o el hecho de haber obtenido un milagro. Simplemente me había quedado muerto, y en ese momento no atribuía nada a un panorama espiritual que hubiese sido conferido para ti.

Tampoco me hacía gracia que tuviésemos que vivir una historia de hospital en un día tan particular. Creía que era una mofa a las personas como tú, que no permiten ser desmoralizados.

Así que le pedí, carraspeando en señal de curiosidad, que me dijese qué tenía que decir.

 

-Matsumoto tiene una polilla en sus cuerdas vocales. Le tejió hasta morir los ligamentos, y amortiguó la sangre cerca, para que no se ahogara, bebiendo e hilando. –En reacción, puse mis palmas firmes, y cuando estaba por hacer una negación, creyendo que estaba por escuchar algo más para tomarme por inocente, el doctor hizo lo mismo, y negamos unísonos-. –Suzuki, yo sé… -volvimos a tensar las palmas- Más que poder “creerlo”, he mutado. He mutado y no puedo saberlo todo al hablar contigo, pero si no eres capaz de creer, te has quedado atrás, y no podrás entender por qué él ha sobrevivido.

Parecía que oraba. Mis palmas ya no enfrentaban las del doctor. Ahora, le ponía atención, en la descripción de la cirugía, de los puntos y la carne rasgada. El coser tu labio, la inyección para que no sintieses el dolor…

 

Me convulsioné en el mosaico. Grité. Me enfurecí nuevamente, maldiciendo el alcance de mis adjetivos. Sólo podía ver… una polilla saliendo de una pupa.

 

 

Pupa.

Puta.

Pupa puta.

 

Aparecí en una cama. Yo sólo quería estar en el futón, durmiendo contigo.

Me senté y busqué los zapatos, no encontré ni un par por el lugar. No sabía dónde estaba. Descalzo, me previne, escuchando que alguien venía a verme. Una joven con rastas abrió la puerta. Al verme, hizo un sonido extraño con la garganta, atragantándose de lo que fuese comiendo, y me agarró el brazo, apurada.

Debía quejarme. Preguntar quién es. Hacer muecas, estar vivo.

Pero fui desplazado por un pasillo iluminado, donde muchas personas pasaban cerca de mí, sorprendidos.

 

-Mojón, duermes demasiado.

 

¿Mojón?

Contesté. Pero no salía voz. Ausente.

 

-No, no, no, no te fuerces. Sólo ve a recibir a tus amigos, que han querido saber cómo estás, y tú siempre durmiendo. Cuando termines, vendré por ti, debes asegurarme que no vas a llorar, sí, ¿mojón?

En mi cerebro sabía que elaboraba “eh”, “¿qué?”. Pero no me salían.

-Ya has pasado por eso, no te vayas a desesperar, no te vayas a poner a llorar. Te has desvanecido, postrado… Y has llorado –ella parecía estar a punto de hacerlo-, estoy cerca, ya no caerás inconsciente. Vengo en unos minutos por ti.

 

Podía suponer que ella tenía razón. Era estar reestructurando mi sensiblería, pero no podía encontrarme en el presente. Quería preguntarme por mi voz, por el motivo de parecer un lloriqueo engendrado. Casi sentí que me colapsaba, cuando volví a querer hablar, pero fui apretujado por un hombre.

-Akira, ¿te sientes mejor?

Papá. Eres tú.

-Duermes todo el día. A veces, cuando venimos a verte, estás reposando, pero lloras mientras tanto. Tu madre te ha mandado fruta.

Dijo eso, hasta que vio mi cara, e intimidado, llamó a alguien, lo más calmado que podía.

La misma joven arribó casi como cuervo sobre mí. Me abrazó, y sin más, lloré.

No podía detenerlo. Me llenaba los cachetes, las tragaba.

 

“Takanori”. Decía una voz execrable. “Takanori, Taka”, reincidía. Era una combinación de cápsulas de bramidos repugnantes, entre abscesos de lo que podía ser la voz original. Pude ver mi efigie, queriendo hablar. Esa voz asquerosa, era la mía.

Manifestar mis pensamientos reclamaba éxodo de paz.

 

Pero la sábana en mi cuello atoraba mis manos, y sólo estaba soñando. Uno que se había vuelto recurrente.

Trastrabillando en el hospital, comprendí que, tú no estabas para ser abandonado por un colapso psicológico de mi parte, y tuviste que estar varios meses en recuperación.

Te vi luego de seis días. Me había negado esa madrugada de noche buena. Casi era año nuevo. Estabas conectado a los cables necesarios, hinchado. Me fui a pocos minutos.

Pero  junio llegó. Tenía que verte a la cara. Las vacaciones por fin me libraban de clases. Ninguno de nosotros dejaba de visitarte. Pero no soportábamos estar más de determinados minutos cerca de ti.

Hasta ese día que entré, y quise leerte.

Había ido por unas cervezas.

Tenías una pelusilla blanca por toda tu garganta. Estaba acomodada, como si hubiesen metido fibras finas por tus poros, una por una, haciendo tiras lisas de collar, sobre las que, la pelusa esponjosa y delicada, te atornillaba hermosura.

Llevaba en la mochila libros. Del renacimiento, uno de poemas, y ese que buscabas se desocupara en la biblioteca, arquitectura europea. Pesaban. La mochila estaba en  mis piernas, sentado en tu cama, cuando observé el regalo de la polilla. Lo que había puesto interno en ti, y salía, para que yo pudiese ver… que muerto en vida, tú seguías siendo la persona más profusa de extasía  que había encontrado.

Tú estudiabas en el edificio de artes, y yo en el de humanidades. Pero eso qué…

La pupa te había hecho una felación que no olvidaste. Dormías todo el tiempo. Y, cuando yo me tenía que dormir, ya no quería compensarme, ya no me gustaba dormir. Porque soñaba con estar en un lugar que no conocía, y no tenía voz. Nadie me decía por qué.

 

La pelusa blanca te hacía parecer ornamentado. Deseé tocarla. El biólogo encargado de cultivar en ti esos tejidos nunca te tocaba directamente.

Pero la había regado. Pasé los dedos sobre ello, sintiendo tu hueso, y la poca piel descubierta en el medio. Era una sensación que parecía requerir.

Que había querido conocer.

Y mis dedos la añoraban.

Arriba y entre ti, no podía parar.

Podía sentir la burleta del “es que no quiero parar”.

 

Con las dos manos formé un triángulo, barriendo mis dedos en tus tejidos.

 

Tus parpados se abrieron, así como poder contar los segundos divididos infinitamente. ¿Cómo era esa parsimonia?

¡Qué pasaba conmigo!

Con el índice y el pulgar ambas mis manos abrieron ambos tus ojos, picándote el derecho.

 

Se volvían a cerrar.

 

-¡Takanori! ¡No te duermas!

 

Los abrí, pegando los dos dedos en tus cejas.

Pero los cerrabas.

El aparato marcando tu condición, comenzó a sonar negativamente.

Si tenía que hondear en culpa, por mi destierro sexual, y la desesperación de querer ver despierto al amor de mi vida, que ni conocía mis sentimientos, ya lo perdería de nuevo…

 

Ya reafirmaría que nunca me amaría.

 

-¡Takanori!

 

“Muerto en vida”.

 

-¡Venga alguien ya! ¡Hhhh-aaaaaah!

 

Las cervezas perdieron el efecto.

 

Apretando tu ojo y resbalando una última vez por tu garganta, el ojo a la fuerza abierto, se prendió, y mis dedos sobre ti, los cubriste con los tuyos, nimiamente, apenas los sentía. Dejé de manipularte la cara… un solo ojo abierto.

Quise quitar los dedos de ahí, pero al hacerlo, entrecerrabas el ojo.

No sabía si estaba presenciando algo grotesco, si te morirías, si estaba excitado por poder tocarte así.

Por qué cuando estabas marchándote…

La pelusa se apegaba a mis dedos, quería que te tocase. Grité por el miedo de estar matándote.

Las y los enfermeros entraron sin perder más tiempo, y con la incógnita de tu estado, debían intervenir. ¿Estaban más allá de la medicina y la vida?

 

El doctor por más que me apreciase, puso todo su esfuerzo en despegarme de Takanori, pero el movimiento de mis dedos, hizo que su garganta siguiera mi dirección. Un enfermero lo sostuvo al ver la distancia elevada de su cuerpo en la camilla.

Un frasco con anestesia listo para ser usado se quebró en el aire.

Todos nos detuvimos secamente. Takanori puso ambas manos en la mía, se ahorcaba, tenue.

El ojo izquierdo se abrió. Cerró ambos, los volvió a abrir, asimilándolos.

Y dijo:

-Akira…

 

Mis ojos ahora se cerraban, mi boca hacia un gesto de gozo.

 

No.

 

La enfermera tragaba saliva. El pescuezo le brincó.

Dirigíamos todos la mirada en cada cosa aconteciendo.

 

No puede ser.

 

-A…

 

¿Saben qué es esa sensación? ¿La que te descoloca y te libera una y otra vez?

¿Esa que está en los cadáveres, y el los fetos por igual?

¿La que contadas las personas, los instantes, se aparece, y te hace gemir?

¿Saben cuál es?

 

-Tiene voz de…

 

¿La que origina las caricias de tu sexo?

¿La que se deslavaba en tu alma?

 

-Voz de orgasmo…

 

La que te vio nacer.

 

-¿Akira?

 

Eyaculé, manchando mi pantalón. El doctor estaba sudando. El enfermero que te sostenía, te abrazaba, anonadado. Las enfermeras, una apretaba su entre pierna, otra tapaba sus oídos, unas que no había podido captar.

 

Habían tenido que pedirle que se callara.

Tuve que ir al baño, y llenarme de papel el pene. No había sentido vergüenza. Todos los que habíamos estado cuando despertaste, y hablaste, habíamos experimentado un orgasmo, a la medida de cada cual.

El biólogo se lamentaba, pateando la banca a su alcance. Se esparció el acontecimiento, sin salir de esa clínica.

Nervioso, llamé por el teléfono en la sala de espera.

-¿Bueno?

-Yomi… Ah, ah…

-¿Akira? ¿Necesitas ayuda?

-Aaah…

-¿Eh?

-Ah-ah.

-¿Estás gimiendo?

 

Colgué. Me senté en el suelo. El doctor se sentó frente a mí al encontrarme.

 

-Takanori… Takanori dijo tres palabras. Tu nombre en tres formas. Las ondas sonoras están siendo analizadas por el biólogo, pero… Nunca había oído a alguien con una voz así… Sin tener que estar en acto sexual, sólo nos dirigió al éxtasis.

-¿¡Qué le ha pasado a Takanori?!

-No lo sé, Suzuki.

-No puede ser posible que-

-¡Vengan por favor!

 

El biólogo nos gritó, haciéndonos ir hasta el cuarto que había quedado abandonado, con Takanori llamando a su suerte. Hablaba, y no se podía estar sin… reaccionar.

Las caras sexuales de los que estaban cerca, de nosotros por igual, las veíamos, y se iba la pena. No podíamos avergonzarnos.

 

-Takanori, debes dejar de hablar –el biólogo dijo, aun con tono exaltado-.

-Perdone, pero me siento mareado, y llamo a que me atiendan, pero nadie viene-

-¿Takanori? –Fuerte, sin querer demostrar lo exasperado que estaba, dije:

 

-Cállate.

 

El doctor me miró, tratando de ser prudente, pero agradecido.

Me sentí mal a todo quedar en silencio.

Asomándonos los tres para verlo, ahí recostado, miraba hacia cualquier espacio, tocando su frente.

 

El doctor entró, y habló rápido, para no desconcentrarse.

 

-Takanori Matsumoto, soy Hali Arima, te he atendido y operado desde que fuiste internado el 25 de diciembre del año presente, 2010. Por favor, no lo tomes a descortesía, pero debes quedarte en silencio. Cuando reaccionaste del estado en coma que presentabas, hubo un revocamiento físico de tu herida, en donde actualmente posees un tejido de polilla, que está siendo estudiado, tanto por el componente que ha salvado tu vida, como el hecho de que hayas sobrevivido a base de un animal, correctamente un insecto heterócero.  No quisiera meter términos rebuscados, pero tus cuerdas vocales han desarrollado un anticuerpo, gracias al tejido que sanó el ligamento dañado. Tienes un recubrimiento de pelusa que no permite que haya aperturas en la piel. Y has podido hablar… Sin embargo –Takanori miró fijamente al doctor-, yo, que estuve ahí, ellos también, y los demás en vivencia, podemos constatar que tu voz nos dio un orgasmo, o bien indeterminado por las causas posibles, pero lo provocó.

 

Takanori sonrió, fatigado.

-Estoy enfermo.

-¿Perdón?

-Recuerdo que vi volar polillas antes de accidentarme… ahora tengo una polilla dentro de mí. Estoy enfermo.

-No sé qué quieres darme a entender, pero no estás enfermo. Tu condición física y tu cerebro no sufrieron más daños luego de la intervención quirúrgica, y la polilla no fue movida en lo absoluto, sólo se pudo operar con ella de por medio ya que-

-Explíqueme cómo puedo tener una polilla dentro.

 

El biólogo levantó la mano.

Takanori parecía comenzar a malhumorarse. -¿Sí?

 

-Se me hace que eres un naturato.

 

-¿Naruto? –Dije, imbécilmente. Takanori se alegró instantáneamente. Pero cuando estuvo a punto de reír, me aventuré a taparle la boca, y lo miré, pidiendo tristemente que dejase que le explicasen.

 

-No tiene gracia eso, Suzuki. ¿En dónde tiene rima o sentido eso de Naruto?

-Mire a Taka, ha sonreído.

-Usted no tiene tacto, señor- el doctor me siguió-, es muy aburrido cuando habla.

-¿Qué? ¿Están tratando de hacerme quedar mal? Es absurdo.

 

La sonrisa de Takanori estaba en mi mano. Suspiré.

 

-No, sólo quería aliviar el momento. Siga, disculpe.

 

El biólogo giró los ojos a un lado, y también sonrío.

-Naturato. No existe el término como tal, pero lo he creado a modo de teoría. Usted estaba inocente, entregado a morir. En algo no intencional acabó con la vida de muchas polillas, pero “algo” tuvo que haber vivido, para ser perdonado por la naturaleza. Poder ser comprendido con ella, que está fielmente equilibrando el universo. Hemos tomado fotos del tejido. Es tan fino y detallado, que afirmo que usted posee esa bendición. He querido ver el cadáver que está dentro de su garganta, fundiéndose con sus músculos, pero podría ser mortal manipular algo que tan bien resanó su cuerpo. Querría saber por qué esa polilla decidió salvar de usted.

A punto de hablar, palmeé su boca, y el doctor nos dijo que esperásemos por él.

A pocos minutos traía unas hojas color amarillo, y un lapicero.

 

-Escribe. ¿Puedes?

 

Le dio ambas cosas, solté la mano. Aunque débil trataba de escribir, no parecía tener dolor.

 

“De mí” -escribió.

 

-Sí, cómo se metió en usted… ¿Acaso la tragó? ¿O ella entró por su cuenta?

 

Además de haber perdido el conocimiento, ¿quién podría pensar en el suicidio?

 

Takanori pasó saliva.

 

“No siento que tenga algo ahí…”.

 

-Es lo más intrigante. Usted tiene que continuar su vida, salir de aquí, estar bajo observación, sí, pero activarse, para que podamos ver un desenlace. Y si en ese ritmo se puede estudiar a fondo lo que usted incubó, entonces estaré más que listo.

 

“Entonces, Akira, vámonos”.

 

Yo había obtenido una relación muy afín con el doctor. Seis meses en los que nos atrevimos a confiar en un suceso distante, del que no sabíamos la razón concretamente, pero sí atestiguábamos el milagro.

Le había contado, en un arranque de confianza, y de desesperación, ese día que entraron a tu departamento, arruinando la fecha. Robando tus cosas.

Cuando mencioné la figura del niño Jesús, el doctor dijo algo sobre la religión, pero no fue un sermón. Tampoco un regaño. Fue como si ambos, en esa confesión, hubiésemos aprehendido el significado de la resurrección.

No lo soltamos.

 

Irnos del hospital conllevó a despedirnos. Y a regular cada día en un estudio de tu voz.

 

Porque no debías hablar.

Y te entrenaste para no hacerlo.

 

-¡Carajo con este pan duro!

-Takanori, cállate, te lo pido…

 

Cállate, o me voy a venir frente a ti.

 

Cada mañana, si te saludaban, tenías que indicar que no podías, y la gente miraba tu liendre polilla. La primera persona a la que le causaste asco te hizo recurrir a vendarte. Pero no podías. Cuando intentamos pasar la venda y ajustarla, sangraste. Tu nariz tuvo una hemorragia peligrosa. El doctor me golpeó.

Dos meses por ese chiste.

Septiembre. Ya no querías salir.

 

-Takanori, estamos a pocos meses de que sea otro año, debes de ir a pasear, al menos aquí cerca. No hagas caso, esas personas no interesan… No te quedes dentro de casa, vamos, acompáñame a la biblioteca.

“No tengo ánimo de salir, Akira. Quiero hablar contigo, y no me dejas”.

Bufé.

-Pero tú sabes por qué no quiero que hables… Lo sabes…

“¿Es tan grave que lo haga?”.

 

Me tallé los ojos, y miré hacia la ventana.

-Grave… Es mortal.

 

“¿Es en serio que es algo de sexo?”.

 

La pena que en el origen de su voz polilla no sentí, se presentaba por fin.

-Lo es. Hace que al oír, sientas que haces el amor… Te hace llegar al orgasmo…

 

Salí del cuarto. La desesperación por cuidar de él estaba hirviendo en mi corazón. ¿Qué podía hacer? He estado enamorado de él por tantos años. Podía ceder. Dejarme envolver por su voz. Como antes lo había aceptado. Aunque ahora el peligro se aventajaba, sin más, sólo por escucharlo. Yo era el más propenso. El que caía en la perdición. El que logró soltar el producto… Porque te amaba.

A lo mejor era posible que quedase eternamente delirando por ti. Que en el orgasmo de tus palabras, me tuvieses ganado.

Pero entonces darías con lo que no te he dicho.

Sabrías que te amo.

 

Me senté en el mueble libre de ropa. Al poco tiempo la mano de Taka me agarró el hombro, y me puso a leer algo nuevo:

“Perdóname, Akira. Mi egoísmo se ha descontrolado esta vez”.

Pensé, luego lo volteé a ver, sin entender.

 

-¿Egoísmo de qué o en qué, Takanori?

 

Pero quitó las hojas frente de mí, y se metió al cuarto.

No volvimos a hablar… qué ironía. No repetimos el tema.

Ni pasados octubre, ni noviembre,  que abrió sus días un martes, en el que Takanori fue invitado a una sesión con niños de cuadro delicado, cáncer en la garganta, leucemia, y cáncer en el cerebro.

Tan deprimente como lo que próximamente recordaría con lucidez.

La reunión puntualmente inició. Llegué a tiempo para saludar al doctor, que estaba invitado también. Boté la mochila cerca de una camilla, y saludé a Takanori desde mi sitio. Estaba más triste que antes. Cada que intentaba que lo dejase hablar, y yo me negaba, parecía poder presentir la tristeza, aumentando quizá por miligramos, en un jadeo que la piel podría dejar medirla.

Habría que dar crédito a que nadie tocase el tema del por qué perdió el conocimiento, y atentó contra su vida.

Él me llamó a donde estaba, sus manos me señalaron que quería que fuese hasta ahí, le dije al doctor, y me acerqué. Hincado a su altura, que ahora estaba sentado, pude ver la pelusa en su garganta. Las ganas de besarlo causaron que no leyese lo que había puesto enfrente.

 

-¿Qué has escrito? Vuelve a ponerlo.

“¿Hoy me dejarás hablarte?”.

Puse mi mano en su antebrazo.

-Taka, por favor…

“Sólo una palabra”.

Troné mis dedos.

-¿Para qué? ¿Es necesario que la digas?

“Sí. Son dos, pero no me dejas ni decir una…”.

-Dos, mucho menos.

“Una, y ya”.

-Taka…

“¿Tres?”

-¡Taka!

Estiró sus labios.

¿Estabas feliz por un momento?

 

Toqué tus dedos, metiendo los míos entre ellos, tomándote de la mano. No había podido resistir.

Respiraste despacio, y apretaste tu mano a la mía, pasando tu dedo anular por mi palma.

 

Te solté la mano, rebotándote en el muslo.

 

Ya no me veías. Curvaste la boca, cerraste los ojos. Una niña se sentó junto a ti. Te dijo hola.

Le contestaste.

 

-Hola.

-¿Cómo te llamas?

 

El doctor llegó hasta nosotros, y la enfermera esperando que el director del hospital, quien tomaba fotografías a los reunidos, diera su discurso de bienvenida, gesticuló que ya estaba  sucediendo.

 

-Takanori. ¿Cómo te llamas tú?

 

Miré como pude a quien encontraba. Una mujer tenía un “haaa” en la boca.

 

-Me llamo Yui… ¿Y tú qué tienes en tu cuello?

 

El doctor estaba ansioso.

 

-Son unos hilos que me puso un bichito.

 

-Son muy bonitos.

La niña se ponía de rodillas en la silla. Takanori le sonreía.

 

-Gracias. Tu cabello es más bonito.

 

La pulsación en mi vientre y las caras de los demás, todas las caras excitadas, eran de adultos. No había un solo niño afectado por Takanori.

 

-Venga, doctor, ¡espabile!

 

Lo jaloneé hasta estar tan lejos de la reunión como pude.

 

-¡Dios, Suzuki! ¡Que no ves que estoy tratando de quitarme la erección!

 

Dios, tú.

 

-A ningún niño le afectó que Taka hablase.

 

El doctor puso el gesto tan estúpido posible.

 

-Ah… ¿Ah?

 

-A ninguno.

 

Llamar al biólogo en la oficina del doctor fue fácil. Al poco tiempo estaba en la clínica, emocionado por el descubrimiento.

 

Los adultos habían tenido que salir como podían, cuando Takanori se detuvo de hablar, molesto de ver lo que hacían frente a los niños, porque en eso, Akira estaba en lo correcto. Si bien era grave, también era inoportuno. “Innecesario”.

 

Luego de explicar a los “adultos” lo que acababa de ocurrir, el discurso del director fue breve, para que el biólogo pudiese indicar sus teorías, prevenir sobre el  proceso significativo de la voz de Takanori, y por fin, asomarse a ver qué pasaba donde se habían quedado los niños, encontrándolo, omnipotente,  hablando con dos de ellos.

El biólogo se puso unas orejeras. Le hice un sonido de desaprobación.

 

-No creo que eso evite lo que ya sabe que pasa.

-Son cómodas.

El doctor le dio un palmazo en la cabeza.

 

En el marco de la puerta, el biólogo buscó a Takanori.

 

-Vamos a entrar, ya no hables, de favor.

 

Taka aceptó. Los niños se sentaron, siguiéndolo.

 

-Con niños…

 

“Sólo con niños”.

 

Sólo veía a Takanori.

 

-Esto es importante.

 

“Akira, ya me voy”.

 

Palmeé al doctor, que afirmó, fui hasta donde Takanori, para irnos de regreso, y tomar un taxi.

El biólogo nos pidió ir y visitarnos por todo el mes, contándonos sobre las larvas de polilla que estaba estudiando. A veces sobre su teoría de los niños y la falta de malicia. Ayer sobre la metamorfosis.

 

-Me pregunto si Takanori tendría una metamorfosis.

-No me gusta.

-¿Qué no te gusta, Suzuki?

-Que digas cosas como eso.

-Pero sólo es un ciclo que-

-Takanori no es una polilla.

 

Taka cerró el refrigerador, sorbiendo jugo de su vaso.

 

-Tiene una polilla en su interior.

-Está muerta.

-Tiene tejidos que sólo las polillas podrían hacer. Son escamas. Cuántas escamas tuvo que recolectar esa polilla para tejerle esos-

-¿No que eran como el hilo de las arañas?

-Nunca mencioné arañas.

-¿Cómo van las escamas a formar hilos? No sea idiota.

-Hombre, Suzuki, es por eso que tuve que investigar. Todavía me ofendes.

-Está usted viendo que tiene hebras de hilo ahí, y me dice que son escamas…

-Bueno, pareces saber bastante, anda tú a investigar, quizá necesite que me instruyan-

 

La puerta del cuarto se trancó. Taka nos había dejado solos en la cocina.

 

-Ni siquiera somos más interesantes, hemos discutido como cualquier inerte.

-Debe ser porque somos inertes… Vamos a morir sin saber sobre esas malditas polillas humanitarias.

-Suzuki, ¿qué culpa tiene la polilla que se sacrificó por Takanori? Por más reacio que el tema nos resulte, agradecer por lo que hizo no amerita que sea degradada esa pobre polilla a la nada de tu coraje.

-¿Por qué me habla así?

-¿Así  cómo?

-No me ponga en un nivel de doctorado…

-Suzuki, creo que debes ir a dormir.

-No, duermo cuando ya no queda de otra.

-Cierto, la pesadilla.

 

Irrisorio.

Quise cortar el sueño nada más ver a la joven de rastas limpiar mis uñas.

Al despertar, Takanori estaba haciendo ruido en la sala. Me paré, extrañado de tanta bulla siendo temprano. Tenía que ir a la universidad dentro de poco, así que me vestí, y salí a ver.

 

Había conseguido tres bolsas con yeso. Vendas nuevas en la mesa. Un traste con agua, jugo y fruta picado al otro lado.

Comí unos trozos, luego me enjuagué, encontrándolo en el baño, mojándose la cara.

 

Tenía un poco de fe. Que él volviese a eso que tanto amaba hacer.

 

Contento, pasé mis manos por su barba mojada. Él afirmaba con la cabeza.

-Sólo tú, Taka.

Apretaste una mano en puño, y la giraste en protesta de fuerza.

 

-¡Tú puedes, mi Taka!

 

Pero ahora me veía, sorprendido. Esperaba con la boca entreabierta que le explicase mis palabras de hace un momento, completamente benevolentes, que estaban exigiéndole algo que no se quedaba en un “mi Taka”.

Hubiese querido ser profesional en lo “cursi”. No haber tenido que pensar en besarlo, como todas las veces que me he contenido.

Más no fue así, esta vez, no lo conseguí.

Lo besé. Correspondido, salivamos, prensándonos el cabello.

Acaricié sus piernas, sentándonos en la taza de baño. Nuestros labios tronaban, y se unían.

 

Hasta que Taka me mordió la quijada. Eróticamente, olvidé las clases, la hora, y que él no debía hablar. Para cuando lo oí decir “Akira”, estaba en ese embrollo que el biólogo nos había contado sobre los pétalos, que como murallas, estaban escondiendo el polen.

¿Me iba a consumir? ¿Me desbarataría como la ropa cuando la muerden las polillas?

 

Me había bajado el pantalón, sus manos pasaban por mi estómago. Al quitarme el calzoncillo, le suspiré todas las caricias que había querido darle años antes. Le dije todas las palabras que podía formular. Las cosas que tenía miedo de hacer… Lo mucho que había sufrido cuando la navidad. Las noches en las que sueño que no tengo voz. Pero no podía llorar. Era lo que deseaba. Amasando sus nalgas,  su voz ya me había enflaquecido.

Fue cuando entonces, él gemiría.

Pero nada audible salió de su boca.

Se tocó la garganta.

Donde estaban los labios con el gemido, no había voz.

Se talló sobre mí, y ahí estaba otro gemido… que no sonó.

 

-¡Akira! ¡Por qué no puedo gemir!

-Taka, eh, ¡Taka!

 

Los hilos en su cuello lo estaban ahorcando.

-¡Takanori!

Sus dedos se retorcieron.

Lo cargué. Ya volvía el llanto.

 

Busqué el teléfono.

-¿Señor? ¡Takanori!

-¿Suzuki, qué está pasando?

-Los hilos, ¡las-escamas-esas! ¡Lo están ahorcando!

 

Mi pie se topó con la esquina de la puerta principal. Grité, viendo mi dedo gordo lleno de sangre. Taka se aferraba en mí, abrazado, chirriando.

 

-¡Enseguida estoy ahí! Diablos…

 

Besé entreabierto, queriendo colar aire dentro de él. Una tercera vez estabas por irte.

 

En el hospital, el doctor ya no te atendería. Estaba encariñado con nosotros, y profesionalmente había sido descalificado. El biólogo estaba enfurecido. No podían quitar al doctor luego de conocer el caso plenamente.

-Este muchacho tiene que ser atendido por Arima, ¡ya! Está agonizando, y siguen esperando a que alguien tome el caso… ¡Se va a morir, carambas!

-Déjenme pasar a operarlo, ¡que no ven que es grave! ¡No lo entienden! ¡Ah!

-Taka…

 

En el pasillo del mismo quirófano donde el año pasado habíamos estado, ya no era diciembre 25. Estábamos a 18, ibas a ponerte a mezclar yeso. El doctor y el biólogo me rodearon, e intentaron pasar. Las enfermeras que nos conocían trataban de ayudar, mientras otros movían dentro la llave del agua, desinfectándose.

No debía entrar. Te meneé hacia un costado, viendo desesperado tu cuello, decolorado en color perla. Los hilos estaban separados por milímetros. Podía contarlos.

 

-¡Doctor Arima!

-¡Mande!

-¿Puede ayudarme a contar las hebras?

 

El doctor no parecía creer que le pidiera eso justamente ahora que Takanori estaba a punto de morir.

 

-Suzuki…

-Por favor.

 

Yo sólo podía ver una por una. El detalle me había trepanado el fervor de quejarme por los hechos desafortunados.

 

Trajeron el respirador, carga eléctrica, suero…

El doctor se puso a contar en voz alta.

Todos dejaron de pelear, y en silencio, escuchamos.

-Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis…

 

Eran pocas, ya no parecía un collar irrompible.

 

-Veinticuatro.

La enfermera bombeaba manualmente aire a Taka, que agonizando, había llegado en sufrimiento, y ahora estaba calmo.

 

-Noventa y seis…

 

Todos contaban una por una.

 

-Ciento sesenta y ocho.

 

Coreando, pronunciamos:

 

-Doscientos.

 

Cuando los hilos dejaron de estar tensos, recubrieron como una redecilla su piel. Lo viré hacia mi cara, y lo abracé.

Al poco tiempo se había dado la hora oficial de muerte.

 

El cadáver, expuesto en el cementerio, antes de ser enterrado, me hizo acordar de la escultura en la basura. Lo creí ver así, como un desecho. Sacándolo del féretro, lo sostuve por última vez, dándome tiempo de razonar que pronto sería comido por los gusanos.

Nadie intervino. Era probable que mi pesar fuese dado en empatía.

 

El muchacho polilla… Aperlado, escamoso.

 

Se cerró la caja, cayó al fondo de la tierra.

 

Es 25 de diciembre. Veo un árbol en la tienda departamental.

 

Recargado en un poste de luz, lloro.

Acarreo pinturas de óleo, una bolsa de yeso. Yo te haré en una escultura, que nunca se romperá.

 

Más tarde, en el balcón del lugar donde vivimos, veo las estrellas. Un avión que pasa.

Duermo.

Un cosquilleo en mis dedos me despierta. Es una polilla que estira sus antenas.

 

Tú no reencarnaste polilla.

 

Estás dentro de mí, tu voz es mi orgasmo eterno.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).