Entre una y otra dosis de clorpromazina, Alphonse Elric despierta en el orfanato donde ha vivido los últimos siete años. Y todas las mañanas son iguales. Pasillos interminables, uniformes grises, horarios rígidos. A Alphonse no le gusta la soledad del orfanato, y a menudo le recuerdan que no tiene otro lugar a dónde ir. Tampoco le gustan las enfermeras que suelen aparecer de vez en cuando. Su madre ha muerto hace mucho tiempo, y nadie sabe dónde está su padre. Pero Alphonse sabe que hay alguien más que podría acogerlo: Al tiene un hermano en algún lado, un muchacho seis años mayor que él, de ojos dorados y largos cabellos rubios al que no ve desde los cuatro años, edad en que sus padres se divorciaron. En sus sueños aparece frecuentemente la escena de un hombre alto, con lentes, llevando de la mano a un niño rubio como él. Con lentes iguales a los del doctor al que ve de vez en cuando, y le pregunta cómo le fue en el día y si se siente bien o mal. Alphonse, de pie en la puerta, llora y los sigue con la mirada, hasta que ambos se pierden en la lejanía.
En sus ratos de pesadumbre imagina que su hermano regresa por él, viene a buscarlo y sacarlo de ese frío orfanato.
Así se va otro día, entre ilusiones y deseos.
A la mañana siguiente, Alphonse despierta temprano. Es de verdad muy temprano ¿por qué ha despertado? Ah, la directora lo ha llamado, le ha despertado y ordenado venir al vestíbulo. Alphonse se apresura a obedecer; la directora suele ser muy estricta y no conviene enojarla. Aún así, Alphonse la prefiere al doctor, el de los lentes. No puede recordar por qué, pero siempre, cuando sale de la oficina del doctor, le duele el cuerpo. A veces tiene manchas en la ropa. Al solo recuerda que el doctor siempre cierra bien la puerta, y las ventanas.
En el vestíbulo, charlando con la directora, está su hermano. Edward, ese es su nombre. Es justo como lo recuerda, con sus ojos dorados y su largo cabello rubio, aunque ha crecido un poco y ya no es un niño. ¡Ha venido por él! Va a llevarlo consigo y vivirán juntos de ahora en adelante. Seguramente Edward tiene un buen trabajo, y un lindo apartamento con una habitación preparada para él. Tal vez hasta le permita tener un gatito (en el orfanato no puede porque algunos niños, mayores que él, son malos con los gatos). Quizás esos niños malos también le pegan a Alphonse, y por eso tiene esos rasguños y cortadas en sus muñecas y otras partes de su cuerpo. Sí, debe ser por eso, pero ahora que vivirá con Edward los rasguños desaparecerán, y también desaparecerán los pasillos interminables y los uniformes grises, y las visitas del doctor, las inyecciones y las pastillas.
Su larga espera ha terminado.
Su larga espera ha terminado, hasta la próxima dosis de clorpromazina, cuando despierte y se encuentre de nuevo en el orfanato.
17, Oct. 13