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Mentiras verdaderas por xAkivax

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Notas del fanfic:

Vale, esta es la primera novela homoerótica que escribo. Bueno, no que escribo, pero esta idea la tuve hace tiempo, en mis inicios como fanática del tema.
Espero que les guste, así que ya saben, si quieren decir algo podéis dejar comentarios con lo que sea (:

Notas del capitulo:

Aquí vamos con el capítulo 1 (: Muchas gracias a todos por fijarse en esta historia. Empieza de forma ligera, pero ya veréis como va poniéndose un poco más candente poco a poco... como dicen, la curiosidad mató al heterosexual, je-je-je.

 Su nombre era Kyle, y siempre se había enorgullecido de su buena mano en la pintura. Cualquier cosa que tuviera en mente podía plasmarla con perfección en una hoja de papel, con lápices, carbonillas, oleos, temperas… cualquier cosa que tuviera a mano. De adolescente, había ganado un par de premios. Pero abandonó la pintura cuando se casó con Irina, aquella joven aspirante a modelo que le había robado el corazón.

 Ahora, anhelaba haber estudiado algo más que no fuera arte. El arte no podía darle el dinero que necesitaba. El arte, en ese invierno helado, no podía ponerle una casa o un departamento. El arte no le ayudaba a ganar absolutamente nada. Y para colmo, entre sus brazos adormecidos por el frío, su niña, su Lizzie, dormía envuelta en una manta abrazando a Gobble, el oso azul que le habían regalado con su esposa para su cumpleaños número tres.

 Bueno, su ex esposa, que hacía dos semanas lo había echado de su propia casa, arrojando cosas suyas y de su hija por la ventana, golpeando a la niña para que dejase de llorar y gritando que se había hartado de todo. Se había hartado que su hija haya deformado su cuerpo, se había hartado que su marido fuera un imbécil que solo quería pintar.

 Y con eso, los había echado. Lizzie lloró las primeras horas, pero después se mantuvo en silencio, y Kyle no era capaz de distinguir si era por el frío o por no tener más lágrimas para derramar.

 Con el paso de los días, el dinero que tenía ahorrado se le fue gastando, y al no tener estabilidad ni sus cosas de pintura, no pudo ganar más. Pasaba de hotel a hotel con Lizzie, pagando alimentos baratos para él y cosas nutritivas para su hija. No había nada más que le importase en el mundo.

 A pesar de hacer una denuncia, no pudieron hacer nada. Legalmente, la residencia era de Irina, y aunque estuvieran casados, ella ya había tramitado los papeles de divorcio, por lo cual Kyle debería conseguir un abogado con urgencia, para lo cual no tenía ni ganas ni dinero.

 Y casi al borde de la desesperación, había visto un punto de luz en la nada. Le pareció imposible cuando encontró el cartel brillante delante de la residencia “Se alquila habitación”. La casa era muy grande, muy elegante, con dos pisos y un jardín que en primavera debería llenarse de colores por la cantidad de plantas que había.

 En principal, le pareció que el alquiler de un mísero armario de escobas dentro de esa casa sería excesivamente caro. Pero, terminó por probar suerte. Y por ese motivo se encontraba, con Lizzie dormida en sus brazos, dentro de la casa, en lo que era el living. Elegante, hermoso, con sofás de terciopelo y almohadones mullidos. Además de él, dos chicas adolescentes que parecían hermanas y un hombre alto y calvo esperaban.

 Una mujer entraba y salía de esa habitación a cualquier otra. La mujer, de no más de veintiocho años, tenía el cabello corto y rizado, del color de la miel, y ojos verdes detrás de lentes de montura fina. Vestía con ropa elegante y abrigada al mismo tiempo, y les ofrecía a todos agua, algunas galletas caseras, té, jugos, fiambres… lo que quisieran. Incluso, la mujer pareció enternecida con Lizzie, a tal punto de acomodar a la niña dormida en un pequeño sofá para ella sola. La pequeña solamente se acomodó en su nido de mantas y almohadones, mientras el hombre calvo sonreía de lado.

 Kyle tenía que aceptar que esa mujer era simpática. Tomó un poco de jugo, comió algunas galletas… mientras él se animaba a beber y a comer, los demás también lo hicieron, como si no se fiaran de la mujer.

 De la habitación limítrofe se oyó un golpe, y un hombre alto, musculoso y de cabeza rapada a ambos lados, dejando un jopo en el medio, salió despotricando insultos. Detrás de él, un muchacho joven, que no aparentaba más de veintitrés, soltó un bostezo.

 Era imposible no asombrarse con el muchacho. Tenía una camisa roja, un chaleco negro, y un pantalón de vestir del mismo color. Estaba descalzo, y parecía ser el hermano menor de la mujer que entraba y salía, ya que compartía sus ojos color verde, y su cabello de tono miel, pero liso, hasta los hombros y perfectamente peinado.

 —¿Quién es el siguiente? —preguntó, con voz alta, clara y suave. La mujer le chisto.

 —Guarda un poco de silencio, Danael, hay una niña durmiendo —le reprochó, y señaló a Lizzie con la mano. Kyle se puso en guardia, mientras veía como la expresión del joven, Danael, cambiaba a una de extraño triunfo.

 —Vaya, pero que bonita —comentó, con esa voz suave, esa voz de tono peculiar—. ¿Quién viene con la Bellecita Durmiente?

 —Yo —respondió Kyle. Su voz sonó más ruda de lo que había querido. Danael, con una sonrisa pícara, lo examinó de arriba abajo, Kyle supuso examinando su ropa simple, el polerón azul, los pantalones jeans y las botas de nieve. La sonrisa pícara de Danael aumentó.

 —Bueno, en ese caso… —pareció quedar en vilo unos segundos, como ideando algún tipo de plan—. ¿Quién es el siguiente?

 Las dos jóvenes se levantaron. Por la forma que caminaban y sus rostros eran muy parecidos, podían ser hermanas. Ellas llevaban ropa roja y negra, al igual que Danael, y las dos le sonrieron de forma coqueta al muchacho mientras pasaban a la habitación de la cual acababa de salir él. Danael, en cambio, pareció antipático ante el coqueteo.

 —Señor Huxley —la mujer le tocó el hombro al hombre calvo—. Por hoy ya es suficiente, ¿está bien?

 El Señor Huxley asintió, suspiro, y se fue llevando un maletín negro. En el living, Kyle quedó solo con la mujer, que tomó asiento frente suyo, extendiéndole una tarjeta. Kyle la tomó, y ella se presentó antes de pudiera leer la tarjeta.

 —Soy Angelie Katts, la hermana mayor del dueño de casa, y además reportera y columnista de la revista People —su sonrisa brilló, artificial como la de algunas modelos—. Un gusto conocerlo, señor…

 —Willes —tomó aire—. Kyle Willes.

 Angelie sonrió nuevamente, pero esta vez más natural, menos sonrisita artificial y más sonrisa de persona normal.

 —¿Podría saber porque quiere alquilar una habitación? —Angelie sonaba despreocupada, mientras miraba sus uñas pintadas de rosa suave—. Si no le molesta, claro.

 A Kyle no le importó responderle.

 —Mi mujer me echó de mi casa. Se hartó de mí, y de nuestra hija.

 Cuando Angelie alzó las cejas de tono más oscuro que el cabello y los lentes se resbalaron por su nariz, sus ojos se veían más brillantes e incrédulos que nunca. Rió, como si no creyera lo que Kyle acababa de decirle, pero su expresión cambió a seria de un segundo a otro.

 —¿En serio?

 —¿Qué ganaría con mentirle? —Kyle seguía sonando despreocupado; debía que admitir que aquello le dolía. Había compartido diez años de su vida junto a una mujer que aun amaba, pero esa mujer le dejó bien en claro que no quería volver a verlos, ni a él, ni a su propia hija. ¿Cómo querer a alguien que rechaza a su propia hija, sangre de su sangre?

 —Nada —la voz de Angelie era más natural, y se encogió de hombros—. La niña es muy linda. Se parece mucho a usted.

 Kyle fijó la vista en su hija, su Elizabeth Willes, su niña, su ángel, su todo. Ella tenía mechones de color chocolate, del mismo color que él, y tenía su mismo tono trigueño de piel. Aunque los ojos de la niña eran de color azul y los suyos, castaños. Se parecía muchísimo a él, pero de forma un poco menos notoria, a Irina.

 —Gracias —comentó, sin saber que más decir—. Entonces…

 Iba a decir algo, cualquier comentario, cuando una de las chicas azotó la puerta. Tenía el rostro completamente rojo, tan rojo como su polera y sus botas, y salió dando grandes pasos. Detrás de ella, con expresión indignada, la siguió la otra. Las risas de Danael eran audibles, carcajadas similares a la risa de un niño que ha hecho una travesura.

 Angelie rodó los ojos, se acomodó los lentes, y fue a ver a su hermano. Casi un minuto después, donde lo único que Kyle oía era el tic-tac del reloj y la risa que disminuía de Danael, Angelie volvió a salir de aquella habitación.

 —Puede pasar, señor Willes.

 Kyle asintió, y echó una mirada de reojo a Elizabeth. Se removía entre sueños, inquieta.

 —Descuide —trató de tranquilizarlo Angelie—. Yo la cuidaré. Sé manejarme con los niños. ¿No le molesta?

 Negó con la cabeza, y tomó aire antes de entrar a la habitación, cerrando la puerta disimuladamente detrás de él como habían hecho las adolescentes. Danael tenía una pose relajada en su asiento, del otro lado de un escritorio de caoba con papeles, un banderín de Inglaterra, una laptop, y una fotografía de dos niños con el cabello del color de la miel.

 Aquello parecía ser un estudio de trabajo. Habían cuadros en las paredes, y contra la pared de la que estaba la puerta, se podía apreciar una gran biblioteca. Y entre los libros, se leía “Danza con la oscuridad” de Danael Katts.

 Danael Katts. Danael…

 Kyle no evitó contemplar al chico con mirada asombrada. Vaya, era un escritor. No se lo hubiera esperado, ya que con lo atractivo que era y con lo engreído que parecía, bien podría ser un modelo, o un actor. Jamás se le habría pasado por la cabeza que alguien tan “niño bonito” podría ser un escritor.

 —Tome asiento —ordenó Danael. Kyle asintió, y se sentó en una silla negra que estaba frente al escritorio de caoba. Danael, con mirada distraía, tecleó un poco en la laptop, y sus dedos parecían bailar suavemente sobre las letras mientras se desarrollaban las oraciones. Finalmente, separó las manos del teclado y le sonrió a Kyle.

 —¿Nombre?

 —Kyle Willes —respondió automáticamente. Danael sonrió más aún, y sus dedos bailaron sobre las teclas otra vez.

 —¿Edad? —preguntó esta vez sin despegar los dedos de las teclas y la mirada de la pantalla.

 —Veintinueve años.

 —¿Oficio?

 —Ilustrador. Dibujo, pinto, hago retratos…

 Danael paró de escribir.

 —Pintar no es un oficio. Pintar es una pasión. No puedes ganar tanto dinero pintando como trabajando de algo más… “oficial” —Danael sonrió—. Y eso te dejo sin dinero suficiente para alquilar algo por medio de alguna inmobiliaria. Pero supongo que por eso vienes aquí, ¿me equivoco? —sus dedos bailaron otra vez sobre las teclas, pero su mirada de ojos verdes seguía posada en Kyle—. Escuché que tu esposa te echó, junto con la pobre de tu hija. Por tu ropa, llevas tiempo a la intemperie, sin un lugar fijo, y quieres lo mejor para tu hija, ¿no es así?

 Kyle no escondía su asombro, y Danael se veía halagado de haber dado en el blanco. Sus dedos volvieron a bailar sobre las teclas, esta vez con un paso firme y preciso, sabiendo exactamente todo lo que pasaría en los siguientes párrafos. Durante unos minutos, lo único que Kyle podía oír era su corazón agitado en su pecho, esperanzado, y el suave teclear de la laptop bajo los dedos finos de Danael. Finalmente, el escritor se tronó los dedos y fijó su vista en Kyle.

 —Quieres un hogar para ti y tu hija, además de pagarme el obvio alquiler en un futuro, cuando te encuentres más estable económicamente —su expresión era seria mientras hablaba, con ese tono que Kyle había identificado como un suave acento inglés—. ¿Verdad?

 Kyle tomó aire.

 —Así es. Necesito… donde vivir, al menos por el momento. No tengo problema en darle todo mi salario por todo el tiempo que usted quiera. Puedo limpiar y cocinar si quiere…

 A este punto, Danael se reía. Se comenzó a reír entre dientes, para soltar una carcajada suave y larga que se expandió contra el estudio, rebotando contra las paredes y devolviendo una resonancia que le causó un escalofrío.

 —No, no. Está bien. ¿Sabe qué, Willes? Acepto que viva aquí con su hija de forma gratuita por el momento —Danael reía mientras hablaba, y su mirada verde prácticamente soltaba destellos de malicia, una picardía que se formaba en su voz también—. Pero con una condición.

 Kyle sentía que estaba a punto de ahogarse con su propia respiración. Estaba a una condición de ponerle un techo a su hija, aunque fuera momentáneamente. Estaba a punto de solucionar la mayor parte de sus problemas.

 —¿Qué condición?

 Daenel Katts sonrió, y su mirada cambió. Se acomodó más en su asiento, y su pose relajada cambió a una pose más formal, más elegante, con los dedos cruzados bajo el mentón cuando habló, con un tono casi dulce, lleno de esa despreocupación.

 —Tiene que fingir que es mi pareja, Kyle.

Notas finales:

Bueno, ¡Gracias a todos vosotros por leer! Espero sus comentarios. Acepto críticas, insultos, abucheos y silbidos. ¡Besos!


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