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Azul proposición por DraculaN666

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Notas del fanfic:

Aloha! *cri cri cri*


Sí, sí, lo sé, hace meses que no subo nada, no he terminado el epílogo de la otra historia y blahblah, ¡ya sé! Lo haré algún día, lo juro.


Pero he tenido malas rachas, un pésimo 2013 y el 2014 no está mejorando... peor intento sobrevivir. En fin, a lo que nos trunje chencha.

Notas del capitulo:

Es un pequeño reto que me puso YuukiYaoi. Ella dijo "cuatro hojas, arial 14" y yo acá de "veeeertebras... nunca he escrito tan poquito, pero en eso consiste el reto. Ahora sólo depende de los lectores el quién ganará :B


Advertencias: ninguna, ja-ja. Está algo dulce, pero bueno, así es la vida.


La historia es mía, no doy permiso para plágios (??) adaptaciones ni nada. Mueran. Cualquier parecido con la realidad, personas ya sean vivas, muertas, escondidas o desaparecidas, es que soy vidente y yo todo lo sé (?)

Respira profundo. Inhala, exhala... ihnal... ¡No hiperventiles!

 

Era hasta complicado pensarlo. De pronto la idea era lo más emocionante del mundo. Recorrer tienda tras tienda, viendo esos objetos tan brillantes y llamativos buscando el adecuado. Pero ninguno era suficientemente bueno, o perfecto. No combinaba con sus ojos, piedra muy grande, muy chica, no, ese no. Tu hermano tenía la peor cara de hastío de la historia y tú no llevabas ni la mitad de las tiendas que querías ver.

 

Hasta que lo encontraste. Era azul, brillante, bonito. Perfecto. Combinaba con él, contigo y con todo lo que representaban.

 

El anillo de compromiso perfecto.

 

Habías sido ridículamente feliz en su momento, pero ahora te estabas cagando -sí, así de fino- de miedo. Porque podías pensar en todo lo perfecto que era su relación. Las horas muertas charlando de nada, las citas que no eran citas porque sólo iban a lavar ropa o comprar el mandado pero que aún así eran perfectas. Las mañanas a su lado, con el cabello todo alborotado y el malhumor que le duraba hasta medio día porque no es una persona madrugadora. Todos pequeños detalles que amabas y querías para siempre, ahí, contigo.

 

Pero estaba ese detalle insignificante: no se podían casar.

 

No era legal, el mundo está en contra, muerte y destrucción a los homosexuales, y otras muchas razones que a ti no te importaban pero que para él siempre eran importantes.

 

Siempre quiso una familia, con dos niños, una pequeña casa con jardincito y un perro que corriera a recibirle juguetón, seguido del beso de una amorosa esposa y dos pequeños cubiertos de barro a los cuales reprendería por mancharle el traje.

 

Era todo lo que siempre quiso y que tú nunca podrías darle. Pero sabías que te acepta y te ama así de masculino como eres, con tu barba de tres días porque eres un perezoso al que no le gusta afeitarse con frecuencia, con malos modales a la mesa y que, por desgracia, nunca quedaría preñado.

 

Y aunque sabes todo eso, aunque vives con ello día a día y lo aceptas con una sonrisa, también está el miedo al rechazo. A que un día llegue y te diga que encontró una bonita mujer con la cual quizás podría formar una familia y tú te quedarás ahí, solo, con el anillo en el bolsillo que sólo iba a ser algo simbólico y no algo tangible. Con las lágrimas en los ojos y el corazón hecho pedazos.

 

Pero eres un soñador, siempre lo has sido y es posible que sea la razón por la cual él se enamoró de ti. De tu sonrisa optimista que nunca flaquea sin importar que, de tu apariencia tosca pero tu actitud relajada; como un osito de felpa, te dice a menudo. Así que serás optimista y harás la proposición.

 

Porque nunca se podrán casar, a menos que legalicen en la ciudad el matrimonio gay, aunque es más probable que primero suceda un apocalipsis zombi o algo por el estilo. Pero él llevará tu anillo en su dedo, quizás algún día te dé a ti uno, y podrás pregonar, al menos, que es tuyo. Que es tuyo, te ama y te acepta, y para ti eso podría ser suficiente por una vida.

 

Entonces te das cuenta que tendrás el anillo, las ganas y un hermano malhumorado que masculla en tu contra por arrastrarlo en tus cursis planes, pero no tienes el cómo, el dónde o cuándo dárselo.

 

¿San Valentín? No, no eres tan cursi. Pero es la única fecha interesante cerca, aunque también piensas que hacerlo cualquier otro día sería más especial, porque sería un día como cualquier otro para el mundo, pero para ustedes dos sería un día importante. Una fecha única que compartirían los dos pasara lo que pasara en el futuro.

 

Sin embargo, dejas los días transcurrir porque no sabes cuál es la ocasión especial. Cenar pizza, beber cerveza y ver una maratón de malas películas de terror no consideras una ocasión realmente especial y propicia. Pero el tiempo sigue corriendo y sientes que el anillo quedará en tu bolsillo por siempre. A parte, los últimos días él también parece nervioso, ausente y la cena ha transcurrido, notas a penas, en un incómodo silencio.

 

Oh por dios, va a romper conmigo. Es lo primero que cruza por tu mente y entras en pánico. Darle un anillo ahora parecería ridículo y patético y oh joder, es demasiada presión para tu débil corazón.

 

Has decidido que no se lo vas a dar. No puedes. Hasta ahora te das cuenta que no tienes la seguridad que en un principio creíste tener. ¿Amar no es suficiente? ¿Qué hay con los deseos a futuro? ¿Los tuyos son los mismos que los de él? ¿Él ha pensado, si quiera, en un futuro contigo? Porque a lo máximo que pueden aspirar es a un par de gatos gruñones en vez de unos niños revoloteando por el lugar. En vez de una esposa amable y linda llegará a casa para verte a ti en la cocina con un delantal mal puesto que dice “besa al cocinero”. ¿Él realmente aceptaría eso de ti?

 

No lo sabes y estás aterrado.

 

—¿Estás bien? —Escuchas que pregunta porque, de pronto, tu rostro refleja todas tus inseguridades y no sabes cómo camuflajearlas.

 

—¿Eh? No… sí… ¿Qué? —Eres la elocuencia hecha persona.

 

Él te mira, curioso, como si con sus ojos fuera capaz de revelar cada uno de tus profundos sentimientos. Y quizás sea capaz de hacerlo. Él tiene el extraño poder de ver más allá de lo que te gustaría mostrar.

 

—Has estado raros estos días —vuelve a decir, como quien no quiere la cosa, regresando la vista al televisor.

 

—He sido raro desde que nací —intentas bromear, pero tu tono es un poco forzado y tu sonrisa, por primera vez en años, se niega a formarse en tus labios.

 

Un silencio más incómodo que el primero se apodera del lugar. Sus ojos vuelven a ti y te inspeccionan a detalle. Se remueve incómodo en su asiento y, de pronto, es él quien no parece querer mirarte demasiado.

 

¿Habrá llegado el momento del final? ¿Qué habrás hecho mal? Tienen sus altas y sus bajas, como cualquier pareja. En realidad para tener más de cinco años juntos las cosas van bien. ¿Será que ese es el problema? Que todo va demasiado bien y quizás hay algo mal en eso. No lo sabes y, de pronto, la verdad no te importa mucho porque lo que quieres es salir corriendo y no escuchar nada de lo que tenga que decir al respecto.

 

—¿No me lo vas a dar? —Pregunta de pronto.

 

—¡Yo no quiero! —Exclamas sin procesar lo que dice porque sigues elucubrando mil y un teorías disparatadas.

 

—¿Qué? —Preguntan al mismo tiempo, viéndose como idiotas.

 

—¿Cómo sabes que…? —Y la verdad no necesitas ni preguntar, la cara de hastío perpetuo de tu hermano cruza por tu mente y sólo puedes pensar que es un maldito hijo de…

 

Entonces él saca algo de uno de sus bolsillos. Una caja negra y pequeña que abre de forma tímida, acercándola a ti. Sino fueras tan hombre como pregonas ser, estarías hecho un mar de lágrimas al ver el anillo de color plata con incrustaciones de color azul. Azul como sus ojos, como tu color favorito, como el color de la bebida que derramó en ti el día que se conocieron y azul como el color del dulce que le exigiste como compensación, sólo porque no querías que se fuera sin hablar primero con él. Azul como tu lengua y la de él en su primer beso, después de estar comiendo unas odiosas paletas que tenían más colorantes que sabor.

 

Azul como la pequeña piedra del anillo que le extendiste y el azul que se expandió en su brillante mirada por lágrimas de emoción.

 

—No nos podemos casar —murmuraste después de que cada quien se puso su anillo y después de ese profundo beso que compartieron de forma anhelante—, pero yo prometo amarte el resto de mi vida…

 

—¿Hasta que la muerte nos separe? —Preguntó divertido, pero con la voz llena de emociones contenidas.

 

—Y ni así dejaré de hacerlo, soy obstinado —te regodeaste en su carcajada antes de volver a besarle, profundo, porque él te amaba a ti tanto como tú a él. Con todo e inseguridades sin fundamentos.

Notas finales:

No me gusta escribri tan poquito, lo odio, lo odio, lo doio, lo odio, lo odio, lo odioooooo... Pero así era el reto y yo cumplí, ahora, haganme ganar (?)


Ok no :P hoy no hay quejas ni nada, estoy trabajanod y debo hacer esto rápido.


¡Volveré! Algún día...


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