Un día más, como todos los otros.
Aunque quizás no tanto, esta vez, cuando salía de casa, su vecino, el de cabello pelilila que estaba esperando en la estación de bus, como todos los días, para ir juntos a la escuela, lo miraba inquietante, como si quisiera decirle algo.
- Buen día Milo – sonrió con delicadeza. Mirandolo atentamente.
- Buenos días Mu –alegre por el saludo, se ubicó a un costado, sonriente.
Y ganándole de mano, fue el pelilila el primero en hablar.
- ¿Te parece si después de la escuela hacemos algo? – lo miró nervioso. Se notaba que no estaba muy decidido de hacer lo correcto.
Sorprendido Milo, lo miro un poco extrañado, para después sonreír abiertamente y responder – ¡Me encantaría! ¿Qué tienes ganas de hacer?
Mu respiró aliviado – Pues, estaba pensando en ir al parque, hoy por la tarde hacen una exposición de fotografías.
- ¿No estabas participando en un concurso hace un tiempo? – según recordaba, había oído a su vecino hablar de ello con sus amigos en la escuela.
- Si, en realidad las fotografías que se exponen hoy por la tarde, son las que hicimos en el taller, y va a haber una votación. Me gustaría que fueras – ahora si estaba un poco avergonzado, iba a exponerle al peliazul el arduo trabajo que realizo en esos meses de aprendizaje.
- Sería genial ir, tengo ganas de ver que fotografías tomaste – estaba alagado por la invitación del pelilila.
Se quedaron en silencio, aunque no era un silencio incomodo. El peliazul cautelosamente miro al chico a su lado. Ya sabía por qué le gustaba, era tan bueno y amable, y siempre conservaba una sonrisa amigable, como la que llevaba ahora. Sonrió también.
Mu también lo miro, pero fue descubierto por una nueva mirada de Milo, ambos volvieron a sonreír divertidos. Ahora era el pelilila el que miraba al costado opuesto, cuando sintió una leve presión en su mano. Miró abajo, Milo la había tomado de sorpresa. Clavo su mirada en los ojos turquesas del peliazul, y de nuevo se sonrieron, ambos sabían que se gustaban.
Ambos sabían que esas charlas de temas triviales, eran porque no estaban seguros sobre los sentimientos del otro, que en realidad lo que más querían, era poder estar más cerca y conocerse.
El bus vino rápido, aunque eso no hizo que se separaran sus manos. Así subieron al vehículo, y pasaron el resto de la jordana, sabiendo que todavía les quedaba una tarde entera.
Quizás hoy estaba destinado a ser un día distinto al de las charlas triviales, al de las miradas cuidadosas en secreto, y a los adioses que escondían un “quédate un rato mas hablando conmigo”, o quizás ellos no estaban destinados a estar juntos, pero entonces ¿Por qué la vida se empeño en poner sus casas una frente a la otra?
Qué más daba, a quien le importaba el destino, si por fin habían conseguido lo que más querían desde que se conocieron, una cita, con el vecino de enfrente.