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¿Por qué lo haces? por Angel_Chan

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Notas del capitulo:

Resumen: John odiaba la época de cambio: plumas y más plumas por todos lados. A veces quería arrancárselas todas al mismo tiempo para no tener que ver cómo se caían en cada lugar, y momento, menos propicio.

Serie: Sherlock BBC

Pareja: John-Sherlock.

Clasificación: Amistad-Romance.

Advertencia: ---

Capítulos: Oneshot-Extra.

Palabras: 5,245. (oneshot)

Notas: Este fanfic participa en el reto “La maldición del de abajo” del foro “I am SHER locked”

Fecha: 09/04/2014.

Beta Reader: Pleasy TheYoko Stay.

Disclaimer: Todo lo referente a Sherlock Holmes pertenece a Sir Arthur Conan Doyle.

 

Asignación: Winglock!, donde uno descubra las alas del otro por error.

¿Por qué lo haces?.

 

John odiaba la época de cambio: plumas y más plumas por todos lados. A veces quería arrancárselas a todas al mismo tiempo para no tener que ver como se caían en cada lugar, y momento, menos propicio. Pero sabiendo lo que dolía cuando llegaba a arrancarse una sin querer, ni siquiera quería imaginarse lo que sería que se arrancara todas juntas… ¡Dios, él no era ningún masoquista!

Además sólo era cuestión de tiempo. A pesar de la edad que ya tenía, las plumas de sus alas se mantenían en buen estado; mantenían su forma, y aún seguían del color más blanco que había visto en algún alado, igual que cuando era sólo un niño.

Quizás su incomodidad llegaba más por el hecho de que a Sherlock parecía molestarle más que a él esa etapa de muda. Bueno, en cierto modo, al detective le molestaba todo lo que no correspondiera a su propia persona.

—Ya, no digas nada… Las recogeré en cuanto pueda tomar algo y estar medianamente despierto.

Sherlock gruñó algo que el doctor no escuchó, y tal vez si hubiera sido al revés, tampoco le hubiera dado ninguna importancia a las palabras.

—Parecen más grandes y molestas ahora… ¿Cómo es que las soportas?.

—¿Té? —John sonrió cuando su intento por ignorar a su compañero pareció tener efecto, haciéndolo gruñir aún más y más alto. —Ok, deja ya de rumiar… ¡Porque son mías, Sherlock! Es así de simple, llevo con ellas toda mi vida, estoy acostumbrado a la muda… No es del todo cómodo, pero es otro ciclo más.

El detective aceptó la taza, no sin antes clavarle la mirada a su compañero de piso. A veces, y sólo a veces, se le hacía muy difícil de entender a alguien como John Watson. Y es que en la sencillez del ex militar había algo… algo que todavía no había podido encontrar.

—¡Me parecen molestas e inútiles!.

John bufó por lo bajo, asintiendo lentamente. En el poco tiempo en que llevaba compartiendo apartamento con ese hombre había aprendido ciertas cosas del detective, cosas útiles, que le servían para no caer en la desesperación y la locura. No estaba dispuesto a convertirse en un homicida por un rapto causado por alguien con un simple problema de estrechez emocional.

—Bien, de todas maneras no las tienes… y tampoco las necesitas. Eres el hombre más inteligente de todo Londres. ¿Para qué querrías un par de alas, después de todo?

El rubio le sonrió, pero no encontró más que el fondo de la taza viendo hacia él. Los ojos clavados en la chimenea le dijeron, sin temor a equivocarse, que su comentario no fue ni bueno, ni acertado, de ninguna manera. Suspiró con desánimo… Tal vez un par de meses de convivencia no eran totalmente suficientes para entender a alguien tan complejo como Sherlock Holmes.

John estuvo de acuerdo con Sherlock en que parecían más grandes ahora. Con sus plumas sin adoptar una posición normal parecía un gallo de riña que había perdido la pelea.

—Sherlock, por favor… si quieres que las levante de la alfombra… ¡Deja de quitarlas de mi bolsa!.

—Sólo pensé que es una buena oportunidad para estudiarlas. —Sostuvo una en alto por sobre su cabeza, observando la luz del sol filtrase por entre las finas barbas. Tomándola casi con la delicadeza y maestría con la cual tomaba el arco de su violín, la hizo girar entre sus dedos. —Nunca entendí la utilidad de las alas, John… No sirven para nada más que estorbar. Sólo permiten volar cuando la persona todavía es un niño…

—Las mías me sostuvieron hasta que cumplí 24 años, así que creo que eso no entra en la categoría de ‘niño’.

—Muchos hombres maduran tarde. —La sonrisa fue escasa, aunque John  no tenia duda de que Sherlock había estado bromeando. —Además estoy seguro que sigues siendo lo bastante pequeño para que lo hagan…

—Déjame adivinar: tú aún no has madurado, ¿no?.

Las bromas y burlas iban y venían, y John se cansó de ese juego cuando su estómago hizo un sonido que él mismo interpretó como un rugido atroz. Hora de almorzar, definitivamente.

—No tengo hambre.

—¿Podrías al menos dejarme acabar la pregunta, la próxima vez?

—No veo la razón. Sería tiempo desperdiciado… Sé lo que vas a decir antes de que lo hagas, y mientras siga siendo así, seguiré contestándote antes.

John se limitó a asentir y a bufar. Dejó la bolsa en la que había estado juntando la muda de sus plumas a un costado del sofá, casi escondida de la vista, y alcanzó su chaqueta. Sherlock parecía tan cómodo allí, que no se preocupó por dejarlo en el piso por unas horas. En la noche lo obligaría a comer de todas formas, por lo cual no tenía de qué preocuparse. No estaban en un caso, así que el detective estaba casi obligado a llenarse de alimentos en la cena.

El doctor salió del apartamento con la sensación de que era verdad que sus alas estaban más grandes y molestas, incluso llegó a golpearlas en un par de ocasiones, lo que atrajo la mirada curiosa de muchos en la calle.

Disfrutó de su almuerzo con inusitada tranquilidad. Tal vez eso debió de darle alguna clase de señal, algo que le dijera que no todo estaba bien en su mundo… Sin embargo, pasó por el apartamento de la señora Hudson cuando volvió, en busca de compañía para un café y un poco de televisión basura sin el incesante rumiar de su compañero en modo de queja.

Otra alerta que debió sonar, aunque fuera en lo más profundo de su mente, fue el silencio en el que el piso superior estuvo envuelto mientras ellos veían uno de los tantos talk show de la tarde.

—Creo que iré a ver a Sherlock ahora, señora Hudson… Está demasiado callado para mi gusto, y no quiero llevarme ninguna sorpresa.

—Pero Sherlock no está en casa, John. Salió poco después de que saliste tú; pensé que habían tenido otra pequeña pelea…

—¿Acaso dijo dónde iba?.

—¿Alguna vez lo hace?… —La mujer lo miró contrariada por unos instantes. —No, John. Lo siento, sólo oí la puerta cuando se fue.

Apenas pudo disculparse con su casera, que John ya estaba marcando el número de Lestrade desde su teléfono. Maldijo las primeras veces en que lo único que escuchó del otro lado fue la contestadora; parecía un completo lunático maldiciendo al aparato en sus manos, mientras iba de un lado al otro de la acera frente a su apartamento. Era una locura esperar por Greg o el mismo Sherlock en su piso; no sabía el por qué, pero eso era lo que sentía al respecto.

Recién en la quinta –o tal vez era la sexta o séptima llamada–, si no había perdido la cuenta, escuchó la voz de Inspector del otro lado de la línea.

«Es mejor que venga rápido, doctor. Sherlock está herido, y el muy maldito no deja que nadie lo toque.»

Apenas obtuvo la dirección en donde Greg y sus hombres estaban junto con Sherlock; John detuvo el primer taxi que pasó por Baker Street.

—¡Eres el único hombre que consigue casi morir en menos de dos horas en que está solo, Sherlock Holmes!.

El comentario hubiera hecho reír a muchos si no fuera que la voz y el rostro del compañero del detective daba a entender que no soportaría ni el vuelo de una mosca a su alrededor, mucho menos la burla de un oficial.

—No estuve a punto de morir; ni siquiera estoy herido. —Repuso Sherlock de mal humor. Pero el hecho de que estuviera apoyado en la pared sin siquiera intentar alejarse de John era un claro signo de que algo no estaba bien.

—Eso lo diré yo, ya que soy el doctor aquí… Y por lo que veo, el único con dos gramos de sentido común.

El rubio estuvo a punto de levantar la camisa de Sherlock, pero las manos blancas lo detuvieron con fuerza.

—Sherlock.

—Lo sé, John… Y créeme que te dejaré revisar mi herida… Pero no aquí.

Los ojos claros y no tan fríos, como habitualmente John los veía en una escena de crimen, convencieron al doctor de creer en las palabras de su compañero. Mientras lo dejara revisarlo, y llevarlo a un hospital si era necesario, él lo sacaría de allí… por la razón que Sherlock tuviera para hacerlo.

—Bien… Vamos a casa.

John le ofreció su hombro y su brazo para caminar, algo que extrañamente Sherlock no negó en aceptar. Luego de las excusas necesarias, y de asegurarle a Greg que él se haría responsable de Sherlock, ambos estuvieron en un taxi de regreso a Baker Street.

—No fue más que un error muy estúpido de mi parte… Puedes estar seguro de que no volveré a cometerlo.

—Lo que quiero saber es… ¿cómo demonios puedes estar al borde de la muerte en el poco tiempo que te dejé para ir a almorzar?.

—No estuve al borde de la muerte. ¿Y puedes mantener tu voz baja? No quiero que la señora Hudson se entere.

Gruñendo y rumiando su enojo y preocupación en partes iguales, John consiguió llevar al detective a su cuarto y sentarlo en la cama mientras iba a buscar su maletín de primeros auxilios.

—Déjame ayudarte a quitarte la ropa… no hagas esfuerzos innecesarios. —John ofreció, dirigiéndose al pesado sobretodo del detective, pero una vez mas fue inmovilizado por las manos delgadas. —Sherlock… dijiste que me dejarías revisarte.

—Y lo haré, John… Te dejaré hacerlo. Pero sólo no quiero que hagas ningún tipo de comentario.

John no tardó en fruncir su entrecejo. Si Sherlock le estaba pidiendo eso, lo más probable era que la herida fuera más grave de lo que esperaba que sea.

—Está bien. Prometo no decir nada al respecto si me dejas curarte debidamente.

Sherlock asintió, liberando las manos del doctor, pero no sin soltar un pesado suspiro mientras lo hacía. Capa por capa, John fue desvistiendo a su compañero. Cuando tocó el turno de la camisa, el rubio vio la mancha de sangre. No demasiado grande como para significar una herida demasiado extensa… pero no dijo nada por el momento.

—Bien, no parece nada grave… Me habías asustado, Sherlock. ¿Por qué tanto dramatismo por…?.

No consiguió acabar la frase, y por una milésima de segundo hasta podría decirse que olvidó cómo respirar. Era horrible, espantoso… lo más asqueroso que había vista en toda su vida de médico –y había estado en la guerra–; pero se las arregló para no decir nada… Al menos por esos momentos.

Sherlock sostuvo el aliento cuando los dedos envueltos en frio látex presionaron sobre sus costillas, procurando ver qué tan grande y profunda era la herida en su pecho. Agradecía el hecho de que John no hubiera dicho nada, pero sabía que eso no iba a ser de esa manera por siempre. Quizás porque algo le dijo internamente, que teniendo al doctor cerca suyo, el tiempo que le quedaba a su pequeño secreto era casi ínfimo.

John curó y vendó la herida. No era tan profunda, y sólo necesitó de dos puntos de sutura. El corte era parejo, pero no entendía cómo había conseguido hacérselo sin romper la camisa, el saco o su abrigo. Quizás no era más que otro de los ‘dones’ de Sherlock.

Suspiró al quitarse los guantes, pero antes de que el detective pudiera estirarse a tomar una de sus batas, el rubio tenía un nuevo par en las manos.

—Sé que tal vez no quieras hablar de ello. Está bien… lo respeto. Soy médico, Sherlock… y como tal, mi deber es curar no juzgar. —El monólogo comenzó suave, mientras los ojos claros no dejaban de seguir sus movimientos y deducir los próximos. —Pero además de tu doctor… soy tu amigo.

“Me gustaría serlo.” La mente de John lo traicionó por fracción de un segundo. Aún recordando la escena en la oficina de Sebastian Weir. Y sólo esperando que Sherlock no hubiera notado su temor ante el hecho.

—No necesitas curarlas… están acostumbradas a estar así.

—¿Acostumbradas? —John debió tragar en seco, tratando de no imaginarse a qué se refería su compañero, pero fallando de todos modos.

La imagen era tan… triste, que John sintió deseos de llorar.

—Están bien, créeme. No necesitaba que cures nada más que mi pecho.

—No puedo dejarte así, Sherlock… Eso sería una locura. ¡Necesito curarte!.

La voz del doctor dejó de ser suave y calmada; el detective pudo reconocer fácilmente la preocupación en su tono, pero de allí a saber qué hacer con esa información…

—En nada cambiará que las cures, John. —Sherlock suspiró, alejando las manos ásperas pero amables de su compañero. Con algo de esfuerzo, consiguió ponerse de pie sin que la herida recién suturara tirara de la piel a su alrededor. —Por otro lado… no pareces sorprendido de saber que tengo un par de esas cosas…

El detective escupió la palabra ‘cosas’ como si no fuera más que el veneno más mortal del mundo.

John lo dejó ir en un principio, sin embargo no pudo evitar seguirlo, quedando bajo el umbral de la puerta del baño. Sabía que Sherlock estaba haciendo un gran esfuerzo en no cubrir su espalda de su curiosa mirada, revelando así, aquello que había luchado por esconder de él el mayor tiempo que le fuera posible.

—No fue a propósito, simplemente fue un error… —El rubio trató de excusarse. Aún recordaba la noche exacta en que pasara el hecho. —Tiendes a dormirte en lugares muy raros e incómodos a veces. ¿Cómo es que despiertas en tu cama en la mañana? ¿Nunca te lo has preguntado?.

—¿Ya las habías visto? —Sherlock no se inmutó al hacer la pregunta.

El rubio negó, antes de darse cuenta de que su compañero no lo estaba viendo, por lo que tendría que darle voz a su negación.

—No… sólo ‘sentí’ que estaban allí. No dije nada, pues si las ocultabas… seguramente era por una razón de peso.

Sherlock sonrió frente al espejo. El reflejo de John era completamente visible desde donde estaba.

—Entonces lo has sabido siempre, y jamás sacaste el tema… Interesante.

—No siempre, tal vez unas semanas. Yo, según tú, sólo veo Sherlock, no observo… No puedo deducir las razones que te llevaron a ocultar tus alas. Sólo puedo esperar que en algún momento quieras compartirlo conmigo. Confiar en mí.

Suspiró al notar cómo las cejas se elevaban, antes de que una mueca deformara los labios gruesos. Sí, muy pretensioso de su parte, el esperar que alguien como Sherlock Holmes se sentara a tomar un café con él en la tarde, simplemente para contarle sus más arraigados secretos… Pero así y todo, esperaba que algún día eso sucediera.

—Y si no es así… aún quiero ver cómo están.

—¿Si te dejo verlas, dejarás de preguntar?.

—No he preguntado nada, así que técnicamente no tengo que dejar de hacerlo.

—Sí, tienes razón… ¡Dame algo para el dolor!.

Luego de asearse, y todavía bajo la atenta mirada del rubio, Sherlock regresó a su habitación, dejándose caer al borde de la cama. Se dejó voltear hacia la pared sin más que un corto gruñido –por costumbre, más que otra cosa–, mientras John ubicaba su cuerpo detrás del suyo, nuevamente con sus manos enguantadas en el frio látex.

La idea de ver las alas completamente desplumadas jamás llegó a gustarle a John, aunque como médico militar había visto heridas y hasta pérdidas completas de dichos apéndices. Las de Sherlock parecían estar sanas, más allá de ser solamente piel y algunos rastros de plumón. Seguramente no llevaba más de unos días quitándose él mismo las plumas.

—¿Por qué lo haces?.

—Pensé que no preguntarías.

—Quiero entender. —Recorrió el ala izquierda, desprovista de apéndices integumentarios. En verdad no había nada que hacer. Sin heridas a la vista o rastros de sangre, sólo podía ver… y esperar entender. —Esto es peor que los múltiples parches de nicotina a la vez, o tu manía de no comer por días en medio de un caso… Estás lastimándote.

De pronto, el ala se escapó de entre las manos de John, el cuerpo entero de Sherlock se alejó de él. De espaldas a la cabecera de la cama, el detective lanzaba su reto, su desafío. John permaneció de frente a él, hasta que simplemente dejó escapar un sonoro suspiro.

—Está bien, nada más me iré. —Trató de decirse a sí mismo que no era cobardía, que no estaba abandonando una pelea que podía ganar con un poco más de fuerza. Quería que Sherlock confiara en él, en verdad quería ser su amigo, y eso era algo que no conseguiría presionándolo.

De golpe no había en su mente lugar para ir a poner el agua para una taza de té, o conseguir que Sherlock comiera esa noche, como tanto se había propuesto a hacerlo esa misma mañana. Subió a su propia habitación, creyendo que de golpe el número de escaleras se había duplicado misteriosamente.

Se recostó en su cama, sin molestarse en quitarse nada más que los zapatos antes de subir sus pies. ¿Cómo conseguir una solución a ese problema?  Era lo que verdaderamente estaba en su mente en esos momentos. Si era probable que Sherlock se alejara inmediatamente cuando él quisiera acercarse.

Pensó en Harry, y en su manía de hacerle creer que él había nacido deforme, y que sus alas no eran más que una anomalía que lo convertía en un fenómeno. En lo estúpido que se sintió cuando se dio cuenta que había más como él apenas empezó la escuela, diciéndose a sí mismo que jamás volvería a creer en las palabras de su hermana.

Permaneció de espaldas, viendo el techo blanco de su habitación, tan sólo pensando en muchas cosas; pero aunque trató de no pensar en Sherlock, por aunque fuera un par de minutos, le resultó imposible de hacer eso. Quería entender, por qué alguien como él, alguien tan inteligente, tan seguro… ¿por qué hacía eso?.

—Puedo oírte pensar desde el piso de abajo, John… Y es frustrante que no lo consigas hacer bien.

—Lo siento, no quise molestar tu descanso. —La sonrisa fue apenas una mueca de lado, que casi no obtuvo retribución del otro hombre.

—Está bien… Subí porque te olvidaste de mi calmante.

—¿Sientes dolor? —John se sentó en la cama, refregándose la cara con una de sus manos.

—No, pero dejar de pensar me vendría bien en estos momentos. —Suspiró, desviando sus ojos de los celestes. —Podría salir a conseguir algo mas fuerte… pero no creo que eso sea algo que te guste.

—En eso estás cien por ciento en lo cierto. Siéntate, ahora regreso.

No se molestó en ponerse los zapatos nuevamente, o en buscar sus pantuflas debajo de la cama. Dejó al detective sentado y descendió las escaleras en busca de su maletín. Y sólo cuando estuvo frente a éste se dio cuenta de que si Sherlock quería un calmante, le hubiera sido realmente muy fácil tomar uno por sus propios medios. Era sólo cuestión de abrir su maletín; él sabía diferenciar los calmantes de cualquier otro tipo de droga.

Se apresuró en buscar un vaso con agua, metiendo más pastillas de las que realmente podría llegar a requerir en uno de sus bolsillos. Y aunque trató de no parecer más nervioso de lo que había salido de la habitación, Sherlock lo recibió con una semi sonrisa que le decía que toda su actitud estaba en evidencia.

—Toma éstas; las siguientes te las daré en seis horas. —Explicó luego de limpiar su garganta, entregando las pastillas y el vaso.

No esperó un agradecimiento de parte del detective, mas tampoco esperó el silencio luego de que dejara el vaso en la mesa de luz, antes de voltearse a verlo fijamente. Ya lo había escrutado con la mirada muchas veces, así que casi podría decirse que estaba acostumbrado, pero no era exactamente así.

—Quizás debas acostarte y dormir. Mañana tendrás que dar declaración. —John suspiró con desgano, obviamente había malinterpretado la razón por la que Sherlock subiera a pedirle los calmantes a él, cuando bien podría haberlos tomado por sí solo.

El detective asintió y se dejó caer sobre el lado izquierdo de la cama del rubio. Encogió sus piernas de tal manera que su bata tapó casi completamente sus pies.

—No, no… Ponte debajo de las cobijas, Sherlock. Pasas muchas noches sobre el sillón, por Dios santo. ¿Borraste cómo se usa una cama adecuadamente?.

El mencionado sonrió, e hizo lo que John le había mandado: corrió las cobijas con sus pies para poder meterlos hasta el fondo de la cama. Oyó a su compañero suspirar cuando se dirigió a bajar la intensidad de las luces, sin apagarlas de todo.

John recordó poner la alarma con la siguiente hora en que su compañero debía tomar la siguiente dosis de calmantes, antes de acostarse y llevar las sabanas hasta la mitad de su pecho.

—Soy el único de mi familia, John… —La voz del detective no tardo más de unos minutos en volver a llenar la habitación.

Después de todo, John no se había equivocado.

—¿El único qué, Sherlock?.

—El único con alas en la familia Holmes. Al menos eso dijeron mis tías abuelas cuando era un niño. Muchas generaciones sin un solo alado.

—Me imagino lo que habrá sido…  Suele ser todo un acontecimiento cuando un niño nace con alas.

No hubo contestación, y por un momento John pensó que no seguirían hablando. Tal vez sus palabras no habían sido las correctas. Permanecieron de espaldas, tal vez, viendo ambos el mismo techo.

—Si hubiera sido criado en la familia Vernet, sí. Mi madre tenía varios en su familia. Pero no en los Holmes… —Sherlock se giró, enfrentando el perfil tranquilo de su compañero. —¿Tu madre tenía alas, no es verdad?.

—Sí, aunque no la recuerdo, sé que sí… Cuando ella murió, yo aún era muy pequeño.

—Mi madre no, y por ello se alzaron muchos rumores alrededor de mi nacimiento. Creo que mi padre los creyó todos, ya que no quería un segundo hijo por empezar. No me di cuenta de nada de ello hasta que tuve cinco; creo que fue porque mi madre estuvo protegiéndome todo ese tiempo… Pero cuanto ella más hacía eso, más rumores se alzaban… Hasta que simplemente me soltó la mano.

John retuvo el aire en sus pulmones, y luchó contra el impulso de girar su rostro hacia su compañero. El momento era extraño de por sí, íntimo, y temía que con apenas respirar la atmosfera de confiabilidad se rompiera en mil pedazos y no pudieran volver a reconstruirla. Sherlock necesitaba ese momento de liberación, algo que tal vez no había tenido nunca.

—Allí estuve yo, un niño de tan sólo cinco años, con la capacidad de razonar y desmenuzar cada murmullo que llegaba a mí, cada palabra que fuese dicha con un doble sentido…

—Eso es lo malo de ser un genio.

Sherlock sonrió cuando los ojos celestes se encontraron con los suyos por primera vez desde que había comenzado a hablar.

—Tal vez… Solamente recuerdo que ese día acabé encerrado en mi habitación, y que Mycroft me encontró horas después cuando la alfombra estaba cubierta de plumas. —El silencio se colgó entre ellos una vez más, ambos asimilando las cosas con toda la tranquilidad del mundo. —Quizás debió agradecer que mi brazos todavía eran cortos, pues si no, me hubiera herido peor.

—Apenas eras un niño, Sherlock… un niño al que dejaron solo. —Suspiró, pensando en tantas cosas al mismo tiempo que le era difícil casi enfocarse en una. —Harry siempre dijo que yo era algo así como un fenómeno, que nadie iba a quererme por tener alas. Quizás papá le hubiera dicho algo al respecto si no estuviera inmerso en su propia miseria… Tiempo atrás se creía que éramos ángeles. —John sonrió cuando Sherlock bufó ante esa idea. —Bueno, yo no dije que lo creyera, sólo lo que se decía antes… Nadie sabe por qué comenzamos a nacer con alas, pero tampoco es algo malo.

—Quizás llegue a diferir contigo, John…

Suspiró con desánimo, pero permaneció viendo los ojos de su compañero, que le sonreían por alguna razón, difícil de entender para él.

—Sí, bien… Tienes razón en hacerlo, no voy a pelear contigo por ello, pero no puedes negarme el hecho de que ya no tienes cinco años… Eres un adulto ahora.

Sherlock abrió sus labios para contestar a eso, pero dos segundos después los volvió a cerrar.

—Y en particular, un hombre fuerte y seguro de sí mismo… Tú eres Sherlock Holmes, el único detective consultor del mundo. —John amplió su sonrisa, a tal punto que a Sherlock le pareció contagiosa esa mueca, sólo que sabía que no había nada por lo que él debiera sonreír. —No importa lo que te digan, o te dijeron cuando aún eras muy pequeño para contestarles… No importa lo que las viejas arpías de tus tías hayan dicho acerca de tu nacimiento. Así como no importa lo que Harry haya intentado hacerme creer… Tú y yo sabemos lo que son nuestras vidas.

El detective pareció meditarlo por unos breves momentos.

—¿Y éstas son?…

—Perfectas, tal y como están. Ninguno de los dos va buscando la aprobación de nadie que no sea de nosotros mismos… Yo la tuya, y tú…

—La tuya… sí.

Sherlock asintió en la oscuridad relativa de la habitación. A veces simplemente le pasaba que no podía entender a John. Parecía tan simple y al mismo tiempo tan complicado para él… Un enigma en la forma más cotidiana de verlo, una total paradoja en sí mismo.

Pero de golpe John estaba serio nuevamente, serio y preocupado. Eso era algo que Sherlock podía ver bien a pesar que el foco de luz estaba por detrás del doctor, sumiendo su rostro casi en una total penumbra.

—He sabido de personas que prefirieron quitárselas. Es una operación como cualquier otra… y como toda intervención, tiene sus riesgos. —Carraspeó, esperando en realidad que su compañero no considerara sus palabras. —Pero sabes lo que dicen de las extremidades ‘fantasmas’…

Ese era un problema bien documentado. Y una cosa era perder alguna extremidad en un accidente, donde no se podía hacer nada para evitarse tal cosa, pero… mutilarse a sí mismo, sólo por lo que decían los demás…

Sherlock negó, algo que alivió a John en algún punto.

—Jamás fui alguien normal, John… Y nunca llegaré a serlo.

—Nadie es normal, por lo menos no a un cien por ciento. Eso sería imposible, y muy aburrido. —Sonrió de lado, acomodándose en la cama lo más distendido posible. —Yo tampoco lo fui. Yo era muchas cosas, menos ‘normal’… Y siempre sorprendí a cualquiera que quisiera retarme.

Esa era la pura verdad. Le habían dicho que por su condición de alado no podría jugar al rugby, que éstas serían una debilidad a la hora de estar en medio del campo. Pero John sabía que podía hacerlo, su fuerza y constitución física servían, a pesar de que no era demasiado alto. Asombró a más de uno cuando replegó lo que eran unas hermosas alas blancas, a un tamaño lo más pequeño que le fuera posible, antes de cubrirlas con la playera del equipo y salir al campo.

No por nada había conseguido ser capitán del equipo en menos de un año jugando, y nadie dijo nada porque tuviera alas…

—Eres perfecto, Sherlock… Perfecto e increíble, siempre lo pensé y lo seguiré pensando. ¿Confías en mí?.

El detective lo examinó unos instantes. La mano izquierda de John estaba apoyada casi sobre su muslo derecho, irradiando una calidez indescriptible.

Simplemente se contentó con asentir, cuando creyó que su voz no podría salir en esos momentos de una manera normal.

De golpe John estaba sentado sobre la cama, casi de rodillas e inclinándose sobre el cuerpo inerte del detective, intentando desvestirlo sin la necesidad de que este se levantara, o se sentara a su lado. Entre tirones y movimientos, John no sólo se deshizo de la bata azul, la favorita de Sherlock hasta donde sabía, si no que consiguió dejar el pecho blanco completamente expuesto.

Con manos gentiles, John instó a su compañero a girar sobre la cama, permaneciendo de espaldas a él, mientras el rubio tomaba nueva cuenta de las alas del detective.

Estudió y revisó en detalle la piel de esas específicas extremidades, reconociendo que este era un problema que de seguro se venía repitiendo sistemáticamente desde la primera vez que Sherlock lo hiciera.

—Siempre vuelven a crecer… Siempre.

—Ese es un milagro que quizás no se repita por siempre. —John sintió como los músculos del cuerpo frente a él se tensaban, antes de que Sherlock pareciera más pequeño sobre la cama. —Pero estoy seguro que no será difícil hacerlas crecer bien, con un poco de cuidado…

Fue suave al hablar, sólo tratando de saber cómo se sentiría Sherlock ante la idea de tener sus plumas nuevamente. Por unos momentos no pareció haber respuesta, ni negativa ni afirmativa a eso… hasta que Sherlock suspiró profundamente, antes de asentir.

John se sintió bien ante ello, y sólo dejó que las alas dejaran sus manos cuando se dispuso a conciliar algo de sueño. Estaba seguro de que con algo de proteínas y una buena alimentación, podía hacer que cada pluma de las alas de Sherlock creciera como si nunca hubieran pasado por ese constante abuso; pero no podía saber si sus alas en sí estarían ya atrofiadas a esa instancia.

—De todas formas no sirven de mucho.

El rubio sonrió de lado. Sherlock gruñó a su lado como si su pensamiento no hubiera sido exactamente ese, y el detective lo hubiese escuchado claramente.

—Tienen otras aplicaciones, son útiles a veces. —Comentó. Sherlock permaneció de espaldas a él, pero no abandonó su cama por ningún motivo.

Sabía que en poco tiempo ambos estarían durmiendo, aunque John estaba dispuesto a mantener sus ojos el mayor tiempo posible sobre la espalda pálida de su compañero. Dentro suyo se había desatado una batalla difícil de evitar. En ella su parte profesional de médico pugnaba por ver a Sherlock como otro más de sus pacientes, instándolo a elaborar el diagnóstico justo y a aplicar el tratamiento necesario; cuando su otra parte, la más grande de las dos, le exigía cuidar de Sherlock como lo que era: su amigo… y una de las personas más humanas que había conocido en su existencia.

No podía permanecer frio y profesional –algo que de todas maneras, nunca pudo ser–, frente a un evidente trauma de infancia que se convirtió en una obsesión compulsiva, altamente autodestructiva.

No había mentido. Sherlock ahora era un adulto, y era de esa manera como lo veía; pero muchas veces antes se había preguntado cómo era que ese hombre increíble había sido criado para, a pesar de tener semejante capacidad mental, estar tan desprovisto en otros aspectos –principalmente los emocionales–. Y a veces, y sólo a veces, no podía dejar de ver a Sherlock como simplemente un niño pequeño.

Antes de que sus ojos se cerraran definitivamente se dejó llevar, girando su cuerpo en dirección del detective. Su mano quedó en el talle, irradiando calor, un toque que no significaba nada… y al mismo tiempo decía: ‘Estoy aquí, yo no voy a dejarte’.

Sherlock suspiró audiblemente, pero no se alejó ni se mostró molesto, por lo que John no tuvo que retirar su mano, logrando sentirse seguro de cerrar sus ojos y dormir mientras Sherlock estuviera allí, en su cama, con él.

 

Fin.

Notas finales:

Notas Finales: Lo primero que me vino a la mente luego de leer mi asignación, fue un Molly-Irene (En construcción actualmente para diversión propia), pero como las historias deben ser de temática slash, esa era una idea que no iba a tener futuro para el desafío… La idea definitiva para el fic nació revisando mi carpeta de bocetos –por ningún motivo en especial, más que hacer algo mientras tomaba mi café–, y de allí salió lo que ustedes ya leyeron…

Tengo un Extra… como siempre. Con algunas escenas que surgieron para el relato, pero que no había necesidad de extenderlas mucho y quedaran como simples viñetas.

¿Gustó? ¿No gustó?.

No te olvides de dejármelo saber. Un Review o un PM y está loca se pondrá muy contenta…

Besos, y hasta la siguiente historia.


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