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ThunMi ~ Gotas de Sangre. por Stereophonia

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Notas del capitulo:

¡HOOOOOOOOOOOOOOOOLAAAAAAAAAAAAA!

No estaba muerta, ni de parranda, se llama estar sin pc aún ;;;

Es algo tan terrible que pueden desearselo a sus peores enemigos (?)

Bien, este es mi primer Maknae Line y pues está dedicado a @haydeejq98 porque... chan chan... ¡ESTÁ DE CUMPLEAÑOS!

Espero que pases un día pero FANTASTICO y que te guste mi pequeño regalo para ti

Sin más que decir, ¡ESPERO QUE LES GUSTE!

Mir nunca fue el tipo de chico que creyera en lo mitológico de la vida, ni en dioses extraños, ni en leyendas, ni en nada que se le pareciera, hasta que aquel día llegó. Él lo definiría luego como el mejor día de su vida.

El rubio tenía la fama de ser el torpe de la clase, el idiota que siempre haría lo que fuere con tal de sacarle una sonrisa diaria a cada persona que se le cruzara por enfrente. Era la clase de chico con el que todos podían reír sin parar día tras día; todos, exceptuando él.

La primera nevada del frío invierno que recién comenzaba trajo consigo algo más que perfectos copos de nieve cayendo desde el cielo y bajas temperaturas, pero ni el rubio, ni nadie en aquel salón podría haber imaginado que es lo que ese día traería.

- ¡CHEOL YONG, DESPIERTA! – Se escuchó a la profesora encargada llamándolo por enésima vez esa mañana desde que el timbre señalando el inicio de clases había sonado, pero sin importar cuán fuerte gritara la profesora, al rubio le era imposible dejar de mirar por la ventana cómo los fríos copos de nieve iban tiñendo de blanco todo el patio de la escuela; le parecía un paisaje lo suficientemente mágico como para quedarse toda su vida pegado a aquella ventana, más tarde se daría cuenta de que aquellos copos de nieve, tendrían un significado más especial en su vida.

Mir se despegó a regañadientes de la ventana para dirigir su mirada hacia el frente, encontrándose con algo aún más bello que los mismos copos de nieve cayendo desde el cielo.

-Aprovechando el momento de lucidez de Mir, aprovecharé de presentarles a su nuevo compañero – dijo la profesora intentando no reír mientras dirigía su mirada desde un sonrojado Mir al chico nuevo que se encontraba a su lado – Por favor, preséntate a tus compañeros.

- Buenos Días a todos, mi nombre es Cheon Dung y vengo de intercambio desde Filipinas, por favor cuiden de mi… - dijo el chico nuevo con una seriedad que sorprendió a todos, provocando que una serie de murmullos creciera en el aula al mismo tiempo en que el pelinegro realizaba una reverencia de noventa grados en dirección a sus nuevos compañeros de clase, provocando que algunas chicas soltaran pequeños y agudos grititos.

Cómo era de esperarse luego de su presentación, Cheon Dung fue hasta su asiento viéndose inmerso, casi de inmediato, entre todos los curiosos compañeros que querían saber más detalles del recién llegado, todos, exceptuando Mir. Para su propia sorpresa, no estaba tan emocionado de ir a saber cada detalle acerca del chico nuevo. Claro, como estar pendiente de eso si estaba demasiado ocupado analizando su serio y, por cierto, muy bello rostro.

La profesora encargada dio paso a la asignada a la clase del día y, casi como por arte de magia, todo el gentío que había alrededor de Dung se disipó, siendo Mir el más agradecido de ello. Se dio cuenta de que el transferido tenía hombros anchos, piel tan blanca como la nieve que tanto amaba ver caer, un semblante serio y que sonreía flojamente de vez en cuando. Si, lo estaba analizando sin darse cuenta y se percató de ello muy tarde cuando el pelinegro posó sus oscuros y fríos ojos en los suyos, provocando que un leve escalofrío lo recorriera hasta la médula.

Esa mirada oscura, seria y penetrante era capaz de hacer que cualquiera saliera corriendo, pensaba el rubio, pero en él, sin embargo, sólo provocó que comenzara a mirarlo con aún más detención; iniciando un reto de miradas totalmente implícito, en el que ninguno de los dos estaba dispuesto a ceder.

Así, siguieron retándose secretamente con las miradas durante todo el día. Aún cuando el rubio quisiera retirar la vista del contrario, algo le hacía mantenerla todo el tiempo que le fuera posible y él supo la razón cuando el pelinegro sonrió amplio antes de dar por finalizado el reto por aquel día, retirando la mirada de sus propios ojos, para luego salir del aula en la que ambos se encontraban. Aquella sensación de peligro que el pelinegro despertaba en él le estaba gustando, quizás demasiado.

Cheol Yong no se percató cuando el final del día llegó, miró sus cuadernos completamente en blanco, libres de rayones que podían dar fe de que él asistió a clases aquel día. ¿Acaso había pasado todo el día viendo al chico nuevo? El rubio revolvió sus cabellos en un intento absolutamente fallido de alejar la mirada del mayor de su mente. Esos ojos lo incitaban secretamente a acercársele, aun cuando él no fuera el tipo de chico que tomara la iniciativa con regularidad.

Con el pasar de la semana todo fue igual que el primer día, clases aburridas que dejaban de serlo cuando el pelinegro y el rubio comenzaban su juego de miradas a escondidas del resto en cada minuto que podían. Su relación se basaba en eso, un constante reto entre ambos en el cual ninguno de los dos sabía quién ganaría, ni mucho menos, lo que estaba en juego. Pronto descubrirían que la recompensa sería igualmente dolorosa tanto como placentera.

Cheol Yong se levantó aquella mañana soleada con todo planeado en su mente, ese día le hablaría por primera vez a Cheon Dung y le preguntaría por qué no dejaba de mirarlo. En el camino a la escuela no podía dejar de pensar en cuál sería la respuesta del pelinegro, ¿Qué iba a hacer si su pregunta le molestaba? Y, aún peor ¿Qué iba a hacer si dejaba el juego que ambos tenían?

Aquella incertidumbre le venía rondando en la cabeza desde que había decidido que hablaría con él hace algunos días atrás y aumentó gradualmente a medida que se iba acercando a la escuela y, al entrar al salón, se dio cuenta de que ya no podía más con los nervios hasta que vio que el pelinegro aún no había llegado. El rubio miró su reloj y se percató de que aún era demasiado temprano para estar allí, por lo que se dirigió a su asiento intentando no darle demasiada importancia a aquel detalle.

Siempre está aquí cuando llego, no importa la hora… ¿Habrá pasado algo? – se encontró pensando el rubio mientras se sentaba en su puesto antes de recostarse en la mesa mirando hacia la ventana, perdido en como el sol invernal hacía relucir el patio completamente nevado, haciendo del paisaje algo aún más hermoso que la nieve misma cayendo.

De a poco el salón comenzó a llenarse de gente y, por consiguiente, de murmullos. Chicas que hablaban sobre lo bien que lo habían pasado en el karaoke la noche anterior y de chicos casi gritando sobre el nuevo video juego que había salido al mercado aquella misma mañana. Usualmente Mir también estaría en ese grupo de chicos gamers, si no fuera porque lo único que rondaba en su cabeza ese día era el pelinegro y en cuál sería su respuesta.

¿Dónde estará? – susurró para sí mismo cuando la profesora apareció por la puerta, dando inicio a las clases de aquel día.

Intentó no preocuparse y actuar con su naturalidad habitual durante todo el periodo, esperando que el transferido llegara al siguiente con la excusa de que se había quedado dormido o que el bus se había retrasado. Pero nada de eso sucedió, muy al pesar de Mir.

- Cheol Yong, debo pedirte un favor, ¿Puedes venir a mi oficina al terminar el día? – la voz de la profesora de geografía lo sacó de sus pensamientos de forma imprevista y, sin tiempo de pensar tan sólo asintió antes de volver a estirarse en la mesa como llevaba casi toda la mañana.

¿Qué hice ahora? – fue lo único que pensó el chico durante todo lo que quedaba de clases aquel día, dándole vueltas a todo lo que había hecho la última semana, sin encontrar nada que le hiciera merecedor de algún tipo de castigo. Aún con esa pregunta dándole vueltas en la cabeza, terminó de ordenar sus cosas y se dirigió hasta la oficina de la profesora.

- ¡Cheol Yong! Pensé que lo habías olvidado – exclamó desde su escritorio la profesora al verle – Ven, siéntate aquí.

El rubio hizo lo que le había pedido, con las manos sudorosas esperando casi la condena de muerte, listo para reclamar su inocencia acerca de lo que fuere que supuestamente había hecho.

- Como sabes, Cheon Dung no vino hoy a la escuela y necesita mantenerse al día con las materias…

- YO NO HE HECHO NA… ¿Qué? – él mismo había interrumpido su alegato al comprender lo que la profesora le había dicho, sintiéndose un tanto estúpido.

- ¿Qué esperabas que te dijera? – la profesora rió bajo intentando disimular su amplia sonrisa con su mano derecha, tapándosela.

- N-Nada… - murmuró el rubio, mirándola – Cierto, Cheon Dung hoy no vino a clases pero, ¿Qué tengo que ver yo con eso?

- Pues, necesito que le lleves los apuntes y deberes de hoy, no puede quedarse atrás ya que como creo que debes recordar, los exámenes son el siguiente mes…

- Cierto, los exámenes…

- ¿Lo habías olvidado? – La profesora volvió a reír ante la mirada atónita del rubio – No cambias Mir ¿eh?

- Usted sabe cómo soy, nueve partes despistado, una parte considerado – el rubio sonrió leve, encogiéndose de hombros a modo de disculpa.

- Entonces, ten – la profesora le entregó una carpeta llena de hojas que, según Mir suponía, debían ser todo lo del día – Gracias, Cheol Yong. 

Mir tomó la carpeta entre sus brazos y luego de hacer una pequeña reverencia hacia la profesora, salió de la oficina intentando mantener la compostura. Iría a la casa de Cheon Dung y por fin podría hacer realidad lo que venía pensando durante todo el día.

Al llegar a la dirección apuntada en la tapa de la carpeta, el rubio se sorprendió al ver que la casa del pelinegro era lo suficientemente grande para que todos los alumnos de su escuela tuvieran clases allí. ¿Por qué si vivía así, asistía a la secundaria del pequeño pueblo en el que vivían? O algo aún más extraño, ¿Por qué vivir en este pequeño pueblo lleno de granjas? Con dos preguntas más en su cabeza, el chico hizo sonar el timbre provocando que las rejas que lo separaban de aquella casa se abrieran al instante. Se adentró entre los jardines casi que conducían hacia la puerta principal casi por inercia, viéndolo todo con la intención de retener para siempre lo que sus ojos veían.

Al llegar a las grandes puertas principales, iba a llamar nuevamente por el citófono cuando éstas se abrieron con lentitud, dejando entrever a un pálido, y muy guapo, mayordomo que no podía tener más de 25 años.

¿Acaso todo lo que lo rodea es hermoso? – pensó el rubio, soltando un suspiro antes de dirigirse al que le había abierto la puerta.

- ¿Se encontrará Cheon Dung? Hoy no asistió a clases y debo entregarle los apuntes – el rubio habló demasiado rápido, aguantando la respiración, provocando que el apuesto mayordomo dejara escapar una discreta risita entre sus blancos y perfectos dientes.

- Él está, pero no se encuentra disponible en este momento – respondió el sirviente, con una seriedad similar al de su jefe.

- Oh, pues… ¿Puede entregarle esto? – el rubio decidió no insistir y le tendió la carpeta que la profesora le había entregado hacia unas horas atrás.

- Joon, déjalo que pase – se escuchó una voz un tanto grave desde el interior de la casa y Mir no pudo evitar ladear su cabeza para ver quién había hablado, sonriendo con nerviosismo al darse cuenta de que el dueño de esa voz era Cheon Dung.

- Como ordene, señor – el sirviente se movió hacia un lado, indicándole al rubio que podía pasar.

Dejando que los nervios no lo derrumbaran, atravesó el umbral de la puerta al mismo tiempo en que se veía envuelto entre blancas paredes de mármol junto con un exquisito y casi alucinante olor a rosas que invadía aquel salón. Dando torpes pasos por la habitación, siguió al apuesto sirviente hasta el estudio, donde se encontraba su compañero de clase.

¿Dónde estarían sus padres?

- Ya puedes retirarte, Joon – murmuró el pelinegro desde su gran sillón detrás del escritorio ubicado en el centro del estudio.

- ¿Seguro, señor?

- Joon… vete – respondió en tono seco el pelinegro, provocando que se le erizaran los vellos de los brazos al rubio por la frialdad con la que sus palabras habían sonado.

- Como ordene, señor - respondió el sirviente con la cordialidad habitual, cerrando la puerta tras él.

- ¿Qué haces aquí, Mir? – Cheon Dung clavó sus fríos ojos en los del  rubio a medida que se levantaba de su asiento con cierta dificultad, rodeando el escritorio para luego sentarse en él, provocando que el menor se sonrojara levemente, intentando apartar su vista hacia otro lado, claramente, sin lograrlo.

- Faltaste hoy a la escuela y la profesora me pidió que trajera esto – el rubio se acercó hasta el mayor, tendiéndole la carpeta con los apuntes en él intentando ocultar el creciente nerviosismo que sentía.

- Oh… – el pelinegro suspiró pesadamente, sin disimular un pequeño dejo de frustración en su expresión mientras tomaba la carpeta y la dejaba detrás, sin apartar su mirada de la contraria - ¿Sólo por eso has venido hoy?

- Bueno, también estaba preocupado por ti – murmuró el rubio casi en un hilo de voz acercándose más al mayor, rozando su rodilla con la contraria involuntariamente – No te ves bien, Dung… ¿Necesitas algo?

- Lo que necesito, no puedes dármelo así que… - suspiró una vez más, mordiéndose ligeramente el labio inferior sin dejar de mirarlo – No, no necesito nada.

- ¿Cómo sabes que no puedo?  - preguntó el rubio totalmente cautivado por lo que tenía en frente; definitivamente la imagen del pelinegro mordiéndose el labio no se le olvidaría jamás.

- Porque nadie se dejaría – susurró con voz grave, acariciándole el cuello al menor con el dorso de su mano derecha sin apartar sus ojos de los contrarios.

- Quizás yo si… - se apresuró a decir el rubio sin pensarlo demasiado, estremeciéndose levemente al sentir las caricias en su propio cuello.

- Ya veremos qué opinas luego… - El pelinegro sonrió ladinamente, viéndose a los ojos contrarios como alguien extremadamente sensual, y se acercó al cuello del menor, lamiéndolo en toda su extensión con una lentitud casi agonizante antes de dar una pequeña e inocente mordida cerca de la clavícula del rubio.

- S-seguro seguiré pensando i-igual – murmura el menor con voz entre cortada, sintiendo como un pequeño escalofrío volvía a recorrerlo hasta la punta de su último cabello al sentir la mordida en su piel.

- Eso espero porque no habrá vuelta atrás luego de esto, Mir… - susurró contra la piel del menor dejando entrever sus prominentes colmillos.

- ¿Q-Qué eres?

- Lo sabrás dentro de un minuto… - murmuró con voz grave, volviendo a lamer toda la extensión del cuello antes de acercarlo a su cuerpo por la cintura y morderlo con fuerza en el mismo lugar por donde su lengua había pasado segundos atrás, bebiendo toda la sangre que rápidamente iba tiñendo la blanca piel del menor en un perfecto y exquisito color rojo carmesí.

Para Mir, aquella mordida supo a gloria más que a dolor. Era una mezcla perfecta entre placer y deseo, provocada exclusivamente por las repetidas veces en que el pelinegro introducía y quitaba los colmillos de su cuello con necesidad. El rubio ladeó su cabeza hacia un costado, brindándole más espacio de acción al contrario, quién agradeció el gesto regalándole otra serie de mordidas en el camino desde el cuello hasta su clavícula.

- Te deseo, Mir - susurró el mayor al oído del contrario mientras iba quitando del camino cada botón de la camisa que cubría el cuerpo del rubio, despojándolo de ella sin pedir autorización. Tampoco era que Mir fuera a negarse, no se encontraba en posición de negarse a absolutamente nada aquella tarde.

- …Tómame – murmuró el rubio de la forma más seria que logró articular, situándose entre las piernas del mayor antes de posar sus labios con una suavidad totalmente imprevista sobre los contrarios, buscando a tientas el borde de su polera para quitarla.

- Nada me gustaría más en este momento, Mir… - el mayor sonrió con picardía mientras que, en un acto rápido, invirtió los papeles, dejando a Mir sentado sobre la mesa antes de atacar los labios de éste con voracidad, introduciendo de forma hábil su lengua en la cavidad contraria.

El rubio aceptó la intromisión con gusto, jalando al mayor por el cuello con fuerza mientras correspondía el beso quitando todo espacio existente entre ambos cuando apresó la cintura contraria entre sus piernas sin titubear. Se dio cuenta en ese momento que eso era lo que había estado deseando todo ese tiempo, tenerlo para él y sólo para él.

Dung dirigió ambas manos hacia el escritorio, quitando a tientas todo lo que había encima de él para luego recostar al rubio en la ahora libre superficie. Lo observó con detenimiento antes de quitarse su propia polera por sobre la cabeza, para volver hasta su boca y devorarla con la misma ansiedad anterior. Por su lado, Mir luchaba contra sus propios instintos de tirarse encima del pelinegro y volverse completamente loco encima de él, dejándose hacer por completo bajo las hábiles manos del mayor sintiendo cada vez ganas de obtener más y más de su nuevo amante.

El mayor dejó la boca del rubio de lado y fue deslizando la propia por todo su torso, dejando pequeñas marcas a medida que iba bajando cada vez más, provocando que el menor dejara escapar pequeños y rebeldes jadeos de su boca, siendo estos la más hermosa melodía que el pelinegro hubiera escuchado jamás. Siguió deslizándose a través del cuerpo del rubio hasta llegar a su pantalón, quitándolo del camino junto con la ropa interior sin preocuparse si el otro estaba dispuesto a llegar más allá. No iba a detenerse con preguntas en ese momento, no quería detenerse y no iba a hacerlo. Tiró las prendas del menor al suelo, haciendo lo mismo con las suyas, exponiendo por completo su pálida tez ante los ojos deseosos del rubio, para el que la vista que tenía en enfrente era aún mejor que la del chico mordiéndose su labio. Esto era mil veces mejor que eso y sabía que se iba a poner mejor.

Empezaron con un juego de besos y mordidas, de tirones y sacudidas en el que uno se enredaba en el otro, preocupados de no dejar ningún espacio por pequeño que fuese entre sus cuerpos ávidos de encontrar y descubrir cada vez más y más. El mayor tomó de la cintura al contrario, entrando de lleno y sin previo aviso en su cuerpo, empujando hacia dentro sin necesidad de forzar demasiado mientras se dejaba rodear por las piernas del contrario, iniciando un ritmo constante y placentero, casi rayando en la locura.

El juego continuó con el rubio arqueando su espalda al sentirse lleno por dentro, sin molestarse en ocultar ni reprimir los gemidos que iban creciendo con cada estocada que el otro le brindaba con posesión. Acercó al mayor hacia su boca por la nuca, tirando de sus cabellos cada vez que éste conseguía llegar hasta el tope, sintiendo una ola de placer sólo comparable con la gloria misma, mientras se derretía lentamente en los brazos contrarios.

El mayor dejó los labios contrarios de lado, deslizando los propios a través de su cuello mientras volvía a morderlo repetidas veces, para luego seguir recorriendo con su lengua la misma zona pasando por la clavícula hasta llegar al hombro, repitiendo la serie de pequeñas pero profundas mordidas sin dejar de mover las caderas contra el cuerpo del otro.

- Eres mío, Mir… Agh… - habló el mayor entre jadeos, sintiendo como gradualmente iba acercándose al placer tan esperado.

- S-solo t-tuyo… Mh… - consiguió responder el menor mientras tomaba su propia hombría comenzando a masturbarse al ritmo de las embestidas que el contrario le otorgaba, estremeciéndose cada vez más, sintiendo casi como si se derritiera lentamente.

Entre húmedos y ardientes besos, jadeos y gemidos ahogados en la boca del otro, estocadas y movimientos involuntarios y respiraciones a la par, ambos se dejaron llevar en el ansiado orgasmo en conjunto, sintiéndose cómo una sola alma por primera vez.

- Creo que mañana podré volver a la escuela… - susurra el mayor en el oído del rubio, provocando que una sonrisa tonta se formara en los labios de éste.

De esta forma, lo que partió como un reto eterno de miradas en el que ninguno pensó perder, se transformó en un juego de placer infinito, en el que ambos se pertenecían el uno al otro, tanto en cuerpo como en alma. Formaron un vínculo que nadie podría romper jamás, porque el sirviente no puede existir sin su amo y el amo no puede vivir sin su razón de existir.

Notas finales:

¿LES GUSTÓ?

Espero que si ;;;

No sé creo que el lemon me quedó extraño (?)

Recuerden seguirme en twitter ~ (Está en mi perfil)  donde se aceptan comentarios, sugerencias, palabras de amor u odio (?)

Los adoro, no saben lo que feliz que me hacen cada vez que alguien lee lo que escribo, son los mejores

Tengo varios proyectos a la cola que iré haciendo a medida que tenga el tiempo y que mi señor padre me preste cu computador ;;;

LOS ADORO <3

Hasta la proxima <3


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