Aquello fue como un preludio de su perdición, aquel que le había dado un motivo para seguir adelante, fue el mismo que lo arrastro hasta esto. Y eso era algo que Edward Elric no estaba dispuesto a aceptar.
Preludio.
Si lo piensas con detenimiento aquello estaba destinado a pasar, apenas el puso un pie dentro de tu casa y te jalo hacia arriba fuera de tu silla de ruedas, era como un preludio de tu perdición. Justo el que te había dado un motivo para continuar con tu hermano a cuestas, había sido quien te había orillado a esto.
No querías sonar dramático, pero de hecho el amor romántico no era algo en lo que pudieras realmente pensar, no tenias tiempo para eso, debías buscar con desesperación aquella piedra para salvar a tu hermano de su prisión. No había espacio para más.
Pero casi como cuando te mojas bajo la lluvia y ruegas al cielo no enfermarte, caíste enamorado de él: de sus ojos negros presuntuosos y de su tono de voz arrogante. ¡Por todos los cielos Edward Elric!, ¿En qué diablos pensabas al enamorarte de alguien así?
Pero justo ese era el problema, no estabas pensando, solo sucedió.
No te sentías orgulloso de admitir que estabas a la total merced del coronel (aunque pareciera totalmente lo contrario) pero tampoco era algo de lo que ibas a sentirte avergonzado. Había sido su total culpa, tu no tenias nada que ver en aquello, culpabas completamente a Roy Mustang de tu enamoramiento precoz.
A él, al destino, a la piedra filosofal, a toda Amestris, por dios culparías al mismo Bradley, con tan de no culparte a ti mismo. Porque por supuesto no era tu culpa, ¿Quién podría culpar al inteligente y sublime Edward Elric de caer bajo los encantos del bastardo, al igual que el resto de la población femenina del país?
Nadie podría culparte, porque no era tu culpa.
Por supuesto que no, no eras tú el que se quedaba observando más de lo usual la sonrisa encantadora que le dirigía a cualquiera que no fuera tu, ni que sentía su corazón saltar cuando sus ojos se encontraban con los tuyos y te retaba a apartar la vista. No eras tú el que sostenía la respiración cuando le pedía hablar a solas para tu próxima misión o tú más reciente castigo, ni el que se alteraba al pasar más de 10 minutos en aquella situación. No eras tú el que perdía un poco la noción del tiempo en su presencia ni el que se sentía cansado al salir de su oficina.
Claro que no, eso sería admitir que fue tu culpa enamorarte de él.
Que habías sido tu el que se perdió, como niño que suelta la mano de su madre en el supermercado, que él no tenía nada que ver con tu enamoramiento, porque él ni siquiera volteaba a verte más de lo usual, ni siquiera se esforzaba en recordar tu nombre.
Admitir que era tu culpa, era admitir que esto era algo totalmente unilateral.
Y eso era algo que no estabas dispuesto a aceptar.