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Drogas para un ángel roto por Calabaza

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Notas del fanfic:

Historia basada en el endverse, el universo alternativo que se muestra en el episodio The End, un escenario apocalíptico en el que ya no hay ángeles y en cambio abundan los demonios y croats (personas infectadas por el virus croatoan).

Dean Winchester sigue resistiéndose al destino, y Castiel, que ahora es un simple humano, piensa acompañarlo hasta el final. 

Notas del capitulo:

Este es un fanfic de cuatro partes. Debido al ambiente en el que se desarrolla la historia no es precisamente un fanfic feliz, no hay final feliz, no hay felicidad aquí...si vienen buscando eso, huyan. Es el fin del mundo.

Que lo disfruten~

La primera vez que sucedió fue en la época en la que el pie de Castiel estaba sanando, cuando ya había sufrido todo el rigor de la experiencia humana, toda la gama de inconvenientes de ser mortal. El frío, el hambre, la debilidad, el dolor. Oh, el dolor.

Cuando era un ángel Castiel podía ser herido y sentir dolor, pero su gracia le permitía sanarse a sí mismo con eficiencia y rapidez, y aún sino era capaz de curarse por su cuenta siempre podía contar con la asistencia de alguno de sus hermanos para aliviarse cuanto antes por lo que no estaba acostumbrado a la agonía prolongada de un dolor crónico o de tener que esperar a que su cuerpo sanara lentamente de la manera mortal.

Experimentar el dolor como humano era algo completamente distinto a lo que había sentido antes. El dolor que fracturarse el pie le había provocado había sido, por  resumirlo en una sola palabra, caótico, porque el dolor terrenal, físico, de la carne misma, era punzante, quemante, intenso y desordenado, estaba en todas partes y lo invadía todo, se extendía hasta saturar cada fibra nerviosa de su cuerpo, y envenenar cada una de las ideas en su mente hasta perder el control. Todo lo que podía pensar o sentir era dolor. Él mismo se había convertido en dolor, expresado en gritos que sólo cesaban cuando lograba articular la única palabra en la que podía enfocarse a momentos: Dean.

Y Dean estaba ahí a su lado, tratando de hacer que se calmara mientras atendían su herida.

Pero la peor parte, aún más que el insoportable dolor en sí mismo, había sido todo aquello que lo había acompañado. Miedo, incertidumbre, angustia, impotencia y sobre todo, la completa conciencia que tuvo a partir de entonces de su condición humana, de la debilidad que conlleva, de lo fácil que era enfermarse o herirse, del mucho tiempo que le costaba recuperarse y de que tal vez nunca volvería a sentirse del todo bien.

Aun cuando había sanado y ya podía levantarse todavía a veces le dolía el pie, sobre todo si hacía frío o llovía.

—Es normal. —le había dicho Chuck, poniendo en las manos de Castiel un bote de pastillas—A veces con el frío y la humedad duelen los huesos, sobre todo las articulaciones y las viejas lesiones. Toma eso, te ayudará a soportarlo.

¿Normal? ¿Era normal para los humanos sentir aquella cantidad de dolor sólo por que hacia mal clima?

Había estado observando a la humanidad desde sus inicios y sabía cosas sobre ellos que los mismos humanos ignoraban, había podido mirar en de sus corazones, y podía ver la trama que cada una de sus vidas trazaba dentro de la gran creación de su Padre.

Pero había pequeños detalles que parecían carecer de importancia ante la mirada celestial  y que Castiel no había notado hasta que había llegado a vivir entre los humanos. Hasta que se había convertido en uno de ellos. Como el hecho de que con la humedad y el frío duelen los huesos y el dolor no se iba por un buen tiempo sin importar lo que hiciera.

Las pastillas ayudaban, aunque debía tomarlas constantemente porque comenzaba el  invierno y el frío que se colaba dentro de las barracas del campamento era demasiado.  El dolor en el pie, aunque mucho menos intenso que al principio, seguía pareciéndole intolerable, pero había optado por no mencionarlo  temiendo que aquel sufrimiento que le parecía excesivo  fuera únicamente por que él era nuevo en la experiencia humana. Muchos en el campamento se habían lastimado de alguna u otra forma, algunos la habían tenido mucho peor que Castiel, y sin embargo andaban por ahí, haciendo rondas y cumpliendo con su trabajo sin quejarse. Sentía una redescubierta admiración por la resistencia humana. Y como humano, él tendría que aprender a resistir también. Así que guardaba su dolor para sí mismo  mientras se metía dos o tres pastillas a la boca.

Así pasó el invierno, y cuando llegó la primavera seguía tomando pastillas a toda hora, aunque el pie le dolía cada vez menos.

Pero antes de eso, cuando su pie apenas había sanado y recién volvía a levantarse luego de dos meses tumbado en la cama, y tenía que andar despacio y apoyándose en un bastón, fue cuando sucedió por primera vez.

Desde que se había lastimado y no podía ir más con el grupo de expediciones, él y Dean se habían visto muy poco. A veces Dean pasaba a visitarlo, pero casi siempre estaba muy ocupado, por lo que Castiel no se esperaba que llegara esa noche, mientras él se dedicaba a dar un paseo de un lado al otro de la habitación probando que tanto peso podía poner sobre el pie afectado sin sentir incomodidad.

—Deberías estar descansando.

—Estoy… cansado de descansar. —respondió, girándose para ver a Dean, quien se había quedado de pie en la puerta. Estaba sucio de lodo y de sudor, tenía una cortada en la mejilla cerca del ojo, que todavía estaba sangrando, y además lucía exhausto. —Tú, por otra parte necesitas dormir.

Dean chascó la lengua y soltó una risilla seca que no tenía nada de cómico o alegre, era más un sonido cansado y apesadumbrado.

—Dormir. Si pudiera dormir lo estaría haciendo.

El cazador caminó por la habitación y se dejó caer pesadamente en la cama, suspiró y frotó sus párpados con las yemas de los dedos.

— ¿Sabes que tenemos información sobre el Colt?  Dicen que está en Nueva York, que lo tiene un demonio en un penthouse en Manhattan. Un penthouse, imagínate. Esos hijos de puta se están dando la gran vida y aquí no tenemos ni papel higiénico. ¿Y sabes qué más? Hay otros que dicen que está en un convento en Denver. O que podría estar en México. ¡El puto Colt podría estar en México! — Dean resopló y trató de calmarse manteniendo la cabeza baja y  la mirada fija en el piso.

—Podría estar en el fondo del mar. —soltó finalmente. —No estoy más cerca de encontrarlo de lo que lo estaba al principio.

Levantó el rostro y miró a Castiel, quien pudo leer en sus ojos su rabia y desesperación. Pero también había otra cosa en su mirada, una súplica silenciosa que le imploraba al ángel que tantas veces le había ayudado en el pasado que le concediera respuestas o al menos un poco de consuelo. Con el paso del tiempo Dean lo miraba cada vez menos de esa manera, porque él ya no era un ángel, ya no tenía respuestas para ofrecer o poderes extraordinarios de los cuales fiarse, y la conciencia de ello hacía sufrir a Castiel. Dolía.  Algo diferente al dolor de romperse los huesos del pie. Era más como un aguijonazo que se iba extendiendo, un dolor sordo que no le tumbaba pero lo aturdía, como si le estrujaran por dentro y le sacaran el aire.

— ¿Todavía duele?

—Sí. Menos que al principio— respondió Castiel, apartando la mirada, girando un poco el tobillo del pie lastimado, sintiendo como crujían las articulaciones.

—Venga, siéntate antes de que vuelvas a lastimarte.

—Dean, no voy a lastimarme por estar de pie. — contestó sonando más ofendido de lo que hubiera deseado, pero es que no quería que sólo porque ahora pudiera romperse partes del cuerpo, Dean comenzara a tratarlo como si fuera un completo inútil. No lo era. Luchaba constantemente por convencerse de ello, aunque era casi siempre una batalla perdida.

—Si fuerzas ese pie no va a terminar de sanar.

Castiel fue a sentarse en la cama, a su lado.

—Me gustaría volver al grupo de expediciones cuanto antes.

—En cuanto puedas volver a caminar.

—Ya puedo caminar.

—No.

—Dean.

—No.

—Quiero ser útil.

—No eres útil en el campo de batalla si no puedes correr. Lo único que harías sería poner la vida de todos en peligro. Tú propia vida.

Castiel asintió, cabizbajo. Sabía que Dean tenía razón, y había anticipado cuál sería su respuesta aún antes de preguntar.

—Tal como estás para lo único que servirías sería para hacer de cebo. ¿Eso quieres, Cas? ¿Ser el cebo para esos monstruos?

—Bueno, al menos así sería de utilidad.

—Sí, claro, destripado por una horda de croats vas a ser muy útil.

—Lo siento.

Castiel fijó en Dean aquella mirada triste, húmeda y dulce que solía dirigirle sólo a él, y que tenía casi siempre la virtud de hacerle bajar las defensas. Por esa vez funcionó, porque sin quererlo así, la voz de Dean se volvió más suave, y las arrugas de su frente se alisaron hasta conferirle un aspecto más relajado.

— ¿Por qué te estás disculpando?

—Si tuviera mis poderes…

—Pero no los tienes. Y no es tu culpa, ya lo hemos hablado.

—Quisiera poder hacer más, hacer lo que podía hacer antes. Daba por sentado poder ir a cualquier lugar del mundo en segundos y tener la fuerza física para abatir demonios, y ahora… —Castiel meneó la cabeza con una expresión en su rostro que evidenciaba la impotencia que sentía. —Las limitaciones físicas a las que los humanos están atados son… intolerables. El hambre, el cansancio, la debilidad. Siempre he pensado que el ser humano es extraordinario pero me doy cuenta de que lo es en muchas más formas de las que era capaz de comprender antes. Su capacidad de sobrevivir a pesar de ser tan frágiles sigue… asombrándome.

—Sí, bueno, por si no te lo había dicho antes, bienvenido a la condición humana. Y si los humanos nos sentáramos todo el día a lloriquear por lo “frágiles” y “limitados” que somos probablemente ya nos habríamos extinguido.

Castiel agachó la cabeza, sintiéndose repentinamente avergonzado de sí mismo por lamentarse de aquella forma frente a Dean.

—Sé que es difícil para ti que eras un ángel todopoderoso con tu aureola y tus alas esponjosas, tener que vivir ahora como un simple humano. Y sé que apesta todo esto, el frío, el hambre, sé que es duro, pero tienes toda la vida para acostumbrarte. Y no tienes que pasar por esto solo. No es como si fuera a dejarte a tu suerte allá afuera, sin comida o abrigo, o como si fuera a abandonarte si te lastimas. 

—No era… todopoderoso. —dijo Castiel con timidez, y el otro esbozó una sonrisa al ver como su compañero no perdía la capacidad de poner atención a detalles triviales durante  la conversación.

—Gracias, Dean.

—En poco tiempo vas a estar allá afuera cazando a esos malditos bichos del infierno, pero hasta entonces, quédate en la cama todo lo que sea necesario.

Castiel iba a rebatir y decirle que estaba harto de estar en la cama, pero guardó silencio porque sabía que la intención con la que le decía aquellas cosas era buena. Dean, quien estaba devastado por perder a Sam, y que a pesar de todo todavía luchaba cada segundo del día por encontrar la forma de detener el apocalipsis, destruir a los croats, mantener a salvo a los sobrevivientes, cazar demonios, buscar el Colt.

El Colt que era la única esperanza que quedaba para destruir a Lucifer. Y si lo lograba sabían lo que eso implicaba para Sam, quien era el recipiente del ángel caído. Sam, que estaba atrapado con Lucifer dentro de su propio cuerpo y que sería irremediablemente destruido junto con él. Lo sabían perfectamente, y la presencia de ese hecho inexorable en sus mentes pesaba en el aire, tensándolo todo.

Sin embargo nunca habían hablado del tema. Castiel sabía que Dean no quería hacerlo, se lo había expresado con la dureza de su mirada  luego de que se enteraran de que Sam había dicho “si” a Lucifer. Luego de eso Dean dejó de mencionar a Sam, pero continuó hablando de encontrar el Colt, y Castiel entendió y guardó silencio por respeto a su decisión, y por qué no estaba seguro de poder decir algo que aliviara la carga de Dean.

En vez de eso sólo podía verle sufrir, atormentado por las decisiones que había tomado y por las cosas que tendría que hacer, por el peso que caía sobre sus hombros de ser él quien debía encontrar el modo de detener la destrucción del mundo. Y a pesar de todo eso, Dean Winchester todavía tenía tiempo para preocuparse por Castiel. Ese era el tipo de excepcional ser que era aquel hombre, y Castiel sabía que su elección de quedarse a su lado había sido la correcta, incluso si eso era la causa de que su gracia y sus poderes se hubieran esfumado.

—Y por si sirve de algo me alegra de que estés aquí, Cas. —dijo Dean de pronto—Eres el único con el que puedo hablar.

Castiel sonrió.

—Entonces dime ¿Piensas ir a México a buscar el Colt?

—No por ahora. —Dean soltó una leve risilla. —Es seguro que es un farol como todas las otras pistas que hemos conseguido últimamente.

Castiel asintió. Se levantó, apoyado en el bastón y fue hacia el pequeño trastero en dónde tenía una botella de whisky. Sirvió un vaso y se lo pasó a Dean, luego fue al otro lado de la habitación y tomó una toalla.

Dean lo miraba curioso, notando como a pesar de la cojera no iba tan lento al andar. Castiel mojó la toalla con agua de una botella que tenía a la mano y se acercó de nuevo a su amigo, poniéndose justo frente a él, haciéndole levantar el rostro mientras que le limpiaba la herida de la mejilla.

— ¿Q-qué haces? — Dean trató de echarse hacia atrás y oponer resistencia, pero a pesar de todo Castiel seguía teniendo la fuerza suficiente para detenerle. Dean sintió la mano del otro cerrándose con vigor sobre su hombro. En cambio, cuando pasaba la toalla húmeda sobre su rostro lo hacía con mucha delicadeza.

— ¿Entonces qué piensas hacer? —preguntó Castiel, continuando la conversación, mientras le quitaba la sangre del rostro. Sus ojos se pasearon vagos, examinando la cara de Dean y las leves cicatrices que aún marcaban los lugares en los que se había hecho daño antes. La piel estaba un poco maltratada, normal viviendo una vida que le permitía poco tiempo para el cuidado personal, pero a pesar de eso conservaba algo de su antigua lozanía. Las pecas  seguían ahí, igual que las tupidas pestañas y el brillo verde de sus ojos. Todo seguía igual, sólo que más cansado, un poco más opaco. La mano de Castiel que sostenía el hombro de Dean se movió hacia su cuello, sin necesidad alguna, quizá sólo porque le daba la sensación de que podía mantenerle completamente quieto si lo sostenía así. Dean de todas formas no se movió y se dejó hacer mientras la toalla se movía suavemente sobre su piel. La mano de Castiel en el cuello de Dean se cerró un poco más, como si temiera terminar retirándola por error. Podía sentir el nacimiento del cabello en la nuca, podía sentir el sudor que todavía le mojaba la piel. Y podía percibir el olor a sudor, a tierra, a hierba húmeda, a combustible, a pólvora, a sal, a sangre. Pero a Castiel no le molestaba. Eran aromas que asociaba a Dean aun desde antes del apocalipsis, y para él todo lo relativo a Dean resultaba agradable. Si podía olerlo era porque estaba ahí, justo frente a él, a salvo, vivo.

— ¡Eh! —se quejó el cazador, moviéndose de nuevo,  y Castiel se dio cuenta de que había presionado con demasiada fuerza sobre el corte en la mejilla.

—Lo siento.

—Ya. Yo puedo solo. — Dean le arrebató la toalla de las manos y terminó de limpiarse. —Gracias.

Pero Castiel no se movió de dónde estaba, y Dean lo dejó estar porque hacía mucho tiempo que se había dado por vencido con aquello del espacio personal. Y también porque estaba obteniendo justo lo que había ido a buscar, aunque no quisiera admitirlo ni para sí mismo.

La cercanía de Cas. El calor de Cas.

La idea había estado ahí por años, oculta, adormecida. Luego de pronto se había estado moviendo más y más a la superficie de la mente de Dean, hasta que se había acostumbrado a ella.

La idea estaba con él casi todo el tiempo, sobre todo cuando se encontraba solo, cuando se sentía de verdad solitario y afligido.

Así que había empezado a plantearse la posibilidad de que la idea no era tan descabellada.

Porque él estaba solo, y notaba la forma en que Castiel le miraba. Siempre había estado al tanto de aquellas miradas, de lo prolongadas y profundas que eran, aun cuando él no estuviera mirando a Castiel podía sentir cuando el ángel le miraba a él. Y al principio había sido incómodo, tener a aquel ser celestial observándolo de aquella manera. Pero luego de tanto tiempo juntos había terminado por acostumbrarse. Más que eso, había desarrollado la necesidad de sentir aquella mirada vigilándolo. Le hacía sentir seguro y querido. Y quizá por eso mismo fue que le había molestado al principio, porque nadie podía querer a Dean Winchester, excepto por Sam que tenía que quererlo porque eran familia. ¿Por qué iba a quererlo alguien más? ¿Por qué iba a quererlo un ángel del señor? A él, pobre pecador, sin fe ni esperanza que lo único que podía hacer bien era mentir, asesinar y ligar. Pero el tiempo y la constancia de Castiel habían terminado por derrumbar ese pensamiento obligándolo a aceptar que a pesar de lo que era y de lo que hiciera, aquellas miradas no se detendrían, ni el cariño que el ángel le tenía desaparecería.

Castiel le quería, por la razón que fuera que tuviera para ello, le quería de verdad. Profunda y fervientemente.

Y cuando Dean se sentía muy solo y desesperado, lo que era últimamente casi todo el tiempo, pensaba en aquel profundo y fervoroso cariño y le echaba de menos, y entonces deseaba más que nada volver a estar en presencia de ese amor y dejarse envolver por él  hasta que ya no pudiera sentir más la soledad y el vacío.

Por eso tarde o temprano siempre volvía a buscar a Cas, aunque fuera de noche y estuviera cansado, necesitaba verlo, y que Castiel lo mirara con aquel amor incondicional que le tenía y que le hacía sentir bueno y valioso aunque fuera solo por un momento.

Y por eso estaba ahí esa noche. Porque todo estaba yendo mal, el mundo se caía a pedazos, Sam no estaba y él, Dean Winchester, era incapaz de hacer algo respecto. Y sí, merecía sentirse mal, merecía quedarse encerrado en su cabaña dando vueltas como una bestia enjaulada, comiéndose el seso toda la noche hasta que se le ocurriera la forma de componerlo todo, pero esa noche estaba extenuado y rendido, demasiado solo, demasiado frío, y quería poder olvidarse de todo por unos momentos dejando que el alcohol lo aturdiera hasta que pudiera quedarse dormido, y que la presencia de Castiel ahuyentará sus demonios internos.

Originalmente había ido a buscarlo con esa pura intención, sólo anhelando su compañía. Pero “la idea” surgió casi de inmediato mientras cruzaba la puerta y ahora se resistía a alejarse, porque Castiel estaba demasiado cerca. Y la idea era, que si Castiel podía hacerle sentir mejor sólo con hablarle, podría aliviarle mucho más si lo tocaba, si le dejaba sentir todo el cariño que tenía por él de forma física. Dean había estado pensando mucho en sentir las manos de Castiel sobre su cuerpo. Quería que aquellas manos le tocaran en la forma en que  los ojos de Castiel le miraban, lo ansiaba tan profundamente que de pronto se preguntó cómo había podido pasar tanto tiempo resistiéndose a ese deseo.

No sabía si podía seguir resistiendo, y en realidad no quería. Así que se quedó ahí, con Castiel de pie a unos pocos centímetros de distancia, dejándose observar por aquellos ojos de cielo, y  preguntándose a sí mismo si se atrevería a pedir más, porque aunque sabía que era querido, no estaba seguro de que Cas tuviera la necesidad física de demostrar lo que sentía. Después de todo había pasado quien sabe cuántos milenios siendo un puro y casto angelito virgen que no había usado nunca el culo más que para sentarse sobre las nubes.

Sonrió al pensar en ello y se apresuró a ahogar esa sonrisa con un trago del vaso con whisky que aún tenía en las manos.

No era que quisiera follar con él. Aunque tampoco era que no quisiera. No era sexo lo que había ido a buscar. Lo que quería era aquello que la única persona que quedaba en el mundo que aún lo amaba, le podía dar: Amor.

 Castiel levantó una mano y la llevó de nuevo al rostro de Dean, la palma apoyada contra el contorno de su cara y el pulgar delineando muy levemente el trazo que la herida roja en la mejilla de Dean había formado.

—Ya sanará. —dijo Dean, sospechando lo que pasaba por la mente de Castiel. De nuevo todo aquello de “Si tuviera mi poder…”. —Venga, quita esa cara de preocupación, que no es más que un rasguño.

Pero la preocupación no se desvaneció, y Dean se sintió terriblemente culpable por que el pobre de Cas ya la pasaba bastante mal por su cuenta, lidiando con todo el asunto de acostumbrarse a ser un humano, además de haberse fracturado el pie y haberla pasado horriblemente mal por ello, como para encima causarle preocupaciones extras.

—Estuve lastimándome y curándome por mi cuenta toda la vida antes de que te convirtieras en mi guardaespaldas. Y, con excepción de esa vez que terminé en el infierno, siempre salí bien parado de todo. Ya estoy grande y puedo cuidarme solo.

—Pero no estás solo, Dean. —la mano de Castiel le acarició la mejilla y el mentón, y terminó, quizá sin querer, tocando los labios de Dean. Al darse cuenta de aquel contacto retiró la mano rápidamente y dio un paso hacia atrás, recordando de pronto lo que Dean le había dicho tantas veces y que él siempre había elegido inconscientemente olvidar: “Espacio personal, Cas”.

—Lo siento. —musitó, y entonces Dean le tomó la mano que había quitado y se la sostuvo con fuerza, impidiéndole dar otro paso en reversa. Se miraron por un momento, Castiel confundido y Dean lleno de ansiedad.

Ninguno de los dos sabía que hacer a continuación.

Dean había actuado sin pensar, y ahora estaba ahí, indeciso de continuar con lo que ya había empezado o de volver a la seguridad de negarse lo que estaba necesitando.

Fue finalmente Castiel quien tomó la decisión, soltándose del agarre del otro solo para volver a poner las manos (esta vez ambas) sobre el rostro del que era para él el humano más importante de la creación, recorriendo con sus dedos cada forma y detalle de su rostro. Dean cerró los ojos cuando los dedos de Castiel pasaron sobre sus párpados, y entreabrió los labios cuando acariciaron su boca.

Castiel sintió el aliento del otro entre sus dedos, siguió la forma de aquellos labios todavía húmedos de saliva y alcohol, los delineó hasta las comisuras, deleitándose con su sedosa textura. Cuanto tiempo había pasado observando con infinita atención aquellos labios sin atreverse a tocarlos, sin pensar jamás en que podría hacerlo. Pero lo había deseado, si, muy secretamente, tan secretamente que pensaba en ello más de lo que era conveniente.

Jamás había tocado así a otra criatura, no a un humano, tampoco a otro ángel. Nunca había tenido el deseo de tocar a nadie en particular, al menos no hasta que había conocido a Dean Winchester y había quedado cautivado por la brillante luz de su alma  y la fortaleza de su espíritu. Todo respecto a Dean era motivo de asombro, todo lo que venía de él capturaba su atención, y el único remedio que tenía para la intensa necesidad de resolver aquel acertijo que era Dean era observarlo, analizarlo, estudiar cada gesto, palabra y reacción aun cuando no las comprendiera, hasta que había logrado grabarse cada detalle en la mente. Conocía aquel rostro con tal precisión que habría podido esculpirlo, pero sólo observar parecía de pronto una forma de percepción tan pobre e incompleta comparada con poder sentir con su propia piel la de Dean.

Lo había tocado antes, claro, por ejemplo cuando lo había sacado del infierno, o para sanar sus heridas o transportarlo de una lado a otro con sus alas, pero en ese momento, ahora mismo, con sus manos explorando libres aquellos relieves que antes sólo había podido contemplar, aquello era una experiencia totalmente diferente. Era como redescubrir a Dean, volver a conocerlo con sus manos, maravillándose por lo suave que eran sus labios y la aspereza de su barba, lo blando de su piel ahí dónde las pecas formaban constelaciones sobre sus mejillas. Luego estaba el calor, la piel de Dean estaba caliente, como su aliento, como su respiración contra las manos de Castiel.

Y Dean se quedaba quieto, ofreciéndose abiertamente a su curiosidad sin el menor ápice de resistencia, sin ningún pensamiento para el espacio personal. Podía verlo en sus ojos, que tenía su permiso para hacer lo que estaba haciendo y para continuar tanto como quisiera, hasta dónde cualquiera de los dos estuviera dispuesto a trazar un límite.

Pero ocurre cuando uno se embriaga, que pierde la capacidad de poner límites, y Castiel estaba ya ebrio, saturado de sensaciones, de deseos cuya intensidad desconocía.

Sus manos trazaron caminos hasta el cuello de Dean, y los suaves mimos que aquellos dedos le proporcionaban, especialmente al tocar ahí, justo detrás de la oreja y un poco hacia abajo, le causaron a Dean una sensación tan placentera que tuvo que cerrar los ojos de nuevo y un suspiro escapó de sus labios.

No como un suspiró normal, no de cansancio o de alivio. Sonaba mucho más grato, complacido. Lo que debía significa que a Dean le gustaba lo que le hacía, y esa idea encendió una llama en el pecho de Castiel que le quemaba de la manera más agradable en la que algo puede quemar, y quería que Dean pudiera sentirse tan bien como él se estaba sintiendo.

Las manos de Castiel se detuvieron un momento sobre los hombros del cazador y luego se deslizaron bajo la vieja chaqueta de cuero, buscando un camino para deshacerse de ella. Dean comprendió lo que él otro pretendía, así que estiró una mano para dejar el vaso sobre el velador y se sacó la chaqueta, luego la camisa, quedándose únicamente con la playera que llevaba debajo, que era de mangas cortas, lo que dejaba a la vista de Castiel piel que aún no había tocado. Sintió sus propios dedos estremecerse, anticipándose a la sensación del tacto.

Estaban mirándose a los ojos desde hacía un rato, sin ser capaces de romper el contacto o pronunciar palabra alguna.

Dean temía que si apartaba la vista el encanto se rompería y  tendría que volver a ser el mismo de siempre, el que no podía aceptar el amor de nadie, el que creía que si traspasaba aquella última barrera con Cas lo arruinaría todo.

No quería ser ese Dean. Quería a Castiel. Quería sentirse auténticamente querido por una noche. Anhelaba desesperadamente aquella sensación de ser adorado que las manos de Castiel acababan de enseñarle.

“¿Tanto así me quieres?” pensó Dean, dolorosamente asombrado por la ternura con la que Castiel estaba acariciando su cabeza. Lentamente fue poniendo sus manos sobre las caderas de Castiel, obligándolo a moverse un poco más cerca de él, atreviéndose por fin a cerrar los ojos mientras apoyaba su frente contra el vientre del otro. Castiel simplemente continuó acariciando su cabello, sus hombros y su espalda. Dean aspiró el olor de la ropa de Castiel, y percibió el calor de su abdomen atreves de la tela de la camisa.

Se sentía tan bien aquel simple contacto, y quería más de eso, mucho más. Quería poder tocar a Castiel de la misma forma, quería poder enseñarle que aun siendo humano, aun en el fin del mundo, todavía había cosas buenas para disfrutar.

Dean se levantó de la cama, sin soltarse del otro, cubriéndolo con sus brazos  en un abrazo que sorprendió a Cas quién lo correspondió torpemente, y que se tornó en algo aún más inesperado cuando el cazador lo empujó sobre la cama y se acomodó a horcajadas sobre él.

—Dean.

—Shh.

Le hizo callar poniéndole sus dedos sobre los labios. Era su turno.

El cazador empezó de la misma manera, trazando con las puntas de los dedos las facciones del rostro de Castiel, quien había puesto una expresión de preocupación con los ojos muy abiertos y el ceño fruncido, pero aun así se quedaba dócil y quieto a su merced.

Dean pensó que casi parecía un niño asustado de algo que no conocía. En cierta forma lo era, ya que nunca antes en su extraordinariamente larga existencia había experimentado aquel tipo de contacto físico tan íntimo.

—Tranquilo, Cas. No voy a lastimarte. — susurró Dean con una media sonrisa.

—Lo sé.

— ¿Entonces por qué parece que tienes miedo? —preguntó, acariciando la mejilla de Castiel, capturando el lóbulo de su oreja entre los dedos y presionándolo con suavidad en pequeños movimientos circulares.

—N-no… no tengo miedo. —jadeó.

Dean se rió. Una risa auténtica y llena de gozo.

—Oh. Entonces estás nervioso.

Castiel tragó saliva y apretó los labios. Claro que estaba nervioso, pero tampoco iba a aceptarlo. ¿Cómo no iba a estarlo? No era sólo por el hecho de que su cuerpo estaba reaccionando a ser tocado de aquella manera. Era sobre todo porque era Dean. Dean, el que podía hacerlo dudar o creer, el hombre al que había elegido seguir, el simple humano que se había adueñado de todos sus pensamientos desde la primera vez que le había puesto una mano encima.

Dean era demasiado importante, y su cuerpo lo sabía, y respondía temblando y estremeciéndose.

Claro que Castiel estaba nervioso. Claro que tenía miedo, no de Dean, si no de sí mismo y de lo que estaba sintiendo que le era tan desconocido.

Sus párpados se cerraron con fuerza cuando una mano se deslizó bajo su camisa y tocó su abdomen, y Dean pudo sentir como el otro contraía los músculos ahí en dónde había apoyado la palma. Sus dedos se arrastraron sobre la piel caliente y suave, moviéndose hacia un costado, sintiendo las formas de las costillas, una zona sensible que al ser tocada hizo jadear a Castiel un poco más, luego alcanzó la espalda y se deleitó en la extensa superficie de piel que tenía a su disposición para tocar.

Pero claro, no sólo con las manos se puede tocar, y Dean ya estaba pensando en cuántas otras partes de su propio cuerpo querían sentir a Cas.

Su  boca, por ejemplo, que hambrienta y sin dudar se lanzó sobre el cuello de Castiel, tan expuesto e indefenso, demasiado tentador para no querer probarlo. Dean escuchó su propio nombre en la voz del otro y le gustó el sonido que producía dicho de esa forma en medio de un montón de jadeos y gemiditos.

Dean levantó el rostro sólo para poder mirar la expresión de Castiel en ese momento, y no se decepcionó al ver su rostro arrebolado y enrojecido. El nerviosismo inicial parecía haberse esfumado. Aquellas pupilas azules se clavaron en él de forma demandante, pidiéndole que continuara. Si, Dean conocía ese tipo de mirada, y siempre disfrutaba de ellas. El que fuera Cas quien lo mirara así resultaba al mismo tiempo excitante y divertido.

Castiel quería más de él, y él quería más de Castiel, y la soledad y el miedo se habían quedado rezagados y ya no podía pensar en ellos porque todo lo que ocupaba su mente era Castiel, con el cabello revuelto, sus ojos penetrantes y sus labios rosados y secos, demasiado llamativos para seguir ignorándolos. Porque había estado intentando ignorarlos por años, pero eso se acababa ahí mismo.

Castiel no cerró los ojos cuando el rostro de Dean se acercó al suyo tanto que sus narices se tocaron y sus respiraciones se mezclaron, no los cerró aun cuando la boca de Dean tocó la suya, y pudo sentir con sus labios los de Dean que seguían húmedos y se presionaban contra él con fuerza. Dean entreabrió los labios y los movió, repartiendo pequeños besos sobre los de Cas, y Castiel, ansioso por participar y queriendo corresponderle hizo lo mismo.

Dean pensó que era una forma de besar muy casta e inocente. Él no solía besar así porque la mayor diversión venía cuando podía usar la lengua y había saliva de por medio. Pero ese de ahí era Cas, y porque era él las cosas siempre eran diferentes a su respecto. Quería tocar y ser tocado por él, sentía esa necesidad en todo su cuerpo, pero quería tomarse su tiempo, quería disfrutar cada roce así le llevara toda la noche o toda la vida, porque se le ocurría que podría estar así por siempre.

Se encontraba ansiando mucho, mucho más de lo que en un principio se había sentido capaz de pedir, pero aquel contacto puro, casi demasiado dulce para creer que era posible, esos besos candorosos, las manos de Castiel en su pecho y en su nuca, sus propias manos recorriendo la espalda de su compañero, le estaban causando sensaciones más intensas de las que había tenido en años al tocar a sus amantes.

No era tan raro después de todo. Él había estado ávido del contacto con Castiel desde hacía mucho. Y además, nadie con quien se hubiera acostado antes le miraba de la forma en que Castiel lo hacía. Las miradas incitantes y voluptuosas de sus amantes no se comparaban con la intensa devoción de Castiel.  

Castiel. Su Cas. Su ángel guardián, que aún sin poderes tenía la capacidad de salvarle de la oscuridad que había en su interior.

Esa fue la primera vez que ocurrió. Fue casi al amanecer cuando ambos cayeron rendidos, uno al lado del otro sobre la cama, tan cerca que todavía respiraban el mismo aire.

Una vez, por supuesto, no podía ser suficiente, y por el contrario, cada nuevo encuentro les creaba a ambos un apetito por estar juntos cada vez mayor.

Por una temporada compartieron todas sus noches, lo cual resultaba ser para ambos un remedio eficaz contra  la constante angustia, el dolor y la amargura cada vez más palpable de un mundo que se moría a su alrededor. Estar juntos les brindaba alivio, un escape de la realidad, un refugio que era sólo para ellos dos.

Pero todo lo que empieza debe terminar.

Notas finales:

¡Muchas gracias por leer!

Disfruté mucho escribir este fanfic porque el endverse es una de mis versiones favoritas de Supernatural, me parece muy interesante explorar la historia de Dean y Castiel en ese univeso alternativo y como llegaron a transformarse tanto, y bueno es lo que intento contar con esto, aunque de manera muy resumida, la verdad el endverse se merece historias del grueso de las enciclopedias, o será que soy muy friki con el tema. Es que me encanta, es que me pone loca, es que mis pobres niños tan rotos.

En fin, espero que hayan disfrutado la primera parte, la siguiente actualización será el próximo jueves. 


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