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Para ti, una sonrisa por Yoshita

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Notas del fanfic:

Bueno, dado que hay una amplia gama de parejas y que esta es una que amo, me decidí a adaptar una de mis ideas a esta. Es mi primer MarAce, pero espero les guste.

One Piece es propiedad de Oda Eichiiro.

Notas del capitulo:

Dado que no hay muchos MarAce, decidí hacer mi aporte. 

Espero les guste. 

 
 
El semáforo cambió a rojo y se detuvo al borde del andén. La fría noche se cernía y tomó su chaqueta para cubrir su uniforme. Se quitó el casco y acomodó la chaqueta en sus brazos. Se puso el casco de nuevo y posó sus manos en el manubrio de su moto. Una ligera llovizna comenzó a caer y Marco acercó sus manos a sus labios para calentarse. Cerró los ojos e imaginó su cálido apartamento donde, seguramente, tendría en poco tiempo listo su chocolate caliente. El semáforo se demoraba en cambiar. 

-No te muevas- sintió un frío deslizar por su espalda, el filo rozaba su nuca. La voz, que le susurraba al oído, era cálida a pesar de la situación- baja de la moto. 

Marco sacudió su cabeza y volteó a ver al muchacho que pretendía robarle. Abrió sus ojos desmesuradamente, ¡iba casi desnudo! Sólo llevaba una bermuda café oscuro. Su pecho descubierto se agitaba y se humedecía por la lluvia. El cabello negro se pegaba a su rostro sucio. ¿Cómo podía ir así en ese frío?

Por mas que tuviera que arrestar al chico, no tuvo la voluntad de hacerlo. 
Se bajó de la moto. La mirada del ladronzuelo era de sorpresa, al parecer, no esperaba la afirmativa del chico motociclista. Marco sonrió, vería al muchacho intentar, de manera fallida, robar su moto. 

El chico, tembloroso, guardó su puñal y se situó en el sillín, puso sus manos en el manubrio e intentó arrancar, aun con el semáforo en rojo; el transcurso del asalto había sido cuestión de segundos. 

Un pitido estridente asustó al vagabundo y avisó a Marco que debía dejar de jugar al ignorante. 

Pero la mirada del muchacho lo desarmó. Su confusión estaba escrita en mayúscula por toda su cara y sus ojos denotaban miedo. Mucho miedo. 

-¿Quieres saber qué pasó?- le preguntó, cuando el semáforo cambió a verde, de manera involuntaria. 

Ahora su semblante era de sorpresa, ¿le hablaba a él?

-Podemos hablarlo con calma- se quitó la chaqueta y dejó a la vista su placa. 

"Policía", maldijo en su interior el pilo con el temor de sus acciones, "hoy no es mi día". 
Pero, de nuevo, cambió a la sorpresa a la sorpresa al sentir como el oficial deslizaba suavemente el abrigo sobre sus hombros. Se había acostumbrado tanto al frío y la lluvia que no se había inmutado en las gotas que caían, pero ese calor que le brindaba la chaqueta negra era indescriptible. 

Comenzó a llorar. 

Marco no notó las lágrimas que se precipitaban por el rostro del ladrón y le esposó las muñecas; el chico lo veía venir y se burló de si mismo por malinterpretar la situación. Pero se dio cuenta tarde a dónde se dirigía todo eso. Tenía que subir en la moto. Marco tomó la cadenilla que unía ambas esposas y se subió a la moto, arrastrando al ladronzuelo con él. El semáforo volvía a estar en rojo. 

El muchacho se sentó detrás de Marco y cerró los ojos, aspirando hondo: eso no le iba a gustar. La moto arrancó. Sintió la velocidad del arranque por todo su cuerpo y se aferró a la camisa de Marco, petrificado del miedo. Su pelo se agitaba al viento y el aire le golpeaba el rostro, junto con las gotas de agua que caían. La temperatura exterior contrastaba con la temperatura corporal que  que tenía por la chaqueta de Marco y el calor que sentía del cuerpo del policía, era tan agradable que estuvo a punto de olvidar su miedo al estar subido en una moto. Se sujetó con mayor fuerza al oficial, pegó su frente a su espalda, cerró los ojos y con sus manos esposadas buscó soporte en la espalda de Marco. 

Sintió al chico tensarse a su espalda y se preguntó el por qué. ¿Miedo? ¿Ira? ¿Desesperación? Sintió sus manos calientes sostener su espalda, ¿¡cómo podía tenerlas tan cálidas si hacía unos minutos estaba desnudo bajo la lluvia y la brisa?! Ese chico tenía un don. Un din de fuego, de llama... Al igual que él. No había nada mejor que saberse cálido por su temperatura personal. Le llamaban "Marco en llamas" pero él prefería su apodo personal: "Marco el Fénix"; que su apellido fuera Phoenix no tenía nada que ver... O tal vez. 

Entró al parqueadero de su edificio y y estacionó la moto, pero, al intentar bajarse, unas manos temblorosas se lo impidieron, haciéndolo retroceder. El chico se aferraba con temor a su camisa azul y se sacudía con los ojos cerrados. Gritos ahogados se perdían entre sus labios. 

-¿Estás bien?- le preguntó sin lograr zafarse. No recibió respuesta- oye, te pregunté algo. 

-No- musitó castañeando los dientes. 

-¿Necesitas ayuda?

-Por favor- susurró, estaba al borde de las lágrimas. 

Marco soltó lentamente los dedos del chico de su camisa y de nuevo se sorprendió del calor que emanaba. Lo encaró y le tendió una mano. 

-Tómala- le pidió. 

El chico accedió. 

Puso sus dos manos esposadas en la que Marco tenía extendida y bajó tambaleando. Sus ojos, aun cerrados, lloraban. 

-Ya, estás bien, no estás en la moto- intentaba relajarle- puedes abrir los ojos, está bien. 

-Bien... Bien... Bien...- murmuraba y alzó la cabeza abriendo los ojos. Negros como la brea, se clavaron en los ojos de Marco. El miedo hizo mella en ellos de nuevo. 

-No te voy a hacer daño- le soltó las esposas- ven, ¿quieres chocolate?

Asintió con la cabeza temeroso y desconfiado, pero Marco lo relajó con una sonrisa en los labios y en los ojos. 

Subieron al ascensor y Marco pulsó el 4. Estuvieron en silencio. 

Las puertas se abrieron y Marco bajó con el chico a su espalda. Abrió la puerta con sus llaves y siguió, dejando paso al vagabundo detrás suyo. 

-Toma asiento- señaló el sofá color crema y se quitó el casco, dejando ver su rubio cabello con estilo de piña. Caminó a la habitación mas cercana y tomó dos toallas. Se dirigió a la cocina, sacó una olleta y preparó el chocolate sin perder de vista a su inesperado invitado. El chico se aferraba a la toalla y se había quitado la mojada chaqueta. Tiritaba y sus dientes sonaban continuamente. 

-¿Frío?

-Un poco- logró entender entre el chocar de sus dientes. Marco se acercó de nuevo a la habitación y le lanzó una cobija roja con naranja y amarillo. El chico la atrapó en el aire y despejó su rostro apartando su pelo. Le agradeció con la mirada oculta en la frazada. Marco le tendió la taza de chocolate, la cual acercó rápidamente a sus labios. Marco se sentó frente a él. 

-Hola- comenzó- soy Marco. 

No obtuvo respuesta vocal, sólo una mirada extraña e indescifrable. 

-Tengo 26 años. Soy policía. 

De nuevo silencio. El chico se encogió en si mismo y tomó un sorbo. 

-Puedes quedarte aquí, no te voy a hacer nada. 

-Gracias- recibió como respuesta y vio los ojos negros brillar. 

-Mañana debo trabajar. Puedes quedarte en la sala, espero duermas bien- se retiró a su habitación y luego de bañarse con agua caliente, calidez que le recordaba al muchacho de su sala, se acostó en su cama y buscando el nombre del incógnito chico, se quedó dormido. 

 

A la mañana siguiente, temprano, salió de su alcoba para tomar un café caliente y vio la cobija doblada sobre el sofá, al lado de la toalla y debajo de un papel: el comienzo de todo. 
 
"Gracias. Por el chocolate. Por la cobija. Por tu calor. Por tu amabilidad. Por esta noche. Gracias. 
P. D. Ace"

Notas finales:

Gracias por leer 


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