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Sueño de una noche de Halloween por HaePark

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Notas del fanfic:

Las dos intervenciones en negrita son citaciones textuales de la creación de Rowling.

Ningún boggart fue perjudicado en la elaboración de este fanfic.

Notas del capitulo:

Estaba pensando como un one-shot, pero me hubiera quedado demasiado largo, por lo que la segunda parte será subida probablemente mañana mismo.

Espero que les guste esta primera mitad.

 

¡Riddíkulo!

La imagen de Severus Snape disfrazado de la abuela de Neville, con el correspondiente traje de chaqueta de falda de tubo, sombrero a la antigua, bastón, y bolso emperifollado, recorrió el colegio de Hogwarts durante varias semanas después del concreto suceso.

No eran los alumnos de las casas Gryffindor, Ravenclaw y Hufflepuff los únicos regocijados; algunos profesores, que jamás lo admitirían (solo bajo los efectos del más potente Veritaserum), como Minerva Mcgonagall, Flitwick, la señora Sprout, Dumbledore, Hagrid, hasta Filch y la señora Norris, léase el colegio en peso, reían la imagen mental del amargado Snape vestido con esas galas.

Severus Snape, profesor de Pociones, no poseía tal sentido del humor y consideraba aquella afrenta como la más baja de las humillaciones. Le había traído a la mente sus años de estudiante, aquellos en los que los merodeadores, James Potter, Sirius Black, Remus Lupin y Peter Pettigrew, veían cualquier situación idónea para humillarle. Ahora, ni James Potter, ni Sirius Black ni Peter Pettigrew (o eso creía él, aunque Peter bien que reía la situación tras sus bigotillos de rata) se encontraban en el colegio; y él había creído a Remus Lupin incapaz de tales bajezas (al menos hallándose sin el apoyo de los tres restantes)

Considerándose un hombre ya maduro, serio, superior a las estupideces de los eternos merodeadores, y por supuesto, sabiendo que había superado su pasado, creyó lo más conveniente hablar con Remus Lupin. Sí, era imposible borrar la imagen de la retina de todos los Gryffindor de tercer curso, pero, al menos así el profesor Lupin se esmeraría en evitar que los alumnos le tomaran miedo a posta para disfrazarlo de todos los disfraces imaginables (desde bailarina de ballet a conejita playboy).

Por lo que, encontrándose en víspera de Luna llena (fecha en la que Remus Lupin se ponía sentimental, además, de que se guardaría de ser maleducado o rudo con él. No olvidemos que era Snape quien le hacía la poción matalobos cada mes con gran diligencia), Snape se encaminó a la habitación de Remus Lupin.

Las habitaciones de los profesores de Hogwarts han resultado siempre un misterio, salvo tal vez la de Albus Dumbledore, quien se rumorea que tenía la costumbre de llamar a forzudos Hufflepuffs a su dormitorio de tanto en tanto. Hay quien cree que había otra ala del castillo reservada a los profesores, pero la verdad es que los cuatro jefes de las casas solían dormir en una habitación a la que solo se accedía mediante revelarle otra contraseña al cuadro guardián.

Los alumnos de Gryffindor, por ejemplo, contemplaban como la Señora Gorda rotaba hacia la derecha para dejarles pasar,  pero Minerva McGonagall experimentaba la rotación hacia la derecha.

Remus Lupin tenía una habitación que funcionaba de un modo más o menos similar detrás del cuadro de los lepreuchans, que esa semana se encontraba en el pasillo sexto.

Allí se encaminó y llamó dos veces sobre el cuadro con los nudillos. Los lepreuchans se quejaron y se alejaron de la zona de impacto, algunos saliéndose por los extremos del cuadro.

—¿Contraseña? —demandó uno de los que se había quedado, que se había parapetado tras una roca de buen tamaño, con voz trémula.

Snape lo pensó. Lo pensó. ¿Qué palabra usaría Lupin para encerrarse en su dormitorio?

—Lunático—dijo; pues parecía lo más evidente.

—No—respondieron los lepreuchans con innegable complacencia.

Cho Chang y su amiga Marietta pasaron por el pasillo mirándolo intrigadas. ¿Qué hacía ese hombre charlando con los lepreuchans del cuadro? Se alejaron dando codazos y cuchicheando, sin dejar de echar sutiles miradas por encima del hombro al pensativo Snape.

—Licántropo—continuó. Su mente repasaba cuidadosamente todos los términos relativos o referentes a la persona de Remus Lupin.

—¡No no! —canturrearon los bichillos, comenzando a hacer cabriolas unos sobre otros.

Zacharias Smith, Cedric Diggory, y un grupo de Hufflepuffs hicieron su aparición por el corredor. Alguien hizo algún chiste en voz baja sobre el profesor Snape (Probablemente las palabras abuela y falda aparecerían, implícitas o explícitas, en los sintagmas de este) y todos comenzaron a reírse a nada sutiles carcajadas.

Snape realizó que podía tirarse ahí todo el día, delante del cuadro probando palabras al azar, y que todo el colegio lo viera.

Resolvió irse a maquinar una cruel venganza.

 

 

No pudo hacer nada hasta Halloween. La cruel y retorcida venganza, esa que hundiría a Lupin en lo más profundo del estiércol, lo compararía a la carroña, lo dejaría peor que tras recibir una descarga de cuerno de erumpent…esa revancha hubo de ser pospuesta por varios motivos, entre los que se encontraban la férrea vigilancia del director Albus Dumbledore y una plaga de nargles en los calderos de la clase de pociones.

A Snape no le gustaba Halloween. Le gustaba tanto, o tan poco, como cualquier otra fiesta. Las veía exentas de utilidad y repletas de problemas. Y malos recuerdos, en algunas ocasiones.

Pero, dentro de lo normal, Halloween no le evocaba ninguna experiencia especialmente dolorosa. En Hogwarts se celebraba en el Gran Comedor, bajo un techo estrellado. Y los alumnos tenían una cena especial y en ocasiones algún monstruo (o a falta de monstruo, Nick Casi Decapitado nunca dejaba de ofrecerse) venía a hacer un rato el paripé sobre un improvisado escenario.

Snape comió con los demás profesores. Frente a él, la profesora Sprout atacaba un plato de gambas, a su vera, Minerva McGonagall no hacía ascos a su solomillo, y a su izquierda, Flitwick se había pasado un poquito con el vino y reía a grandes y agudas carcajadas por cualquier chanza que se dijera en la mesa.

Rodeado por los tres jefes de las otras casas, Snape se sentía en las antípodas de su buen humor. Para más inri, de repente oyó un comentario un tanto salido de tono de un ebrio Lupin a una aún más ebria Sybill Trewlaney y no pudo evitar mirarlo parpadeando, como intentando asegurarse de que no había sido una alucinación.

Detrás de Lupin, en la mesa de Gryffindor, vio de soslayo como Harry Potter, el buscador de Gryffindor y el Niño que Sobrevivió, tenía clavados sus verdes ojos en él. Y Snape lo fulminó con la mirada y volvió a su plato de anchoas con mayonesa, ignorando pues a Lupin y a Potter.

Acabada la cena, hubo el inevitable espectaculito montado por Nick Casi Decapitado. Snape había cruzado los dedos para que este año Dumbledore se saltara esa parte, pero el anciano director no se cansaba de ver una y otra vez como Nick ponía la cabeza sobre una silla y explicaba fehacientemente a los alumnos como se había sentido cuando el hacha se acercó a su cabeza.

—Y yo pensé que debiera gritar, pero, ¡El hacha estaba cubierta de mugre oxidada! No sentía ningún miedo, únicamente algo de cansancio dado que el interrogatorio se había extendido hasta muy tarde…

Los alumnos lo contemplaban embebidos, aunque había cuchicheos provenientes de la mesa de Slytherin.

—Y entonces, ¡Crac! El primer impacto…la sangre comenzó a manar, pero…

Quince minutos y veintisiete hachazos ficticios después, Dumbledore dio por concluida la fiesta y todos se volvieron a sus respectivas habitaciones.

Snape se quedó en el Gran Comedor de velada con algunos profesores más. Hablaron de política, y de Sirius Black, dos temas que a Snape se le antojaban relativamente interesantes (Realmente, le agradaba ver como después de tanto tiempo era Sirius el antagonista, y no él, aunque esa satisfacción solo le duraría hasta el final del tercer libro, por eso le dio tanta rabia).

Empero, no había pasado ni media hora, ni siquiera se había acabado la octava botella de whisky de fuego, cuando la conversación comenzó a volverse monótona y aburrida. Snape, Lupin y McGonagall se levantaron de la mesa del comedor.

Sin hablar entre ellos, pues la rivalidad de McGonagall y Snape era tan vieja como el último remiendo del Sombrero Seleccionador, y Lupin iba un tanto atontado por los efectos del alcohol, subieron las escaleras. Pasaron por delante del pasillo de Gryffindor, y de repente todo se llenó de gritos.

—Como montan escándalo los de tu casa—lo dejó caer Snape con tono aburrido e hizo ademán de pasar de largo.

—¡Será idiota! —rezongó McGonagall—¡Algo ha sucedido! Snape, acompáñeme.

Lupin se apuntó tácitamente al plan y los tres entraron en el pasillo de Gryffindor.

Frente al retrato de la Señora Gorda estaba, nada más, y nada menos, la casa de Gryffindor al completo. Se oían comentarios nerviosos y chillidos de terror.

Y la Señora Gorda no estaba, pero el lienzo estaba rajado.

—¡Válgame la espada de Excalibur! —exclamó McGonagall, y Snape y Lupin temieron que se desmayara sobre ellos.

—Que alguien avise a Dumbledore—fue el comentario de Lupin.

Dumbledore se personó casi a la vez que los profesores en el rellano.

—¡Hasta mis gárgolas se quejan del jaleo! ¿Qué sucede?

Unas cien manos le señalaron a la vez el lienzo. A Dumbledore casi se le caen las gafas de la sorpresa.

—La Señora Gorda ha desaparecido—comentó Percy Weasley, sintiéndose muy eficiente.

—Hay que encontrarla—dijo Dumbledore—por favor, profesora McGonagall, dígale enseguida al señor Filch que busque a la Señora Gorda por todos los cuadros del castillo.

—¡Apañados vais! —dijo una voz socarrona.

Unas cien cabezas se alzaron y unos doscientos ojos vieron a Peeves, el poltergeist, revoloteando por encima de ellos.

—La Señora Gorda ha huido—comentó con sorna, como si toda la situación le resultara bastante divertida. Se le veía regocijado, cosa que a fin de cuentas solía suceder cuando alguien atravesaba un apuro.

—¿Por qué ha sido, Peeves? —exclamaron varias voces, superponiéndose unas a otras y creando una algarabía que Percy Weasley, el prefecto, acalló de un grito.

—Deberían preguntarle a Sirius Black—sonrió Peeves enigmáticamente, antes de desvanecerse en una nube de humo.

Hubo chillidos de terror, algunos se pegaron a las paredes, como temiendo que fuera a surgir del suelo, algunos se abrazaron los unos a los otros y hubo quienes se apartaron corriendo del cuadro, temiendo sin duda que Sirius Black fuera a emerger repentinamente de la torre de Gryffindor.

Los tres profesores y el director se miraron, como deliberando si dar crédito a las palabras de Peeves. Realmente, mentir no era el estilo del poltergeist, ni siquiera para gastar una broma, por lo que Dumbledore finalmente inclinó la cabeza, tomó la varita, se señaló a la garganta y susurró:

¡Sonorus!

Inmediatamente, su voz comenzó a sonar por encima del alboroto que montaban los asustados Gryffindor. Snape saboreó con complacencia el epíteto; “asustados Gryffindor…” “Gryffindor asustados…”

—TODOS LOS ALUMNOS DEBERÁN ENCAMINARSE ORDENADAMENTE AL GRAN COMEDOR Y SIGUIENDO LAS INSTRUCCIONES DE LA SEÑORITA MCGONAGALL. POR FAVOR, PROCEDAN CON CALMA Y CON DILIGENCIA—vociferaba la voz del director, aunque él no la estaba forzando.

Los Gryffindor cerraron la boca en cuanto Dumbledore comenzó a hablar, e inmediatamente se colocaron para volver al Gran Comedor. Unas alumnas de primer año lloraban, y Percy Weasley era un manojo de nervios.

¡Finite! —la voz de Dumbledore volvió a adoptar su intensidad habitual. Se volvió hacia los tres profesores—Deberíamos realizar una vigilancia por todo el castillo. Black podría ocultarse en cualquier parte. Minerva, examine las torres de Gryffindor y Ravenclaw. Por el camino, avise también a Filch de lo de la Señora Gorda. Gracias. Usted, Lupin, el pabellón de aulas y la sección de Hufflepuff. Snape, usted ocúpese de las mazmorras y de Slytherin. Yo me encargaré del resto. En cuanto terminemos nuestras respectivas inspecciones, volveremos a encontrarnos en el Gran Comedor.

Y, cuando volvieron a encontrarse allí, ninguno había visto el más mínimo rastro de Sirius Black.

—No puede haberse esfumado—fue el comentario de Percy Weasley en cuanto preguntó si habían encontrado algún indicio y fue correspondientemente respondido.

Dumbledore se frotó las sienes con los pulgares, pensativo. Parecía agobiado con la situación.

—Parece imposible que un hombre que es buscado por todo el mundo mágico sea capaz de entrar en Hogwarts y llegar hasta la torre de Gryffindor, por muy experto que fuera en orientarse en el colegio.

McGonagall exhaló un largo y cansado suspiro.

—Deberíamos posponer las averiguaciones de este asunto hasta mañana, es tarde. Y tú, Percy, deberías irte a dormir.

La cara de Percy se contrajo en un mohín de fastidio, pero inclinó sumisamente la cabeza y asintió.

—Sí, señora McGonagall. Hasta mañana.

—Hasta mañana.

Y se fue a dormir.

Los profesores se quedaron un poco más, hablando en cuchicheos.

—Señor, le repetí varias veces mi opinión al respecto de la escapada de Sirius Black y confío en que no la haya olvidado—intervino Snape.

—Por supuesto que no, Severus—suspiró Dumbledore con cansancio—y yo te reitero la mía; no creo que Sirius Black esté recibiendo ayuda del interior.

Snape miró por el rabillo del ojo a Lupin, quien había cogido un saco de dormir rojo del suelo y se había metido en él. Ya respiraba pausada y tranquilamente, como sumido en placenteros sueños.

Y Snape se encaminó hacia él y cogió un saco para colocarlo a su lado. Cuando dormimos, nuestra mente se encuentra más indefensa, y es más propicia a revivir recuerdos y fantasías.  Severus Snape tenía un plan.

Ya no era solo por vengarse de lo del boggart. En su mente, se imaginaba que conseguía capturar a Sirius Black de nuevo y demostraba que Lupin era su cómplice. Y los dos eran enviados a Azkaban a pudrirse hasta los huesos durante el resto de sus vidas. Ah, qué dulce desenlace para una enemistad de años…qué hermoso, qué agradable…el sabor de la victoria…

Pero aún no había descubierto nada. Era el momento de hacerlo.

Asomó la punta de su varita por encima del saco, apuntó a Lupin y murmuró:

¡Legeremens!

Acto seguido, recibió un fogonazo de luz en el rostro, y la imagen del Gran Comedor fue sustituida por un torbellino de colores dispares. Se concentraron formando sólidas imágenes, que en su mayoría eran fugaces, de recuerdos casi olvidados; Lupin jugando con una pelota de niño, Lupin siendo mordido por Fenrir Greyback, sometiéndose a diversos tratamientos para extirpar el lobo de sí, llegando a Hogwarts, conociendo a los merodeadores, sus felices momentos con ellos…los años de vida y recuerdos de Lupin pasaron a toda velocidad frente a los ojos de Snape, quien escudriñaba a su vez la mente de Lupin en busca del recuerdo en cuestión que le interesaba.

No encontró nada que pudiera incriminar a Lupin, al menos en lo referente a Sirius Black.

Siguió buscando, incansable. ¡Algo debía haber! Estaba totalmente seguro de su teoría.

Abandonó la cara interna de sus pensamientos y se dejó llevar a la externa, a la superficial, aquella que nada tenía que ver con sus recuerdos, únicamente con lo que pensaba o soñaba en ese mismo instante.

Y lo que vio le dejó patidifuso, acongojado, atemorizado, sorprendido, nervioso, intrigado…

Remus Lupin estaba tendido sobre una cama, en una habitación redonda, similar a aquellas en las que dormían los estudiantes, salvo la diferencia de que en esta había una única cama, junto a un enorme escritorio repleto de papeles.

Lupin estaba abierto de piernas, boca arriba. Y desnudo, completamente desnudo. Su miembro, erecto, estaba siendo acariciado por un chico moreno, que solo más adelante en el sueño fue capaz de distinguir como Harry Potter.

Otro chico moreno, algo más mayor, chupaba los pezones del licántropo. Y se sintió desvanecer del susto al ver que ese hombre, no era otro que él, él mismo, Severus Snape.

Las manos de Harry y Snape recorrían la pálida piel de Lupin, que se retorcía de placer y soltaba quedos gemidos. Harry dejó de tocar su miembro justo un momento antes de que se corriera. Se dispuso entre sus piernas, las cuales alzó para dejar su trasero más expuesto. El Snape del sueño reveló a Harry en el miembro de Lupin, que se metió lentamente en la boca y comenzó a chupar con ardor.

Lupin arqueó la espalda y gimió con algo que a Snape el real se le antojó un poco a desespero. Harry tocaba la entrada de Lupin, introduciendo la yema del dedo índice para sacarla inmediatamente. Una y otra vez, y Lupin se retorcía a violentos espasmos, lo que a su vez provocaba que su miembro se frotara contra la garganta de Snape el del sueño.

El Snape real lo veía todo desde otro plano, como un mero espectador. Un mero espectador que sentía como su propio miembro, más allá de la Legeremancia, iba irguiéndose a velocidades sorprendentes contemplando el sueño erótico de Lupin.

El Harry del sueño colocó su miembro sobre la entrada posterior de Lupin, y de un golpe, lo penetró hasta que sus testículos chocaron contra sus nalgas. Entonces Lupin se corrió, abundantemente, en la boca de Snape.

Era extraño presenciar cómo se corrían en tu boca y no sentir absolutamente nada, pero el Snape soñador lo prefirió. Lupin se quedó flácido en la cama del sueño suspirando pesadamente. Harry, con su miembro en el trasero de Lupin, gimió arqueando la espalda, y pese a hallarse en posición dominante, su rostro de placer se le antojó a Snape jodida y completamente propio de un uke.

El miembro del Snape de verdad presionaba contra la tela de su negra túnica, que usaba hasta para dormir. Y su erección se acentuó aún más cuando vio como el Snape del sueño agarraba el mentón de Lupin y le instaba a abrir la boca.

—Ya te lo he hecho yo…ahora te toca a ti.

Lupin, que se definía en el sueño como un completo homosexual y además con ligera tendencia pasiva y masoquista, negó con la cabeza.

Harry, quien aún no había comenzado a embestir la próstata del lobito, le dio un fuerte azote en cada nalga. Lupin gimió; un gemido que en nada distaba del que había proferido al correrse.

—Obedécele, Remus—ordenó Harry Potter.

Snape se sintió en desacuerdo con el papel dado a Harry Potter en el sueño de Lupin, pero por supuesto, no era quien (ni podía) intervenir. Era frustrante ver como su propio yo era incapaz de hacerse obedecer ante Lupin, cuando él mismo, en persona, le hubiera ido, dado un par de cachetadas y a vivir.

A base de una azotaina que dejó el trasero de Lupin caliente y enrojecido, el profesor de Defensa Contra Las Artes Oscuras abrió la boca para acoger el largo miembro de Snape en el interior de su boca. El Snape real tuvo una visión completa del pene del Snape ficticio y sintió algo de rabia al ver que el ficticio tenía un miembro menos peludo, más largo y más grueso, que él.

Se resignó; vio como Lupin era víctima (por así decirlo, porque en realidad bien que lo gozaba) de una doble penetración, Snape por su boca, embistiendo su garganta con dureza y sin miramientos, y Harry por su trasero, algo más suave que Snape pero igualmente implacable y certero en su punto de más placer.

Lo follaron durante poco; en realidad, Lupin no tardó en venirse y la imagen de la escena se desvaneció ante los ojos de Snape como papel mojado.

Eso indicaba a todas luces, que al venirse por segunda vez el Lupin del sueño, el Lupin de verdad se había despertado. Snape rompió la conexión legeremántica y abrió los ojos.

Su primer pensamiento fue: ¿Qué acabo de ver?

Y el segundo: ¿Por qué demonios me duele tanto la entrepierna?

Se metió bajo la tela del saco de dormir y, en efecto, comprobó que estaba erecto. Verse a sí mismo follándose a Remus Lupin había resultado una experiencia demasiado excitante.

A su lado, la cabellera castaña de Remus Lupin asomó por encima del saco y su propietario miró alrededor.

Estaba sonrojado y parecía confundido.

Notas finales:

Cuentan las ancianas leyendas que cada vez que un lector lee y no deja review, muere un elfo.

Nos leemos mañana (como tarde pasado)~<3

@lost_nagini


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