Los árboles se habían teñido de los melancólicos tonos que el otoño traía consigo. Las hojas carentes de dueño revoloteaban por todo el lugar, siendo arrastradas por esa brisa que inspiraba libertad, la cual siempre se hacia presente en aquella época del año. Frente a ellos estaba el famoso lago de color indefinido; según él, unos días se veía azul verdoso y otros más verde que azul. Y existían días como hoy, en los que la puesta del sol se extendía sobre su mirada y le daba al cuerpo de agua colores variados, desde el naranja, pasando por los enigmáticos dorados hasta terminar en una sutil pizca de violeta desparramada en el débil oleaje.
El escenario era digno de película, una lo suficientemente buena para querer verla de nuevo en otra ocasión.
A pesar de eso, lo que cautivaba su vista era la brillantez del aura de su acompañante. Como su piel pálida parecía irradiar la luz que iluminaba todo en vez del sol. Como sus ojos no se despegaban del horizonte, absorbiendo cada mota de color que se atrevía a aparecer ante su mirada cautelosa. La forma en la que se concentraba hacía parecer que su vida dependiera de la atención que prestara al paisaje, y tal vez así fuera.
No sabía si el otro se daba cuenta de su insistente mirada, pero eso no importaba. En medio del pequeño bosque, sentados a orillas del lago, en lo que parecía otro mundo alejado de toda civilización; eran esos momentos en los que Luhan se sentía más ligero y más en calma, y dejaba de preocuparse de la fatalidad que suponía que el menor se enterara de sus sentimientos. Esos momentos que eran apenas pequeños instantes de un cómodo vacío. Un vacío capaz de llenarlo.
Él se encontraba total e irrevocablemente enamorado de Sehun, aunque eso no fuera nada bueno.
Desde el momento en que se ofreció a ser tutor de aquella cabellera castaña había sentenciado su condena. Claro, cuando se dio cuenta de su error, los ojos oscuros y el semblante serio del chico ya se habían grabado en consciencia como un tatuaje de fuego ardiente sobre la piel. Ya habían pasado cuatro años desde entonces.
Cuatro años poseyendo ese inagotable amor unilateral.
Ese amor que hacía que su corazón se consumiera hasta quedar en cenizas y su alma sangrara en gritos los deseos de ser escuchada. Ese amor que hacia que su mente se volviera un torbellino de imágenes e ideas confusas. Ese amor que no le permitía distinguir entre realidades y mentiras, entre hechos e imaginaciones; todo cada vez más cruzado y revuelto con cada segundo que pasaba. Pero, sobretodo, era ese amor que le hacía pensar que lo malo era bueno y lo imposible era aún mejor.
Se estaba muriendo.
Cada roce, cada mirada y cada sonrisa compartida lo estaban hundiendo más y más en ese lugar asfixiante del que ya no podía escapar. Sumergiéndose a paso desigual en esa oscuridad perversa que lo rodeaba. Pero ese no era el verdadero problema. La realidad es que esa negrura despiadada y dolorosa en la que estaba envuelto se le antojaba desgarradoramente dulce. No sólo lo amaba, sino que amaba amarlo. Y no sólo estaba empezando a aceptar esa tragedia, también estaba empezando a aferrarse a ella. Sí, Sehun era su enfermedad, pero también era la parecía ser única cura.
Cuando se dio cuenta que el chico había empezado a desacomodar su mundo había intentado separarse, alejarse lo más lejos posible y que su relación se convirtiera en polvo. Pero el menor no se lo había puesto fácil y su plan de escape falló estrepitosamente. Su amigo era irrevocablemente afable, y ese era el problema, por mucho que se preocupara por él y quisiera ayudarle, no podría, porque era su amigo. Y a pesar del desagrado decidió quedarse con esa amistad, porque no puede estar lejos de él y lo que le ofrece es mejor que cualquier otra cosa. Todo porque Luhan siente demasiado.
Y sí, hace ya tiempo que sabe que el terreno en el que se encuentra esta minado y que cualquier paso en falso hará que una bomba detone, destruyendo todo su ser; y hace ya tiempo que había decidido que lidiaría con las consecuencias, porque todo en su vida es eso, consecuencias. No sabe exactamente si es valiente o idiota, pero en definitiva es masoquista. O quizá sólo era su depresión.
La esfera de fuego –mejor conocida como el Sol– había empezado a desaparecer tras los intimidantes troncos de madera, que apenas una estación atrás habían estado llenos de hojas, cuando el vacío se disipó con las palabras del castaño.
—No sé que hacer.
Él ansiaba con todas sus ganas decirle que todo estaría bien, pero simplemente no encontraba la voz para soltarle semejante mentira. El rubio sabía de todos los demonios que Sehun cargaba sobre su espalda, y quería ayudarle, ese era su deseo más grande, pero el también tenía su propio peso. Ambos estaban igual de jodidos.
—El mañana es un lienzo en blanco, sólo piensa lo que dibujarías en él.
Escuchó las palabras que había soltado y le causó gracia, no sabía de dónde lo había sacado pero no sonaba mal. Sus amigos solían decir que se dedicara a la escritura, que estaba reprimiendo a un poeta en su interior y ganaría mucho si lo liberaba. Eso era falso, su poeta interior sólo aparecía cuando estaba con su amado, quien, por cierto, parecía reflexionar en lo que le había dicho.
—Dibujaría unas alas —contestó al fin—, así podría usarlas para alejarme de todo. Irme volando a algún sitio en el que no haya maldad.
—Así no funcionan las cosas —repuso—, aunque hicieras eso tus problemas no van a desaparecer, Sehun, no la carencia de mal no es sinónimo de paz.
—Tal vez tengas razón —dijo con la mirada perdida, probablemente vagando en sus pensamientos. Luhan sabía que reventando la burbuja de ilusiones que creaba cada vez que hablaban del asunto no conseguiría que lo amará, pero debía hacerlo, pensaba que era mejor que él fuera quien lo golpeara con la realidad en lugar de alguien más—. Dime, ¿que dibujarías tú?
No supo el porqué de repente sintió esa cálida luz embriagándolo. Tal vez era por la armoniosa escena o tal vez era causa de la breve paz en la que había estado o tal vez se debía a que Sehun lo estaba mirando directamente a los ojos con un rostro que pondría celosos a todos los ángeles existentes. Sonará cliché, pero empezó a sentir las infames mariposas en el estómago y su corazón latía como si imitara a los tambores de una orquesta en una veloz sinfonía. No pudo evitar que el sentimiento se extendiera por cada célula y cada hebra de su persona. De repente, su propia burbuja explotó y ese momento se convirtió en uno que creyó imposible que llegara.
—Nos dibujaría, a ti y a mi... juntos.
La forma en la que lo había dicho, la manera en que sus labios habían pronunciado esa última palabra, el cómo sus ojos de seguro resplandecían cual linternas al decirlo. Sí, eso definitivamente había sido una confesión.
...
Cuando el dorado se esfumó y el color negro se hizo presente en las sombras que lo cubrían todo, se despidieron. En el trayecto hacia su funesto apartamento intentaba desesperadamente engañarse a si mismo, tratando de convencerse que Sehun no había interpretado sus palabras de manera romántica o, mejor aún, que, en realidad, no las había pronunciado, sólo se había imaginado que las decía, como ya había hecho severas ocasiones anteriormente. Sin embargo, estaba esa voz en su cabeza gritándole con un megáfono, al volumen de un tren andante, la cruel verdad. La verdad que hacía que cada paso fuera más pesado y en sus ojos ya no se encontrara ni el fantasma del brillo que solían tener. Porque él sí lo había dicho y el otro sí lo había entendido, pero se había quedado callado; ni siquiera rechazándolo de la manera convencional, con palabras, sino en un silencio nocivo, que lo dañaba en cada parte de sus entrañas. No había quedado nada de aquél vacío confortable.
Y mientras camina todavía siente las malditas mariposas revoloteando en su interior y el desenfrenado ritmo de los tambores en su pecho, pero no es como antes, ahora los signos de su enamoramiento hacen su aparición de una manera perjudicial y enfermiza.
La tan anhelada bomba lo encontró antes de los previsto, y odiaba la sensación que dejó al momento de su explosión.
Necesitaba deshacerse de ella. Y sabía exactamente cómo. Bebería lo más fuerte que se encontrara en su departamento. No sería la primera vez, las adicciones han estado presentes en su vida desde temprana edad y cuando las cree superadas, vuelven si las cosas se ponen mal. Como en ese instante. Todo porque Luhan siente demasiado.
Así llegó a su destino, quitándose el saco y arrojándolo en el sofá, y volviendo a reanudar su marcha. Pasó de largo la barra de desayuno y cuando llegó a la licorera no se detuvo. El alcohol no serviría, ya lo había comprobado la primera vez que intentó olvidarse de Sehun, esa vez que intentó que por sus venas corriera whisky y tequila en lugar de sangre. Siguió con pasó lento pero sin titubeos hasta llegar a su grande y helado baño. Abrió con insana calma el armario donde se hallaban los utensilios de limpieza y tomó, con unas manos que no temblaban, la blanca botella de lejía.
Tenía unos bichos que matar y unas percusiones que silenciar.