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Distancia por Javmay

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Notas del fanfic:

Buenas! :) Estoy feliz de volver por aquí, especialmente con una historia que escribí hace ya un tiempo, pero que terminé literalmente hoy en la mañana n.n, y que quería subir como una saludo al Mundial de Baloncesto que este año se celebra en España.

Sobre este fic no tengo mucho que decir, a parte de que es súper romántico (a mi parecer), que sólo tendrá 3 capítulos... y sólo se trata de flash backs... asique no hay muchas sorpresas...

¡De verdad espero que lo disfruten! :)

 I. Básquetbol y tu

 

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JAV

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Sólo 25 minutos….

 

Un hombre alto y delgado pensó con cierta emoción al tiempo que se acomodaba la gorra gastada y azul oscura sobre sus cortas hebras negras. Con facilidad y calma agarró el bolso azabache de la fila de maletas para salir con relativa lentitud del colmado recinto. Mientras sus piernas largas le movían por la masa de gente, notó (a través de sus lentes de sol) como algunas personas del lugar se le quedaban viendo con interrogación, emoción o curiosidad; algunas de ellas, más osadas, hasta le sacaban fotografías desde sus costados con sus celulares u otros aparatos.  

 

Hoy por hoy, afortunadamente, la conmoción y excitación que generaba donde fuese no le importaba (…tanto). A decir verdad, ni cuando era joven le tomó mucha importancia a la atención inusitada que recibió de sus compatriotas japoneses; y ahora que llevaba poco más de 9 años lidiando con la prensa y comunidad Norteamérica, se podría decir que había desarrollado una armadura de inmunidad y tolerancia a la constante lucecita de cámaras y personas desconocidas que se le acercaban para tocarle o pedirle autógrafos.

 

Algo, sin embargo, a lo que nunca se acostumbraría o, mejor expresado, aceptaría, sería a las noticias amarillistas o rumores personales que se esparcían sobre él.

 

…Su vida privada, era eso…

 

…Privada.

 

Sólo de él y de su pareja.

 

Saliendo del Aeropuerto Internacional Libertad de Newark (EWR) que, dicho sea de paso, es uno de los más modernos y con más trafico de Estados Unidos, observó sin mucha atención la línea de taxis y servicio de autos que esperaban pasajeros

 

El joven de hombre de piel pálida por un breve momento se arrepintió de no haber llamado a su publicista o agente antes del viaje para que le encargaran un vehículo que le fuera a buscar en esta fría mañana; no obstante inmediatamente anuló el deseo pasajero, puesto que justamente esta era su idea: llegar de improviso; llegar sin causar escándalo ni noticias. Además, para qué mentir, mucho de este plan fue impulsado por la emoción y excitación que le producía el sorprender a su novio, quien no le esperaba hasta dentro de dos días más en casa, razón por la que había dejado a sus compañeros en Indiana y rechazado el viaje en el jet privado con el que contaba el equipo para los viajes de la temporada.

 

Suspirando en su interior, sus ojos sesgados se enfocaron en la línea de gente esperando por un taxi, gente a la cual se acercó con calzadas perezosas, resignándose a llegar a casa más tarde de lo que había previsto cuando aterrizó.  

 

Al parecer me demoraré más de 25 minutos…. Se dijo con el ceño y los labios fruncidos sintiendo en el centro de su estómago y nuca molestia y frustración por ver sus perfectos planes truncados. Pero bueno, confortante era la idea de que no importaba en realidad la hora de su llegada, sino simplemente ver la cara del otro hombre bañada en sorpresa y felicidad.  

 

¿No es ese Kaede Rukawa?” Escuchó desde unos chiquillos a su izquierda con distracción mientras intentaba no sucumbir al sueño.

 

“¿Quién?” Intentó murmurar uno de los chicos con un gran afro castaño; su amigo le dio un golpe en el hombro al mismo tiempo que apuntaba descaradamente al japonés.

 

“El jugador de los Knicks, tonto” Casi gritó llamando la atención de varias personas a su alrededor….

 

Ahí se fue mi anonimato…. Pasó por la mente del basquetbolista mientras cerraba los ojos y respiraba profundamente. La irritación e incomodidad, sin embargo, ya estaba menguando al siguiente segundo, acostumbrado a estas situaciones. Mecánicamente es que se preparó para los gritos, interminables parloteos, vergonzosos coqueteos, golpes de cuadernos, poleras o balones para ser firmados, y otras tantas barbaridades.

 

Los gajes del oficio, le decía siempre su pareja con una arrebatadora sonrisa.

 

¡Cierto!....Si… parece que es él…”Dijo por fin el otro muchacho observando casi fascinado al inmutable basquetbolista, quien tenía que pretender que no escuchaba como los dos norteamericanos hablaban obviamente de él en un tono para nada discreto.

 

¡Whoaa! ¡Que emoción! Nunca lo había visto en persona….”

 

Hey, por qué no nos acercamos…” No mucho después de dicho lo anterior, los dos jovencitos  carraspearon sus gargantas para llamar su atención (cómo si ya no la tuvieran con el discursito que tenían a menos de un metro de él…). Los chiquillos, con rostros nerviosos, avergonzados, pero muy sonrientes, le dijeron lo mucho que le admiraban, que veían todos sus partidos y que le apoyaban para lo que quedaba de temporada. Kaede les correspondió con una sonrisa pequeña y un gesto de la cabeza.

 

Después de firmarles sus playeras y regalarles el balón que guardaba en su bolso (total, tenían muuuchos más en casa), los jóvenes se despidieron con un grito entusiasmado. El alarido por supuesto llamó la atención de otras personas, quienes también se acercaron y le agasajaron con halagos y gritos emocionados (El japonés temió por un momento quedarse sin ropa para regalar)

 

Una cosa buena que salió de todo aquello, no obstante, fue que la gente en la fila de taxis le cedió su lugar, por lo que no mucho después ya estaba cómodamente sentado dentro de un de esos conocidos coches amarillos.

 

La fama, a pesar de todo, sí tiene sus ventajas…

 

A Staten Island…” Le dijo al taxista, quien también le reconoció y felicitó por la buena temporada que estaba llevando.

 

Por fin voy a casa….

 

…A ese torpe….

 

Pensó apoyando su nuca en el duro respaldo del vehículo. Se sacó con desgana los anteojos y la  gorra vieja, dejando que sus ojos azules absorbieran la imagen de estas calles tan conocidas y recorridas.

 

¿Cuántas veces, de hecho, había viajado por aquí?... Incalculables, se respondió… Especialmente desde que él y su pareja decidieron alejarse del costoso y sobrevalorado ambiente de Manhattan, New York.

 

Allí había mucha gente, muchos ojos sobre ellos; demasiada atención y especulación.

 

Ya varias veces ambos deportistas habían dejado que la distancia tirara su relación a la basura.

 

Pero nunca más… se había dicho Kaede cuando había escuchado unos rumores estúpidos  sobre él y su novio, con quien supuestamente (al ojo y oído público) eran sólo íntimos amigos de la infancia.

 

No es que se avergonzara de su pareja, de su sexualidad, situación o cualquiera de esas cosas, pero ya pronto dentro de este campo aprendió que la verdad, algunas veces, causa más daño que bien; que ventilar sus intimidades podría causar caos y destrucción para su carrera y sus metas; metas que desde muy niño había implantado en su cerebro y piel.

 

Quizás, quién sabe, en unos cuantos años podría declarar al mundo junto a quién estaba; o bueno, en su caso no era en realidad gritar o expresar, sino simplemente hacerlo. Quizás ya no tendría que esconderse, o pretender o callar.

 

Hoy por hoy aquello (guardar silencio respecto a su novio) no le apretaba el pecho como hace unos años lo hizo. Con altos y bajos, con caídas y tropezones y peleas y separaciones había aprendido a sobrellevarlo. Ahora la relación era fuerte, sólida, estable, madura.

 

No se trataba de jurarse amor eterno y susurrar promesas vanas, sino de mirar ambos a la misma dirección hacia el futuro. Ya no había inseguridades, ni orgullo, ni celos, ni insensibilidad que pudiese separarlos. No como antes. No como esa vez en la que su corazón se había hecho trizas.

 

Rukawa ahora sabía, con absoluta certeza, tal y como estaba al corriente de que tenía que respirar para no ahogarse, que mañana en la mañana saldría el sol y después la luna… que no podría soportar y sobrevivir otra vez a la distancia que impusieron esa vez.

 

Por ello, después de pequeñas discusiones, decidieron mudarse lo suficientemente lejos de ojos curiosos, pero también lo bastante cerca de sus respectivos equipos.

 

Y así es como habían llegado a Staten Island.

 

Cerrando los párpados y respirando profundamente, intentó controlar las ansias de su corazón  y de su cuerpo. Estaba desesperado y anhelante de verlo; de tocarle, abrazarle y besarle hasta que ya no pudiesen sentir sus labios.

 

Debía admitir que, a pesar de esa pulsante felicidad por el encuentro inminente, aun estaba un poco irritado por la negativa de su pareja de acompañarle a Indiana, donde hace un día atrás había jugado contra los Pacers, equipo que hasta la noche anterior estaban invictos; los neoyorkinos habían ganado 109-102 después de una agotadora y fatigosa batalla.

 

El tonto ala-pívot se había excusado diciendo que no podía llegar e irse a pesar de estar de baja por seis meses a causa de una lesión en su espalda, y que, si bien aun no podía participar activamente en los entrenamientos de los Brooklyn Nets, aun así debía asistir al gimnasio y a todos los partidos para mostrar su apoyo y presencia al resto del plantel y fanáticos.

 

Rukawa, por supuesto, lo había entendido, pero también le había cabreado, pues estuvo dos noches sin su novio.

 

Por un momento el pelinegro hizo una mueca por sus  pensamientos necesitados. Antes, hace sólo unos años atrás, el alero no se hubiera permitido pensar de aquella manera. Él era un hombre solitario, independiente y fuerte; alguien que no necesitaba nada ni a nadie para vivir y ser feliz. El baloncesto era su único alimento y fuente de satisfacción. Por el juego vivía y respiraba. Ello, no obstante, había sido una de las razones por la que él y su pareja habían tardado un tiempo en empezar y establecer las cosas, y por la que se habían separado.

 

Kaede frunció el ceño al sentir un desagradable hueco en el estómago. No era para nada atrayente recordar  esos episodios; no había sido un momento feliz de su vida.

 

Bajando un poco la mirada, se quedó observando fijamente una de sus manos; ésta estaba cómodamente sobre su muslo, sin hacer nada más que golpearse la pierna de vez en cuando en impaciencia. El brillo dorado de uno de sus dedos le hizo sonreír.   

 

¿Quién habría pensado que él y una persona tan distinta como Hanamichi Sakuragi terminarían juntas? ¿Quizás fue obra del destino? ¿Un dios? ¿Una fuerza más grande que ellos? ¿Simple afinidad? ¿Química? ¿Coincidencia?

 

La verdad, es que el antes rookie de Shohoku no estaba muy seguro; y hoy por hoy, tampoco moraba demasiado en ello.

 

Quizás antes, cuando todo comenzó, se cuestionaba día y noche cómo una tragedia de tamaña dimensión había ocurrido en su vida apacible y planificada; se había pasado innumerables noches viendo el techo liso de su cuarto dándole vueltas y vueltas a un asunto que no tenía respuesta. Los sentimientos y emociones son, después de todo, algo misterioso.  

 

¿Por qué le gustaba, de todo el resto de la población del planeta, un idiota como era el autoproclamado genio? ¿Por qué le atraía tanto? ¿Por qué sentía que una fuerza inexplicable le empujaba hacia a él? ¿Le absorbía y escupía de vuelta todo embobado por un estúpido como ese mono?

 

Responder a esas preguntas era incluso como preguntarse por qué le gustaba el baloncesto, o por qué se había decidido por esta vida. Qué le había motivado a luchar por esto; a entrenar por esta meta. Algunas cosas, sabía ahora, simplemente no tienen explicación… Simplemente son.

 

Como la vida misma…. Desde sus comienzos…

 

 

.

 

.

 

Kaede Rukawa de 4 años no entendía muchas cosas de la vida…. Sólo sabía que disfrutaba jugar al aire libre; o que su madre tardaba bastante en llegar a casa, o que padre sonreía mucho más seguido los fines de semana; o que no tenía muchas personas a su alrededor como otros niños.

 

Por esa época no obstante, todo era más simple, más inocente y posiblemente, más fácil. A pesar de no tener una cantidad abrumadora de amiguitos en el jardín de infantes, el silencioso niño de cabellos negros prefería saltar, correr y jugar en el patio de la escuela junto a los otros pequeños.  

 

Siendo hijo único, el llegar a casa era una experiencia solitaria y callada; una mujer mayor le cuidaba por las tardes mientras sus padres trabajaban, y él, aunque aun no entendía muchas cosas de la vida, sabía que no le agradaba quedarse en el sillón de la sala viendo caricaturas, o estirado en la alfombra con los autitos de plástico que su papá le había regalado la navidad pasada. En cambio, la calle era su lugar preferido. Por allí paseaba hasta que el sol caía andando en su bicicleta, intentando y creando maniobras hasta que su nana le llamase para la cena.

 

Algo que Rukawa si entendió a los 5 años, fue de baloncesto. No fue amor a primera vista, o fascinación instantánea. Su amor nació y desarrolló tal y como él: paulatina y silenciosamente.

 

Su padre una tarde de sábado le llevó al parque del barrio y le enseñó la pelota grande y anaranjada, dura y áspera al tacto. El niño pequeño y curioso la agarró entre sus manitas para mirar con interrogación a su padre; ese mismo día él le explicó lo básico del deporte. Rukawa boteó con inexperiencia y dificultad. Corrió con el balón con confusión y en aprietos. Pero aun así al caer la noche, no terminó desalentado. Más que el deporte en sí, más que la actividad y el juego, Kaede disfrutaba compartir con su papá.

 

Su mamá decía que era cosa de hombres, pero el niño de ojos azules pensaba que era más cosas entre padre e hijo.

 

El baloncesto fue lo que les unió; fue lo que les permitió pasar fin de semanas completas en la plaza jugando y practicando; o pasando noches y noches viendo partidos de la liga japonesa o estadounidense en televisión; fue lo que sentó las bases de su relación.

 

Kaede a los 8 años vio el brillo en los ojos azules de su progenitor cada vez que le veía jugar baloncesto. Su padre le animaba y gritaba con entusiasmo cuando hacía algo bien o mejoraba alguna jugada. Era el primero en saltar y chocar su mano cuando en primaria ganaba junto a su equipo, o le reconfortaba y animaba cuando perdían algún encuentro.

 

A esa edad Rukawa ya no podía identificarse a él mismo sin el baloncesto. Aun el deporte no era una imagen clara en su cabeza; no era un deseo ferviente en su futuro, pero si era una adicción. No podía parar, no podía dejarlo. Sólo podía calmarse con un balón naranjo entre sus manos. Quizás no tenía amigos; quizás era solitario, pero tenía al básquetbol para reemplazar todo ello.

 

Su padre, a medida que fue creciendo, le incentivó a jugar más con sus compañeros, pero también a adentrarse más al mundo del deporte. El hombre pasaba noches enteras hablando de la NBA o de la tierra del baloncesto; le sonreía y decía lo maravilloso que era; que tenía un don; que podría ser incluso mejor que ahora.

 

Kaede no entendió todo eso muy bien hasta los 11 años…cuando su padre falleció inesperadamente.

 

Esa noche tenía un partido importante en la escuela: la final del campeonato de su generación. Su papá le había prometido que asistiría (como siempre), que estaría allí desde el comienzo y que le animaría con pancartas y gritos. Su madre no alcanzaría a llegar, pero le dio un beso antes de que se fuese a clases esa mañana.

 

Kaede esperó todo lo que pudo en los vestidores por el hombre. Luego miró con ojos ansiosos hacia las bancas, no reconociendo rostros o encontrando confort. Comenzó el juego con calma, asegurándose de que ya pronto llegaría… pero los minutos pasaban… y pasaban y pasaban… su juego no fue bueno, firme ni colectivo, pero el equipo aun así ganó la copa.

 

Pero nada de eso le importó… Porque su padre nunca llegó…

 

Fue su mamá quien le esperaba fuera del gimnasio. Fue su mamá quien le abrazó en felicitación; quien lloró en su hombro mientras le abrazaba acuclillada frente a él. Fue ella quien le dijo, en voz baja y suave, lo que había pasado…

 

Un accidente… susurró… papá no podrá volver con nosotros… continuó…

 

Rukawa no recuerda mucho más de esa noche o de las siguientes… pero si de los otros años posteriores.

 

Desde los 12 años el baloncesto se convirtió en su obsesión, en lo único cuerdo de la vida, en lo único estable de su rutina; en lo único que le hacía sentir. Bebía y respiraba por el deporte. Sin embargo nunca era suficiente. Necesitaba mejorar, necesitaba ser el mejor, como su padre le decía. Tenía que entrenar, y practicar, y ser más fuerte, y alcanzar esa tierra de la que tanto hablaba su progenitor con ojos soñadores.

 

Kaede siempre fue retraído e introvertido. Para él no era fácil hacer amigos, y tampoco nunca lo creyó necesario. En Tomigaoka, a pesar de su antipática actitud, se hizo cercano a sus compañeros de equipo; con algunos de ellos llegando a juntarse después de clases para seguir jugando hasta la noche incluso en días de escuela… pero nunca logró con ninguno de ellos ese lazo que veía en muchos de los chicos de su clase o del mismo equipo. Lo anterior tampoco era fácil si tomaba en cuenta que la mitad de los jóvenes que le rodeaban estaban intimidados por su altura anormal y físico… y la otra mitad le odiaba por robar la atención de las chicas. Gracias a estos últimos es que logró desarrollar su faceta más violenta, pues aunque él no lo buscaba (la mayoría de las veces)  muchos de esos individuos se acercaban chulitos y prepotentes listos para una pelea.  

 

En fin, Kaede Rukawa a los 15 años simplemente pensaba que el baloncesto era lo único interesante en el mundo (aparte de dormir y andar en su bici). No tenía interés en hacer amigos; nunca le interesaron las chicas; y la escuela sólo era un cautiverio y castigo que tenía que padecer por el bien de su amado deporte.

 

Decidió entrar a la preparatoria Shohoku por la cercanía con su casa, lo que se traducía en que podría dormir más, y no tendría que esforzarse demasiado en el viaje hacia el instituto. Desafortunadamente el comienzo de su año escolar no comenzó de la manera que esperaba: primero por unos idiotas que perturbaron su sueño, y después por un estúpido pelirrojo que la agarró con él sin razón aparente. Peor fue saber que ese mismo tarado formaría parte del equipo de baloncesto, y que era un inútil en la duela.

 

Kaede no lo entendía, pero aun así le hervía la sangre de irritación cada vez que escuchaba la voz desagradable del torpe número uno, Hanamichi Sakuragi, gritar por el gimnasio durante los entrenamientos o en los pasillos. Le daban unas ganas horribles de arrastrar al tipo fuera del gimnasio por deshonrar un deporte tan noble como el baloncesto. Él llevaba años jugando, entrenando y practicando hasta vomitar por la extenuación de su cuerpo, y en cambio ese mono estúpido creía que con unas cuantas tardes jugando y unos clavadas mediocres que hasta un mono podría hacer, era un maldito genio.

 

Y los motes… Oohh esos ridículos nombres que ponía a las personas, testimonio infalible de lo imbécil que era. El pelirrojo tenía tan pocas neuronas que incluso tenía que recurrir a poner esos estúpidos sobrenombres por su incapacidad de recodar silabas tan fáciles como ca-pi-tán.

 

Rukawa lo aborrecía, y le alegraba saber que el sentimiento era mutuo, aunque no tenía ni puta idea por qué. Él nunca le había hecho nada para ganarse su desprecio.

 

Pero las cosas cambian, las personas mutan y las situaciones pueden alterarse. Durante ese mismo año y esos primeros tres meses Rukawa tuvo que admitir que algo tenía el idiota, o así lo había probado en el partido contra Shoyo, e incluso contra Kainan.

 

El tipo aprendía rápido; podía ágilmente cambiar el ritmo, tanto del juego como del equipo; tenía la capacidad saltarina de una pelota de goma y la fuerza de cien hombres. Era un monstruo. Y eso llevó a que Kaede no sólo lo aborreciera por ser un estúpido, sino también porque le tuvo celos…

 

Él… celos de un idiota como Sakuragi… que vergüenza…

 

Pero duró poco, afortunadamente; poco porque se dio cuenta de que al tarado aun le faltaba mucho… y porque ya no le molestaba que por el bien del equipo de Shohoku, como un todo, el tipo creciera y fuese mejor; eran compañeros, después de todo.

 

Y hasta ahí debió haber quedado… Pero las cosas cambian, las personas mutan y las situaciones pueden alterarse.

 

Desde el partido contra Sannoh ambos cambiaron, no sólo como personas y deportistas, sino en la relación entre ambos. No eran amigos, pero al menos ya no estaban en constante guerra. Siempre se molestarían e insultarían (eso se daba por hecho), pero no había mala intención, no había violencia física ni odio mal disimulado, simplemente eran compañeros de equipo motivando de manera poco sana a otro compañero.

 

Kaede no está seguro… no tiene certeza… pero quizás desde ese segundo año las cosas… él… su interior… comenzó a cambiar… a mutar… a alterarse…

 

Sakuragi ya no sólo era el idiota principiante, o el molesto auto-llamado-genio que gritaba estupideces en los entrenamientos… o el tarado que le irritaba como nadie ni nada nunca lo hizo…

 

Todo simplemente cambió…

 

Kaede Rukawa de 17 años boteaba con moderada fuerza el balón mientras ignoraba deliberadamente al otro chico que entrenaba en la otra mitad de la cancha perteneciente al gimnasio de Shohoku.

 

Mirando la canasta, respiró y comenzó a driblear la pelota de una manera que muchos catalogarían como hermosa y elegantemente bajo sus tonificadas piernas, al tiempo que avanzaba con lentitud hasta el área del tablero; cerca de éste, boteó e hizo una perfecta bandeja que sonó con suavidad en el silencioso ambiente.

 

Mientras veía como el balón pasaba por la red y boteaba en el piso, escuchó el sonido inconfundible de  zapatillas-contra-duela, pero Rukawa se negó a voltear o a reconocer al otro joven que entrenaba a estas horas de la noche.

 

Llámenle orgullo, nostalgia, vergüenza, o molestia, pero el muchacho de cabellos negros se negaba rebajarse, no de nuevo, y no esta noche… probablemente la última en la que se verían las caras…

 

Ya no tenían más entrenamientos con el equipo; ya no más caminatas por los pasillos de la escuela, o almuerzos en la azotea o en el patio del instituto. Todo había terminado; finalizado oficialmente hace sólo una semana cuando recibieron sus diplomas para marcar el fin de la época escolar.  

 

Kaede sabía (por simple casualidad) que algunos chicos de su clase irían a la universidad; otros se lo tomarían sabático; otros pocos habían decidido ya comenzar trabajar.

 

Él, no sin cierto orgullo y alegría,podía decir que ahora comenzaría la travesía con la que venía soñando desde que tenía 12 años; esa que su padre le inculcó y tatuó en la piel. Esa por la entrenó día y noche sin descanso; por la que luchó por convertirse en el mejor de su equipo, de su distrito, de su generación y de su país. Había trabajado duro para entrar en las ligas juveniles de Japón. Había sudado y sangrado por permanecer en ellas y hacerse notar.

 

Y cuando lo hizo… las preguntas comenzaron…

 

Lo habló con su madre y el profesor Anzai… lo meditó por días y semanas en la oscuridad de su cuarto… ¿Era esto lo que verdaderamente quería?

 

Y si… lo quería… lo deseaba con fervor… casi con desesperación… Y por ello aplicó a una universidad estadounidense con la ayuda de su mamá y entrenador. Entrar a una facultad extranjera le ayudaría más a cumplir su sueño de entrar en la NBA que el quedarse en el país nipón y llegar al Draft junto a otros miles de chicos alrededor del mundo.  Para su aplicación, no obstante, necesitó de un promedio de notas regular, para el cual tuvo que esforzarse el doble, algunas veces incluso el triple.

 

Pero si algo le sobraba… era determinación… decisión y valor para perseguir sus sueños y metas…

 

Cuando una noche llegó después de pasar toda la tarde jugando junto a Sakuragi, encontró sobre la mesa de la sala una carta perteneciente a la universidad que había aplicado. Rukawa, con manos firmes y labios apretados, tomó el sobre y lo vio fijamente antes de abrirlo con rapidez.

 

Cuando leyó las primeras palabras… Le felicitamos… le damos la bienvenida… literalmente sintió como un peso sobre sus hombros desaparecía… su corazón pulsó y pulsó en su pecho…. Sus mejillas se sonrojaron y su garganta se apretó casi dolorosamente… mas en lo único que pudo pensar fue en su padre… y en lo orgulloso que estaría de él….

 

En silencio y por unos cuantos minutos se quedó parado y en silencio sin estar muy seguro de qué hacer… hasta que con la sangre bullendo en sus venas y resonando en sus orejas corrió a llamar al profesor Anzai y a su madre. Ella lloró cuando le contó las noticas. Sollozó y le abrazó con fuerza y ansiedad al llegar a casa más tarde. Se aferró a él y le susurró palabras de dolor pero de apoyo incondicional. Kaede le entendía, sabía de dónde venía su aprensión… pero ahora nada le detendría…

 

Por lo anterior es que estaba a sólo un par de días de partir hacia Estados Unidos. Su familia (abuelos, tíos, primos y demás) organizó reuniones para despedirle, para aprovechar lo poco que le quedaba en casa… pero él nunca fue muy apegado a nadie… y el ambiente tan colmado de gente le sofocaba, por ello decidió escapar al gimnasio de su ex escuela, del cual aun tenía llaves (ventajas de haber sido el capitán durante su ultimo año)

 

Lo que no había considerado dentro de su plan, es que el sub capitán de su período pensara de la misma manera. Mas, sinceramente, el joven de ojos azules no estaba asombrado de ello, pues tanto él como Sakuragi siempre parecían conectados y en la misma sintonía cuando se trataba de baloncesto.

 

Si esta fuese otra noche más de práctica, lo más probable es que ambos estarían jugando, creciendo y aprendiendo de su oponente… pero no ahora… no cuando tantos sentimientos se encontraban suspendidos en el aire. La incomodidad y tensión era incluso notable para un emocionalmente constipado Kaede, quien controlaba cada músculo para no voltear hacia su ex compañero de equipo.

 

Ambos estaban aun irritados, incómodos y probablemente avergonzados por lo que había acontecido hace unos pocos días atrás en el último día clases mientras compartían el almuerzo en la azotea.

 

Más de uno podría ahogarse o morir de la risa por escuchar aquello: que el mono pelirrojo y el rookie y rey de hielo compartían el almuerzo… pero la comunidad estudiantil de Shohoku dejó de cuchichear sobre ello meses atrás… ya no era nada nuevo… no era novedad la amistad que nació entre los problemáticos basquetbolistas durante el segundo año de preparatoria… una amistad cordial que asentó sus bases en tercer año… una amistad violenta, insensible y frustrante… en la cual insultos iban y venían: provocaciones se hacían y se recibían; pero algo más profundo yacía en cada palabra y en cada junta.  

 

Ninguno de los dos involucrados fue consciente de los niveles de sus sentimientos hasta que fue muy tarde. Molestos y profundos sentimientos que se interpusieron en la que podría haber sido una bella y durable amistad.

 

El alero de Shohoku cuando había cumplido 16 años, notó con distracción lo extraño e incómodo que se sentía cerca del ruidoso mono; como alrededor del presumido chico el mundo parecía distorsionarse y alterarse en formas y colores que le abrumaban; como su cuerpo hiperventilaba y exorbitantes ganas de superarse le invadían. Le encantaba lucirse frente al pelirrojo. Le encantaba que éste le viera y le admirara. Le encantaba que le mirara, punto.

 

Cada vez que sentía la fuerza de esos ojos castaños sobre él, parecía que todo estaba bien en el planeta; que la tierra estaba bajo sus pies, y el cielo sobre su cabeza.

 

Al comienzo lo había ignorado, como siempre hacía con el resto del mundo o las personas que no fuera una duela, pelota o tablero, mas cuando fue el mismísimo Hanamichi quien se le acercó en un plano más cordial (sin golpearle) toda indiferencia se fue por el caño.

 

El mono pelirrojo era escandaloso, vanidoso, un idiota en todas sus letras… pero también era despreocupado, divertido, fiel, extrovertido, ingenuo y fuerte. Y el pelinegro al comienzo pensó que se trataba de simple amistad. Se convenció de que aquel sudor de sus palmas, aquel temblor de sus rodillas, aquel martilleo de su corazón, era simplemente porque por primera vez era amigo íntimo de alguien.

 

Sakuragi era su mejor amigo.

 

Era… porque tuvo que arruinarlo. Tuvo que estropearlo al dejar entrar a aquellas amenazantes y abrumadoras sensaciones inapropiadas.

 

Sabía que no toda la culpa recaía en él, porque hay que decir que también Hanamichi parecía estar experimentando cosas extrañas; ambos pasaban más tiempo del necesario juntos. Entrenaban a deshoras. Cuando se quedaban en la casa contraria, dormían bien pegados en la misma cama. Cuando salían a comer, siempre terminaban compartiendo el plato. Cuando algo extraordinario les pasaba, al primero que llamaban era al otro.

 

Por lo anterior, el ultimo día de clases, mientras el zorro masticaba un dulce que el mono le había llevado, alzó la mirada y la fijó en su aun compañero de equipo.

 

“Oye, tonto” Le había llamado. Sakuragi, que tenía unos jugosos fideos deslizándose por sus labios, le devolvió la mirada con interrogación y el ceño fruncido (…por el tonto). “…. Me gustas…” Le había dicho sin quitarle la mirada azulada de encima. El corazón y cuerpo del pelinegro se sentía en llamas. Una parte del alero deseó que el suelo se abriera con fuerza y le tragara hasta su núcleo, mas se controló y mantuvo su expresión fría y templada.

 

La mirada asombrada y petrificada del pelirrojo fue de fotografía, pero Rukawa hizo todo lo humanamente posible para permanecer impasible y lucir lo más desganado posible durante todo el tortuoso proceso. Esta confesión la venía pensando hacía ya tiempo, especialmente desde que decidió que se marcharía a EE.UU a estudiar.

 

El pelinegro, cuando descubrió los sentimientos que albergaba por su amigo, se había levantado de la cama y golpeado bien fuerte la cabeza contra la pared (algunas costumbres son contagiosas) mas ello no había ayudado para nada a ahuyentar las violentas y abrumadoras emociones; al contrario, lo hizo todo más claro (irónicamente).

 

Como pudo se había recompuesto y enfrenado al otro día al pelirrojo sabiendo que dentro de su corazón, existían condenados conejitos gordos y tiernos saltando de alegría (o alguna mierda así de cursi) por ver al sujeto de sus afectos tan cerca de él y sonriéndole de manera boba o socarrona.

 

Al comienzo había ignorado los hechos; se había negado a reconocer esos absurdos sentimientos, camuflándolos en simple y verdadera amistad. Sakuragi era un amigo, su primer real amigo íntimo. Alguien con quien podía ser totalmente sincero y duro y frío, pero sabiendo que la otra persona no le dejaría. Quizás lo único que tenían en común era el baloncesto, que las peleas las resolvían a golpes y que apestaban al hablar de sus sentimientos, pero un lazo invisible los ataba de manera tan cruda y sólida, que Kaede ya no fue capaz de negar que ese revoltijo en su estómago no era normal… que el hecho de que su mirada permaneciera más segundos de los necesarios sobre el cuerpo del pelirrojo no era correcto y amistoso… el que soñara con él… el que lo deseara… como a nadie, como a nada… no era por camaradería sana. Y por ello fue que decidió ser honesto consigo mismo, con sus sentimientos…  y con su amigo…  

 

En esos momentos se encontró pensando que no quería irse sin decirle al otro chico como se sentía. No quería ver por última vez a su mejor amigo sin hacerle saber todo lo que albergaba por él. Se le hizo imposible la idea de abandonar Japón, dejando a un Sakuragi en el desconocimiento de sus sentimientos; no porque tuviera esperanza (bueno, quizás aaalgo…), sino porque él no era un cobarde; no era un tonta chiquilla indecisa; era un joven de acción, de decisión, fuerte y duro.

 

…Por ello esas horrorosas palabras en la azotea ese día.

 

Hanamichi le había quedado mirando como idiota, mientras Kaede intentaba concentrase en saborear el dulce en su lengua; lo tragó y volteó hacia el ala-pívot pestañeando casi con inocencia. Pánico crudo y terror ardiente le invadieron cada poro por el silencio del pelirrojo. Como pudo Rukawa carraspeó y volteó la mirada con desgana.

 

“…Pero como me voy, en realidad no importa…. Total, no nos vamos a ver nunca más…” Esas duras y dolorosas palabras habían salido de sus labios como si hablara del clima, de lo helada que estaban las mañana, de lo rico que estaba su paleta de helado, cuando en realidad, cada letra expulsada de su garganta provocó que su corazón sangrara de sufrimiento; cada músculo de su cuerpo se contrajo con potencia y crueldad.

 

Quería llorar.

 

Por primera vez en su vida, quiso llorar.

 

Sus padres una vez le habían comentado que la única vez que le vieron con saladas gotas cayendo de sus ojos zafiros, fue la noche que nació, pero nunca más desde día.

 

Rukawa se negó, en ese momento, viendo los ojos marrones llenos de asombro, a sentir nada más. Se cerró al mundo. Se negó a reconocer la tierra bajo sus pies, y al cielo sobre su cabeza. Ignoró la coherencia y belleza del mundo. No quería sentir nada. Nada de nada.

 

“¿Qué---?” Había logrado pronunciar el pelirrojo cuando las piezas (¡por fin!) encajaron y crujieron en su cerebro casi oxidado.

 

Sakuragi Hanamichi, el talentoso jugador de Shohoku, no había entendido completamente las palabras que habían escupido los labios del zorro, de ese chico que había aprendido a apreciar estos dos últimos años; de ese chico con el cual se sentía más unido y conectado que con nadie, incluso Yohei Mito (su mejor amigo).

 

Nunca ninguna persona, hasta ahora, le había dicho esas dos e  inofensivas palabras; era el único que las había pronunciado a 51 chicas, mas nunca había recibido una respuesta positiva; nunca había sido correspondido. Y ahora… ahora era el pelinegro, su más gran rival, el zorrito dormilón quien se lo decía, con unos ojos y rostro tan aburridos como si estuviera hablando de complicadas fórmulas matemáticas. Y además, agregaba enseguida que no importaba...

 

¡¿Qué no importaba?!

 

¡¿Que no importaba?!....

 

¡¿Entonces, por qué mierda lo había dicho en primer lugar?!

 

Si no nos veremos nunca más…

 

…Entonces no importa….

 

El ex rookie le había contado que había recibido la aceptación de una universidad americana, y que en menos de un mes se iría a EE.UU para seguir su sueño de algún día jugar en la NBA.

 

Esa fría tarde el pelirrojo había sentido tantos celos, envidia; pero también se había sentido compungido, solo, desmotivado y desalentado. Lo único que atinó a hacer fue a actuar como normalmente lo hacía: Siguió sonriéndole, e insultándole, y retándole, y golpeándole amistosamente… siguió siendo su amigo… cuando en realidad, lo único que deseó hacer… fue abrazarle fuerte y nunca dejarle ir….

 

Pero no importaba…

 

¿Qué más daba?

 

…Porque no se verían nunca más…

 

“Tienes razón…” El pelirrojo pronunció  de manera baja y ronca antes de cerrar y abrir los ojos con determinación. El zorro inmediatamente dejó caer un poco su fría careta, para observar con cierto asombro al otro ocupante de la azotea.

 

Kaede, la verdad, se esperaba un golpe, una burla o (en el mejor de los casos) la reciprocidad de sus sentimientos, mas no la indiferencia y tranquilidad del escandaloso y ruidoso mono. Si era posible, Rukawa se sintió más miserable de lo que ya era… Todo ardía, todo gritaba en dolor… Todo escupía fuego y sangre negra…

 

“…Como te vas… no importa lo que sientes…” Continuó el genio con ojos pedantes y labios en línea recta.

 

Después de ello Sakuragi se había levantado, arreglado y sacudido sus ropas, y salido con calma de la azotea.

 

Dos corazones se rompieron ese día.

 

Pero cada uno ignoraba el del otro.

 

Rukawa creía que había sido rechazado y despreciado de la manera más vil posible; entretanto, Sakuragi creía que el tonto zorro era demasiado idiota y tempano de hielo como para verdaderamente sentir algo… y por ello se negó a reconocer sus propios sentimientos, los cuales bullían a carne viva con cada pensamiento dirigido al silencioso rookie.

 

Por eso estaban así ahora en la noche, entrenando cada uno por su lado. Practicando maniobras y jugando como si la vida se les fuera en ello, al tiempo que ignoraban al otro ocupante del gimnasio.

 

El sudor y cansancio empapaban cada resquicio del cuerpo pálido del alero, mas se negó a detener sus movimientos. Quería a llegar a casa exhausto; quería llegar muerto de cansancio y fatiga. Deseaba poder entrar a su cuarto y tirarse a la cama sin pensamientos, recuerdos o malos sentimientos. No quería pensar en el estúpido que le había roto cada hueso del cuerpo con sólo una frase. Sin embargo, si creía que podía odiarlo y despreciarlo después de lo que le hizo, se equivocó estrepitosamente, puesto que ahora parecía arder en llamas cada vez que pensaba en él.

 

Su pecho se abría adolorido, mas su piel añoraba el contacto bruto de ese retrasado.

 

Unas horas más tarde, cuando la luna era la única habitante de los lóbregos cielos, el pelinegro comenzó a guardar sus cosas para partir. Con la chaqueta larga rodeándole y protegiéndole de los aires primaverales, abrió la puerta corrediza del gimnasio. Cerró los ojos al sentir la brisa fresca que acarició su rostro acalorado. Sus pies salieron y su mano se estiró para cerrar el portón.

 

“¡Oye!” Cada músculo, célula y nervio de su cuerpo se paralizó al escuchar el grito, mas no volvió el cuerpo para verle. Silencio tenso y desagradable siguió el alarido, pero el zorro se negaba a pronunciar o siquiera pensar en una palabra para decirle al maldito idiota. Suspirando para sus adentros, apretó la manilla para cerrar, cuando sintió una presencia tras su espalda “… Buena suerte en Norteamérica…” El susurro cerca de su nuca le erizó cada pelo de su cuerpo; pero se negó a voltear. Dejando la puerta abierta, salió de allí sin mirar ni una vez atrás.  

 

Sakuragi, que le vio partir desde la entrada, sintió como algo dentro de él se rompía en miles de pedazos. Lo más extraño de todo, es que cuando el genio de Shohoku tomó fuertemente el balón entre sus manos, tuvo que dejar caer la pelota por la humedad que empapaba al objeto redondo.

 

Sólo cuando vio su rostro en el espejo del camarín, encontró sus mejillas anegadas en lágrimas…

 

Dos semanas después, se encontró a Rukawa Kaede abordando el avión que le llevaría a la cuna del basquetbol, allí donde podría realizar y hacer realidad sus sueños. Su corazón latió desesperado por la conmoción y la ansiedad.

 

Sus padres, tíos, tías, abuelos, primos y sobrinos fueron a despedirle a su casa la noche anterior, pero sólo su madre le acompañó al aeropuerto. Si ella se extrañó al no ver al mejor amigo de su hijo allí para despedirle, decidió no mencionar nada, lo que el zorro agradeció.

 

Se fue con un abrazo y promesa de llamar a penas llegara.

 

Las primeras tres semanas en la universidad de Norteamérica se fueron como la fintaque haces rápidamente contra tu oponente. El llegar, establecerse, conocer los alrededores, aclimatarse con las extrañas costumbres, entrenar, unirse al equipo de baloncesto, tomar clases, ocupó cada uno de sus pensamientos y momentos de tranquilidad, a pesar de haber llegado varias semanas antes de que las clases comenzaran.

 

Todo era tan distinto, tan nuevo, tan emocionante, pero al mismo tiempo… tan terrorífico.

 

Algunas noches, solo en el cuarto de la escuela, se estiraba sobre las mantas de su incómodo colchón y recordaba, pensaba y moraba en el pasado. Pensaba en Shohoku, en su padre…. En su mamá… y en él… en ese chico que se había jurado olvidaría nada más poner un pie en tierra norteamericana.

 

Mas aquí estaba, volteando el rostro hacia el cielo oscuro fuera de su ventana, y pensando, estúpidamente, que este mismo cielo tenía ese idiota sobre su cabeza. Ambos veían a la misma luna, las mismas estrellas… Ambos tenían los mismos sueños.

 

Esos pensamientos, no obstante, pudieron ser empujados levemente cuando las verdaderas competencias universitarias comenzaron, al mismo tiempo que los exámenes y pruebas de su respectiva carrera iniciaron (ya dos meses desde su llegada), pero allí ya algo dentro de él comenzó a cambiar.

 

Toda esa excitación y entusiasmo que le envolvía en su llegada, se volvió desesperación y monotonía:

 

Había clases en las que no entendía nada por recién estar aprendiendo el idioma, pues una cosa es saberte canciones en inglés y poder ver series entendiendo lo que quieren decir, pero otra muy distinta es estar en un aula de clases, escuchando un vocabulario especializado en un idioma que no es tu lengua materna. Por ello es que comenzó a reprobar materias; empezó a faltar a clases por quedarse dormido. Ahora se quedaba todo el fin de semana en cama, para la molestia de su compañero de cuarto (que quería llevar a sus ligues).

 

Los entrenamientos ahora eran más duros, largos y cansadores, y él parecía que no podía seguir el ritmo de sus compañeros. Se agotaba demasiado rápido. Sudaba más de la cuenta. Sus músculos protestaban muy pronto.  Se sentaba en la banca y observaba como el resto de los miembros del equipo seguían practicando sin demostrar molestias… como él...

 

No hablaba con ninguno de ellos. No era amigo de nadie. Y si bien al principio ello no le importó, si bien ello nunca le interesó en sus primeros años de secundaria y preparatoria, ahora era distinto. Ahora se sentía más solo que nunca. De esa soledad que sientes aunque estés rodeado por miles de personas. De esa soledad que te ahoga y te quema. De esa que te quita todas las fuerzas del cuerpo para dejarte tirado en la deriva; que te  deja tan agotado y extenuado, que la simple tarea de abrir los ojos cada mañana era una tortura.

 

Por los cuatro meses siguientes su único alimento y ganas de seguir jugando en América vino de su propia casi diezmada determinación, el recuerdo de su padre, y el apoyo de su mamá, con quien hablaba al menos una vez por semana. El pensamiento de defraudar su sueño, su arduo trabajo, le daba siempre el suficiente empuje para continuar; para intentar levantarse temprano, ir a clases, entrenar y rendir en los partidos.

 

Pero no fue fácil…

 

No cuando al simplemente apoyar su agotada cabeza en un duro y frondoso árbol, lo único que podía cruzar por su mente era el recuerdo de una voz gritando y aullando hasta por los codos a su lado. Algunas veces, hasta creía que el chico verdaderamente estaba a su lado, que incluso había alcanzado a sentir su calor, su toque sobre su hombro, o su brazo… o en cualquier parte de su cuerpo con tal de sentirle. 

 

Algunos días se maldecía por no haberse llevado una fotografía del estúpido, o al menos de todo el equipo de Shohoku, mas el único marco que descansaba sobre su buró, era el cuadro de una fotografía de él y sus padres en las últimas vacaciones familiares cuando sólo era un niño. Mirar aquella imagen le hacía extrañar su cama, la comida de su mamá, los comentarios de su abuelo cuando iban a visitarle, su ducha, su patio, los paseos en su bicicleta…

 

…Su mundo

 

Una noche de domingo, seis meses cumplidos desde su partida de Japón, Rukawa se encontraba revisando por última vez un trabajo que tendría que entregar al día siguiente para una de sus materias. Suspirando, lo guardó en un pendrive para llevarlo a imprimir la mañana siguiente. Cuando estaba por cerrar la pantalla para dormir en lo que restaba de tarde y noche, un tonto impulso le hizo abrir su abandonado correo, que solo usaba para emergencias o rápidos mensajes con su mamá.

 

Ingresó el correo electrónico, la contraseña, y esperó a que la página abriera… Y allí, en negrita se encontraba un correo que rezaba Sin Asunto en primer lugar. Lo había recibido hace tres días atrás.

 

Con el ceño fruncido lo abrió y leyó.

 

Su corazón, seco y medio muerto, comenzó a latir desbocado después de lo que pareció una eternidad. Cada pulsación envió cosquillas y temblores a su rejuvenecido cuerpo. Los cabellos de sus brazos y nuca se pararon. Sus labios resecos se abrieron. Sus ojos azules estaban pegados en la corta, pero notable frase que reflejaba la pantalla.

 

La leyó una y otra vez. La memorizó y absorbió como si fuera su desayuno (la comida más importante del día) ¿Era su idea, o hacía más calor en el cuarto? ¿El cielo estaba tan azul? ¿Es normal que las nubes parezcan algodones de azúcar o monos?

 

“Y… ¿Estás pateando traseros, zorro apestoso…? ¡Por tu bien, más te vale estar haciéndolo bien, bastardo! ….

 

…Mmmm…. Este genio está ocupado…. Hablamos otro día….”

 

Una risa tonta burbujeó de su boca.

 

“Hanamichi…” Susurró a su habitación vacía. Pestañeó varias veces y cerró la pantalla con suavidad. Volvió su rostro hacia la única ventana y se encontró con el sol de la tarde irrumpiendo en la pieza, calentando paredes y alfombra. El pelinegro, sintiendo aun ese excitado bombeo en su cuerpo, esas ansias, esa añoranza, se levantó y colocó su ropa deportiva guardaba en el closet. Sabía que ya no podría dormir. No podría quedarse en este cuarto con la velocidad de su sangre inyectándole adrenalina. Tenía que moverse, hacer algo más que simplemente pensar…

 

Iría a correr. A entrenar. A practicar… A esforzarse.

 

Desde ahora se esforzaría más para mejorar su condición física. Ya nunca más se agotaría excesivamente en un entrenamiento, quedando en evidencia y pareciendo más débil que sus compañeros de equipo.

 

Nunca más…

 

Se dijo con determinación y fuerza.

 

Y eso hizo desde ese fin de semana, además de responderle el corto y preciso mensaje al estúpido. No sin admitir que todavía cierto odio y rabia le aquejaban por el cruel comportamiento que adoptó el pelirrojo en la conversación de la azotea hace ya meses. Mas intentó transmitirlo y dejarlo ir en sus replicas.

 

En rápidos, seguidos y exactos correos le contaba que tal le iba, y preguntaba de vuelta.

 

Ambos tomaron como constante comunicarse todos los días por email. Los primeros dos meses sólo hablaron superficialmente, comentando sobre sus correspondientes carreras y equipos deportivos. Mas cuando la antigua (y deseada) amistad pareció renacer, los dos japoneses empezaron a sincerarse:

 

“De verdad quiero ir…. Pero cuando pienso en mamá… en los chicos… en Japón… pareciera que algo me detiene….

 

 ¡Por supuesto este genio sigue dando lo mejor en sus partidos! ¡Todos hablan del increíble rey de los rebotes de Kanagawa! Nyaajjajajjaj…. ¡Te morirías de envidia, zorro!”

 

Contaba Sakuragi. El pecho del pelinegro se apretó dolorosamente esa primera vez que leyó que el pelirrojo también quería venir a Norteamérica. Su primer impulso fue responderle que se viniera, que dejara todo atrás, y cumpliera sus sueños…

 

… pero eso era demasiado egoísta…

 

“Aprovecha a tu familia y amigos, tonto… Además, si no sabes ni cómo decir HOLA en inglés, idiota, dudo que puedas venir a la universidad…

 

…Todo a su tiempo…”

 

Le había contestado en su lugar….

 

Como Kaede había esperado, gracias a su nuevo espíritu y fuerzas, su juego y entrenamiento se hizo notar. Comenzó a participar más en el gimnasio y con sus compañeros. Intentó esforzarse en sus estudios, en su aprendizaje del idioma y a practicar más duro.

 

Algunos de los chicos del equipo eran buena gente: simples y divertidos. No les importó abrir sus brazos a un serio y parco japonés. Rukawa hizo un esfuerzo sobrehumano por adaptarse, especialmente después de que Hanamichi le dijo que en la universidad de Kanagawa había hecho muy buenos amigos.

 

Lo que, lamentablemente, no cambió, menguó o disminuyó (al contrario) fueron sus sentimientos por el imbécil. Cada vez que abría su correo y encontraba  un nuevo mensaje del mono, todo en él se emocionaba.

 

…Era patético.

 

Pero se negó a aceptarlo, a pensar en ello y en profundizar en lo que sentía.

 

Ya lo olvidaría… se decía cada vez que su corazón parecía derretirse con alguna estupidez que decía el ala-pívot.

 

Y eso pensó que hizo cuando conoció a Margaret, una dulce chica norteamericana en una de sus tantas y aburridas clases.

 

Le joven era una acérrima fanática del baloncesto, y por ello se había acercado a él para preguntarle sobre el equipo cuando le reconoció por una de sus visitas al gimnasio y a los juegos.

 

Rukawa había estado impresionado con la muchacha. Nunca ninguna mujer se le había acercado de esa manera tan descarada, sin demostrar vergüenza o nervios en su cara, o intentar ser coqueta. Ella simplemente le habló y rió como si conversar con él fuera lo más natural del mundo.

 

Margaret había agarrado la costumbre de ir a verle a los partidos para animarle, o acompañarle en la cafetería y clases. Muchos de sus compañeros de equipo le molestaban, mas él permanecía inmutable, pues nunca había pensado en la joven de esa manera.

 

No era en ella en quien pensaba antes de dormirse o al despertar. No era a ella a quien se imaginaba cuando se masturbaba en las noches o en las mañanas. No era ella quien hacía que su corazón quisiese salir disparado de su pecho. O que provocaba cosquilleos en sus manos y dedos por la ansiedad de alcanzarle y tocarle.

 

¿Vas a seguir comiendo? Porque tu helado se ve exquisito…” Le dijo una tarde la rubia, con una sonrisa viendo de manera depredadora el cono de helado que descansaba entre sus pálidas manos. El chico le acercó el conito a su pequeña y rosada boca, a lo que la joven pareció destellar de felicidad. Ya al final, todos sucios y pegajosos, se levantaron y caminaron rumbo a los dormitorios. “Ya… ve a dormir, japonés… mañana tienes un partido importante…” Le dijo mientras le palmeaba el hombro con cierta fuerza.

 

Kaede, sin saber por qué, se quedó pegado en la calidez que le transmitió la pequeña palma a su piel. Observando fijamente los verdes ojos de la joven, ni siquiera razonó cuando se inclinó y le besó torpemente.

 

No sabía por qué lo había hecho, ni qué esperaba de ello exactamente. Pero nada le preparó para los brazos de la jovencita en su cuello afirmándolo y apretándole contra su pequeño cuerpo; ni sus suaves y húmedos labios contra los suyos.

 

Fue un beso dulce y tierno.

 

Ella fue su primer beso, su primer abrazo de oso, su primera novia, la primera chica con la que se sintió cómodo; a quien iba a buscar después de clases, con quien se besaba en la sala de cine en vez de ver la película correspondiente, a quien llamaba cuando algo ocurría o simplemente porque le daba la gana…

 

pero no duró demasiado. No cuando la insatisfacción y culpa le seguían hasta la cama todas las noches. Durante sólo un mes tuvo a una chica quien le esperaba después de los entrenamientos, o con quien salir luego de los partidos; quien gritaba por él más alto que nadie en un duelo o a quien tomar de la mano por los pasillos y en la calle.

 

Al final, no obstante… fue ella quien le terminó…

 

No digo que no te guste… pero… no lo hago lo suficiente… no lo hago de la manera que debe ser… Y… adoro demasiado nuestra amistad como para arruinarlo por fingir sentimientos que… no están ahí…” Margaret le había sonreído, abrazado fuertemente y salido casi corriendo del parque con lágrimas en los ojos. Y Kaede se sintió tan aliviado, que se dio asco a sí mismo… quería decirle a alguien lo basura que era, lo maldito que se sentía por dañar a una chica tan buena… pero a Sakuragi no le había dicho ni pio sobre la jovencita… Y no tenía a un amigo de confianza como para ventilar sus cosas…

 

…Como para contarle que ya estaba loca y apasionadamente enamorado de su mejor amigo como para darle la oportunidad a otra persona...

 

A sólo un mes para el término de la temporada deportiva y el semestre en la universidad, Rukawa se abocó a sus entrenamientos y estudios.

 

Si el japonés no estaba estudiando, estaba entrenando; y si no estaba practicando, estaba durmiendo; y si no hacía ninguna de aquellas otras, entonces se escribía con Hanamichi.

 

El pelinegro, a penas se vio de libre de compromisos, compró el primer pasaje que encontró con destino a Japón, su tierra, su país, allí de donde había partido hacia poco más de 8 meses atrás.

 

Lo primero que ocurrió cuando pisó tierra nipona, fue recibir el férreo y corto abrazo de su madre en el aeropuerto. Con ella llegó a casa, la cual permanecía tal y como él la recordaba; su cuarto no tenía cajas abandonadas, ni nuevos equipos deportivos,ni cachureos, ni nada, sólo sus cosas en el mismo lugar que él  mismo dejó la mañana de su partida.

 

Sólo al día siguiente, luego de dormir, por fin, en su dulce y cómodo colchón, se reunió con el resto de la familia en una larga y agotadora reunión en la casa de sus abuelos maternos.  

 

Fueron un par de días abrumadores y apacibles, hasta que llegó la hora de reencontrarse con el chico con el que llevaba soñando desde que partió. Había llegado la hora de mirar nuevamente a esos marrones y achocolatados ojos, a esa sonriente cara, a esos rellenos labios, a ese magnífico cuerpo.

 

Era tan contradictorio, pero una parte de sí odiaba y detestaba a Hanamichi; lo despreciaba por lo que le había hecho ese día en la azotea; por no salir de su mente ni de su corazón por unos míseros segundos. Quería borrar sus recuerdos de su cabeza. Quería desvanecer la sensación de su fuerte y cálida mano sobre alguna parte de su cuerpo. Pero el idiota parecía estar cosido a su carne, inserto en su ADN y sangre.

 

Y removerlo, sólo significaría morir…

 

Pero también…

 

También le amaba. Porque ya no era suficiente con decir que le gustaba, no era suficiente decir que le atraía. Lo que sentía por ese bobo mono, lo que albergaba por ese tonto, era algo demasiado abrumador, demasiado potente y consumidor como para no llamarle amor. Cada vez que pensaba en él quería verle y apretarle contra sí.

 

Era casi desesperante y patética la sensación.

 

Pero ya se había resignado a sentirse de aquella manera.

 

Por lo anterior es que le había mandado un correo avisándole la hora y lugar para verse (pues no tenía su celular, y tampoco quería llamarlo).

 

Deliberadamente había llegado más tarde para verle desde lejos.

 

Lo encontró sentado bajo un árbol grandísimo y recargado de hojas, calmado y despreocupado sentado con su gran espalda apoyada en el inmenso tronco. Lo maldijo por su indiferencia y tranquilidad, cuando él mismo sentía que cada poro de su piel exudaba nerviosismo y ansiedad. Una parte de él quería correr hacia el imbécil, tirársele encima, golpearle y luego comérselo a besos. Otra, ligeramente más fuerte, le instaba y susurraba para huir, para dejar al idiota ahí esperando, como él lo había hecho por estos casi dos años.

 

No obstante, apretando los puños y gruñendo, se decidió por la tercera y secreta opción número tres: simplemente acercarse.  

 

El distraído pelirrojo tardó varios segundos en notar la sombra frente suyo, mientras él continuaba tipeando rápidamente en su celular.

 

Cuando su Snake, sin embargo, murió al golpearse con su propia cola, notó al fin la figura tapándole el sol frente a su cuerpo. Con prisas subió la cabeza al jovencito viéndole impasible y aburrido. Sakuragi, que tenía una polera musculosa y pantalones deportivos, se limpió y levantó con el ceño fruncido.

 

Ojos azules parecieron meterse profundamente en otros marrones. El cielo se juntó con la tierra…. O eso pareció por un par de segundos. El aire les golpeó los costados, pero ninguno de los se movió o dijo nada, demasiado concentrados en captar cambios en el otro.

 

El pelinegro bebió la imagen del cabello más largo del mono, de su pelo sin gel cayéndole hacia los lados. Paseó su mirada por los tonificados y marcados músculos, los de sus hombros y los que se marcaban en la playera. Su rojiza piel seguía igual, y su cara continuaba siendo infantil, pero dura y un poco más madura.  

 

Hanamichi, al mismo tiempo, notó las hebras desiguales pero más cortas del zorro; vio su piel un poco menos pálida, y sus facciones aun más frías (si es que es posible)

 

“Idiota…” Exclamó Rukawa sin siquiera controlarlo: la tentación era demasiada.

 

“¡¿Qué?! ¡¿Qué te pasa, zorro estúpido?! ¡Ha pasado como un año, y la primera porquería que se te viene a la cabeza es idiota!... ¡Sh!.... No sé como este genio decidió perder el tiempo contigo…” Bufó volteando el rostro con un pequeño sonrojo en sus mejillas

 

“8 meses” Interrumpió pelinegro, queriendo que esos poderosos ojos volviesen a fijarse en él.

 

“¿Mmmh?” Exclamó el pelirrojo sin creer lo que había escuchado. Su corazón de mono latió desbocado mientras observaba fascinado los ojos azules sesgados del deportista.

 

Tanto tiempo, pensó Sakuragi sin demasiada coherencia al tiempo que abría torpemente los labios y observaba casi con ansiedad la figura imponente frente a él.  

 

“Han pasado 8 meses desde la última vez que nos vimos” Repitió lentamente, con un tono ronco y profundo. Su mente le decía que ello no era buena idea… ya una vez el escandaloso chico le había rechazado… ¿Qué era distinto ahora?... ¿Meses de separación? ¿Distancia interminable?... Pero su corazón necesitaba desahogarse, expulsar temores, tensiones y anhelos. ¿De qué servía están taaan enamorado, si no podía expresarlo? ¿De que servía morir de amor por el pelirrojo, no querer olvidarlo, rechazar a otras personas, si nunca le decía lo que sentía? ¿Si nunca se atrevería entonces para qué era todo esto?

 

El ala-pívot sonrió y rió con suavidad, negando con la cabeza ligeramente. Rukawa le frunció el ceño con una mezcla de confusión y molestia. ¿Qué era tan gracioso?

 

“Jaaja… cierto… 8 meses, 3 semanas y 2 días… ¿pero… quién lleva la cuenta?...” Su cuerpo, más alto y musculoso, se acercó de apoco al contrario.

 

Al fin, después de todo ese maldito tiempo, parecía que todo giraba en orden y coherencia; que el aire, de hecho, podía acariciar su rojizo rostro, que la tierra sí afirmaba sus pies, que su músculo vital sí latía dentro de su pecho; que su piel le pertenecía.

 

… Por fin Sakuragi se sintió en casa

 

Kaede le miraba ahora con los ojos un poco más abiertos, más atentos y más profundos. ¿Podría ser….? Pero no se atrevió a especular… no como aquella vez…. ¿Sería posible que en estos meses separados, sentimientos nacieron, se crearon y desarrollaron? ¿Podría ser que la distancia les hizo crecer juntos?

 

Rukawa quería pensar que si… quería y deseaba con fervor creer en esa posibilidad; en esa pequeña, pero maravillosa posibilidad.

 

Ambos corazones latieron y se sanaron al mismo tiempo…. Pero ahora ninguno ignoró al otro.

 

“Si importa…” Susurró el zorro dando un paso hacia adelante, que fue enseguida recompensado con otro paso del pelirrojo. “Lo que yo siento… lo que tu sientes… si importa…” Repitió mirando fijamente los labios rellenos con los que soñó tantas noches.

 

Sakuragi, abriendo la boca y eliminando cualquier distancia que les separaba, apoyó una mano en la mejilla blanca del zorro y la acarició casi con reverencia.

 

“Lo sé, idiota…” Murmuró antes de inclinarse y besarle con pasión, con fuerza reprimida y ansias explosivas.

 

El alero ni notó que él no tenía ni el mínimo control del ritmo, presión o velocidad. Se entregó como había deseado hacerlo hace ya tanto tiempo. Pasó sus brazos fuertes  por la cintura contraria y le apretó la espalda para unirles más. Sin embargo, un poco desesperado por más piel, gimió y llevó una mano hasta el cuello rojizo del mono, acariciándolo y estrujándolo entre sus dedos.

 

Se quedaron bajo el gran árbol hasta que anocheció…

 

 

.

 

.

 

 

Kaede en el presente suspiró y apoyó su frente en el vidrio del taxi. Era tierno y un tanto gracioso recordar esa época, hace ya casi 10 años atrás, cuando todo era más fácil, más simple, más infantilmente feliz…

 

Él, ingenuamente, había pensado que sus penurias habían terminado el día que Hanamichi le había confesado que le correspondía, que también le quería, que quería estar con él y también ir a América…

 

Rukawa, por supuesto, no cambiaría nada de su vida ahora; no si eso le había traído hasta aquí, junto a su perfecto novio; pero, debía admitir, que sí había episodios que desearía poder haber sobrellevado de mejor manera….

 

Pues cuando él tenía 18 años, y se creyó el rey del mundo junto al pelirrojo, no se imaginaba que el dolor más grande de su vida estaba sólo a la vuelta de la esquina… 

 

.

 

.

 

Continuará...

 

.

 

.

 

 

Notas finales:

Yeii! Aquí está :). Espero que les haya gustado. Sé que no deja exactamente "metido" para el proximo capítulo, pero me gusta la idea de escribir una historia en la que simplemente aprendamos sobre el desarrollo... y no tanto sobre el final... Subiré pronto el prox.

Muchas saludos!, y cualquier idea o comentario es bienvenido!


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