Chris
Miré cómo la sangre corría por el desagüe. Ese color escarlata me hacía perderme una vez más en mis pensamientos.
¿Por qué hacía eso? Cortarme como si en mis venas corriera el dolor y así lo liberara. Sentía un gran alivio al hacerlo, pero ¿a qué precio? Llevar siempre mangas largas, aún con un calor asfixiante, llevar muñequeras o pañuelos. Sentir la necesidad de hacer cada vez más cortes, más profundos y más largos. Intentaba dejar de hacerlo, dejar de cortar mis muñecas y mis brazos de una vez, pero la necesidad era cada vez mayor, como si de una droga se tratara.
Probaba ahogar mi sufrimiento de otras formas. Pero no encontraba ninguna tan satisfactoria como aquella. Miré mi imagen en el espejo cercano a la esquina contraria a donde estaba yo, una vez más. Un joven delgado y tembloroso, con facciones de chica. Un rostro ovalado y ojos oscuros, casi negros, que solían derramar lágrimas silenciosas o pedir ayuda a gritos. Pero yo no lloraba hacía años, me lo había prometido a mí mismo. Cabello obscuro y sedoso, tal vez algo rebelde, y ligeramente ondulado. Brazos débiles, cubiertos de cicatrices, heridas recientes y sangre, que caía al piso de la bañera y se mezclaba con el agua, para salir de allí, dejando un rastro apenas rojizo por su camino hasta los caños que las harían salir de una vez de allí. Un cuerpo escuálido y ridículo, totalmente mojado gracias al baño que acababa de darme.
Salí de la bañera, empapado y débil, dejando mis ensoñaciones atrás y las hojas filosas con las que me había cortado en el lavabo. Un marco de sangre y agua delatando lo que había hecho, dónde había estado. Luego limpiaría todo, ahora estaba algo mareado como para eso, aunque ya estaba acostumbrado a la sensación. Ya no sentía ningún pesar, estaba relajado. Mis brazos aún chorreaban, así que los sequé con una toalla roja de las tantas que tenía para ocasiones como esa. La sangre no salía fácilmente de las telas, siempre dejaba manchas, así que para disimular usaba un color idéntico al que cubría mis brazos e iba cayendo por ellos, hasta mis manos y luego al piso.
No dolía cortarme, el hacerlo me brindaba más alivio que cualquier calmante tradicional, lo olvidaba todo.
Suspiré y me quedé parado unos minutos esperando a que el resto de mi cuerpo se seque por si solo, porque no tenía la fuerza como para secarlo yo. Miré el piso, dónde aún caían las gotas de aquel vital líquido, rojo y apenas espeso.
Todo me daba vueltas.
Oí el timbre. Cubrí mi cuerpo ya seco con una camiseta de mangas largas y color negro (mi favorito), un bóxer y unos pantalones, sosteniéndome de las paredes para no caer. Caminé tambaleante hacia la puerta y la abrí.
-- ¡Hola! Soy tu nuevo vecino, mi nombre es Félix, vine para presentarme y hacerte saber que cualquier cosa que necesites, vivo allí al lado, a la izquierda. –señalando hacia un lado e indicándome la ubicación de su departamento.
--H…hola…--susurré, justo antes de desplomarme sobre él, por la inminente pérdida de sangre.
Yo sólo había mis mangas demasiado mojadas y tibias aún. Sabía que la sangre chorreaba y no dejaría de hacerlo.