Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Nuestro amor por girlutena

[Reviews - 41]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

 

 

 

 

Bueno.... es una pequeña historia que tenía guardada desde hace tiempo... aun no esta terminada... pero espero que les guste (;

Notas del capitulo:

*-*!!!!!!

La mayoria de esto lo ha escrito la memoria de Naruto (: 

 

Nos conocimos en un tiempo que no era el nuestro, en un lugar que desconocíamos, en una era donde el frío calaba nuestros huesos y nuestras almas. En aquella época en la que había demasiadas costumbres y reglas, donde los donceles tenían que respetar demasiadas normas y los hijos varones tenían que ser perfectos. Donde las familias con dinero destrozaban el futuro de sus hijos, sin importarles su felicidad.


Pero tú y yo éramos tan diferentes al resto, yo con mi aspecto físico y tú con tu carácter tan hostil y frio, pero los dos éramos tan iguales por dentro.


No nos importaba Pelear delante de los desconocidos, ni conocidos, discutíamos como si fuéramos los mejores amigos y nos amábamos como si fuéramos amantes desde antes de conocernos, sin importarnos lo que decían los demás.


Todos estaban en contra de nuestra amistad “tú no eras para mí y yo no era para ti” o eso decían nuestras familias, donde un doncel no tenía que acercarse a un varón, donde un doncel tenía que respetar al varón. Pero eso no nos importó desde un comienzo.


Mis padres al igual que los tuyos nos inculcaron desde pequeños a odiarnos a seguir sus costumbres y creencias y a ser cada vez mejores, pero en vez de eso, nos escabullíamos a jugar lejos de todos.


Rápidamente nos volvimos inseparables, siendo los mejores amigos, tú me protegías de todo, mientras que yo había prometido nunca te dejarte solo, sabía que le temías a la soledad, pero por tu orgullo nunca me lo dijiste.


Los años pasaban, obligándonos a volvernos más independientes de nuestras obligaciones como hijos “perfectos” para nuestros padres y siendo más dependientes de nuestros sentimientos.


Así mismo todo fue cambiando, nuestros cuerpos y nuestros sentimientos tomaron otro rumbo, empecé a verte con otros ojos, cada vez que tus ojos tan negros y puros me veían fijamente, mis mejillas empezaban a sonrojarse considerablemente, mis palabras se trababan con regularidad cuando debía decirte algo –incómodo- nuestros roces ya no eran infantiles  nuestras manos buscaban tocar nuestros cuerpos inconscientemente.


Recuerdo nuestro primer besó, fue tan accidental, tan infantil, pero es un recuerdo tan preciado, aquel día había escapado de ti, mis mejillas se habían sonrojado y no podía aguantar verte a lado de una chica morena y con sus ojos tan perlados, confesándote.


Aquella tarde corrí lo más rápido que pude escuchando tu voz a lo lejos, nuestros pasos se confundieron con los relámpagos y de pronto la lluvia empezó a invadirnos, haciendo que la tierra se volviera lodosa y mis pasos más lentos, sentí como mis pies se tropezaban y mi cuerpo caía, cerré fuertemente mis ojos al saber que caería de cara, pero cuando abrí lentamente mis ojos, te vi tan cerca, podía oler tu aroma a canela, tus brazos rodeándome y nuestros labios juntos.


Mis mejillas se sonrojaron al igual que las tuyas, fue un pequeño rocé, pero para mí fue suficiente para mover todo mi mundo y que el piso que me mantenía en pie, se derrumbara en un abrir y cerrar de ojos.


Te separaste rápidamente, dejándome sintiendo un vacío en mi interior, te pusiste de pie rápidamente y vi como tu nívea mano flotaba en el aire y la tomé, sin pensarlo, aun temblorosamente, aun en la oscura noche, pude ver tus mejillas sonrojadas, y tus ojos mirando al piso, sabía que estabas nervioso.


Te conocía por casi dieciocho años y sabía que aquel ceño fruncido era porque estabas pensando en algo y que talvez te molestaba o algo que era sumamente importante.


-Viste lo de Hinata. –Tu voz tan áspera caló mis huesos, intente que nada de eso me afectara. –Ella… quiso confesarse… pero yo la detuve cuando te vi ahí. ¡Eres un Dobe para salir corriendo de ese modo y mucho más cuando te estaba gritando!


-¡Eres un Teme si creías que me quedaría ahí a escuchar su confesión! –Mantenía mis ojos abiertos, impidiendo que mis lágrimas resbalaran, temía perderte, desde hace semanas habíamos empezado a discutir, peleas tontas que siempre me rompían el corazón.


-¡Yo no quiero ninguna confesión!


-¡¿Entonces qué es lo que quieres, Teme?!


-¡Yo te quiero a ti, y solo a ti! –Recuerdo haber dejado de respirar, tus ojos tan negros, brillando debajo de la lluvia, mis cabellos rubios pegados sobre mi rostro, sentí como tomaste mis manos entrelazándolas con las tuyas. –Yo… te amo, Naruto.


Mis lágrimas se perdieron gracias a la lluvia, sentí por segunda vez, tus tibios labios sobre los míos, en un beso tan suave y frágil, empecé a sentir un calor apoderarse de mí, mis mejillas empezaron a calentarse, soltaste mis manos para apresarlas sobre mi cintura y yo lleve las mías a tus cabellos, parándome de puntillas para quedar, casi, a tu altura.


 


Recuerdo que Kakashi, un varón, algo sumamente extraño, el único encargado de cuidarme cuando mis padres se encontraban de viaje, él era el único que sabía de mi amor hacia ti, de tus visitas a mi habitación, muy entrada la noche y mientras que mis hermanos se encargaban de irse en fiestas, él me ayudaba a escabullirme para encontrarme contigo todas las noches a escondidas de nuestros padres, hermanos y hasta de nuestros propios guardaespaldas, para amarnos bajo la luz de la luna, siendo como nuestro único testigo.


Recuerdo a tu tío Obito, un doncel muy hermoso, muy parecido a ti, pero con una felicidad desbordante, con sus cabellos brunosnal igual que sus ojos, a veces llegaba a casa y me entregaba a escondidas tus cartas, yo sabía que Kakashi se había quedado prendado de Obito desde el primer instante en que se vieron. Pensé que nada iba a poder ser mucho mejor que esto.


Pero todo cambio tan rápidamente, Obito fue expulsado de tu casa, cuando su hermano, tu padre se enteró de la relación que mantenía con un –criado Namikase- fue peor cuando me dieron la noticia de que te tendrías que ir a Europa para aprender sobre el nuevo negocio de tu familia y muy posiblemente regresarías casado, mientras que yo, me quedaría aquí a terminar mi educación y luego me buscarían un futuro esposo, me negué y fui castigado.


Yo sabía que tú también odiabas eso, no lo deseabas, pero últimamente habíamos tenido constantes peleas que incluían a nuestros padres ambiciosos y a nuestro futuro, juntos. Tenía miedo, miedo de que te fueras y nunca más volviese a verte, a tenerte.


Tú no lo sabías pero todas las noches, mis gemas azules derramaban finas lágrimas, por no estar contigo, ya no salía de mi habitación, dejando de alimentarme, lloraba todas las noches y le pedía a la Diosa Amaterasu que nunca me separe de ti. Sabía que me amabas como yo a ti, pero nuestros padres nos habían impuesto a unos jóvenes como nuestros prometidos. Dos jóvenes muy guapos y hermosos, me presentaron a un varón pelirrojo y me llego a los oídos que tu prometido era tan hermoso como las perlas brillantes a la luz de la luna, pero ninguno eras tú y ninguno era yo.


En estos momentos no deseaba perderte, eras mío y yo era tuyo y así lo había decidido cuando te vi por primera vez en el jardín de niños, jugando en la soledad del patio con el pequeño columpio. Empecé a recordar tus cabellos azabaches pero con ese extraño brillo azulado, y tus ojos tan brunos y afilados, pero nada de eso me hizo desistir a acercarme a ti.


 


Esa noche nos encontramos por última vez en el parque, algo alejado de nuestras casas, la luna tan brillante era opacada lentamente por las esponjosas nubes, y los faroles poco a poco fueron alumbrando nuestros cuerpos, me mordí el labio para no llorar delante de ti, mi alma tan solo necesitaba de tus abrazos, de tus besos, tus caricias, en ese momento me di cuenta de que te amaba mucho más de lo que había imaginado.


Recuerdo tus ruegos por huir contigo, a tu lado, a cualquier lugar, pero juntos. Aquella noche, no te respondí, pero me dejaste muy en claro que si no me iba contigo, te irías sin mí. Aunque eso te rompiera el corazón y te quemara el alma. No estabas dispuesto a seguir las estúpidas órdenes de tu padre.


Me diste la dirección de la estación, la ciudad donde te planeabas instalar y la hora del último vagón que saldría de aquel triste día. Podía sentir en tus ojos aquella necesidad de querer tenerme en tus brazos, aferrarme fuertemente a ti, pero antes de llorar decidí salir de ahí.


Prefería morir antes a quedarme sin ti. Sin decir nada, salí corriendo de aquel lugar sin mirar atrás, sabía y sentía que tus brunos ojos que me miraban partir, sabía que aunque no te mirase, llorabas en silencio, al igual que yo y mi frustrado corazón.


Esa misma noche me despedí de mis padres como todas las noches. Los amaba y sabía que ellos sentían los mismo por mí, pero nunca me dieron la opción de elegir. De elegirte a ti como amigo, como amante ni como esposo, siempre decidiendo mi propio futuro sin mi consentimiento. Tan solo por ser diferente al resto.


Me despedí de Kakashi, con un fuerte abrazo, un beso y unas cortas palabras que nunca olvidare. “Ten cuidado y sé feliz, mi pequeño” nunca le dije de mi huida, pero al parecer él lo intuía.


Entre a mi habitación y cerré la puerta colocando el cerrojo, empecé a buscar rápidamente lo necesario y metiendo todo en mi pequeña mochila, encontrando un pequeño papel con el teléfono privado de Kakashi, sonreí abiertamente y después de esperar unos minutos para que todos se vayan a dormir, tiré mi mochila por la ventana que daba al jardín de la entrada.


Kyubi tan solo me miraba atentamente, sentado en una esquina de mi habitación, su cabeza apoyada sobre sus patas y esos ojos tan negros. Fue mi único amigo que sabía de mis escapadas contigo, el único que no me juzgaba por mis sentimientos hacia ti, sonreí al ver como movía su cabeza, alentándome que me vaya contigo.


Baje con sumo cuidado por la ventana, dando gracias a las clases de “supervivencia” que mi padre me había enseñado cuando cumplí los cuatro años, muy en contra de lo que los demás decían de los donceles.


Llegue con algo de prisa hasta el primer cajero automático y saque todo el dinero que tenía en mi cuenta bancaria, antes de que mis padres se dieran cuenta de mi fuga y la metí desordenadamente en mi mochila para luego empezar a correr, sin importarme la fuerte lluvia que empezaba a crearse encima de mí.


Compre el último boleto que había y entre al tren rápidamente antes de que las puertas se cerraran, no me tome ni un minuto para recuperar el aire perdido, caminé por todo el vagón, fijando mi azulina mirada en todos los asientos ocupados y ahí te encontré, en el último de todos. Sentado al costado de la ventana, que empezaba a cubrirse de la neblina, te encontrabas apoyando tu níveo y varonil rostro en tu mano, tus ojos azabaches se veían tan opacos y crudos, mientras tus cabellos azabaches ocultaban tus audífonos, vi tu mochila en el piso, entre tus piernas y en tu mano apretando fuertemente una pequeña foto mía.


Me acerque lentamente, poniendo mi mochila en el asiento vacío que se encontraba al frente del tuyo y sentándome a tu costado.


Aun no te dabas cuenta de mi presencia y eso era algo que me molestaba, siempre te comportabas de esa forma cuando algo te preocupaba o tan solo estabas triste, tu mirada bruna perdida en la oscuridad de la ciudad, me hizo sentir algo culpable.


Me abalance ante ti y tomé tu rostro con algo de brusquedad, plantándote un demandante beso, mis manos buscaron y jugaron con tus cabellos azabaches, desordenándolos a mi gusto, acaricie tu mejilla con mis dedos, sintiéndola áspera, debido a la barba que ya había empezado a salirte.


Reí al ver el rostro que pusiste, tus ojos tan negros como la noche, abiertos a la par, recuperando aquel brillo que tanto amaba, poco a poco una sonrisa, aquella hermosa sonrisa que me mostrabas solo a mí fue formándose en tu níveo y perfecto rostro y sentí una corriente en mi columna al ver como pasabas tu lengua por tus labios.


Me tomaste por la cintura para sentarme en tus piernas, sin importarte que mojara tus ropas y sin perder tiempo, ocultaste tu rostro en mi cuello, haciéndome un poco de cosquillas, mientras yo acariciaba tus largos cabellos y ocultaba mi rostro en tus cabellos, emanando el olor a menta que tanto me encantaba.


-Te amo. –Repetías una y otra vez, sin intenciones de detenerte, mientras que las finas lágrimas caían por mis mejillas. Levantaste tu rostro, besando mis mejillas sonrosadas, borrando todo rastro de las lágrimas de mis ojos.


Nos besamos como si fuera la primera y última vez, sin importarnos las miradas cómplices de los demás pasajeros, mis manos se paseaban por tu largo cuello, jalando con fuerza tus hebras azabaches, mientras que sentía tus manos acariciando mi espalda, bajando lentamente por mi estrecha cintura, mordiste fuertemente mi labio inferior sacándome un jadeo, al sentir como tus manos se colaban por debajo de mi polo y luego introducirse por dentro de mi pantalón.


Nuestras lenguas jugaron por un momento hasta que tomaste el control de este beso tan ferviente, coloque suavemente mis manos sobre tu fuerte pecho, intentando separarnos, y no pude evitar sonreír al escuchar un gemido de insatisfacción tuya, di por finalizado el beso, terminando en la punta de tu nariz.


Ya sabía que yo tampoco aguantaría y no me importaría que me hagas el amor en aquel mismo lugar, pero sabía lo celoso que eras y no permitirías que ninguno viera mi cuerpo desnudo, ni yo dejaría que nadie viera el tuyo.


 


Reconocí que fue difícil al principio, dos jóvenes novios, prófugos de sus padres, de las leyes, de las palabras de los demás por suerte teníamos suficiente dinero para mantenernos el uno al otro y después de mucho esfuerzo, compramos una pequeña casita y abriste tu propio negocio de fotografía.


Ya no éramos ricos, nos acostumbramos rápidamente a las nimiedades que nos daba la vida, sonriéndole a los buenos momentos, ya que lo único que importaba era que nos teníamos el uno al otro, nos amábamos, no pude evitar reír al recordar las miradas de nuestros vecinos, cuando nos vieron llegar a nuestra pequeña casa, unos jóvenes de veinte y dieciocho años, tan jóvenes pero felices, aun en contra todo, felizmente todos nos dieron la bienvenida, llevándonos todo tipos de deliciosos dulces, tu les sonreíste agradeciéndoles, sin ellos saber que tú odiabas lo dulce.


 


Me obligaste a postular a la universidad y me gane una beca, gracias a tu apoyo y a tus clases particulares, estaba tan feliz de seguir la carrera que tanto amaba, Arte, el primer día, conocí a un alumno, un doncel muy parecido a mí, con sus cabellos largos y rubios cubriendo la mitad de su rostro, dejando un su ojo tan azul, pero con una actitud tan explosivo, su nombre era Deidara y su novio un pelirrojo muy particular, que era nuestro profesor.


Me ayudaron tanto, dándome ánimos y aconsejándome, cuando teníamos nuestras constantes peleas y llegaba a clases con los ojos tan rojos por haber estado llorando toda la noche, mientras me dejabas solo en nuestra cama.


Pasamos por momentos en los que no teníamos mucho dinero, pero nunca dejamos de apoyarnos, nunca dejaste de enviarme flores, y siempre llegabas pidiendo disculpas, y yo siempre terminaba llorando en tu pecho, diciéndote cuanto te amaba, pidiéndote disculpas y rogándote que nunca más te fueras a dormir al sofá.


 


Recuerdo una mañana cuando llegue asustado al taller, entre, azotando la puerta, donde vi que Deidara discutía con Sasori-sempai, este se encontraba con la mitad de su cuerpo pegado a la mesa, mientras el doncel encima suyo, con su puño alzado.


Los ojos azules y los ojos café cenizas de la pareja cayeron sobre mí, mirándome directamente, mis mejillas más sonrojadas, por el frio invierno que se estaba pronosticando, y mis ojos nuevamente rojos, esta vez por no dormir lo suficiente.


-¿Qué te ha pasado, cariño? –Deidara me cubrió entre sus brazos, dejándome llorar en su pecho, muchas veces se había comportado como una madre para mí, tan cariñoso y atento.


-Yo… yo… creo que estoy… embarazado. –Mi voz se volvió más entrecortada, dejando salir mi desesperación, la suave y cálida mano de Sasori paso por mis cabellos, intentando calmarme.


-¿Sasuke lo sabe?


-No… pero quiere llevarme al médico, hoy. Desde hace una semana he estado vomitando el desayuno y me he estado cansando más de lo normal. –Recibí la taza de té de manzanilla que me había preparado Sasori, dejando que Deidara me calmara.


-Creo que deberías decirles tus dudas, pequeño.


-Es verdad, Sasuke puede ser un gruñón, celopata, pero nunca te dejaría por algo como esto. –Sequé mis lágrimas con la manga de mi polera, y vi en los ojos de aquel amigo, una verdad, que había olvidado.


Habían pasado dos años desde que habíamos escapado de casa y no nos habíamos separado en ningún momento, amaba a Sasuke y solo tenía que confiar en él. Sonreí mucho más animado y me baje de la mesa de un salto, pero rápidamente me sostuve del brazo del pelirrojo al sentir un fuerte mareo, lleve mi mano a mi vientre, empezando a respirar lentamente.


-En estos meses es donde debes tener mucho más cuidado, todo lo que hagas le afectara a tu hijo. –Los ojos café cenizas del varón me miraron detenidamente, mientras que yo no paraba de sonreír y acariciar mi vientre, aun plano.


Salí caminando con la mirada en alto, viendo como los alumnos entraban a clases, mientras que yo salía de la universidad para dirigirme a casa, quería ver a mi moreno, deseaba besarlo y amarlo, así que sin darme cuenta llegue al parque del barrio y aún era muy temprano pero se podía ver poca gente corriendo por el alrededor, me acerque lentamente hacia ti, colocando mis pequeñas manos sobre tus ojos.


Sentí tu cuerpo tensarse rápidamente, pero luego tu respiración volvió a acompasarse, tus grandes manos acariciaron las mías, luego pasaban suavemente por mis brazos.


-Si mi esposo nos ve así, armara un escándalo.


-¿Así? Entonces quiero ver lo que hace cuando te vea que te tengo atado en mi cama, desnudo, mientras yo te cabalgo, incrustándome tu dura polla en mí.


Mis mejillas se tiñeron de un fuerte carmín, podía sentir mi corazón palpitar fuertemente, muy pocas veces había hablado de esta forma, pero nunca en la calle, pude escuchar como pasabas tu saliva, intentando contenerte y no hacerme el amor aquí en medio de todos.


Pero me equivoque al sentir como mi espalda chocaba contra la hierba húmeda, tus manos aprisionaban mis muñecas y todo tu cuerpo encima de mí, tu rostro, con esa perfecta sonrisa, sumamente orgullosa.


-¿Así que me atarás y me cabalgarás? Mi esposo llega de clases en la tarde, tenemos mucho tiempo para jugar. Querido. –Sentí una especie de descarga cuando susurraste muy cerca de mi oído, mordiéndome suavemente el lóbulo de mi oreja.


 


Recuerdo haberme mordido el labio, al tenerte atado y desnudo en nuestra cama, tu pecho, tus piernas, tu piel tan nívea, mis ojos azules se posaron sobre tu hombría, me arrodille entre tus fuertes piernas, colocando más de cerca mi rostro, pase mis dedos suavemente sobre aquel pedazo de carne, recordando todas las noches que se insertaba en mí.


Pase suavemente mis manos por tu gran pecho, bajando por tus caderas, bese tus piernas y por último acaricie tu hombría, le repartí, varios, suaves y húmedos besos por toda su extensión para luego meterla a mi boca, era tan grande que apenas y entraba a la mitad, a mis oídos llegaron tus gemidos y tu pecho empezó a subir y a bajar con demasiada rapidez, la saque de mi boca, dándole un pequeño beso en la punta, lamiendo aquel líquido que siempre llenaba mi interior, para luego meterlo todo, tan profundo, tu pelvis se levantó y dio una pequeña embestida en mi boca.


-Eres malvado.


-Tu esposo ¿Nunca te ha hecho algo como esto? –Mostré mi sonrisa pícara, mientras me relamía mis labios con tu líquido pre seminal, me subí de horcadas sobre tu pelvis, mirándote a los ojos, me mostrabas aquella mirada orgullosa y afilada.


-Nunca lo ha intentado, él es un mojigato. –Me mostraste aquella sonrisa tan perfecta, sabía que lo decías para enfurecerme, levante mi mentón y achique mis ojos, para luego bajar mi rostro y pasar mi lengua por tus pezones, escuchaba tus jadeos y eso me hacía sentir mucho más doncel.


Me levante de rodillas y me fui quitando lentamente el camisón, casi transparente que llevaba encima, dejándote ver mis pezones demasiados hinchados y mi miembro erecto y palpitante, sonreí orgulloso al verte intentando desatarte de tus cadenas, sabía que podías romperlas, pero eras un hombre de palabra y no harías nada en contra de mis reglas.


Me senté a horcadas sobre tu miembro, lo tome en mis manos, sintiéndolo caliente y palpitante y lo llevé hasta mi entrada y caí sobre él sin ningún remordimiento, empecé a cabalgarte fuertemente, escuchando tus gemidos perdiéndose con los míos, de pronto tus caderas tomaron vida propia y empezaron a embestirme fuerte y rápidamente, el sonido de tus bolas chocando contra mis nalgas, hicieron que por podo y me corriera en la primer embestida.


Ví como te soltabas de un solo golpe de las cadenas, llevando tus labios sobre mis pezones hinchados, jugaste con ellos con tu lengua, sin dejar de penetrarme, mis manos jalando tus cabellos azabaches y soltando un fuerte gemido, lleve mi espalda hacia atrás, corriéndome entre nuestros dos vientres y ensuciándome un poco mi rostro.


Sentí tu lengua pasar por mi quijada, quitando todo mi semen, para luego introducir tu lengua en mi boca, demandando todo el beso, tu miembro taladrando mi interior, se empezó a hinchar más, mientras mis paredes lo aprisionaban, tu fuerte gemido fue contenido en boca, en aquel beso que representaba para nosotros más que sexo, era amor y era de nosotros.


 


Caímos rendidos sobre las sábanas desordenadas y aprisionaste mi cintura con tus fuertes brazos, mientras que dejábamos que nuestras respiraciones se calmaran, tu corazón latiendo con fuerza sobre mi espalda, acaricie tus muñecas, notando una leve herida por las cadenas.


-¿Te lastime?


-No podrías lastimarme, mi vida. Solo no te alejes de mí.


-Sasu, ¿Podría ocurrir… que yo no me aleje… pero que tú… me alejes? –Sentí como volteabas mi cuerpo, levantando mi rostro, me sentía tan cansado que no tenía fuerzas de oponerme a ti.


-¿Qué pasa? –Tu voz sonaba tan suave y delicada, pasando tu dedo por mi mejilla, amaba esta faceta tan tuya.


-Yo… no estoy enfermo… o eso creo…


-Naruto.


-Yo… creo que… estoy… embarazado. –Cerré fuertemente mis ojos, tenía miedo a una reacción tuya, tenía miedo que me abandonaras o cualquier otra cosa. Aquellos segundos, me parecieron eternos.


-Naruto, mírame. –Me negué a hacerlo, había agachado mi mirada.


-Naru, mírame. –Sentí como levantabas mi mentón suavemente y abrí mis ojos, para ver una enorme sonrisa en tu rostro. -¿Me estás hablando en serio? –En ese momento deje de respirar, tus brazos me aprisionaron sobre tu pecho.


-No… no lo sé.


-Tenemos que ir. Saque una cita con el médico general, así que… un bebé… estas… estamos embarazados. Un niño, Naru. Me has hecho padre mucho antes de lo pensado. –Tu voz entrecortada se escuchaba tan feliz, emocionada y yo no podía dejar de llorar.


 


Cuando llegamos al hospital, me hicieron muchos exámenes, los enfermeros, junto con el doctor fueron muy amables, odiaba las agujas pero tu mano sosteniendo a la mía todo el tiempo, me dio muchos ánimos de seguir.


El gel frio sobre mi vientre, la pantalla tintineando figuras indescifrables, tu mano sosteniendo a la mía y el doctor fijando su mirada en la pantalla, me metían hecho puros nervios, necesitaba que me diga algo sobre mí, nuestro hijo.


-Aquí está. ¿Escuchan eso? es su corazón… esperen. –El doctor arrugo su ceño y empezó a mover con rapidez aquel aparato sobre mi vientre. Asustándome un poco, escuche como el sonido de mi corazón empezaba a acelerarse.


-¿Pasa algo malo doctor?


-No… pensé que me había equivocado, pero aquí está su otro bebé.


-¿Otro?


-Son… ¿gemelos?

Notas finales:

 


Espero sus lindos comentarios y cualquier opinión para continuarla, será bienvenida (:


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).