Caminaba por las calles nevadas de aquella diminuta ciudad, podía ver el bosque prohibido, también llamado bosque maldito, a lo lejos en el horizonte. Aunque no lo podía distinguir bien debido a la densa niebla que se apoderaba del paisaje, se podían distinguir las siluetas de los largos pinos que se veían más anchos gracias a la gruesa capa de nieve que cubría todo el valle. Ese efecto hacía un tanto tenebroso al pinar, aunque esa no fuera la razón por la que prohibieron la entrada en el. Cuenta la leyenda que ahí habita un temible monstruo que asesina a sangre fría a los valientes y estúpidos que se atrevan a internarse en él. También existen multitud de historias que se contradicen unas a otras, que si hay una manada de aquellos monstruos, o si es una maldición y demás absurdeces, como las llamaba el joven protagonista de esta historia.
Un chico alto, ojos grisáceos con unas pronunciadas ojeras bajo estos y mirada penetrante, se dirigía camino a casa tras una dura jornada de trabajo. No es que odiara su trabajo, más bien todo lo contrario, disfrutaba ejercer de doctor en la clínica más prestigiosa de la ciudad. Lo único que le hacía perder la cabeza era la poca profesionalidad con la que se tomaban su oficio tanto pacientes como sus compañeros del mismo. La mayoría de mujeres, algunas ya de avanzada edad se inventaban dolores sólo para que “el único hombre que merecía la pena en ese pueblucho” según ellas, las revisara. Y los demás doctores solían recetar una aspirina para absolutamente todo. Te duele la cabeza, ASPIRINA, te has caído de un tren en marcha y te has roto seis costillas y la clavícula, ASPIRINA, te han diagnosticado una enfermedad mortal, ASPIRINA. Bueno quizá exagere un poco, pero tampoco mucho.
Bueno a lo que estamos. Ese chico, de nombre Trafalgar Law, caminaba rumbo a su casa casi a las afueras de la pequeña ciudad. Aunque fuera pequeña en comparación con los demás edificios, al chico según su punto de vista le sobraba espacio. Cuando aún le quedaba bastante tramo para llegar a su destino, cuando pudo distinguir una sombra no demasiado grande que caminaba aparatosamente escabullirse entre las nevadas calles que colindaban con la amplia avenida que Law transitaba. No le dio mucha importancia, por su mente pasó que seguramente sería un borracho que había olvidado el camino al bar o algo parecido. Y sin pensar demasiado en lo que había pasado siguió su camino con paso ligero pero firme.
Poco después, volvió a ver la misma sombra que caminaba todavía con más dificultad que antes, esta vez se acercó para ver mejor al dueño de la sombra, más lo único que vio fue un pequeño gato negro que parecía estar herido de sus patas traseras. Law, extrañado recogió al pequeño felino que estaba húmedo y terriblemente helado por culpa de la nieve que cubría las calles. El joven médico siempre había tenido debilidad por los animales y no podía abandonar a su suerte a ninguno que requiriera de sus habilidades curativas. Pero el hecho de que la sombra que antes había divisado no se correspondía al gato, si no a un humano de no más de veinte años y no había ni rastro de ella en ninguna calle contigua. Se rindió de encontrar una respuesta sensata a lo que había visto y lo atribuyó a su cansancio y falta de sueño.
Después de una pelea con su nuevo amigo de cuatro patas, por “defensa propia”, que acabó con el felino dormido en una mullida almohada y con una serie de arañazos en el rostro y brazos de su “atacante”, por fin logró colocarle las vendas al felino. Y tras su agitado día Law logró pegar ojo sin ser consciente en el lio en el que se había metido con el simple y noble acto de ayudar a un pequeño animalito.