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El Aro. por wearkagain

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Notas del capitulo:

Muy buenas noches, aquí os he venido a traer un pequeño pero hermoso fic, dedicado a mi pareja favorita (De One Piece), Zoro y Sanji. 

Os aviso que no tiene Lemon, romanticismo, o una trama. Como dije solo consta de un capítulo, pero os prometo que no se arrepentiran al leerlo. Espero lo disfruten tanto como yo al escribirlo.

(Todos los personajes de One Piece pertenecena Eiichiro Oda).

 

Armonía, encanto y delicadeza.

 

Se cruzó de brazos y se quedó mirando a aquel hombre que se encontraba en el espacio abierto, frente de tanta gente que le observaba expectantes. Por un capricho por parte de su hermana menor Kuina, tuvo que quedarse allí parado tras su hermanita quien miraba fascinada a aquel rubio. El gentío lo rodeo y los mayores dejaban a los más pequeños delante suyo para que disfrutasen del espectáculo.

El rubio era delgado, sus ropas holgadas lo demostraban. Sus ojos eran azules como el propio cielo, lo sabía porque solo uno se daba a conocer, porque su cabello escondía el derecho. Su piel tan blanca, parecida a la nieve que caía en pleno invierno en la época de navidad. Su cabello rubio, muy parecido al de las doncellas de los cuentos que le leía  a su hermanita antes de dormir; para él, un sol. Para finalizar una extraña y llamativa ceja sobre su rostro, comenzaba con un perfecto remolino y terminaba en una fina línea.

Se quedó en silencio, otros tragaron saliva, varios le quedaron mirando con atención. Pues aquel joven se había despojado de su chamarra, dejando al descubierto su pecho blanquecino. Se corregía; nieve no era, era porcelana, como las estatuillas que estaban en su casa como decoración que habían heredado por su difunta abuela.

Él joven dejo con cuidado su chamarra en el suelo, y tomo un aro enorme que posiblemente le rebasaba en altura.  Camino hasta llegar a un punto concordado e hizo girar el gran aro entre sus dedos; bailoteando a su alrededor mientras lo giraba y lo pasaba entre su cuerpo. Él le vio cuando el joven de cabellos rubios se adentró al centro del aro y lo paso de un brazo a otro, mientras que lo giraba de una manera fina y delicada. El silencio extendido entre la multitud era impresionante y hasta ese momento se dio cuenta que hasta él mismo había dejado de respirar.

Su hermanita le agarro de la mano y la vio sonreír complacida y extasiada; él de seguro también lo estaba. El chico de piel porcelana hizo un movimiento ágil y dejo que el aro rodara frente a sus ojos, dejándolo mover por su propia cuenta. Se alejó y se inclinó ante este, enseñándolo como si fuese lo más preciado allí. Como sí lo más importante no fuera él, si no el aro.

La gente los miraba a ambos, aro y rubio, rubio y aro. Nadie decía nada. Una vez que el aro comenzó a descender el joven se levantó con un movimiento grácil como si quisiese proponerle un baile; lo tomo con su palma girándolo apaciguadamente y fue cuando sus ojos se encontraron. El oji azul le había mirado por una milésima de segundo y luego apartado la mirada; se había quedado sin aire.

Y ahí fue cuando el show comenzó para algunos, para él ya había comenzado hace rato. El rubio llevo sus manos a la parte superior del aro y un pie a la inferior, dejando el otro volando. Todos comenzaron a aplaudir. Giraba en aquel aro sin tocar el suelo, sus movimientos se hacían lentos y demostraba varías posturas allí mismo.

El aro giraba y giraba y el chico parecía danzar en él como todo un artista. Su cuerpo a veces quedaba de lado, otras de frente, luego parecía que sus pies volaran y sus manos se agarraban con firmeza en el contorno de aquel objeto. La gente aplaudía emocionada e intrigada. Los niños reían y aplaudían y hacían comentarios de mucho gusto.

Pero parecía que ese hombre no les escuchaba; se concentraba solamente en danzar por los aires. Por un momento giro en un solo punto elevando una de sus piernas y demostrando la gran flexibilidad de poseía. Parecía una bailarina de ballet; río ante su absurdo comentario, no podía compararle con aquello.

Recordó a esas mujeres de los circos que bailaban entre las cortinas alargadas; ese oji azul imitaba varias poses cuando ellas se enredaban en aquellas sabanas y caían sin tocar el suelo. Pero aquello le llamaba mucho más la atención.  Su respiración se aceleró al verlo extendido en el aro. Su rostro apaciguado y sus ojos cerrados, mientras que sus brazos se encontraban extendidos y sus piernas juntas cerca del suelo; giraba mostrando todo su esplendor.

Parecía un ángel.

Volvía a hacer una pirueta dándoles ahora la espalda y ahora extendiendo solo una de sus extremidades superiores. Miro a la multitud mientras giraba y estiraba su brazo. Deseo estirarse y tocarle, sentir su mano que con gusto el abría, invitándolos…. Invitándolo a él. De seguro sería tan suave como lo demostraba.

Hizo movimientos allí que no podía imaginar. Su corazón se apretó. 

Los niños exclamaron sorprendidos. El rubio había dejado solo sus brazos en el aro y sus piernas volaban; aquello era magnifico. Levanto sus manos y comenzó a aplaudir, transmitiéndole así todo su ánimo, atracción, sus sentimientos, de esos cuando ves a una persona y sabes que te gusta, pero claramente no la volverías a  ver jamás.

El chico volvía a tocar el suelo, dejando que el aro bailara y acariciase su cuerpo. La gente chiflo y allí acabo la actuación. Kuina su hermana le jalo una manga de su abrigo y él la miro.

-Dame una moneda Zoro, por favor –Él sin rechistar busco en sus bolsillos y logro encontrar una. Se la entregó en la mano a su hermanita y la vio correr directamente al rubio quien era alabado por la gente que se le acercaba a dejarle alguna que otra moneda sobre su chamarra en el suelo.

Kuina no lo hizo, es más. La niña se la enseño en el rostro, esperando a que la tomara. El chico le sonrío y la recibió, despeinándola y diciéndole ciertas palabras silenciosas; la pequeña le dijo algo y luego lo apunto a él. Se estremeció, el rubio volvía a mirarle con su azul cielo y una sonrisa pequeña que le hizo palpitar el corazón. La niña corrió hacía él, pero no separo la mirada de la del rubio.

El joven alzo la moneda hasta su rostro y la beso, aun observándolo. Sintió sus mejillas enrojecer y luego alguien nuevamente jaló su abrigo. Miro a Kuina y ella lo jalaba, para ya irse de allí. Levanto su mirada esperando despedirse del aquel chico; pero ya no le miraba, había recogido su chamarra clocándosela y guardando las monedas. La gente se comenzó a alejar, incluyéndolo a él.

Miro por última vez atrás y le vio ponerse unos zapatos y agarrar su aro. Alejándose de allí.

Suspiro y siguieron su camino.

Llegaron a su destino, casa. Habían estado en completo silencio hasta que su hermanita le apretó la mano.

-Sanji.

-¿Qué?

-Él se llama Sanji.

-Sanji… -Susurro aquel nombre; muy lindo.

-Sí; le dije que era Kuina y tú mi hermano Zoro.

-¿Sí?

-Sí –Río la menor –Hizo lo mismo que tú.

-¿Qué?

-Repetir tu nombre en un susurro –Confeso la menor soltándolo y subiendo las escaleras de su hogar dejándolo aturdido. Recordó cuando ese chico beso la moneda, mirándolo todavía.

Sonrío y rasco su nuca.

Esperaba volver a encontrárselo en la calle y entregarle otra moneda, pero ya personalmente.

Notas finales:

Agradezco que hayan pasado a leerlo. Mil gracias. 

Besos y chao chao.


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