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Quinto para mi calaverita por HitchNoDanna

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Notas del fanfic:

Heme aquí con el trabajo que en mi anterior fic "Una boda disparatada" mencioné. Lamento haber tardado tanto, pero como dije, estuve fuera el fin de semana y en esta semana apenas si he tenido tiempo. Aun no tengo terminado el fic, pero sí bastante avanzado. Además aún no termina la quincena de noviembre, XD.

 

Notas preliminares: Este trabajo será un poquito parecido al del año pasado "Nada es para siempre en la Tierra... sólo un poco aquí", pero un poco más actual, abarcará tanto Halloween como Día de Muertos y éste si sucede en Japón. Sin embargo no será tan extenso y las notas no serán tan kilométricas, XD.

 

De nuevo perdón por la demora. Espero que sea de su gusto.

 

Disclaymer: Junjou Romantica y la tradición de Halloween y Día de Muertos no me pertenecen.

»Quinto para mi calaverita«

 

I.-

 

Seis de la tarde del treinta y uno de octubre. Desde la terraza veía con cierta molestia a un grupo de niños pasando por su calle. Todos llevaban la típica calabaza de plástico con cara, y un disfraz en un —a su gusto— mal intento de parecerse a Emily de Corpse Bride, la Reina Roja, el Gato Risón o el Sombrerero Loco de Alice in Wonderland, o cualquier otro personaje de las afamadas películas de Tim Burton, u otros entes como momias, diablos, brujas, fantasmas… ¡o peor aún!, en alguno de los personajes de caricaturas a su gusto tontas, como Monster High, o de creepypastas como Jeff the Killer, Slenderman, etc. Soltó un suspiro en cuanto recordó que fue una pésima idea vender ese complejo que compró e irse a vivir a un apartamento más grande, pues no contaba con que el edificio estuviera infestado de familias con niños más ruidosos que un enjambre de abejas molestas.

 

Aburrido de estar ahí sin hacer nada, decidió volver adentro, esperando que esos mocosos no estuvieran tocando el timbre y coreando sus estúpidas y trilladas frases como dulce o truco o queremos Halloween. No era que le molestara la celebración en sí misma: de hecho cuando era niño, él y su amigo Hiroki solían escaparse de casa e ir camuflados entre otros niños —debido a que sus padres no los dejaban ir—, igualmente disfrazados, para pasear por las calles de su manzana y pedir dulces que los vecinos amablemente les daban. El problema en sí era que los niños de ahora ponían mala cara si en lugar de dulces les daban alguna fruta, o si por alguna razón el vecino no podía darles dulces, o simplemente porque un pequeño puñado de éstos no era suficiente como para llenar sus enormes calabazas; para colmo prácticamente los exigían y ni siquiera daban las gracias, o cuando no obtenían lo que querían, alguna casa terminaba embarrada con huevos u otras porquerías.

 

En fin, fue a la sala a ver un poco de TV, y entre tanto cambiar y cambiar de canal, encontró una nota interesante sobre cómo ahuyentar a esas pequeñas visitas indeseadas. Sonrió de forma malévola y luego de ir por un poco de pintura, salió de casa y con algunos pincelazos sobre su puerta empezó a trabajar. Un rato más tarde suspiró y soltó una risita irónica, pues ya estaba lista su obra de arte, a ver si así esos mocosos se atrevían a acercarse siquiera.

 

Volvió adentro a pasar el resto del día en la tranquilidad de su apartamento…

 

—¡Akihiko! ¿Qué dice la vida?

 

…hasta que el sonido del timbre y la molesta voz por el intercomunicador de su odioso jefe, le taladraron los oídos.

 

—¿Qué quieres, Isaka-san? —espetó de mala gana.

—Bonita decoración la de tu puerta —dijo aquél con tono burlón.

—Ahórrate tu perorata y habla de una vez.

—¿Dónde están tus modales? Invita una tacita de té al menos ¿no?

—Sólo di lo que quieres.

—Bueno, bueno, no te sulfures… como sea, en el trabajo los chicos aún tienen el espíritu festivo y decidí dar una fiesta de disfraces…

—Olvídalo.

—No te estoy preguntando. Irás y punto… —y luego agregó con tono burlesco— A menos que quieras tener a Aikawa sobre ti otras dos semanas… —después le dio la espalda dispuesto a irse, y al mismo tiempo le lanzaba la invitación— Te estaré esperando, bye.

—Te detesto —gruñó en voz baja.

—Yo también te amo, Akihiko.

 

Cerró la puerta, evidentemente fastidiado, y justo cuando pretendía volver a su anterior tarea de ver la TV, se oyó un nuevo toque.

 

—¿Y ahora qué quiere? —masculló entre dientes, pensando que sería de nuevo su jefe. Salió a abrir y casi gritando, dijo: —En serio cómo j*… des…

 

No se trataba de Isaka, sino de un chico de unos quince o dieciséis años, de baja estatura, cabello castaño, tez clara pero ligeramente tostada por el sol, y unos grandes ojos tan verdes como esmeraldas.

 

—Buenas tardes, señor ¿me daría mi quinto para mi calaverita? —el niño llevaba un disfraz que le pareció casi real.

—¿Qué parte de toca la puerta y serás el siguiente no entendiste? —espetó hoscamente, e internamente extrañado porque su decoración en la puerta, consistente en huellas de manos y letras rojas como si fueran escritas con sangre, pareció no funcionar.

—Lo que pueda o quiera darme está bien —farfulló el chiquillo. En ese momento Akihiko notó rastros de lágrimas sobre sus mejillas sucias de tierra— Por favor…

—No tengo dulces ni nada...

—¡Por favor! —el chico levantó un poco la voz, la cual parecía quebrarse— ¡Lo que sea!

—Tu disfraz se verá muy real, pero no vas a convencerme con eso —el novelista empezaba a perder la paciencia— Vete de una vez.

—Emm… yo no estoy disfrazado…

 

Un atisbo de horror apareció en la cara del escritor ¡Y no era para menos! La ropa del chico estaba rota, quemada y manchada de tierra, tizne y sangre; le faltaba una manga a su suéter, por lo que podían verse los raspones sangrantes del brazo derecho; una horrible cortada venía desde la línea de cabello de la frente, cruzaba justo por el tabique y terminaba a un escaso y peligroso centímetro de su ojo izquierdo; la calabaza en sus manos era real, verde, al parecer ahuecada y la cara hecha a mano, y una velita brillaba débilmente en su interior. A juzgar por lo oxidado de la sangre, llevaría al menos un día así.

 

—Entra —le ordenó, así sin más.

—Pero señor…

—Sin peros.

—H-hai.

 

El chico se sintió cohibido ante tanto espacio y tanto lujo en un solo lugar. Pero no sólo era eso, sino aquel hombre de cabello plateado, piel blanca como luna y penetrantes ojos violeta. Por alguna razón su solo porte y presencia le inspiraban respeto, pero también lo intimidaban. En fin, el mayor lo instó a que le siguiera hasta la sala y le esperara mientras le conseguía algo de ropa para que pudiera tomar un baño, pero el chico se negó.

 

—De verdad no es necesario… solo estoy de paso.

—No puedes andar por las calles así, podrían infectarse.

—Pero no puedo… no quiero molestarlo. Además no me conoce.

—Usami Akihiko.

—¿Qué? —inquirió el pequeño, un poco sacado de onda.

—Yo me llamo Usami Akihiko y soy escritor ¿Qué hay de ti?

—Err… —el niño dudó un poco— Misaki… yo me llamo Misaki. Mucho gusto.

—¿Ves? Ahora ya no somos tan desconocidos. Déjame curarte al menos.

—Emmm… está bien.

 

Con el botiquín de primeros auxilios a la mano, Akihiko hizo que el ojiverde se sacara el suéter y comenzó a trabajar. Agradecía de sobremanera que su editora insistiera en que aprendiera primeros auxilios, después de varios accidentes en la cocina con el cuchillo o los trastos rotos al intentar cocinar algo por sí mismo.

 

—¡Ay! —el menor soltó un leve quejido al sentir en su brazo derecho el dolor provocado por el algodón mojado en alcohol.

—¿Cómo te hiciste esto? —inquirió seriamente el novelista.

—Bueno… yo…

 

FLASHBACK

 

Se encontraba en el sótano, pues algunas maderas del piso de la casa se habían roto y terminó ahí. Para su desgracia las puertas y salidas estaban cerradas y la única forma era por ese agujero por el que cayó, pero estaba demasiado alto para alcanzarlo.

 

—¡Socorro! ¡Alguien ayúdeme! —gritaba desde ahí.

 

Estaba asustado, pues a decir verdad estaba oscuro, tenía que buscar una salida. Pronto halló una ventanilla que aparentemente daba hacia el exterior, pero estaba clausurada con una cadena y un candado. Buscó algo para romperla y encontró ideal un hacha, y con muchos golpes y esfuerzos pudo quitar el vidrio y las cadenas. Al final trató de escabullirse por esa pequeña salida en la que apenas cabía. Sin embargo olvidó que había restos de vidrio alrededor, y se dio cuenta hasta que la punta de uno de estos se le enterró en la frente. Quitó los restos con la mano y volvió a intentar salir, pero la manga del suéter se le atoró en una de las bisagras de la ventanita y al luchar por zafarse de ahí terminó arrancándola y con algunos raspones.

 

FIN DEL FLASHBACK

 

—…y eso fue lo que pasó —finalizó el niño su relato.

—¿Y qué haces vagando así por las calles? Podrían estarte buscando.

—Lo sé —el niño bajó la mirada como cualquier otro al ser regañado— Pero mis hermanitos…

—¿Qué hay con ellos?

—Ellos no pudieron salir a pedir su calaverita, así que vine en su lugar.

—Entiendo.

 

Ya había terminado con el brazo y ahora iba con la cortada en la cara. Tomó otra bolita de algodón, la mojó con agua destilada y la pasó de forma lenta en toda la carita del pequeño. A medida que desaparecían las manchas de sangre y tizne, el escritor se maravillaba ante la belleza de niño que fue a parar a su puerta.

 

—¡Ah! —otro quejido ahogado se dejó escuchar en cuanto Akihiko limpió la herida con otro algodón con alcohol.

—Aguanta un poco, ya casi termino. Por fortuna no necesita puntos —murmuró lo último.

 

Algunos minutos después el chico ya estaba limpio y curado. Akihiko procedió a guardar las cosas.

 

—Espera aquí un momento ¿sí?

—Emm… está bien.

 

El mayor primero fue al baño a devolver el botiquín, y posteriormente se dirigió a la alacena. Empezó a hurgar en cada cajón hasta que dio con una bolsa de dulces que Aikawa le regaló una vez, y que aún no abría ya que no le gustaban. Volvió a la sala pensando en la carita de ilusión que pondría el pequeño al tener su calabaza llena, pero grande fue su desazón cuando vio que ya no estaba. Empezó a llamarlo, pensando que estaría en el baño, pero se detuvo al ver una nota sobre la mesita, y sobre ésta una rara y aromática flor de muchos pétalos de un amarillo rojizo muy vistoso.

 

»Querido Usami-san:

Perdón por irme así, pero mis hermanitos me esperan. Gracias por curarme y por su amabilidad. Aunque corto, ha sido un buen rato el que he pasado con usted.

Cariños, Misaki.

PD. La flor es para que la siembre«

 

 

CONTINUARÁ...

 

Notas finales:

Esto es todo por ahora. Los siguientes capítulos los estaré subiendo tan rápido como pueda. Gracias por leer. Chaito.


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