Teru miró, oculto desde su punto de observación, al soldado moreno moverse por la calle desierta con confianza. Estaba a punto de terminar su patrulla, lo sabía porque no era ni el primer día, ni la primera hora que le observaba.
Incluso cuando cerraba los ojos cada noche podía verle.
Le llevaban los demonios cada vez que su mente traidora le susurraba su nombre –Masashi- se escapó el murmullo de entre sus dientes, y de nuevo maldijo un millón de veces al hombre.
Furioso, más consigo mismo que con ningún otro, Teru se dio la vuelta decidido, la calle de las joyerías llevaba demasiado tiempo tranquila, ya era hora de que les volviera a poner en su sitio.
Se habían vuelto descuidados, pensó tras pasar por la tercera tienda sin encontrar nada capaz de detenerle, sus bolsillos, llenos de gemas. Entonces lo vio, un rubí del tamaño de su mano, haría juego con el precioso zafiro que había caído en sus manos recientemente.
Extendió una mano para alcanzarlo y…
Saltó encaramándose a la lámpara como un gato, debía de haberlo supuesto. Estúpido ego, pensó y estúpido soldado que le había distraído con esa espalda, y esos hombros y ese culo… no, no, no, concentración, y que le miraba con esa sonrisa socarrona que quería decir “te he cogido”.
–No tienes a donde ir- escuchó en esa voz tan sensual que le ponía la carne de gallina. No necesitaba la información, estaba seguro de que la tienda estaba rodeada, aunque por supuesto nadie se había atrevido a quitarle al moreno –a Masashi- su presa.
¿Presa? Iba a ver ese soldadito quién era la presa.
Con un acrobático gesto, Teru aterrizó en el suelo frente a él, levantando las manos en gesto conciliador. Sin embargo, cuando el otro se acercó para arrojarlo contra la pared y esposarlo –No tiene nada de imaginación el chico- Teru se escurrió como una serpiente y en un parpadeo, era la espalda de Masashi la que besaba la pared, mientras que sus grilletes abrazaban sus muñecas casi cortándole la circulación.
–Buen intento monada- susurró Teru mientras invadía su espacio personal. Quiso seguir hablando, pero antes de darse cuenta, sus labios estaban atrapados en los de Masashi.
Quien inició el beso, ninguno lo sabía, pero tampoco quería ninguno que este terminara.
Se separaron por falta de aire, con la mirada perdida y ciertas partes de su cuerpo más acaloradas de lo que deberían. Todas las alarmas sonaron en su cabeza, aquello no podía ser, no le quería se repitió. Era solo un flirteo sin importancia, no le quería en absoluto. Ni siquiera le caía bien.
Escuchando los pasos de los otros soldados empezar a acercarse, Teru se dio la vuelta y saltando como un gato, se escurrió por las alturas. Cuando a Masashi se le aclaró la vista, el ladrón ya no estaba, y el rubí tampoco.
Teru miró enfurruñado el rubí.
Era muy hermoso sí, pero no conseguía igualar los ojos de aquel soldado.