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La Ciudad de los Muertos por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

NOTA: La canción referenciada en este capítulo es "Custer" - Slipknot 

 

 

Capítulo 10 

 

  —¡Te lo juro, hombre! —Tadder soltó una carcajada, mientras me entregaba el cigarrillo. Lo tomé y di una calada profunda, aguantando el humo en mi interior antes de soltarlo—. Fueron veinte putos infectados.

   —Y entonces despertaste… —me burlé y reí en voz alta. La yerba comenzaba a surgir su efecto y de pronto todo empezó a parecerme divertido. Mi compañero me arrebató el cigarrillo y fumó, mientras se le escapaba otra carcajada y me miraba, con los ojos inyectados en sangre.

   —¿Crees que eres el único que puede hacer hazañas como esas? —preguntó, metiéndome el pitillo a la boca. Fumé otra vez y aparté su mano para toser un poco.

   —No —dije, mientras carraspeaba la garganta—. Sólo digo que soy el único que se atrevería a saltar sobre una horda de veinte.

Él me dio un codazo y soltó una última risotada escandalosa. Tadder era un hombre rudo, un grandulón de metro ochenta que tenía más músculos que cerebro, alguien que solía arreglarlo todo por la fuerza y que creía en la practicidad de la violencia. Pero, sin embargo, él tenía una risa armoniosa y contagiosa que contrariaba toda la dureza de su aspecto y de su actuar. Esa dualidad suya me gustaba.

   —Eres una mala influencia, Branwen —canturreó. Parecía que quería seguir hablando, pero algo lo detuvo—. ¡M-Mierda! —tosió y apagó el cigarrillo contra la muralla. En ese momento, oí pasos arriba—. ¡Viene alguien!

Dispersé el humo con la mano y tomé mi arma de servicio. Tadder se apartó de la muralla y se alejó de mí, poniendo una distancia más profesional entre nosotros.

Entonces los vimos llegar. La imagen que tuvimos delante no me pareció nada fuera de lo normal y, es más, me pareció que ya me había acostumbrado a verla. Ya casi era una rutina; dos soldados bajaban por las escaleras, arrastrando a un chico que estaba apenas consciente. Aunque, esta vez, algo me pareció diferente.

Tadder también lo notó.

   —¿Cómo es que aún camina? —preguntó, apenas susurrando, para que sólo yo escuchara sus balbuceos—. Cuervo se lo llevó hace más de tres horas.

Noah venía en medio de los dos hombres, cada uno sujetándole de un brazo, pero él bajaba las escaleras por su cuenta; cojeando, jadeando, cansado y mirando directamente en nuestra dirección, con los ojos azules gélidos, fijos, vacíos e inmutables.

Una especie de escalofrío me atravesó el cuerpo cuando llegó a la puerta de los calabozos y nuestras miradas se cruzaron.

   —Branwen… —balbuceó a modo de saludo, sin despegarme los ojos de encima. Sus pupilas estaban dilatadas y tenía un nuevo moretón en el izquierdo y varios cortes en el rostro.

   —Trece… —abrí la puerta y mis compañeros lo lanzaron dentro. Oí el golpe de su cuerpo contra el suelo y cómo alguien corría en su ayuda. Cerré la puerta—. Compañeros… —saludé a los soldados que los habían traído.

Uno de los cazadores escupió al suelo y soltó, no sé si molesto o riendo:

   —No sé cómo ese bastardo sigue con vida.

   —Es de hierro, el muy cabrón —contestó el otro, mientras nos hacía un gesto con la cabeza a Tadder y a mí—. ¿Los veré hoy en las peleas, caballeros? —preguntó.

Hoy peleaba Noah.

   —Sí, claro —contesté.

   —Nos vemos allá, entonces.

Tadder y yo les observamos marcharse, en silencio. Mi compañero esperó oír la puerta cerrándose antes de preguntarme, casi preocupado:

   —¿Necesitas mi ayuda?

Encarné una ceja.

   —Él no la ha pedido —contesté.

En ese preciso instante, mientras decía esas palabras, la puerta metálica de los calabozos sonó tres veces. Metí las llaves otra vez y la abrí. Cuando lo hice, vi la figura de Noah desvaneciéndose frente a mis ojos, él intentó mantenerse erguido, pero cayó arrodillado.

   —M-Mierda… —mascullé y vi todas las miradas de los prisioneros brillando en la oscuridad, clavadas sobre mí. Ellos ya sabían lo que hacíamos, no sabía hasta qué punto tenían conocimiento de las curaciones y los tatuajes, pero al menos tenían una noción. Hasta ahora, ninguno de ellos se había quejado, no contra mí, al menos. Y si lo habían hecho, ninguno de mis superiores, salvo Cuervo aquella ocasión del incidente del lápiz, me había castigado.

Supongo que todos ellos sabían que esta era la única forma de mantenerlo vivo.

   —¡Carajo! —Tadder exclamó, mientras se metía a la celda y me ayudaba a sacarlo. Lo tomé, pasando uno de sus brazos por mi hombro, para poder arrastrarlo después, y cerré la puerta con llave—. Bueno, creo que necesitarás que te traiga el almuerzo.

   —Creo que sí —contesté, llevando a Noah hasta la sala de cambios. Mi compañero salió en sentido contrario—. Gracias, Tadder.

   —Estaré vigilando la entrada. Tú mantente atento a tu radio.

   —Gracias —repetí. No esperé a verlo marcharse y me metí directamente en la habitación. Le eché pestillo a la puerta y recosté a Noah sobre la camilla. Estaba temblando, sudando y me pareció ido, como si realmente no estuviese allí—. Noah… —le llamé—. Noah, ¿puedes escucharme? —Él balbuceó algo e hizo una mueca, intentando relajar el rostro y la mandíbula—. ¿Qué carajos? —le sujeté la cabeza y le abrí los párpados. Busqué una linterna en mi bolsillo y la encendí directamente frente a sus ojos. Sus pupilas no se empequeñecieron. Entonces me di cuenta—. M-Mierda —balbuceé—. ¿Él te…? —Noah atrapó mis manos con fuerza y las apartó de su cara con brusquedad. Me alejé, presintiendo lo que estaba a punto de pasar.  

Volteó hacia un lado y vomitó. Quiso reacomodarse, pero su cuerpo cayó y apenas pude sujetarle para que no se desplomara sobre su propia mierda. Soltó un gruñido, me obligó a soltarle y se dejó caer al suelo de todas formas, evitando el charco que había dejado.

   —¿Qué te metió? —pregunté, rodeándolo, sin llegar a tocarlo. No sabía cómo reaccionar. Él jadeaba profundo y parecía confundido. Hizo el ademán de vomitar otra vez y corrió hacia el contenedor de basura para soltarlo todo ahí—. ¿Cocaína? —pregunté. Él asintió con la cabeza, sin despegar las manos temblorosas de ese basurero.

Mi padre lo había drogado y ahora estaba con una sobredosis terrible.

«Hijo de puta…», pensé.

Busqué algo que darle en el pequeño refrigerador portátil que guardábamos en esa habitación. Si seguía vomitando de esa forma, iba a deshidratarse. Encontré una bebida isotónica y me paré detrás de él.

   —¿Voy a morir? —preguntó, entre arcadas. Miré dentro del cubo y vi toda esa mierda amarillenta y oscura. Me cubrí la boca por el asco.

   —No mientras no se te salgan los intestinos.

Él vomitó una última vez y, cuando acabó, se quedó en la misma posición, respirando agitadamente, como si se estuviera ahogando y con los dedos tiritando, sujetando ese contenedor como si fuera lo único estable en toda la base. Me incliné un poco para dejarle la bebida a un lado y retrocedí un par de pasos, para darle espacio. Él la tomó, y casi se le resbaló de las manos, bebió un poco y se enjuagó la boca varias veces.

   —Hey… —le toqué un hombro—. Tienes que levantar…

   —¡Suéltame! —gritó, girando sobre sí mismo. Pensé en apartarme de nuevo, pero ya era suficiente. Tenía que curarse esas heridas y necesitaba recostarte. Lo tomé, sujetándolo de un brazo para levantarlo y él me golpeó en el pecho—. ¡Déjame!

   —¡Cálmate! —le grité. Conocía bien los efectos de la droga que tenía en el cuerpo, mi padre solía llegar a casa con sobredosis como esa. La violencia desatada era uno de los síntomas—. ¡Tienes que calmarte, ¿¡bien!? —dije. Me empujó. Él estaba herido, pero la fuerza, o el sentir que se era extremadamente fuerte y poderoso, era otro de los efectos de esa mierda. No lo solté y retrocedí junto a él.

Me apretó la muñeca con su mano libre y la estrujó tanto que tuve que soltarle.  

   —¿¡Qué estás haciendo!? —gruñí y le volví a sujetar ambos brazos. Él me acorraló contra la camilla.

   —¡Tú…! —rugió, encima de mí, empujándome con todo el impulso de su cuerpo contra esa camilla. Sentí su pecho y sus piernas, calientes y temblorosas, sobre mí y no sé si fue eso, o su respiración agitada, o la forma en que me miró, como si quisiera sacarme las tripas, lo que disparó un escalofrío por todo mi cuerpo y me llevó a sonreír—. Tú… —balbuceó y aflojó su resistencia. Aproveché el momento para tomarlo y sentarlo sobre la cama. Él estiró los brazos por mi cuello y me abrazó, atrayéndome hacia sí y apretándome entre sus manos, que seguían temblando y sudando. Yo dejé que lo hiciera, porque era mejor eso a sus ganas de asesinarme—. Lo siento —se disculpó, jadeando y respirando profundo sobre mi oído. Y esa voz débil y cansada me hizo sentir incómodo—. Perdón.

A veces, Noah se disculpaba demasiado. Y eso me molestaba.

Puse una mano contra su cuello, para sentirle el pulso. Rápido, descontrolado. El corazón iba a estallarle en cualquier momento. Subí hasta su frente, estaba ardiendo.

   —Está bien —contesté y quise apartarme, pero él enredó mi cintura entre sus piernas y me atrajo todavía más. Estuve a punto de caerle encima—. ¡Oye!

   —No… —gimió contra mi oído. Joder, su voz era exquisita.

   —Tienes que curarte… —forcejeé con él—. Y estar bien para la noche. Hoy te toca pelear —Ellos no iban a dejarlo faltar esta vez. Con el tiempo, Noah se había vuelto uno más de los espectáculos. Cada pelea que daba, la ganara o la perdiera, resultaba ser toda una atracción.

Él no me soltó, así que hice algo excesivo. Le sujeté la boca y le metí los dedos hasta la garganta. Todavía debía tener un montón de esa mierda adentro y esta era la única forma que tenía al alcance para sacársela. Los introduje hasta sentir su campana y un poco más allá. Él me soltó y se inclinó hacia adelante, para hacer una arcada. Yo alcancé a tomarlo y lo arrastré hasta el bote de basura nuevamente. Se lanzó sobre el y cayó al suelo, llevándome a mí en el camino.

Vomitó otra vez y yo le acaricié la espalda.

   —Tienes que sacarlo de tu sistema… —dije, dándole pequeños golpecitos, para que continuara. No sabía cuánto le había obligado a inhalar Cuervo, pero estaba seguro de que ese nivel de intoxicación no se debía a pequeñas cantidades. Él, entre jadeos guturales y gemidos asfixiados, metió sus propios dedos y se obligó a vomitar una vez más. Y otra, y otra, hasta quedar vacío.

Hasta que se quedó dormido, abrazado a ese cubo de basura.

   —Joder, chico… —Cuando noté que se había desmayado, volví a levantarlo y lo cargué, para recostarlo sobre la camilla. La habitación entera apestaba a vómito, pero no podía abrir la puerta y arriesgarme a que alguien nos viera. Más tarde tendría que sacar ese bote y limpiar bien el charco que había dejado en el suelo, pero eso no importaba demasiado ahora. Noah dormía al fin y su cuerpo seguía temblando, pero ya no era esa convulsión frenética que le cubría hasta los dedos con la que llegó, ahora sólo trepidaba suavemente, como si tuviera frío y nada más—. ¿Qué demonios voy a hacer contigo? —suspiré, mientras le quitaba la ropa.

No me agradaba la idea, pero tendría que limpiarlo y curarlo yo mismo.  

Le quité la camiseta y una especie de orgullo me llenó cuando vi todos mis tatuajes en sus hombros y parte de su pecho, dibujados sobre esa piel maltratada, cubriendo cicatrices que, si bien podía sentir con la yema de mis dedos, no podía ver. También había algunas nuevas, abarcando espacios en blanco, como si Cuervo buscara exactamente los lugares sin pintar para hacerle daño, como si supiera que yo me encargaría de arreglarlo después. Sabía que él lo sabía, sabía que, desde la última vez, no había hecho nada para castigarme por ello. No entendía sus motivos ni lo que planeaba hacer con esa información, pero sinceramente no me importaba. Eso estaba bien para mí, así como lo estaban las cicatrices de Noah. Yo era capaz de ver lo que se escondía bajo esa piel rota y desgarrada, yo era capaz de ver la belleza que escondían, su verdadero significado; las heridas eran marcas de guerra y hasta ahora Noah había ganado muchas batallas.

Acaricié su abdomen, estaba duro. Sin quererlo, este chico había estado entrenando arduamente desde que llegó. Las torturas, la vida en los calabozos y las peleas lograban esto; un cuerpo que se endurecía con el tiempo, una piel que ya no era tan fácil de cortar y que requería más torturas, más encierro y más peleas. Era como un círculo vicioso que jamás iba a terminarse.

Me detuve antes de llegar al broche de sus pantalones y fui por el botiquín y una botella de agua. Debía limpiarle el rostro y quitarle los restos de vómito antes de cualquier cosa. Busqué una silla y me senté frente a la camilla, evitando la mierda que el chico había dejado ahí. Suspiré. Joder, no sabía por qué lo hacía, pero no podía evitar sentir lástima por él. Comencé por los cortes en su cara. «Bueno, tal vez sí conocía la razón», pensé. Cuervo le había roto un labio y amoratado un ojo. Limpié ambos.  Seguí bajando por su cuello y vi nuevos cortes ahí y los limpié sistemáticamente, sin preguntarme realmente lo que había pasado. Ya lo había visto todo y, sin darme cuenta, me había acostumbrado a ello.

«Y es que siempre estuve acostumbrado»

Cambié el algodón y limpié el desastre de su pecho, las mordeduras en sus hombros y las quemaduras de cigarrillo alrededor de sus pezones. Alger era un verdadero bastardo, no había una pizca de consideración en él, ni un pequeño rastro de piedad ni nada que lo hiciese remotamente humano. Él era un jodido monstruo que sólo sabía destruir.

Y Noah no era más que otra diversión que se dedicaba a destrozar día a día.

«A esto es a lo que estoy acostumbrado»

Mi padre y yo siempre nos llevamos mal. Y es que nunca supe cómo soportar su maldad. Recuerdo que cuando era pequeño y él solía romper una ventana o alguna jarra de cerámica de mi madre durante sus ataques de ira en las golpizas que nos daba, yo solía ir por la noche y recogía los trozos, para intentar repararlas.

Siempre busqué parchar sus errores y aminorar el daño que causaba, de alguna u otra forma.

Y Noah no era la excepción a ello. Esa era la razón.

Los dedos me temblaron un poco, mientras le desabrochaba los pantalones y los deslizaba hasta sus rodillas. Me sentí como un ladrón entrando a un lugar secreto, para robar algo sagrado y preciado. Salvo que a este lugar podía acceder cualquiera y lo que tenía frente a mis ojos estaba lejos de ser sagrado y tener algún valor.

   —¡Joder! —mascullé. Tenía una erección, sí, una jodida y tremenda erección entre sus piernas. Me reí un poco y tragué saliva—. Diablos, no esperaba eso.  

Debía ser otro efecto de la droga que le habían metido.

Intenté no prestarle demasiada atención y me concentré en la sangre que se le notaba incluso si le miraba desde frente. Titubeé, con las manos alrededor de sus caderas y sin llegar a tocarlo, dudando si pasar el algodón humedecido por esa zona también. No, no era necesario, él podría hacerlo cuando despertara. Así que decidí voltearlo—. ¡Demonios! —exclamé.

En ese momento, mi radio emitió un pitido.

   —¿Estás ahí, Branwen? —masculló la voz de Tadder. Tomé el radio.

   —¿Tadder?

   —¿Todo bien por allá? ¿Necesitas ayuda? —preguntó y yo miré más detenidamente el espectáculo que tenía delante. Ahora lo entendía todo, ahora entendía por qué mi padre lo había drogado hasta llevarlo a la sobredosis. Ahora entendía sus motivos.

   —Eh, T-Tadder… —balbuceé y de pronto me costó respirar—. ¿Dijiste que Cuervo lo tuvo tres horas hoy, ¿verdad?

Él tardó varios segundos en contestar.

   —¿Está bien el chico, Branwen? —preguntó.

Me mordí los labios.

   —Trae a Wolfang —dije y le oí titubeando al otro lado del radio, a punto de contradecirme—. Y dile que traiga antiinflamatorios, suero y algo para desintoxicar.

   —¿¡D-Desintoxicar!? —chilló—. ¿¡Qué diablos pasó, Branwen!?

   —Sólo tráelo, ¿vale? —le apuré—. Cambio y fuera —corté la comunicación.

Me cubrí la boca y estiré la cabeza hacia atrás, para mirar al techo y no verle a él. Nada de lo que tuviéramos en el botiquín que guardábamos aquí podía ayudarle ahora. Esto estaba fuera de mis manos.

Cuervo lo drogó para mantenerlo despierto durante tres horas, para evitar que cayera inconsciente, para evitar que se desmayara, para aplacar el dolor de los golpes sin importar cuánto sangrara y para mantenerlo en pie por más tiempo. Él lo drogó, para poder violarlo durante tres malditas horas y no matarlo en el intento. Toda esa cocaína que le obligó a ingerir tenía un único propósito: poder quebrarlo a voluntad.

Y yo no podía arreglar eso por mi cuenta.

   —¡Maldita sea! —grité, levantándome de la silla y arrojándola lejos—. Maldita sea…

   —¿¡Branwen!? —oí la puerta. Debían ser ellos—. ¿Estás ahí? —caminé hasta ella, para quitarle el pestillo—. Más te vale que sea realmente grave, porque necesitarás una buena explicación para… —La entreabrí. Él se detuvo y dio un rápido vistazo al interior de la habitación—. ¿Qué ocurrió aquí? —preguntó Wolfang. Los dejé pasar a ambos—. ¿Y por qué huele a vómito? —El médico entró, observando el caos que mi forcejeo con Noah había dejado y la mancha de suciedad en el piso—. ¿Qué diablos pasó aquí? —Y entonces lo vio a él, desnudo sobre la camilla—. ¿¡Qué demonios!? —chilló.

Tadder estuvo a punto de gritar y se cubrió la boca para no hacerlo. Cerró la puerta tras de sí, pero enseguida pareció arrepentirse y dijo.

   —¿Saben qué? Iré a hacer guardia afuera. Si viene alguien, se los haré saber.

Dio un portazo al cerrar.

Wolfang se aproximó a Noah.

   —¿Qué le…? ¿Qué le pasó?

   —Fue mi padre —gruñí y me di cuenta de que me temblaba la voz por la rabia—. Fue Cuervo —repetí—. ¡Ese bastardo lo drogó y lo violó durante tres malditas horas! ¡S-Sólo mira lo que…!

   —¿Tuvo una sobredosis? —me interrumpió.

   —Sí, por eso los vómitos —contesté, intentando calmarme.

Él abrió la maleta que cargaba y comenzó a preparar una aguja.

   —Voy a inyectarle líquidos vía intravenosa —informó—.  Medicamentos y suero, básicamente… ¿cómo está su presión?

Pestañeé, varias veces, intentando concentrarme en sus palabras.

   —¿Qué?

   —Su presión, Bran. ¿Pudiste tomarla?

   —¿Y cómo carajos iba a hacer eso? —contesté, pero enseguida agregué y respondí—: No, pero tomé sus latidos. Estaba sobre las doscientas pulsaciones…

   —Demonios… —Wolfang le dio dos golpes a la aguja que acababa de alistar—. Bien, ayúdame a voltearlo —ordenó, pero pareció arrepentirse y la dejó a un lado, para observarle detenidamente—. Jesucristo, jamás había visto un culo tan maltratado —comentó—. ¡Pero mira cuánta sangre! ¿Esas son marcas de una porra? ¿Cuervo lo golpeó con el bastón retráctil? —preguntó, tocándole con las manos enguantadas, revisando entre sus muslos y su carne—. ¡Vaya! lo desgarró —exclamó y soltó una risa—. Este chico tiene el agujero más roto que la jodida capa de ozono.

No pude encontrarle el chiste a la broma.

   —Bien, más tarde limpiaremos este desastre. Ahora, dame una mano…. —tomó al chico de los hombros, para girarlo hacia él y mirarlo de frente. Corrí hasta alcanzar la ropa que le había quitado y la lancé justo a tiempo sobre él, para cubrirlo—. Oye, oye… —Wolfang gruñó, pero no hizo nada por apartarla—. No es como si nunca hubiese visto una polla en mi vida, ¿bien? —sonrió—. ¿O es que no quieres que vea otras aparte de la tuya?

Suspiré y me crucé de brazos.

   —Sólo inyéctale los medicamentos —solté.

   —Sólo dime que te molesta que vea a otros hombres desnudos… —Wolfang acarició el cuerpo de Noah, recorriendo con las yemas de sus dedos el camino desde su abdomen hasta su esternón—. Este chico no está mal —comentó, masajeando su hombro.

Le agarré de la muñeca.

   —Los medicamentos —insistí.

   —Vaya… —Él encarnó una ceja y enserió su desplante. Me vio a los ojos, dedicándome una mirada furiosa tras los lentes y luego plantó la vista en mi mano, que todavía no liberaba la suya—. Nunca antes habías reaccionado de esa forma —dijo—. ¿Tan alterado te tiene todo esto? —hice el ademán de soltarlo y aflojé mi agarre, pero él se movió más rápido. Sentí un pinchazo en mi antebrazo—.  ¿Por qué no te relajas? —preguntó. Intenté moverme, pero él me agarró, hundiendo toda la aguja dentro de mi piel y presionando la jeringa, para inyectarme lo que sea que había dentro. Forcejeé con él hasta que me dejó libre.

   —¿Q-Qué mierda fue eso? —balbuceé—. ¿Qué demonios me inyectaste?

Él sonrió.

   —Déjame el chico a mí, Branwen —susurró él—. Tú también necesitas descansar, ¿no crees?

   —¿Qué me pusiste? —insistí.

   —Somníferos —contestó, mientras metía sus manos en el botiquín, para empezar a preparar otra mezcla—. Eran para Trece, pero creo que tú también te mereces una siesta —ironizó. Se estaba burlando. Me senté en el suelo, abrazando mis rodillas que cargué contra mi pecho y le observé trabajar, en silencio. Su inyección había sido como una bomba de tranquilidad—. Confía en mí. Estará bien.

Apoyé mi cabeza sobre mis brazos, que de pronto me parecieron más blandos y suaves de lo normal. Era eso o esos somníferos ya habían entrado a mi sistema y el sueño empezaba a ganar terreno.

   —Promételo —pedí—. T-Tiene que pelear esta noche.

   —Lo sé, Bran. Por eso estoy aquí… —contestó, buscando una vena visible en el pálido brazo de Noah, para clavarle la aguja—. Pero no creas que no vas a pagar por ello —soltó y creo haberle visto sonreír en mi dirección, pero no estoy seguro. Los párpados comenzaron a pesarme de pronto.

Cerré los ojos y me dormí.

 

 

 

   —Oye… —oí una voz golpeteando al interior de mi cabeza, más ruidosa de lo normal, más profunda, más punzante—. Ptss, Branwen —me llamó otra vez. Joder, iba a partirme el cráneo en dos—. ¿Estás despierto, verdad? —abrí los ojos y me sentí aturdido y desorientado. ¿Dónde estaba?—. ¿Qué demonios hago…? —reconocí su voz y miré al frente. Noah estaba en el suelo, esposado a la pata de un mueble. ¿Qué carajos hacía él ahí?—. No recuerdo muy bien cómo acabé aquí…

Parpadeé varias veces, intentando ubicarme en el espacio tiempo. Me levanté y me di cuenta de que había despertado en la camilla. ¿Cómo había llegado? Las rodillas me temblaron al pisar y caí al suelo. Puse mis manos al frente, para evitar un golpe duro.

   —¿¡Estás bien!? —bramó Noah.

Miré mis brazos. ¿Dónde estaba mi chaqueta? Me levanté y noté que tenía la camiseta al revés.

Estaba seguro de que me la había puesto bien esa mañana.

   —Dame… —le hice un gesto, para que se tranquilizara—. Dame un segundo —pedí, acariciándome la sien y apoyándome contra la camilla nuevamente. Sentí mis piernas tambaleando. Quise caminar hasta él y noté que estaba cojeando—. ¿Q-Qué…? —miré mis botas y noté algo diferente. Yo nunca ataba las agujetas tan perfectamente. De hecho, por lo general me conformaba con un par de nudos y ya. Pero ahí estaban; un par de perfectos nudos cuadrados en mis cordones, proporcionales y seguros—. E-Ese cabrón… —balbuceé, cubriéndome la boca, para que Noah no me oyera.

Me había follado mientras estaba inconsciente.

«Hijo de...»

   —¿Está todo bien? —preguntó el chico. Le miré y recordé cómo le había visto antes de dormirme.

   —Sí, sí… —avancé hacia él y me acuclillé a su lado, para mirar las esposas que le habían puesto—. Llegaste aquí muy mal, estabas drogado y… —me levanté, buscando las llaves. Debían estar en alguna parte. Todo esto no era nada más que una mala broma de Wolfang.

Tomé entre mis manos un papelito que había sobre la mesa.

“Dentro del botiquín”

Corrí hasta el botiquín y lo abrí. Las llaves estaban adentro. Volví con Noah y lo liberé.

   —¿Cómo te sientes? —le pregunté.

   —Estoy… —Él dudó, seguramente intentando hacerse consciente de sí mismo y de su estado. Me miró—. Creo que estoy bien —afirmó.

   —¿Te duele algo?

   —No mucho.

   —Bien… —me levanté y le hice un gesto para que hiciera lo mismo. Él me siguió—. Bien, ¿qué hora es?

   —No lo sé, yo acabo de despertar y no recuerdo muy bien cómo…

Volteé hacia él.

   —¿No recuerdas cómo llegaste?

   —Vagamente.

   —¿Recuerdas que vomitaste? —pregunté. Él encarnó una ceja—. ¿Recuerdas que me atacaste?

   —¿Yo hice eso?

En ese momento recordé el episodio, recordé la adrenalina que sentí cuando él me acorraló contra esa camilla y no pude evitar sentir un cosquilleo entre las piernas.

   —No fue nada, la verdad —quise restarle importancia, a eso y a la erección que acababa de formarse bajo mis pantalones—. Los recuerdos comenzarán a llegar poco a poco, probablemente. No te espantes cuando vengan… —giré sobre mí mismo, para recorrer la habitación. Wolfang o alguien más lo había limpiado todo, incluyendo el contenedor de basura y la mancha en el piso. También noté que Noah traía una ropa distinta a la que llevaba puesta cuando entró aquí—. ¿Quieres agua? —le pregunté.

   —¿Eh?

   —Que si tienes sed.

El chico asintió y me dirigí hasta el pequeño refrigerador portátil para sacar de ahí un par de botellas. Le lancé una y abrí la otra, iba a bebérmela de un sólo sorbo, porque estaba seco. Mientras tomaba, me dediqué a observarle. Wolfang había curado de mejor manera las heridas de su rostro y cuello y ahora todas se encontraban parchadas o vendadas.

Me pregunté si había hecho un buen trabajo con el resto de su cuerpo maltratado.

   —¿Puedes caminar bien? —le pregunté y él casi se atragantó al oírme hablar. Se secó con el dorso de la mano la comisura de los labios, por donde había logrado escapar un poco de agua y caminó hasta mí.

   —Creo que sí —dijo.

Me pregunté cuántas dosis de antiinflamatorios le había inyectado Wolfang como para que él no sintiera dolor al moverse.

Busqué el radio en mi bolsillo, pero no lo encontré. Di un rápido vistazo hacia la mesa y lo vi ahí, erguido y alineado de manera perfecta con el estuche de mi máquina para tatuar.

Definitivamente Wolfang había ordenado este desastre.

Lo tomé y le hablé a Tadder.

   —¿Tadder? —pregunté—. Tadder, ¿estás ahí? —No hubo respuesta, así que lo intenté otra vez—. ¿Tadder?

Al otro lado sólo oí estática.

   —Joder —gruñí.

   —Eh… —Noah me habló y entonces volteé hacia él—. ¿Debería volver ya al calabozo? —preguntó.

   —Probablemente en un rato más tengas que pelear… —contesté—. Si quieres quedarte aquí antes de eso, está bien.

Él sonrió. Joder, una sonrisa tan brillante no debería estar en un rostro tan destrozado.

   —Creo que me gustaría tatuar las cicatrices en mis muñecas —dijo.

Sonreí.

   —Prepararé la aguja.

Recogí el estuche y me senté frente a la mesa, para comenzar a alistarme. Todavía me quedaba suficiente tinta para varios tatuajes, así que no debía preocuparme de eso. Oí a Noah, paseándose por toda la habitación, curioseándola como nunca lo había hecho. Por lo general, cuando él pisaba este lugar siempre lo hacía demasiado herido como para detenerse a mirar a su alrededor.

   —¿Tienen un reproductor de música aquí? —preguntó.

   —Sí, puedes buscar ahí —dije, indicándole y apuntando hacia la cartuchera de discos que se encontraba sobre un mueble. Sin bromas, podía asegurar que contenía absolutamente todas las bandas y artistas del mundo, porque todos habíamos colaborado en llenar cada uno de sus espacios. Así que esa enorme torre de música, protegida por una funda color verde moho, contenía los gustos musicales de toda la base; desde música clásica, pasando por asquerosas baladas, hasta música pesada. Mi gusto estaba justo en el medio.

Miré a Noah de reojo mientras cargaba la aguja, buscaba entre los CD’S con aparente tranquilidad, pero yo veía sus ojos brillando, ansiosos por encontrar algo que le gustara. En ese momento intenté adivinar qué clase de música oía. De seguro era un romántico. Eso, o un acérrimo fan del Dubstep.

Sonrió de pronto, sacó un disco de su lugar y lo metió al equipo.

   —Du du da, du du da, du du da da da —tarareó, antes de que la canción comenzara. Volteé completamente hacia él y lo miré.

   —¿Qué? —pregunté.

Y entonces, una batería reprodujo y repitió, de alguna forma, la melodía que él había tarareado. Y el infierno se desató. No era Dubstep ni mucho menos música romántica, eso era ruido y gritos; una orgía caótica de guitarras y bombos desenfrenados que me marearon apenas pasados un minuto y medio de canción. Insultos, himnos que parecían cantados por un sociópata de voz ronca y una melodía que no pude soportar.

Me levanté, corrí hacia el equipo y, con cierta desesperación, le bajé el volumen al mínimo.

   —¿Qué era eso? —suspiré. La sonrisa de Noah se esfumó de su rostro.

   —Slipknot —respondió y me miró de arriba abajo. Supe claramente lo que quiso decir: «¿Cómo no conoces a Slipknot?»—. Es una banda de metal… —aclaró.

   —¿Le llamas metal a ese ruido?

   —¿Y a qué le llamas tú me…? —Noah calló cuando mi radio soltó un pitido.

Corrí a recogerlo.

   —¿Branwen? ¿Estás ahí? —hablaron desde el otro lado—. Hey, es urgente. Wolfang me dijo que no te molestara, pero vienen a…

   —¿Tadder?

   —Están bajando —dijo, rápido y atropelladamente—. Intenté detenerlos, pero no hubo caso. Vienen por los peleadores… —No contesté, agarré a Noah del brazo y lo arrastré fuera de la habitación.

   —¿Qué pasa?

  —¡Tienes que volver ahora! —le dije. Él aceleró el paso. Corrimos. Abrí la puerta y lo empujé dentro del calabozo.

Apenas le había echado llave nuevamente cuando ellos entraron. Me volteé hacia mis compañeros en el momento en que los oí bajando las escaleras.

   —Señores… —les saludé.

   —Venimos por los prisioneros —informó uno.

   —Adelante… —abrí la puerta, fingiendo que no la había cerrado segundos antes y dejé que entrara la luz en los calabozos—. ¡Atención! —grité—. Los peleadores, fórmense en una fila y salgan de uno en uno —Todos obedecieron y empezaron a salir; primero Uno, luego Siete, Nueve, Doce, Seis, Cuatro y Noah… —Los conté, faltaba uno de ellos. Di golpes en el suelo con mi bota, esperando a que O’Neill, el número cinco, saliera. Pero Cinco no se unió inmediatamente a la fila cuando dio un paso fuera de la celda, él se quedó ahí, parado frente a mí, escupió al suelo y me miró a los ojos.

   —No creas que no vimos lo que hiciste —me dijo, con tono amenazador—. Lo estuviste cuidando todas estas horas.

Encarné una ceja.

   —¿Y qué harás con eso? —le desafié—. ¿Me acusarás con Cuervo? ¿Con algún superior? —le agarré del cuello de la camiseta desgarrada que llevaba y lo tironeé hacia mí—. ¿Tienes idea de lo que pasará si ese chico se muere? —sonreí y lo atraje todavía más, para hablarle sin que nadie más nos oyera—: El próximo podrías ser tú, ¿sabes? Me pregunto si tu culo soportaría tantas jodidas y torturas como lo hace él… —siseé contra su oído—. Eres fuerte, Cinco. Pero, ¿podrías soportar algo así? —Él no contestó y yo lo empujé hacia atrás—. Vuelve a la fila, imbécil —gruñí y él retrocedió, para integrarse al grupo entre quejas e insultos balbuceados hacia mí, pero sin atreverse a gritármelos a la cara. Lo mataría si lo hiciera.

En ese momento, Noah vio en mi dirección y ambos conectamos durante un instante, sosteniendo una mirada que duró algunos segundos. Casi me pareció escucharlo hablar:

«Estás teniendo problemas por mi culpa», debía estar pensando.

Y sí, claro que iba a tenerlos. Pero si eso garantizaba joderle la existencia mi padre y hacer un poco de justicia, estaba dispuesto a correr los riesgos.

Cinco minutos más tarde, me encontraba caminando por los pasillos de la base, escoltando a un grupo de prisioneros hacia el lugar donde iban a apalearse entre ellos. A medida que avanzábamos, más cazadores se unían a nosotros y comenzaban desde ya a apostar. Me sorprendió oír el número trece varias veces. Él ya comenzaba a hacerse una reputación.

Sentí un toque en el hombro. Era Wolfang.

   —¿Fue una buena siesta? —me preguntó cuando me alcanzó—. Dormiste varias horas.

«Imbécil…», pensé para mis adentros.

   —Me follaste mientras estaba inconsciente —contesté, sin mirarlo y sin escucharme realmente fastidiado. No iba a darle ese gusto, no hoy.

   —Es que te veías realmente sexy dormido en el piso —se excusó él y soltó una carcajada muy baja que sólo yo pude oír.

   —¿Y eso te da derecho a tomarme mientras duermo?

Él pasó un brazo por mi hombro, para intentar atraerme hacia él y abrazarme, pero yo me aparté inmediatamente.

   —¿Qué haces? —gruñí.

   —Yo siempre tengo derecho —dijo, insistiendo—. Además, ni siquiera te quejaste.

   —¡Estaba inconsciente! —susurré.

   —Y eso sólo lo hizo más placentero… —soltó otra risa—. Admite que te encanta la idea de ser follado mientras no puedes defenderte.

   —Idiota… —mascullé.

   —¿Qué has dicho?

   —Nada.

  —¡Bienvenidos! ¡Hagan sus apuestas! —Tadder nos recibió en la puerta cuando llegamos. Intercambiamos una mirada cómplice, pero cada uno actuó como si no hubiera visto al otro en todo el día, como si él no me hubiese ayudado a cuidarme las espaldas mientras yo cuidaba de alguien más y como si no se hubiese dedicado a patrullar fuera de los calabozos, vigilando que ninguno de mis colegas entrara. Mi compañero me acarició el hombro a modo de saludo y apuntó con el dedo el camino para los peleadores, quienes siguieron de largo, custodiados por varios cazadores. El resto se quedó ahí, alrededor de la papeleta que mi compañero llevaba en la mano. Fui el primero en tomarla y echarle un vistazo a los enfrentamientos:

 

Sujeto N°05: Oscar O’Neill V/S Sujeto N°13: Noah Rosseau

Sujeto N°09: Rhys Lee V/S Sujeto N°12: Walter Cordell

Sujeto N°1: Manson Mitchell V/S Sujeto N°06: Jean Reyes

Sujeto N°07: Samantha Lam V/S Sujeto N°04: Kurt North

 

   —Parece que nuestro chico será el primero en pelear… —comentó Wolfang, mirando por encima de mi hombro, para ver la hoja—. Esta noche apostaré por él.

   —¿En serio crees que podrá luchar? —dudé, jugueteando con el lápiz entre mis manos y golpeándolo contra mis dedos—. Cuervo lo drogó y lo tuvo durante tres horas. Con suerte podrá moverse —marqué el nombre de Samantha Lam como la ganadora de su pelea. Estaba seguro de que Noah iba a perder la suya, cualquiera la perdería después de lo ocurrido hoy. Pero no iba a apostar por O’Neill tampoco.

Además, sabía que la chica tenía una victoria segura.

Terminé mi apuesta, marcando otra vez a Manson Mitchell como el ganador de la noche.

   —¿No confías en mí, Branwen? —preguntó el médico, mientras marcaba el nombre de Noah como ganador de su pelea. Claro que no confiaba en él, nadie en su sano juicio confiaría en Wolfang, que no era más que una rata apática y oportunista, mucho más de lo que yo podía llegar a ser—. Fui yo quién lo trató, él estará bien. Además… —hizo una pausa, como si dudara decirme o no lo que estaba a punto de escupir.

   —¿Además? —le apuré.

   —Todavía debe haber droga en su sistema —soltó—.  Eso va a ayudarle.

   —Creí que se la habías sacado toda.

Wolfang rio.

   —Hombre, Cuervo le hizo ingerir tanto que él ya debería estar muerto. Pero, aquí está, vivo y a punto de hacerme ganar dinero… o unos zapatos nuevos.

   —Le tienes fe a ese chico —comenté.

   —¿Tú no? —preguntó, mirándome fijamente y devolviéndole la papeleta a Tadder—. Porque, si me lo preguntas, creo que eres el que más ha apostado por él.

Abrí la boca para contestar, pero en ese momento el presentador llamó a todos a ubicarse en su lugares.

   —¡Vamos, vamos, gente! ¡Terminen ya con las apuestas que estamos por comenzar! —anunció. Avanzamos en masa, agrupándonos alrededor del improvisado, pero cada día más perfeccionado cuadrilátero y tomamos nuestros respectivos lugares. Wolfang y yo quedamos justo al centro, no demasiado cerca del ring, pero lo suficiente como para observar la acción sin perdernos de un sólo detalle—. ¡Primera pelea!

   —¿Tan pronto? —pregunté.

   —No hay tiempo que perder —contestó él.

   —¡Sujeto número cinco contra el sujeto número trece! ¡Adelante! —gritó. Algunos aplausos se dejaron oír, junto a varios gritos que sólo me indicaron que las apuestas habían estado ceñidas y que esta pelea iba a dar mucho de qué hablar… o eso creían mis compañeros, la mayoría no debía tener idea de que Noah había estado tres horas con Cuervo y que seguramente apenas podría mantenerse en pie durante más de cinco minutos. O’Neill era uno de los más fuertes, probablemente el más fuerte después de Manson. Y Noah también había demostrado serlo en este tiempo; él era ágil, rápido y sabía cómo dar un buen puñetazo. Pero nada de eso podía ayudarle ahora.

Lo mejor que podía hacer era rendirse.

La campana sonó y entonces Noah cayó al suelo. Lo sabía, él no iba a aguantar una pelea. O’Neill inició el enfrentamiento dándole un severo derechazo que el rubio no fue capaz esquivar. El público emitió una ovación generalizada junto a algunos gritos de ánimo.

   —¡Ay, carajo! —se quejó Wolfang—. Ahí van mis nuevos zapatos.

O’Neill sonrió al darse cuenta de que el chico no se movía y se quedó ahí, dando vueltas alrededor de él, mientras el presentador iniciaba una cuenta regresiva.

   —¡Diez…!

   —¡Nueve! —El público le ayudó. Me cubrí la vista y conté en mi cabeza. «Ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres…»

Se detuvieron.

   —¡Caballeros, vean esto! ¡Trece ha vuelto a levantarse! —gritó, entusiasmado y completamente eufórico, el hombre del micrófono. Miré otra vez hacia el cuadrilátero. Él estaba de pie y con los puños en guardia.

   —¿Qué diablos está haciendo? —susurré.

Noah dio un paso hacia adelante, lanzando un golpe que su contrincante bloqueó efectivamente con el antebrazo, O’Neill respondió, intentando golpearlo de vuelta, pero el chico logró esquivarle, inclinándose hacia un lado, tal como lo haría un boxeador, y contraatacó, logrando hundirle un puñetazo en el estómago. El publico gritó otra vez, Cinco quiso taclearlo, pero Noah resistió contra las cuerdas y sostuvo su cabeza contra sus costillas, para comenzar a apalearlo; ahí, directo a la sien, mientras lo sujetaba, como si buscara dejarlo inconsciente. Cinco tuvo que aguantar tres golpes antes de verse libre nuevamente. Parecía aturdido.  

   —¡Así se hace! —exclamó Wolfang, con una sonrisa en los labios. Me agarró del hombro y me zamarreó. Él estaba realmente emocionado, amaba las peleas—. ¡Te dije que iba a lograrlo! —O’Neill intentó noquearlo, Noah lo bloqueó y devolvió el golpe y así se mantuvieron por varios segundos, sin bajar sus defensas, luchando por abrir una fisura en la guardia del otro, aguantando los golpes que iban directamente a sus huesos y músculos, soportándolos como si de eso dependiera su vida. Quizás era así—. ¡Vamos, Trece, demonios! ¡TÍRALO AL SUELO! —vociferó el médico, como un loco.

Y Trece, como hubiese escuchado y atendido a sus palabras, lo hizo. Esquivó una última vez a O’Neill y logró derribarlo de un puñetazo que lo precipitó hacia la lona. El intercambio de golpes había sido duro y ambos estaban sangrando y cansados, así que no me extrañó ver a Noah tambaleando, antes dejarse caer encima de O’Neill y montarse sobre él.

Lo que sí me pareció extraño fue la fuerza y brutalidad con la que lo golpeó en la cara.

Todo el mundo soltó un grito de asombro.

   —¡Sí, joder!—chilló Wolfang—. ¡Sabía que mi tratamiento funcionaría!

   —¿Qué le inyectaste al chico, Wolf? —pregunté, mientras observaba cómo Noah le daba un segundo puñetazo al que O’Neill no fue capaz de responder. El hombre sólo atinó a poner las manos frente a su rostro, buscando desesperadamente alcanzar el cuello de Noah, en un aún más desesperado intento por quitárselo de encima, pero el chico no se lo permitió y lo golpeó una tercera vez. Vi, en cámara lenta, el momento exacto en que Cinco perdió el conocimiento ante ese golpe y dejó de forcejear, desplomando su cabeza contra el piso. Pero Noah no le soltó, no, él siguió golpeándolo—. ¿¡Qué le inyectaste!? —insistí—. ¡Le diste algo para hacerlo espabilar, ¿¡verdad!? —grité. Le observé detenidamente y noté que algo había cambiado en él. No fue un cambio físico, más bien fue una sensación, algo que noté en su mirada que me pareció más estática y vacía que otras veces.

Más gélida.

Más punzante.

Más abstraída e ida.

Más feroz.  

«Está fuera de sí», pensé.

   —Bueno… —Wolfang dudo al contestar—. Tal vez le puse algunos estimulantes a…

   —¿¡Que le pusiste qué! ...? —comencé a abrirme paso entre la multitud—. ¿¡Acaso buscas matarlo!?

   —Ah, vamos, es sólo un poco de… —El médico calló en seco cuando la multitud soltó otro grito. Noah le había volado un diente a O’Neill, pero eso no fue suficiente para detener la paliza. Él siguió—. ¡Diablos, apresúrate! ¡Va a matarlo!

Uno tras otro, golpe tras golpe, mecánicamente, como si fuera un robot y no un humano, Noah se dedicó a desfigurar el rostro de Cinco, mientras el público fue guardando silencio con cada puñetazo.

   —¡Abran paso! —grité, apartando a mis compañeros que habían comenzado a amontonarse alrededor del ring para observar, expectantes y casi en completo silencio, la masacre más de cerca—. ¡Basta, Trece! —grité. Él me oyó, me miró durante un segundo y entonces volvió a golpear a O’Neill—. ¡Ya ganaste, basta! —ordené. Iba a matarlo.

Por un momento, lo único que se escuchó en ese asqueroso lugar fue el sonido de sus puños chocando contra la carne de ese hombre; blanda, destrozada y jugosa por la sangre que estaba en todas partes.  

Cuando logré llegar al ring, supe que lo había matado.

   —¡Suficiente! —pasé las cuerdas y le agarré del brazo, para que se detuviera. Lo sujeté por los hombros y lo levanté, para sacarlo de ahí—. ¿¡Qué mierda te pasa!? —le grité, pero él no me contestó y siguió mirando el cuerpo de O’Neill, como si quisiera volver a abalanzársele encima para golpearlo hasta reducir su cuerpo a sólo una masa de carne—. ¡Noah!

Wolfang se metió al cuadrilátero, se acuclilló a un lado de O’Neill y le tomó los signos vitales. Toda la escena estaba cubierta de sangre y Noah estaba bañado en ella.

   —Está muerto —anunció el médico—. Lo mató.

En este cuadrilátero habíamos sido testigos de todo; palizas injustas, humillaciones terribles y desequilibradas, noqueos que llegaban a durar varios días e incluso mutilaciones. Pero nunca antes un prisionero había matado a otro a golpes durante una pelea.

Un tenso e incómodo silencio se formó en el lugar. Nadie habló, nadie respiró, ni siquiera el chico al que estaba sujetando y que había sido quién había causado ese mutismo generalizado que nos mantuvo a todos helados. Wolfang y yo cruzamos una mirada, ninguno de los dos sabía cómo reaccionar ante esta situación.

El micrófono del presentador emitió un silbido agudo y él carraspeó la garganta.

   —E-Ejem… —balbuceó el hombre, con la voz temblándole un poco. Tenía la vista clavada en el desfigurado rostro de O’Neill, donde ya no quedaban rastros de sus rasgos; no había nariz, no había boca, no había ojos, sólo protuberancias sobre sus labios, mejillas y párpados e inflamaciones bañadas en sangre que lo dejaron irreconocible y ajeno a cualquier cosa que habíamos visto antes—. S-Se…Se cancelarán el resto de los enfrentamientos —anunció y absolutamente nadie dijo algo para alegarle o contradecirle—. Se terminó la noche, señores.

 

 

 

Notas finales:

Bien, bien. Sé que hay muchas cosas de qué hablar. 

1. Cuervo (padre)  es un hijodeputa que supera sus propios límites de maldad día día. 

2. Brann literalmente tuvo una erección con Noah. 

3. Wolfang siempre tuvo esa manía de drogar a Brann bb xD es re triste, si se sientan a pensarlo. El pobre estaba ha estado acostumbrado a relaciones tóxicas durante toda su vida, tanto así que ni siquiera se enfao el 20% de lo que una persona se enfadaría si le hicieran lo que a él le hizo Wolfang. 

4. Sí. Noah se ensañó con O'Neill en parte porque lo vio jodiendo a Branwen. Fue una forma de devolverle la mano: "tú haces cosas por mí, yo también las hago por ti" 

5. Acaban de prescenciar el momento en el que la cordura de Noah comienza a irse a la verg*


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