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Las palabras que no se dijeron por Kanes

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Notas del capitulo:

Los hechos que se relatan aquí suceden después de la boda de Mary y John.

Tomar en cuenta que son mi versión de lo que pudo pasar entre que Sherlock abandonara la boda (3x02) y John lo encontrase de nuevo, drogado en una casa okupa (3x03).

 

 

 

 

-I-

 

 

 

Recorrí el lateral del jardín con la flor que había puesto en mi bolsillo y en el de John, por elección de Mary, en mi mano. Era lo único que hablaba de mi permanencia en ese casamiento del que había querido salir desde el momento en que la recepción de asistentes a la ceremonia empezó. Nunca en mi vida me había sentido tan ahogado por los sentimientos, y no quería volverme a sentir tan miserable jamás.

 

Llegué a casa tan conciente de mi cuerpo como era posible. Habría pasado por cigarrillos de no ser tan tarde en la noche. Hace tres horas que el sol se había escondido, y como una ironía de la vida, yo había dado mi discurso mientras el sol empezaba a bajar. Era el crepúsculo de una relación demasiado importante para ser dejada del todo atrás. Pero lo había decidido hace muchos días, siendo la mañana del casamiento el momento definitivo. Llegué a la conclusión de que sería extirpado de la vida de John poco a poco, y que dejar su vida por voluntad propia sería lo más sano. Dolería menos, y al menos sería yo el responsable del distanciamiento. Prefería ser quien hiciera el daño, para sentirme menos vulnerado en mis afecciones. John había sido la más importante de mis afecciones, sino la única, y yo no había entendido el significado de mis sentimientos hacia él hasta muy tarde. Esa mañana había decidido dejar la vida de un amigo, alguien a quien quería con intensidad, pero por la noche me veía abandonando el dueño del órgano que latía en mi pecho.

 

En casa no encontré cigarrillos. Me había deshecho de ellos. John y Mary habían pasado tanto tiempo allí durante la planeación de la boda que no los quería ver tropezando con uno de esos por allí, si bien sabía muy bien cómo esconder las cosas, especialmente en un departamento tan cuidadosamente desordenado.

 

-¿Nunca intentaste ordenar un poco todo esto? ¿Mientras él estaba fuera? -oí a Mary preguntarle una vez a quien ahora era su esposo.

 

-Nunca me quedaba solo aquí -dijo John.

 

-Le acompañabas en todos sus casos, es verdad. No han hecho ninguno últimamente.

 

-No lo sé. Podría estar resolviendo casos desde aquí sin yo saberlo.

 

Él lo sabría. Lo cierto es que no resolví ningún caso mientras planeábamos la boda. La preparación se apropió de todas mis energías, mientras poco a poco veía cómo John dejaba en manos de Mary buena parte de su vida. John apoyaba en ella la parte de él que nunca había apoyado en mí. Mary le brindaba seguridad, y John la miraba con ojos amorosos, pero nunca me gustó esa dependencia ni la carencia de momentos a solas entre yo y John. Esos momentos se habían ido, haciéndome comprender que los Watson pronto serían una sola unidad, y que dentro de esa unidad no habría espacio para mí.

 

El piso estaba solitario y oscuro cuando llegué. Había restos de servilletas a medio hacer, tarjetas y catálogos de tortas. Me los quedé mirando, desperdigados sobre mi escritorio, sobre el sillón de la derecha, incluso sobre el piso. Entonces, cortante, fui y empecé a cogerlos para botarlos al basurero.

 

No me percaté de cómo mi nivel de energía comenzó a subir como espuma. Terminé lanzando los papeles en el basurero con violencia. Me eché sobre mi sillón, dándole la espalda a la poca luz amarillenta que entraba por la ventana, e intenté relajarme, mientras el sillón de John me daba la bienvenida con sus posabrazos abiertos. Mirarlo se sintió casi como una burla, y esa burla provocó el torrente de sentimientos que tanto había esperado abolir al irme del casamiento. Descubrí una vez más que el silencio y la soledad daban pie a dejarme hundir en las tribulaciones, y para tapar mi vista del sillón que siempre ocupó John, puse las manos delante de mis ojos, aumentando la oscuridad del departamento. Las luces de la calle, el sonido de una bocina, escondieron el suspiro ahogado que solté cuando vi la tragedia de mi drástica decisión de escapar de su vida.

 

 

 

John

 

 

 

Cuando miré de nuevo hacia Sherlock, hacia el atril metálico que este había traído para tocar aquel valz, no le vi por ninguna parte. Mary ahora bailaba con Greg, quien se había quedado después de llevar a cabo tan exitoso arresto. Sherlock había facilitado el que no sucediera una tragedia en medio de la boda. Había, como un guardaespaldas, cuidado que todo saliese perfectamente, y mi felicidad se debía en buena parte a su minuciosidad. Le agradecía tanto.

 

Supuse que estaría en el baño, y esperé cerca del bastidor del pasillo que conducía allí, sin querer apartarme ni por un momento de la felicidad general que reinaba en aquella fiesta. Todos bailaban animados, excepto Tom, quien se había apartado lentamente hasta dejar que Lestrade acaparase a Molly. Y la señora Hudson, qué feliz se veía. La busqué con la mirada, recordándola durante el discurso de Sherlock, con aquel brillo de orgullo en sus ojos como si se tratase de su hijo quien estaba hablando delante de todos los invitados, recitando tan inesperadas palabras.

 

Lo cierto es que me esperaba un discurso clásico de Mejor Hombre. Había visto el libro sobre cómo ser el perfecto Padrino de bodas entre los papeles de su escritorio. Lo había dejado debajo, muy debajo de la pila, para cuidar que nadie lo encontrase por casualidad.

 

Pude ver las marcas en las páginas. Sherlock había dejado marcas en ciertas páginas para consultarlas posteriormente, como si estuviese haciendo un trabajo bibliográfico de instituto. No pude evitar sentirme conmovido, y aunque quería preguntarle acerca de ello, sabía que sería una pérdida de tiempo. Sherlock le quitaría importancia al asunto, sin duda, cuando lo cierto es que había sido todo menos trivial el esucharle dar un discurso que fue todo menos clásico. Dejaba atrás cualquier discurso hecho antes, de eso estaba seguro.

 

Sherlock nunca salió de los baños. Me asomé varias veces, mientras me sostenía del marco del bastidor, como si me estuviera reteniendo a mí mismo de continuar mi camino hacia allí. Me quedé mirando la puerta de entrada a los baños de hombres, allá al fondo en la penumbra del pasilo, pero Sherlock nunca apareció y volví a la fiesta preocupado.

 

-Disculpen. Discul... Señora Hudson -Llegué hasta ella después de muchos piquetes en la espalda a algunos invitados. Molly estaba bailando cerca de ella y pude verla mirando hacia el escenario, donde el solitario atril de Sherlock estaba todavía, con las partituras instaladas. Titubeé un momento, pensando en preguntarle a ella, pero no lo hice, un tanto turbado por lo que fuese a responderme- . Señora Hudson, ¿Ha visto a Shherlock? -le pregunté, mirando alrededor una vez más. Vi a mi esposa bailando con Greg aún. Estaban conversando y de vez en cuanto Lestrade miraba en dirección a Molly.

 

Era tan evidente a veces.

 

-No le he visto, John -dijo la señora Hudson, sin que la pregunta bajase su humor en lo absoluto- . Creí que tal vez había ido a... ya sabes.

 

-¿Molly, lo viste salir o...? -le pregunté, con algo de miedo.

 

Ella titubeó.

 

-Probablemente volverá en cualquier minuto.

 

No quería arruinar la noche, aparentemente. Se lo agradecí internamente, pero aún así preferí que me dijese la verdad. Molly no era muy buena fingiendo.

 

-Si saben de él, me avisan, ¿OK?

 

-Sí. ¡Ve a bailar con tu esposa! Se ven tan guapos juntos -dijo la señora Hudson.

 

-Sí. Uhm, entonces...

 

-¡Ve! ¡Y felicita al que puso la música! ¡No creí que escucharía tantos clásicos!

 

Reí por lo bajo. Sherlock había elegido la música.

 

Me sentí algo desinflado. Volví donde Mary, y Greg comentó sobre la boda, lo buena que era la música y sobre lo lamentable que era que Harry se hubiese perdido aquello. No comentó sobre Mike, dado que lo había visto sólo un par de veces y sólo de casualidad. Todavía podía recordar a Mike comentándome, como quien no quiere la cosa, lo pronto que yo y Mary estaríamos dando nuestros votos.

 

-A mi edad no hay mucho más que esperar, Mike -le dije, con una sonrisa que más sentí como mueca sobre mi cara.

 

-A veces hay que ser paciente. La persona indicada podría ser la que menos esperas.

 

-Hm -dije, condescendiente. No quería discutir sobre el compromiso.

 

Tomé de mi champaña, que había sacado de la que habíamos abierto al principio de la fiesta para brindar, y vi a Mary distrayéndose hablando con Janine.

 

-Hey, John. ¿Dónde fue Sherlock? -preguntó Janine, entonces- No lo he visto desde hace unos minutos. Estaba pensando llevarlo a casa, ya que no tiene auto.

 

Mary rió por lo bajo. Yo la miré extrañado, y recordé a Janine andando del brazo de Sherlock en dirección al salón. A Janine le gustaba, y también a las otras amigas de Mary. Pensaban que Sherlock era adorable después de escuchar ese discurso. Les había dado una buena primera impresión. Si supieran cómo era la mayor parte del tiempo... Pero otra vez, allí estaba yo extrañándolo.

 

-No creo que se haya ido, ¿no? -dijo Janine, dejando el tono liviano. Estaba genuinamente preocupada.

 

-Debe estar en los baños o en el jardín -dijo Mary.

 

Janine volvió a reír, volviendo al tonillo liviano. Lo que dijo a continuación me dejó de una pieza.

 

-Tal vez se fue en compañía del tipo con las botas de vaquero. Sherlock dijo que se había equivocado en su deducción sobre él -dijo con picardía.

 

-¿Por qué estuvo deduciendo a uno de los invitados? -preguntó Mary- Oh, debes referirte a Phil...

 

-Sólo fue por un favor que le estuve pidiendo -dijo Janine. No quería hablar de ello, era claro como el agua.

 

Fui incapaz de comentar sobre el tema. Me había quedado helado.

 

-Bueno, mientras se divierta -dijo Mary- . Aunque lo dudo. Sherlock no siente las cosas de esa manera.

 

Estaba repitiendo lo que yo siempre decía. Me sentí un poco mal por Sherlock. Todos tenemos derecho a hablar por nosotros mismos.

 

Pero Sherlock no volvió por el resto de la noche. Yo me quedé junto a Mary hasta que nos fuimos juntos, y la señora Hudson me avisó al otro día que Sherlock se había ido directamente a Baker Street después de dejar la fiesta, pero que había salido temprano de mañana, por lo que cuando la llamé, no estaba al alcance. Me fui de camino a la Luna de Miel con la duda oprimiéndome el pecho.

 

No obstante, cuando llegamos allá, revisé mi blog con la idea de ensayar cómo hablaría de ello en una entrada, mientras Mary se daba un baño. Cuando vi la entrada titulada “El Signo de Tres” me eché a reír como un niño.

 

OK. Todo estaba bien.

 

Sherlock probablemente sólo se había ido de la fiesta porque estaba aburrido. Después de todo, un ritual mundano como aquel sólo había sido un compromiso para él y no iba a culparlo. Él era así, lo había aceptado hace tiempo.

 

En la entrada de blog, que comenzó fingiendo ser yo -eso me irritó un poco. Yo no soy como él dice, aunque sí romántico. ¿Pero qué problema puede haber con ser romántico? A las mujeres les gusta- , comentó sobre las Vacaciones de Sexo. No pude evitar reír ante eso. Ya me vengaría de vuelta de las Vacaciones de Sexo. Y no le preguntaría sobre el tipo de las botas de vaquero, sería inapropiado, además las sospechas de Janine no eran realistas. Sherlock de verdad no sentía las cosas de esa manera, especialmente cuando leí “Si hay intentos de asesinato en la próxima boda de John, prometo sacar fotos”. ¡Cómo se atrevía! Mary conocía mi blog y no me haría gracia que leyera eso. Sin embargo, no pude evitar sonreír.

 

¿Cómo podría hacerme Sherlock enojar, de todos modos, luego de todas las cosas buenas que había oído de él en el casamiento? Ese discurso se quedaría calcado en mi alma por el resto de mi vida. Bueno, no en mi alma.

 

Ya me había puesto cursi. Era culpa de la distancia. Si bien era la idea estar apartado de todos. Con mi esposa. Estábamos en nuestras Vacaciones de Sexo.

 

Jesús. Luna de Miel. Maldito Sherlock.

 

Sherlock no diría esas cosas si no fuesen verdad. Él siempre evitaba lo sentimental, lo cursi, pero esta vez había sido diferente. Quizá las cosas de ahora en adelante serían distintas. Me preguntaba si podría pedirle ser el padrino del bebé. Sería maravilloso. Sería la guinda de la torta.

 

En los comentarios del blog de todos modos dejé establecido que no habría otra boda, pero cuando comenzaron a aparecer tantas contestaciones, me arrepentí de haber intervenido, y Mary se dio cuenta de lo que estaba haciendo al chequear su e-mail es su propio laptop, en la sala de estar de la pieza de hotel donde estábamos. Evité comentar mucho más hasta que Sherlock comenzó a contestar de malas maneras a la gente que dejaba sus mensajes felicitándome por la boda. Fue un poco gracioso de leer, y mientras leía los comentarios de Sherlock, le imaginé diciendo todo aquello en la voz taimada que ponía cuando veía televisión sólo por el gozo de la crítica. Estuve a punto de comentarlo, pero me di cuenta de que sería inapropiado intervenir tratando de armar una conversación con Sherlock. Estaba en mis Vacaciones de Sexo, después de todo, a pesar de que ya había mandado un mensaje de texto a Sherlock. Habría sido ideal si Sherlock no lo hubiera comentado por el blog. Mary me lo sacaría en cara.

 

“John acaba de enviarme un mensaje de texto. Me callaré ahora.”

 

Otra vez la voz taimada. Reí por lo bajo.

 

Poco después cerrré la sesión. No volví a revisar el blog en muchos días, pero no logré desconectarme de Baker Street del todo.

 

 

 

Sherlock

 

 

 

Borré el mensaje de texto poco después de recibirlo. Mary me había dejado de mal humor. Pero era la esposa de John y le había hecho feliz mientras yo había fingido mi muerte. Nunca podría compararme con eso.

 

Esa mañana dejé un mensaje en el escritorio, avisándole a la señora Hudson que había salido, pero me encerré en mi cuarto. La oí hacer el aseo desde allí, y me arrepentí de no haberme deshecho de la basura colectada ayer en el momento de haber acabado la limpieza de todo lo que me recordase a la boda de John. La señora Hudson notaría, sin duda, las tarjetas de presentaciones de destinos para Lunas de Miel, los folletos de vestidos de novia o los afiches de diseños de recepciones matrimoniales. Estaba todo allí, incluso las condenadas servilletas. Nunca más compraría servilletas blancas. Desde ahora serían blanco invierno.

 

La oí murmurar, pero no llegué a entender todo lo que decía, y cuado se acercó a mi cuarto y se dio cuenta de que estaba cerrado, no insistió en abrirlo. Sin embargo, la tensión me dejó adolorido. No quería que la señora Hudson me encontrase de esa manera.

 

Mientras me revolvía en la cama, cambiando de posición sin lograr dormir, la idea de pasar allí un tiempo no pareció tan mala, pero cuando todas las luces se fueron al anochecer, me salí de la cama al ver lo grave de la situación. Tenía que encararlo, nada más el día de ayer había llorado luego de tres años de no hacerlo. Sólo había dejado de hacerlo al oír a la señora Hudson llegar.

 

Recuerdo mi apuro por verme bien. Pensaba que de seguro vendría a checar que estuviera en el departamento, pero cuando la oí en las escaleras, con mis ojos rojos reflejados en el espejo del baño, me di cuenta de que la oscuridad no sería suficiente para disimularlos, y resolví encerrarme en el cuarto. Cuando preguntó por mí desde el pasillo, fingí no estar en casa y toda la simulación tan pobremente improvisada quedó en nada. Ahora que era el día siguiente por la noche, me daba cuenta de que tarde o temprano tendría que enfrentarla.

 

Pero no lo hice hasta una semana después.

 

Al tercer día después de la boda de John, en que no había vuelto a tocar la laptop ni salido del departamento, resolví quitar el sillón de John de la sala de estar. Debía evitar el sentimiento por todos los medios, y cuando vi la sala de estar despejada de su recuerdo, me sentí aliviado. Sin embargo, por la noche, si bien había resuelto que la oscuridad ayudaría a disimularlo, el aroma de John había llenado todo el cuarto a causa del sillón ubicado al rincón. No había sido una buena idea. Resolví ir en busca de alguien que me ayudase al día siguiente.

 

 

 

Era el cuarto día. La señora Hudson estaba en su pequeño comedor cuando salí con el saco encima.

 

-¡Sherlock, querido! -le llamó.

 

Apuré el paso. Me lo recriminaría después y sin duda se lo contaría a mi madre, pero cuando comencé a cruzar la calle en dirección al negocio de papas fritas y pescado, troté en un escape que pretendía ser vertiginoso.

 

Me quedé allí por el resto del día, pero sólo pedí dos raciones. Debía esperar a que Fred se desocupara para ir a ayudarme con el sillón.

 

-¿No quieres venderlo? Puedes poner un aviso en la Internet. Conseguí nuevos trabajadores a través de esa cosa. Es asombroso -me comentó, mientras se quitaba el delantal.

 

Tenía una papa frita en la boca. Desde allí podía ver el restaurante donde yo y John habíamos visto a Connie Prince en la televisión. Volvimos allí un par de veces, pero nunca comí con John.

 

-¿Qué te trae por aquí? ¿Volviste a pelear con aquel tío? Viniste aquí la última vez que lo hiciste -dijo Fred, sentándose en la mesa conmigo.

 

Ya no había muchos clientes en el restaurante.

 

-¿Tienes algún amigo que esté en problemas? -le pregunté, en la esperanza de obtener un caso en la improvisación de ese atardecer.

 

-No, pero tengo algo que puede distraerte un poco.

 

-Yo ya no...

 

Di un suspiro.

 

-Necesito que me ayudes con unos muebles -le dije- . Necesito distraerme con algo más vital que un polvo, ya ves.

 

Fred asintió, clisándome con la mirada. No podía ser más directo que eso. Ya me sentía suficiente vulnerable con que hubiese supuesto que todo aquello tenía que ver con John. A propósito de John, sentí mi celular vibrar en el bolsillo por octava vez desde el día del matrimonio. Las llamadas perdidas estaban contabilizadas en el disco duro del celular, y no había sido capaz de borrar ninguna. Saqué el celular de su bolsillo, mientras Fred fruncía los labios observándome.

 

-¿Puedo preguntar...?

 

-No. Vamos -dije, dejando el Fish'nShips a medias.

 

 

 

En casa el traslado del sillón al 221C de abajo fue rápido. Fred no hizo preguntas, y cuando fuimos de vuelta al 221B, no hubo ninguna palabra mientras nos dirigíamos a mi cuarto, que Fred ya conocía.

 

Estaba conciente de que tendría que cambiar de “amigo”. Todos terminaban queriendo algo más formal, más exclusivo, frecuentarme más a menudo. Suponía que era el deseo de seguridad. Toda la gente quería “sentar cabeza” y sentirse normal. Cumplir con los rituales que los hacían parte de la sociedad común y corriente, la sociedad cuerda, como John había hecho al casarse con Mary. John siempre quería cosas duraderas, cosas seguras, como un trabajo, un horario... siempre que estuviera el factor aventura como cosa segura cada tanto tiempo. Sin eso, se vovía loco. Pero era diferente ahora que estaba casado. Sería diferente. Con un bebé a cuestas tendría que enfocarse.

 

El bebé sólo había sido otra razón para resolver dejar de ver a John.

 

Fred no me besó mientras lo hacíamos. El aire de la habitación estaba viciado de John, a causa del sillón. O tal vez sólo exageraba. Me hizo pensar mucho en él mientras intentaba correrme, con Fred montándome. Había dejado que me tumbase sobre la cama entre suspiros que comenzaron a hacerse más frecuentes, y que no pude responder o imitar. Debía sentir empatía ante esto, pero con Fred no estaba logrando tener lo que deseaba, no con la cabeza en otra parte.

 

Mi celular volvió a vibrar. Estaba dentro del pantalón que Fred me había quitado y que yacía en el suelo. El sonido fue suficiente para hacerlo detenerse. Fred era un hombre guapo, podía tener a quien quería, pero le vi ofendido por mi falta de compromiso.

 

-¿Por qué no contestas?

 

-No he contestado... -me eché impulso y cambié posiciones, tumbándole contra la cama. Fred gimió- en días.

 

Apoyé las manos a cada lado de su cabeza, y él sonrió a gusto, sabiendo lo que venía. Comencé a darle estocadas más rápidas y rítmicas, y él abrió la boca casi en toda su extención, agarrando las sábanas como si temiese salir volando. Yo cerré los ojos, viendo el orgasmo venir, pero el sonido del teléfono de la mesa de noche de la sala de estar comenzó a sonar, llegando el sonido hasta aquí. Lo ignoré, llevando el ritmo, insolentemente, del sonido del ringtone. Me pregunté porqué había instalado ese teléfono allí. No serviría ahora que me pasaría la mayoría del tiempo metido en el cuarto, lo cual no parecía disfuncional ahora que tenía a un hombre dentro. Estaba haciendo mi trabajo, socializando, teniendo una vida sexual activa, disfrutando de...

 

Me quedé quieto al oír el comienzo del mensaje que yo había grabado para la grabación de recados. “Si quiere dejar su caso para el detective consultor Sherlock Holmes, por favor...” y entonces la voz de John: “Qué arrogante eres... el detective consultor Sherlock holmes... Disculpen, si quien llama es un cliente, relate brevemente el caso y nosotros lo contactaremos. Gracias.”

 

Cerré los ojos, tratando de volver a concentrarme, pero bajé la mirada hacia Fred por un segundo, y eso lo arruinó. Me miraba casi con frustración.

 

-Acaba, estoy casi...

 

Pero seguí quieto, al oír la voz de John en el teléfono. Él era quien estaba dejando un mensaje.

 

-Hola, Sherlock. Soy John -Hubo una pausa. Miré hacia la puerta entrecerrada, apenas preocupado porque la señora Hudson escuchase, y me quedé inmovil, a pesar de estar al borde de correrme.

 

Sentí a Fred posar las manos en mis caderas.

 

-Por favor...

 

-No has contestado mis llamadas. Aún estoy en la luna de miel, pero me preguntaba si estabas bien. Nos veremos a la vuelta, ¿OK? -Otra pausa. Sentí mi garganta anudarse, y di un suspiro, con el eco de su voz en mis oídos. John...- Te... llamaré. Come y duerme bien, por favor.

 

Sentí mis ojos llenarse, y el sonido del pitido que indicaba el término del mensaje grabado.

 

Fred dio un suspiro, frustrado. No me importó, y me aparté de él, ante su evidente rabia. Le vi tapar su erección con expresión sufriente.

 

-Esta es la última vez. Ni creas que te daré más raciones gratis. ¿Está bien?

 

Yo asentí, tapándome. Una lágrima cayó por mi mejilla, alertando a Fred de repente. Quise morirme allí mismo.

 

-¿E-estás bien? Sherlock...

 

-Vete.

 

-¿No quieres hablar? Sher...

 

-Sólo vete -dije en un gruñido.

 

Le empujé hacia la puerta. Fred cogió su ropa, sin que la preocupación abandonara sus rasgos. Cerré con un portazo, y la ventana vibró a la izquierda. Cualquier sonido que viniese de la sala de estar quedó enmudecido por la desesperación que se estaba apoderando de mí.

 

Come y duerme bien, por favor.

 

 

 

 

 

-¿Sherlock? -preguntó la voz de la señora Hudson desde la entrada a la sala de estar.

 

Había logrado atajarme. La vi mirarme con cautela, en su delantal con manchas oscuras de agua.

 

-¿Ha llamado mamá? -le pregunté, con temor, aunque sin quitarle la mirada de encima.

 

Había estado llorando un poco. Ya era una semana desde que John se fuera. Él y Mary debían estar pasándolo muy bien, sin moverse de ese cuarto. La sola idea me...

 

-No, no ha llamado, cariño -dijo.

 

La lástima estaba calcada en su cara, pero esta vez no me molestó. Asentí, mirando brevemente al smiley amarillo pintado en la pared de la derecha. Me volteé en dirección a ella y tras dudar por unos segundos, la abracé. Comencé a llorar al instante en que ella respondió.

 

John

 

Sherlock no respondió a mi llamado cuando volvimos de la luna de miel. Ya eran dos semanas desde que le viera y me comunicase con él por última vez. No volvió a dejar mensajes en el blog. Los últimos comentarios eran los de un niño mimado, o lo serían si no sonasen tan obviamente amargos.

“John me preguntaría si estuviese aquí...”

Sherlock no se había siquiera esforzado por no mostrar su malhumor ante la idea de las “Vacaciones de Sexo”, y la preocupación que empecé a acumular por la nula respuesta de su parte, empezó a ser obvia ante Mary, quien se había aguantado el preguntar en los últimos días.

Traté de mostrarme totalmente comprometido con esas vacaciones mientras duraron. Nos acostamos cada noche, y salimos mucho a la playa. Fuimos a bares, a restaurantes de la zona, pero las veces que me quedé solo, volví mi atención al celular, que nunca sonó con una llamada de Sherlock. Incluso tenía un ringtone especialmente para él ahora que estabamos separados. Le había puesto la novena Sinfonía de Beethoven, pero la única vez que la escuché mientras estábamos allí fue en el televisor del cuarto de hotel. Reaccioné a ella de todas maneras, y completé la mitad del camino hacia el celular antes de darme cuenta de que la música obviamente no era la de mi celular.

Mientras estuvimos en esas vacaciones idílicas, los casos de Greg salieron en las noticias de vez en cuando, pero en ninguna ocasión en que estuve viendo las noticias, el nombre de Sherlock apareció, mientras que sí lo hizo el de Greg. Al séptimo día, de hecho, lo llamé a él, sin poder creer que no se me hubiese ocurrido antes.

“-No, no he tenido ninguna participación de Sherlock en los casos. No ha sido realmente necesario, aunque normalmente me llama cuando está buscando distracción.

-¿Qué hay de Mycroft? ¿Has hablado con él?

“-Sí. Con él sí... he hablado.

-¿Dijo algo de...?

Me quedé callado, allí hablando junto al ventanal que daba a la playa, cuando vi a Mary salir por la puerta del baño. Tenía el cabello mojado y me miraba de manera elocuente. Mi expresión de preocupación por Sherlock ya era cosa registrada en su memoria. Mary siempre sabía que era acerca de Sherlock, y durante la luna de miel no había puesto buena cara ante nada que se relacionase con él. Y la entendía: se supone que la luna de miel fuera acerca de nosotros dos. Yo estaría igual si Mary anduviese preocupada por... Quizá por Janine. Sin embargo, mi relación con Sherlock no encajaba en una ecuación con la de ellas dos. Simplemente no encajaba.

Tragué, viendo a Mary desviar la mirada.

“-No. No ha dicho nada de Sherlock -dijo Greg por el celular.

Hubo una pausa. John prefirió cortar. Sin embargo...

“-De hecho, sí lo ha mencionado. Dijo que... Sherlock sólo ha dejado Baker Street un par de veces. Ya sabes que lo vigila.

-¿Dos veces?

Di un suspiro, atribulado. ¿Se la había pasado encerrado en Baker Street por siete días? Maldito Sherlock, podía apostar que no había comido nada bien.

“-Hey, pero no creo que sea nada de lo que preocuparse. Tal vez sólo está intentando aclimatarse.

-¿Aclimatarse? ¿A... a qué podría estar intentando aclimatarse?

“-Tú sabes a qué, John. No me hagas decirlo. Incluso Donovan está preocupada.

Me quedé callado, sopesando lo que estaba pasando. Luego me dije: sólo ha sido una semana. No puede ser tan grave.

-OK, Greg. Gracias.

“-De nada. Cualquier noticia, me comunicaré contigo.

-Gracias.

Sonreí amargamente, y corté. Mary ya se estaba vistiendo. Me miró elocuentemente, pero no dijo palabra, excepto cuando me invitó a desayunar en el restaurante del hotel. Yo acepté.

-No lleves el celular, ¿sí? Para desconectarte un poco -me sugirió.

Dudé por un momento. Vi la tensión en su cara, por lo que asentí.

Tenía que hacer de esto perfecto. Por ella. Por Mary.

 

Sin embargo, luego de tres semanas sin poder comunicarme con Sherlock y sin tener el valor de yo mismo ir a Baker Street, ya no me sentía nada bien. Estaba preocupado hasta los huesos.

Comencé a irme al trabajo en bicicleta, y encontré esos minutos de soledad bastante refrescantes. Me dí cuenta de que poner distancia entre Mary y yo se estaba convirtiendo en una rutina agradable. Obviamente no pude ver esto como una buena señal. Algo no andaba bien conmigo, y después de un mes me daba cuenta de que Sherlock seguía atascado en mi pecho como un alfiler.

¿Qué habías hecho conmigo, Sherlock? ¿Me habías dicho cosas tan sinceras para luego dejarme para siempre? No es lo que hace un amigo, un ser humano... ¿Cómo pude pensar que eras el Mejor Hombre, que serías un padrino adecuado?

¿Qué pensabas cuando hiciste ese voto de protegernos a mí y a Mary siempre? ¿A mí...?

¡¿Por qué no contestas el teléfono, maldito idiota?!

Idiota...

 

Sherlock

 

No sé en qué momento caí en esto de nuevo.

Los días empezaron a pegarse el uno al otro. Luego de días de estar encerrado dentro de este sitio, ya no sabía la medida del tiempo. Y ese hundimiento sólo hacía las horas de lucidez más dolorosas.

Ya ni siquiera los casos eran una distracción suficiente. Había resuelto casos simples en la segunda semana de autocompasión inútil, incluido uno para Janine, quien decidió de algún modo, quedarse en el departamento. A veces yo volvía, a veces no, pero comúnmente nunca me enteraba de cuanto tiempo había estado fuera, especialmente con un objetivo tan importante como Magnussen en la mira, un objetivo que me había dado una razón suficiente para poder borrarme.

La parte positiva es que ya no lloraba. La carencia de sentimiento era refrescante. Todo parecía menos importante cuando estaba en ese estado del pensamiento y el sentimiento, la corporalidad. Todo parecía más pequeño. Veía la verdad, que los seres humanos nos preocupamos de cosas realmente innecesarias, cosas sin importancia, como los amigos, los amores... el corazón mismo. Cuando me ponía aquello en las venas, mi corazón se empequeñecía, John se empequeñecía, ya no dolía que estuviera allí conmigo sin estarlo en realidad, que extrañase la rutina de su presencia en Baker Street, su ignorancia, sus rasgos inusuales.

John lucía como un perro. Un pekinés quizás. Siempre me había seguido a todas partes, yo había caído en el error de tenerlo por cosa segura, de creer que estaría allí siempre, pero no debía dar por asumida a la gente. Eso no se hacía, no si quería mantenerme limpio.

Esa mañana volví a Baker Street. Me preocupaba que Janine estuviera llamando mucho la atención de la señora Hudson. Esta ya se había mostrado sorprendido por la presencia de una chica en mi departamento. Y es que la señora Hudson sabía que me gustaban otras cosas, entre las cuales no estaba Janine. Janine, por su lado, parecía ignorarlo, a juzgar por su comportamiento.

El permanecer drogado en ese sitio abandonado también servía como excusa para escapar del mismo Baker Street. La remoción del sillón del interior de 221B no fue suficiente para extirpar el recuerdo de John del departamento. El departamento era John ahora, lo cual era terriblemente gracioso dado que sólo había estado allí por tres años, mientras que yo lo había estado mucho antes que él. No tenía ningún sentido. Ahora incluso el espejo se parecía a él. Era como si su cara se hubiese quedado calcada en el reflejo para siempre.

No hagas eso... La mirada... No te mires en el espejo con cara de 'Ambos sabemos qué está pasando aquí'...

Cuando llegué a Baker Street esa mañana y me miré en el espejo, pude oírlo diciendo eso. Sólo que no estaba el sillón para completar la escena, en la cual John había estado sentado sobre él. El que el sillón hubiera sido trasladado no ayudaba para nada a que los recuerdos no siguieran viniendo a mi cabeza, como si se tratasen de algo memorable. No eran memorables en lo absoluto. Eran recuerdos triviales de momentos triviales. Todo tan cotidiano, normal, común y corriente, hasta que recordaba las noches compartidas corriendo por la calle en busca de un asesino. Esas noches sí eran memorables, y John... John estaba en todas ellas.

Maldito seas, John.

Me bañé y entré en toalla a mi cuarto, donde Janine estaba durmiendo.

-¿Qué harás con el cuarto de John? Lo estás pagando, ¿no? -dijo Janine de repente, tras pensar que estaba profundamente dormida.

Estaba desnudo. Me quedé de una pieza, considerarlo las implicaciones de aquella intimidad no deseada. No obstante continué, subiéndome los boxers. Janine no podía obligarme a hacer nada. Me volteé a mirarla, y la vi con esa sonrisa pervertida por toda la cara.

Recordé a John cuando lo atajaba en esas, lo cual sólo pasó una vez ya que las próximas siempre fui más cuidadoso: su cara era un poema, tratando de mirar a otra parte casualmente. Todos los hombres hacían eso, incluso los heterosexuales como él. Sólo Mycroft era la falta a la regla, por cosa de que eramos familia y porque nunca tuve mucho pudor de pequeño, sólo por el gusto de disgustar a mamá.

-Lo seguiré pagando -dije.

-Ven aquí -me dijo, alargando los brazos hacia mí.

Fruncí el ceño.

-No te tocaré inapropiadamente -aseguró.

Accedí, y tras colocarme la camisa, fui y me acosté en la cama, apoyando la cabeza en sus piernas como ella había indicado que hiciera. Comenzó a abrocharme la camisa, mientras yo trataba de ser agradable con ella. Tenía que seguir simulando que la quería allí en la casa.

-Mary llamó -dijo, haciendo una mueca de susto- . Fue a verme a casa. Vio que no estaba allí y le expliqué que me estaba pasando unas vacaciones en 221B.

-Ah.

No hice ningún otro comentario. Me pregunté si se lo habría comentado a John. Para mis adentros esperé que sí. Sabía que no tenía sentido sacarle celos, de hecho tener a Janine allí en casa tenía parte de razón para eso, lo cual era totalmente absurdo, ya que John nunca reaccionaría en consecuencia. Pero confíaba en que Janine no sería discreta y le contaría a todo aquel que estuviera interesado. Su affair con Sherlock Holmes... ¡Já! Ni siquiera nos habíamos besado.

-No creo que le haya dicho a John -dijo Janine, entonces.

Si ella lo decía... Janine conocía a Mary bastante bien.

-¿Dónde vas cuando no estás aquí? ¿Debería preocuparme? -preguntó, pellizcándome una mejilla.

-No. Todo está bien -dije, enderezándome.

Janine pasó su mano por mi espalda, y yo me quedé sentado en la cama para darle en el gusto. Los próximos minutos estuvo rascándome por debajo de la camisa, mientras yo cerraba los ojos, a gusto. Janine no hizo ningún movimiento más lejos de eso, pero me besó en la mejilla una vez hubo terminado.

-Hueles a crema de cabello -me dijo, mientras me seguía vistiendo.

-Es una crema de peluquería. Recomendación de la señora Hudson.

-Lo noté. Ella lleva el cabello impecable.

Se quedó en silencio, mirándome con descaro.

Janine disfrutaba el mirarme. Tenía entendido que le era atractivo a las mujeres. Todo cambiaba, claro, cuando me olían de cerca y se daban cuenta de que olía demasiado bien. Algunas captaban el significado de esto, otras no. John estaba entre los que no, pero eso no era extraño para nada, pues los hombres heterosexuales solían ser así de ciegos.

O tal vez John no aplicaba estereotipos. Sonreí levemente al pensar en esto, mientras me abrochaba los zapatos.

Me di cuenta de que empezaba a sentirme mal de nuevo, y di una inspiración profunda y urgente. Sólo unas horas más y podría volver a enterrarse en el olvido temporal.

 

 

 

 

 

 

 


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