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Under the Christmas Tree por HaePark

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Notas del fanfic:

El exceso navideño tiene toda la culpa de esto.

Notas del capitulo:

Espero que les guste *-*

Shiroyama Yuu miró a su compañero con una sonrisa plasmada en el rostro.

—Rei, tú aún no has pedido nada.

Los ojos de Uke Yutaka y Takashima Kouyou se fijaron en el bajista, quien enrojeció tras la tela de la bandita que cubría parte de sus rasgos. Sus largos dedos dejaron la copa de champán sobre la mesa y miró a sus amigos, uno por uno. Finalmente su mirada se fue a detener en el árbol de Navidad, que habían engalanado los cuatro juntos con espumillón, bolas y pequeños papa Noeles, con motivo de las fiestas.

—¿Un deseo? —Akira se llevó la mano al mentón y se lo frotó, pensativo. —Quiero nuevas cuerdas para el bajo—pidió sin apenas pensárselo.

Kouyou soltó una risotada.

—¿Vas a desperdiciar tu deseo de este año en eso?

Akira frunció el ceño con contrariedad.

—Vamos, Rei, piensa algo divertido—lo instó Yuu, quien minutos antes había pedido que Uruha cortara con Yomi y comenzara a salir con él, lo que había desatado una oleada de carcajadas generales.

—Puedes pedir que Kai se acueste contigo—propuso Kouyou, por seguir ya la constante marcada por las estupideces pedidas por los demás.

Uke le propinó un empellón al guitarrista.

—Creo que prefiero a otra persona—Akira enarcó una ceja.

—¿A quién? —los otros tres se acercaron al bajista con los ojos abiertos como platos. ¡Cotilleo!

—A nadie en particular. Dejaré que la magia de la Navidad decida—rió sardónico—A ver si papá Noel me deja un atractivo uke envuelto en cinta roja mañana bajo el árbol.

Kouyou sacudió la cabeza con incredulidad, Yuu rió y Uke se bebió el resto del champán de su copa. 

Permanecieron un rato más, entre champán y comentarios, hasta que el sueño comenzó a hacer mella en ellos. Cuando ya habían exhalado todos un mínimo de ocho bostezos, Uke propuso que se fueran a dormir.

Guardaron lo que había quedado de champán y dejaron los platos sobre el fregadero de la cocina. Akira fue a habilitar el cuarto de invitados para sus compañeros y extrajo un colchón de debajo de su cama para Yuu. Después, se retiraron cada uno a sus respectivas habitaciones y prácticamente se quedaron dormidos nada más tumbarse sobre sus mullidos colchones.

Al día siguiente, Yuu despertó el primero. Entre bostezos, fue a ducharse y a prepararse.

Tras comprobar que sus compañeros seguían absortos en el mundo de los sueños, se dispuso a preparar él mismo el desayuno. Bajó las escaleras que daban al salón, y lo primero que hizo nada más pisarlo fue mirar el árbol de Navidad de Reita.

Sonrió.

—Mala suerte, Akira, papá Noel no te ha dejado ningún uke bajo el árbol—musitó para sí con ironía.

Se retiró a la cocina y comenzó a preparar el desayuno para sus compañeros.

El segundo en despertarse fue Kouyou, que lo primero que hizo a su vez fue despertar a Uke. Entre quejas, el batería despertó y fueron a ducharse.

El último fue Reita, que tras ver que el baño estaba ocupado, se encaminó al piso de abajo con paso somnoliento y frotándose los ojos.

—Buenos días, Aoi—lo saludó al asomarse por el marco de la cocina.

No disimuló su sorpresa al ver que Aoi estaba preparando el desayuno. Yuu no solía mostrarse tan servicial. Lo achacó a la magia de la Navidad, y así se lo comentó al mayor.

—Hablando de la magia de la Navidad, tu deseo no se ha cumplido.

Akira se quedó unos momentos sorprendido, y entonces recordó lo que había pedido la noche anterior. Y soltó una cantarina carcajada. Apenas lo traía en la memoria ya; pues lo había dicho bajo los efectos del cansancio y del alcohol y había habido una noche de buen sueño de por medio.

—El tuyo tampoco—dijo para picarle.

Yuu hizo una mueca sardónica y fingió arrojarle una manzana a Reita mientras éste se escabullía rápidamente del marco de la puerta y, riendo, volvió al salón.

Se dejó caer sobre el sofá y sus ojos viajaron, inconscientemente, hacia la parte inferior del árbol de Navidad. Se imaginó que una mañana se encontraba allí a un uke atado y rió. Se quedaría tan sorprendido que no sería capaz de reaccionar. O lo achacaría a una especie de allanamiento de morada.

Sin embargo, le resultaba más probable que un día él encontrara a un uke bajo el árbol de Navidad que el que Uruha dejara a Yomi para salir con Aoi.

Aunque entonces él no podría saberlo, algún tiempo después, Uruha aparecería a media noche frente a la puerta de Aoi, en medio de una lluvia torrencial, y se arrojaría a sus brazos para confesarle su amor. Pero aún quedaba suficiente tiempo para eso como para que Uruha aún ni pudiera imaginarse que algo así llegaría a suceder.

Si alguien se lo dijera ahora, el guitarrista se reiría.

Cuando Uke y Kouyou salieron de la ducha, Yuu anunció que el desayuno estaba listo, y con exclamaciones de júbilo, el batería y el guitarrista bajaron velozmente por la escalera. Akira hubo de posponer la ducha para después de comer y los acompañó a la mesa.

—¿Tenéis mucho que hacer hoy, chicos? —preguntó el bajista mientras se servía zumo de naranja.

—Yo descansar—Uke era el que peor llevaba las resacas.

—Yo tenía planeado pasar hoy el día con Yomi—a Akira no le pasó desapercibida la expresión de repugnancia intensa que adoptó Yuu.

—Yo supongo que iré a ver a mis familiares—dijo el mayor de los cuatro—te llamaré esta noche, Akira.

Akira asintió y se dispuso a asumir la perspectiva de pasar el día de Navidad solo. Hacía ya varios años desde que sus padres, su única familia, habían fallecido en aquel accidente de tráfico del que solo había resultado ileso él. Desde entonces, Akira había vivido de manera solitaria, aunque no sufriendo por ello porque su carácter no se prestaba a hacer muchos amigos. Su  única familia eran ahora sus compañeros de The GazettE.

Desayunaron hablando entre ellos de los planes para aquel día y los siguientes. Hablaron del grupo, que seguía en busca de un vocalista, y pusieron verde a la empresa entre chistes y chanzas.

Después de desayunar, los chicos ayudaron a Akira a lavar los platos antes de despedirse.

—Estamos en contacto—le dijeron a Akira mientras se alejaban por el sendero de nieve que separaba la casa de la puerta de la finca—¡Feliz Navidad!

Akira se despidió de ellos agitando la mano.

—¡Feliz Navidad!

Los siguió con la mirada hasta que hubieron desaparecido de su campo visual. Entonces, exhaló un largo suspiro y regresó al interior de la casa.

Cerró la puerta tras él y permaneció unos instantes en el descansillo, pensativo, pensando en qué hacer.

Resolvió ducharse primero, y elegir actividad después. Volvió a subir las escaleras que llevaban al piso de las habitaciones y entró en el baño. Cerró la puerta y se desvistió mirándose al espejo.

Acto seguido, se dispuso a darse una ducha larga y relajante. Cerró los ojos bajo el chorro, mientras sentía como a causa del agua los mechones de cabello mojados se pegaban a su rostro. Se acarició el cabello sinuosamente. Cuando vio que iba a quedarse dormido, cogió el gel de ducha y se vertió abundante cantidad sobre la palma de la mano. Se lo restregó por el cuerpo y disfrutó de la relajante sensación de sentir cómo iba desapareciendo la suciedad de su piel. Se aclaró y salió de la ducha sintiéndose bastante más cómodo y despejado.

Se cubrió con una toalla y se encaminó a la habitación de nuevo para ponerse un pijama limpio, ya que no tenía ninguna intención de salir de casa ese día.

Afuera no paraba de nevar.

Se puso un pijama grueso con estampado de ositos, uno que le había regalado, con muy mala intención y simplemente por la satisfacción de ver qué cara se le quedaba a Reita al ver el regalo, Uruha el año anterior por su cumpleaños. Nunca se lo había puesto, obviamente, pero aquel día se encontró con que no le quedaban más pijamas limpios.

Una vez enfundado en la prenda con la que confiaba que nadie lo viera jamás, se dirigió al salón para ver un rato la televisión y leer algún libro. Ah, las mañanas relajantes en soledad…tan tranquilas…

Pero aún no había puesto el pie en el primer escalón cuando su sistema nervioso comenzó a ser invadido por una sensación extraña, de alerta. Como la que solía sentir cuando intuía que algo no funcionaba bien. Su latido cardíaco se aceleró, y otro tanto hizo su respiración. Sacudió la cabeza para disipar su recelo; era evidente que toda la casa seguía en calma. No se oía ni un ruido.

Bajó por la escalera, y a cada paso que daba, se acrecentaba su impresión de que algo no marchaba como debía marchar.

Cuando se encontraba descendiendo el último tramo de escalones, escuchó un ruido que le puso todos los pelos de punta.

Era un ruido ahogado, estrangulado, y como amortiguado por algo. Provenía del salón.

Desde donde se encontraba él en ese instante veía un reducido ángulo del salón; los rojos sillones, la chimenea sobre la que se encontraban las fotos de sus padres y de sus amigos, sus estanterías repletas de libros, y una fracción del sofá. La escena, acariciada por rayos de la luz pálida de una mañana apacible de invierno, era tan familiar que le costaba asociar los ruidos con ella.

Pero volvió a oírlos. Y eran reales. Tuvo la certeza de que no se los estaba imaginando y aceleró el paso. Corrió escaleras abajo y atravesó el trecho que las separaba del salón en dos zancadas. Abrió de golpe la puerta y se asomó al interior.

—¿Qué suc…?

Entonces, el mundo pareció paralizarse durante un segundo. De la absoluta sorpresa. Un pitido chirrió en sus oídos y se prolongó al tiempo que un sudor frío comenzó a brotar de sus poros. La imagen que se extendía ante sus ojos se coloreó con una iluminación aún más brillante, aturdida. Absurda.

Se quedó completamente paralizado durante aproximadamente unos diez segundos. No fue capaz de procesar ni un solo pensamiento, ni siquiera: ¡¿QUÉ COÑO ES ESTO?!

Cuando recuperó, de golpe, la consciencia sobre la situación, sí lo gritó:

—¡¿QUÉ COÑO ES ESTO?!

Los ojos del chico no supieron responderle, y estaba amordazado.

Akira parpadeó. No se atrevió a acercarse más al árbol, bajo el cual lo aguardaba su presente de Navidad. Un chico de unos veintitantos años, menudo de cuerpo y pálido, propietario de unos grandes ojos azules y un cabello rubio muy exótico para tratarse de un oriental. Se encontraba atado de una manera peculiar, las piernas flexionadas contra el pecho y las manos sobre la cabeza. Las ataduras eran de color rojo, idéntico al de la cinta que se usa para decorar los regalos de Navidad, y era una misma soga que partía de sus tobillos para culminar en sus muñecas, atravesando su torso, su cuello y sus brazos. Una obra maestra del bondage, para ser precisos.

El chico lo miraba con los ojos muy abiertos, Reita podría decir que casi suplicantes. No los miró mucho. Se dio inmediatamente la vuelta y permaneció unos agónicos instantes con los ojos fijos en las losas del suelo, respirando pesadamente. Intentando asumir la situación sin volverse loco.

No creía en la magia de Navidad. Pero acababa de descubrir que era ciertamente peligrosa.

El chico volvió a emitir aquellos quejidos ahogados y Reita cerró los ojos, tratando de serenarse.

Entonces se volvió, muy, muy lentamente, hacia el chico.

Comprendió que no le quedaba más opción que desatarlo y quitarle la mordaza. Así el chico podría explicarle de dónde venía y qué demonios hacía atado y desnudo bajo su árbol de Navidad. Después le dejaría algo de ropa y lo acercaría con su moto de vuelta a su casa. Inmediatamente una vez perdido de vista al chico, Reita volvería a casa y se acostaría para no despertarse hasta llegado año nuevo. El estrés a causa del nuevo álbum que estaba confeccionando The GazettE debía de ser el responsable de aquella alucinación. Desde luego, debía de serlo.

Se acercó al joven lentamente, sin disimular algo de temor. Entonces se agachó junto a él y comenzó a desatarle los tobillos. Luego, hubo de desatarle las rodillas. Trabajó hábil y rápidamente, pues la cercanía al cuerpo desnudo del muchacho entregó a su corazón alas de nuevo. Se mordió el labio inferior apenas perceptiblemente y deseó que el chico no se diera cuenta de que estaba hiperventilando. Por favor, ¿Qué clase de situación era esta?

El nudo de sus muslos se resistió y entonces hubo de subir al siguiente.

Pero el mundo volvió a colapsar en un mini-infarto cuando vio que el próximo nudo se encontraba atado en torno a su…digámoslo en japonés vulgar, que suena menos impactante…chinchin. Obviamente, este órgano se encontraba hacia arriba, describiendo un semi arco poco pronunciado sobre su estómago, y exhibía un color rojizo al encontrarse constreñido por la soga, que era aún más roja.

Reita saltó hacia atrás como si la mera visión de aquello le quemara.

El chico gimió y Reita vio con desespero como sus ojos se cubrían de lágrimas. Joder, ¿Qué iba a hacer? Eso le pasaba por desear ukes bajo el árbol de Navidad.

En cuanto acabara aquella pesadilla, cogería el móvil y llamaría inmediatamente a Yuu. A ver qué cara se le quedaba al descubrir que, al final, papá Noel sí que había tenido consideración con su deseo.

Se saltó aquel nudo y pasó directamente a desatarle las manos y a quitarle la mordaza de la boca. Una vez liberado, el chico se incorporó lenta y pesadamente y se quitó él mismo las ataduras restantes, mientras que jadeaba y evitaba ahora deliberadamente el mirar a Reita.

Reita se apartó de él. Siguió sus movimientos unos instantes, hasta que la curiosidad le pudo y musitó:

—Etto…¿Hola?

Los azules ojos del chico volvieron hacia él, aunque no se giró. El nudo de su chinchin se resistía bastante.

—Ho…hola—contestó el rubio.

Reita parpadeó.

—¿Quién eres y qué haces en mi casa?

—Me llamo Takanori Matsumoto—contestó, su respiración se tornó errática mientras trataba de desatar el nudo de ahí. Joder. Reita no quería saber el por qué el chico se encontraba excitado, pues intuía que la razón lo traumatizaría bastante, pero si no desataba esa parte ya pronto se encontraría en un problema aún más serio. Debía ser bastante doloroso tener una erección constreñida de esa forma. Reita se lo imaginó e hizo una mueca. El tal Takanori prosiguió:—Respecto…a lo que hago…aquí…bueno, supongo que tú tendrías que saberlo. Yo desperté…aquí.

Reita entornó los párpados. Rezó a todas las deidades japonesas por que al chico no le hiciera falta su ayuda para liberarse la chinchin. (¿O el chinchin? N. del A.)

—¿Cómo que despertaste aquí?

—Desperté…aquí. —repitió.

Akira sacudió la cabeza.

—No me convence.

—Él…me dijo que estabas solo. Y me trajo…para hacerte…compañía…como tú habías…—jadeó—…deseado. Creo.

—¿Él?

—Sí, él.

—¿Papá Noel?

Takanori frunció el ceño y negó con la cabeza. Pero no añadió nada más.

—Oye…¿Puedes…ayudarme?

A Akira se le vino el alma a los pies. Estuvo a punto de sacudir la cabeza, espantado, pero entonces comprendió que si él despertara desnudo, excitado, y atado, en casa de un desconocido, agradecería sin duda un poco de ayuda.

—Supongo que no tengo más opción. Quédate quieto.

Fue el momento más incómodo de su vida. Tuvo que agarrar la erección de Takanori con una mano mientras con la otra purgaba por desanudar la delgada cuerda. Takanori arqueó la espalda y emitió un gemido ahogado cuando la mano de Reita empuñó su miembro. Akira trató de ignorar su reacción, pero él mismo comenzó a sentir tironcitos en las ingles.

No. Ahí y entonces no, suplicó.

Pero el universo se había empeñado en reírse de Akira Suzuki aquel día. Movió un poco el miembro de Takanori con la intención de encontrar un mejor ángulo para desatar el nudo, pero solo consiguió que los rosados y gruesos labios de Takanori emitieran un nuevo jadeo.

—Lo siento—susurró, con las mejillas arreboladas y la mirada fija en su propio pecho para evitar mirar a Reita—no puedo evitarlo.

Akira parpadeó y se obligó a sí mismo a seguir con el trabajo. Le resultaba imposible contener el latido de su corazón acelerado, que reverberaba por todo su cuerpo con una intensidad de la que probablemente Takanori estaría siendo consciente también. Joder, qué situación tan incómoda. Reita maldijo a papá Noel, o a quien fuera el culpable de la apurada situación en la que se encontraba, en su cabeza.

—Takanori—musitó Reita—¿Cuándo has llegado ya estabas…—cabeceó en dirección a la entrepierna del chico de la manera más elocuente que pudo—…así?

Takanori se mordió el labio inferior, avergonzado.

—Sí.

—Y…¿Te duele estar…así?

—Bastante.

Akira inspiró pesadamente.

—Pero dijiste que me ayudarías, ¿No? —inquirió el rubio.

Y Akira soltó todo, todo el aire que habían retenido sus pulmones de golpe. Encaró a Ruki con los ojos desorbitados:

—¡¿Qué?!

—Te pedí que me ayudaras y me dijiste que no tenías más opción.

—¡Pero…me…me refería a desatarte! —replicó, entre aspavientos, el arisco bajista —¡No a lo otro!

Entonces Takanori frunció el ceño, perplejo, como si no comprendiera algo de la circunstancia.

—Perdóname si esta pregunta suena muy indiscreta, pero…¿Por qué le pides a la magia de la Navidad un uke si luego no lo piensas ukear?

A Reita se le vinieron los siete cielos encima. Se cubrió el rostro con las manos y cerró los ojos fuertemente contra éstas, de pronto se sentía muy, muy cansado. Trató de sosegarse.

—Lo pedí a modo de broma. ¡Evidentemente! ¿Crees que estoy tan desesperado?

Ruki lo miró fijamente a los ojos durante unos instantes. En sus ojos brillaba una expresión de repentina diversión por su pregunta encubierta por una faz totalmente inexpresiva. De pronto, el chico alargó un brazo y tocó, tímidamente, apenas presionando las yemas de los dedos, el miembro de Reita por encima del pantalón. Lo palpó, comprobó que estaba duro y apartó la mano.

Miró de nuevo a Reita, quien se había emitido un quejido y se había quedado boquiabierto y patidifuso por su descaro.

—Mhh…¿Diría yo…que sí? —sonrió Takanori con petulancia.

—¡Pues no! —exclamó Akira y se puso en pie de un salto. Salió del salón dando un portazo tras él, molesto con papá Noel, con Aoi, con Kai, con Uruha, con el novio de Uruha, con la PSCompany, con Ruki y con él mismo. Molesto con todo el mundo, subió la escalera, entró en su habitación y cerró la puerta dando un portazo tras él.

En el salón Ruki se quedó mirando al sitio donde segundos antes había estado Akira. Negó con la cabeza. Terminó de desatarse a una velocidad sorprendentemente veloz teniendo en cuenta que Reita y él llevaban sus buenos quince minutos intentándolo infructuosamente.

Ruki subió la escalera con cuidado, procurando que los viejos tablones de madera no chirriaran bajo su peso. Su sombra se proyectaba contra las paredes al reflejo del sol matutino, y contra la impoluta pared del pasillo de Reita resultaba muy similar a cualquier iconografía del dios Min.

(Dios egipcio equivalente a Pan en la mitología griega, que siempre se presentaba “erecto”. N. del. A)

Tocó suavemente con los nudillos la puerta de Reita. Pegó su oído a la superficie, pero no oyó respuesta proveniente de dentro. Volvió a llamar. Al no obtener contestación una tercera vez, abrió la puerta.

La habitación estaba oscura y las persianas bajadas. Gracias a la mortecina luz que se filtraba desde el pasillo iluminado, Ruki pudo ver que Akira estaba en su cama.

Con un gritito de júbilo, el menor se arrojó sobre Akira subiéndose a horcajadas en su abdomen. Entonces, el bajista abrió los ojos, sobresaltado.

—¿Tú otra vez? ¿Qué quieres?

Takanori se percató de la rudeza de su tono de voz y perdió instantáneamente todo el aplomo.

—Entiendo. —se apartó de él.

Akira frunció el ceño. Se conmovió al ver su entristecida expresión y se incorporó en la cama para encararle y preguntarle:

—¿Qué sucede?

Takanori se había sentado en la orilla de la cama y describía círculos sobre las sábanas con el dedo índice.

—He comprendido lo que sucede.

—¿Qué sucede?

—Tú pediste un uke por Navidad, pero el que te ha llegado no te gusta y por eso no quieres ni tocarlo. Lo entiendo. Me iré y le diré a él que te traiga otro uke más atractivo.

Reita enarcó una ceja.

—¿Qué dices? No quiero otro uke—tener a Takanori ya le parecía lo más similar a una vívida pesadilla.

—¿Entonces te gusto?

—¡¿Qué?! ¡No!

—¿Entonces te disgusto?

—¡No!

—¡Entonces te gusto! —y, con recobrada felicidad, Takanori se arrojó sobre Reita y le cubrió el rostro de besos.

En menos de un segundo, la parte anatómica traidora de Reita volvió a confabularse contra él y, Takanori, que estaba situado justo encima, lo notó.

—¿Otra vez?

Descendió una mano por el pecho de Reita hasta su entrepierna, y la tocó con más firmeza que la primera vez. Akira exhaló un quejido ahogado y colocó sus manos sobre los hombros de Ruki con la intención de apartarle. Pero cuando la mano de Ruki comenzó a deslizarse por la entrepierna de Reita, acariciándola y propinándola ligeros apretones, su determinación se fue tan lejos como su cordura.

En cambio, agarró a Takanori por las caderas y le susurró, suplicante:

—Para. Esto no tiene ningún sentido.

Takanori solo lo miró como si no comprendiera, mientras introducía su mano bajo el pantalón de Reita para tocarle directamente sobre la piel.

Akira jadeó. La mano de Takanori subía y bajaba como una llamarada de fuego cálido por su piel sensible. Arriba, y acariciaba sus testículos, deslizaba la yema del pulgar sobre la intersección entre ellos con un acierto que hizo al bajista delirar. Y bajaba, donde tocaba el extremo del glande de Reita, torturando su pequeña punta.

Las manos de Reita temblaban a ambos lados de la cadera de Takanori, quien sonreía. Para él, la situación resultaba divertida. Para Reita, la más extraña en la que se hubiera encontrado jamás.

Ruki se acomodó sobre el abdomen de Reita. Mientras con una mano lo masturbaba más duramente, introdujo la otra bajo la camiseta de Reita y la subió hasta su pecho.

 Reita boqueó y jadeó:

—¿Qué pretendes con esto?

Ruki se encogió de hombros.

—Es divertido. ¿No crees?

Reita sacudió la cabeza con exasperación. No logró reunir fuerzas para empujar a Takanori cuando este acarició con la yema del índice la parte sensible de su pezón, estimulándolo, y dándole toquecitos arriba y abajo con la uña después. Una vez se puso erecto, pasó al otro, donde repitió la operación.

Para entonces, el miembro de Reita echaba chispas, y el bajista comenzaba entrever que si aquello proseguía no tardaría en venirse.

Esa idea fue lo que le dio el suficiente coraje como para agarrar la mano masturbadora de Takanori con ambas suyas y detener su delirante movimiento.

—Ya. ¡Para!

—No. ¡Ahora no! —un vistazo al miembro de Takanori le bastó para ver que estaba tan erecto como él.

Entonces, a Reita se le antojó que había adoptado hasta entonces una posición muy sumisa frente al que se había auto denominado, a fin de cuentas, su uke. Lo consideró injusto para el rubio, y humillante para él, y su reacción fue empujarlo hacia atrás sobre el colchón y acorralarlo contra la cama.

Agarró sus brazos y los situó por encima de su cabeza para así dejarlo completamente inmovilizado. Acto seguido, el bajista se colocó a horcajadas sobre las piernas del rubio, que, sumisamente, se dejaba hacer todo lo que Reita quisiera.

Se miraron un momento a los ojos. Los de Ruki brillaban de expectación, al verlos, Reita prefirió apartar la mirada antes de que sus mejillas se tiñeran de rojo carmín.

Se concedió él entonces el lujo de tocar a Takanori, de deslizar la mano libre por su menudo cuerpo. Le arrancó cortos suspiros a cada acción, no sobreexagerados ni contenidos. Simplemente sinceros. La inocencia totalmente carente de puerilidad de Takanori fue lo que encendió por completo a Reita.

(Reita no es un pedófilo, aunque sin duda puede parecerlo. ¡Tampoco es un violador! N. del. A)

Acarició las blancas y finas piernas de Takanori. Se le antojaron constituidas de manera escultural y recubiertas por la seda más fina que existiera. Sin pizca de vergüenza, Ruki las pasó en torno a la cintura de Reita, quedando así sus cuerpos entrelazados.

Reita sujetó a Ruki del trasero, atrayéndolo contra sí para originar más fricción entre sus caderas unidas. Al sentir las fuertes manos de Reita cerrándose en torno a sus nalgas, Ruki se encendió y comenzó a frotar su desnudo miembro contra el de Reita, aún recubierto por la fina tela del bóxer.

A Reita comenzó entonces a darle vueltas toda la escena; a marearse bajo el efecto del delicioso placer que Ruki hacía brotar por todo su cuerpo y extenderse al resto de sus terminaciones nerviosas. Akira besó a Takanori por todos lados, lo acarició y estimuló sus zonas sensibles hasta que sintió que al mínimo roce más, el pequeño uke se vendría sobre él.

Y Reita no podía aguardar ni un segundo más a estar dentro de él.

Le ofreció entonces dos dedos a Takanori. Los apoyó sobre sus labios:

—Chúpalos—le instó.

Y Ruki entreabrió entonces sus rosados labios. Reita introdujo sus dedos en la cálida cavidad y sintió como la rojiza y vivaz lengua de Ruki los lamía de forma sinuosa, incitante. Reita sintió un tirón en las ingles más demandante.

La lengua de Ruki deslizándose a lo largo de sus dedos hizo que Reita comenzara a sentir renovadas oleadas de calor, y su miembro casi comenzó a dolerle de la necesidad. Ruki había tenido razón en el fondo, estaba desesperado.

Cuando consideró los dedos suficientemente lubricados, los escabulló entre las nalgas de Takanori. El menor arqueó la espalda al sentirlos rozando su diminuta entrada, y Reita tuvo que contener un gemido de la impresión que le provocaron las paredes del recto de Ruki cerrándose en torno a su dedo.

Estaba estrecho. Muy estrecho.

—No será tu primera vez, ¿No?

Ruki parpadeó cavilando sus palabras. Después se encogió de hombros. Reita iba a preguntarle cómo podía ser que no supiera si era su primera vez o no, pero entonces Takanori emitió un jadeo de dolor que distrajo su atención.

—¿Te duele? —sacó inmediatamente la punta del dedo de su interior.

—N…no, puedes seguir—contestó Ruki.

El menor relajó por completo las piernas y los muslos para evitar notar tanto la fricción. Volvió a sentir como los dedos de Reita lo penetraban y purgó por quedarse quieto. Fijó entonces sus ojos en Reita y suspiró. Era Reita. Confiaba en Reita.

Siguió con la mirada el flequillo de Reita, que le cubría los ojos, la bandita que ocultaba por completo su nariz, sus gruesos labios que tan agradables sensaciones habían provocado momentos antes sobre su cuerpo…su fuerte pecho, su abdomen bien formado, y aquello que en breves minutos metería en su interior. Se abrazó a sus hombros y le acarició el salvaje cabello mientras seguía con la cadera los movimientos de los dedos de Reita. Expandían su recto, se doblaban en su interior, buscaban abarcarle lo más profundo posible.

De pronto, un ramalazo de placer intenso partió de algún punto interno y se extendió al resto de su cuerpo. Sin poderlo evitar, se encogió cuanto pudo contra Reita y gritó.

—Lo encontré—murmuro Reita.

Ruki había cerrado los ojos y jadeaba contra el pecho del mayor.

—¿Estás listo?

Ruki asintió varias veces. Aquel impacto de placer tan fuerte lo había dejado un tanto aturdido, aunque era consciente de que en el fondo deseaba volver a sentirlo.

Por tanto, facilitó el que Reita se colocara sentado sobre la cama, con Ruki situado sobre su abdomen mirando hacia él. Reita lo agarró por las caderas, lo levantó, calculó el ángulo como si de un partido de béisbol se tratara, y bajó a Ruki, agradeciendo que el menor resultara ser tan ligero y manejable. Lo sentó sobre sí mismo, empalándolo con su erección.

Ruki apoyó su boca sobre el cuello de Reita y acalló un fuerte gemido mordiéndolo. El bajista comprobó con alivio que su miembro había entrado sin problemas y que la preparación había sido lo suficientemente efectiva como para que el recto de Ruki estuviera ya dilatado y lubricado.

—¿Puedes moverte?

Ruki asintió, deseoso.

Aferrándose a los hombros de Reita, comenzó a botar arriba y abajo sobre su miembro, auto penetrándose con fuerza, intentando llegar más adentro. El bajista le acariciaba la espalda, soltando quedos gemidos a cada penetración.

Ruki parecía hecho de fuego y suavidad. Sentía las paredes de su recto como anillos de calor clavándose en su miembro y haciéndolo delirar. Jadeó. Pellizcó los pezones de Ruki mientras este subía y bajaba, y el menor sufrió un estremecimiento que también sintió Reita, como si encontraran conectados.

Cada sensación así se multiplicaba por diez.

Ruki aumentó la velocidad de las embestidas. Se tensó, con el objetivo de hacerse más estrecho para Reita.

—Reita…—gimió—ya…ya…voy a venirme…

Akira empuñó el miembro de Ruki y lo acarició para ayudarle a ello. Entonces, Ruki arqueó la espalda, gimió, y su semen manchó las manos de Reita. Con el orgasmo, su cuerpo sufrió un espasmo de tensión. Las paredes del recto de Ruki se cerraron con fuerza en torno a la erección de Reita, constriñéndola y obligándole así también a él a eyacular. Y con un gemido que prácticamente se sumó al de Ruki, se vino en el interior de su recto.

Agarró a Ruki con fuerza contra él mientras se corría. El cuerpo del menor quedó flácido sobre el suyo. Se tendió sobre el colchón, con Takanori encima.

Reita cerró los ojos y jadeó mientras sentía las oleadas de placer post-orgásmicas recorrerle de arriba abajo. Cuando abrió los ojos vio a Takanori, aún empalado en su erección, sonriéndole.

—¿Fue bueno? —preguntó Takanori.

Akira ladeó la cabeza, sintiendo como se sonrojaba, y no solo por el calor o el esfuerzo.

Sintió sobre sí la mirada de Takanori durante largo rato, por lo que al final asintió.

 

 

Aquella noche, mientras Ruki dormía plácidamente sobre la cama de Reita, Akira bajó al salón para hablar con Aoi por teléfono.

—Ha sido un buen día de Navidad—le contaba Aoi—¿Tú que has hecho?

Akira se mostraba reticente a responderle: Encontré un uke como lo pedí debajo del árbol de Navidad y me lo tiré, por lo que prefirió contestar preguntando:

—¿Qué tal Uruha?

—Bien—contestó Aoi, y su tono se tornó algo más duro—con Yomi—añadió.

Reita no pudo evitar suspirar.

Sí, sonaba triste al oírlo, pero por aquel entonces era más sencillo que Reita encontrara a un uke bajo el árbol de Navidad que el que Uruha dejara a Yomi para fijarse en Aoi.

Notas finales:

HAHAHAHA, ¿Les gustó? ¿Un poquito? (??)Si les gustó déjenme por favor algún review *-*

¡FELIZ NAVIDAD!

 


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