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DIFICULTADES por Harcet

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Notas del fanfic:

Algunas Advertencias: OoC, exceso de romanticismo y/o cursilerías.

Notas del capitulo:

Primer capítulo. Los nervios me comen viva.
¡Espero disfruten la lectura! ♥

Era verano y los rayos del sol iluminaban hasta el rincón más pequeño de la calle, logrando incomodar a innumerables personas que transitaban cerca; algunas disfrutaban sentir el calor tocándoles la piel, otros simplemente se cubrían con alguna sombrilla y agitaban cosas sobre sus rostros, abanicándose inútilmente. Pero Mello era una de esas personas que adoraba sentir la calidez besarle las mejillas, y no buscaba algo para refugiarse de las llamas, es más; él las buscaba.

— Mello.

Mello podía oír los pasos que poco a poco perdían ritmo ante el insoportable ruido de los vehículos al pasar. Oía quejas y llantos de niños, oía a su amigo hablar y hablar acerca de la experiencia que tendrían a continuación. Y suspiró.

— Mello —abrió los ojos ante aquella voz que le interrumpía en sus recuerdos. Ladeó el rostro y encontró a Matt, curioso al mirarle a los ojos—, ya vamos a entrar.

Mello observó el gran muro blanco que separaba la enorme Institución de la carretera, contemplando lo impecable que se veía y la gran fila de estudiantes que esperaban en la entrada, frente a él. No le gustaba aquello, no le agradaba la idea. Y no era que no le gustase ayudar personas, él lo hacía cada que podía, pero no podía evitar preguntarse con frecuencia: ¿En realidad esas personas deseaban ser ayudadas?

—¿Estás nervioso? —le preguntó Matt, quien intentaba animar un poco a su amigo y amenizar un poco el ambiente.

—No.

El pelirrojo sonrió.
Y entonces, la fila empezó a “moverse”. Los estudiantes ingresaban por las enormes rejas con una gran sonrisa estampada en los labios, saludando cordialmente a las monjas quienes parecían darles una amable bienvenida a cada uno. Matt le sonrió a una de ellas mientras que Mello simplemente susurraba un “Buenas tardes” al caminar por su lado.

Por fin, la espera había terminado. La escuela se encontraba dentro y Mihael podía percibir el olor a medicamentos en lo que recorrían los pasillos. Sintió nauseas. Observó las paredes blancas con decoraciones azules, rozando las baldosas de cerámica con el hombro al notar uno que otro dibujo infantil pegado a ellas.

Los estudiantes empezaron a tomar diversos rumbos, esparciéndose como pequeñas hormigas dentro de aquel Centro luego de haber recibido alguna indicación del tutor, una que Mihael no alcanzó a oír.
Muchos lucían felices, obviamente eran personas que deseaban ayudar, animar o simplemente hacer pasar un buen rato a aquellos que más lo necesitaban. Pero Mello se sentía incapaz de lograr algo como eso, en realidad.

—Podemos hacer amigos aquí, ¿no crees, Mello? —le preguntó Matt, emocionado.

Éste, al notar que su amigo no mostraba interés, ganas o simplemente se decidía a no abrir la boca, lo tomó del brazo y lo llevó a una de las habitaciones.
Mello se limitó a seguirlo, a donde sea que se dirija, sin hacer algún gesto ni hablar, tampoco deseaba respirar.

Aquel Centro para Personas Discapacitadas desprendía un olor único que le molestaba la nariz, olía un poco a naftalina, a medicamentos y a cierta pizca de tristeza. Éste último, a pesar de no tratarse de un olor, podía percibirse con facilidad en la atmósfera, logrando incomodar al rubio hasta cierto grado, uno muy pequeño. Pero llegó a pensar que Matt podría encargarse de eso, como siempre solía hacerlo.

Ambos jóvenes miraron a su alrededor. Sus compañeros de clase charlaban con personas totalmente desconocidas, personas que poseían diversas discapacidades, entre ellos niños y hasta ancianos que parecían ser bastante agradables con sus animadores. Caminaron lentamente en búsqueda de alguna persona solitaria que aún no había encontrado a su “amigo”. Matt notó a una niña que, a pesar de encontrarse sola sobre su cama, observaba atenta a los demás con una hermosa sonrisa.

—Hola, preciosa —Matt se acercó a ella inmediatamente, sentándose en la orilla de aquel colchón cubierto por sábanas rosas. La pequeña giró el rostro hacia el pelirrojo, algo sorprendida por la sonrisa tan tierna que se molestaba en dedicarle—, ¿cuál es tu nombre?

La pequeña castaña le devolvió la sonrisa, mostrándole sus dientecitos de leche. Elevó una de sus manitos tan cerca como pudo al rostro del muchacho y le mostró lo que se encontraba escrito en su pequeña palma.

“Linda”.

Mello, quien había estado al lado de su amigo todo el tiempo, se sorprendió al apreciar aquello. Linda era sordomuda, una que, al parecer, sabía leer los labios a la perfección.

—Linda… —sonrió Matt. Cogió aquella manito con delicadeza, sacó algo del bolsillo de sus pantalones y colocó el pequeño detalle en ella —, ¿te gustan los caramelos?

La pequeña esbozó una enorme sonrisa al observar aquella envoltura reluciente entre sus deditos. Apretujó dicha golosina con emoción y la colocó sobre una de las mesitas que se encontraba al lado de su cama para luego observar como una de las enfermeras se acercaba.

—Hermosa, ya sabes que las golosinas… —la joven enfermera se detuvo y sonrió al notar como Linda hacía señas con las manos, algo agitada. Matt le miró sorprendido. ¿Habrá metido la pata? —Muy bien —respondió la joven, dedicándole una última sonrisa a ambos muchachos para luego alejarse con algunas toallas blancas en mano.

—¿Linda? — La pequeña rebuscó entre los cajones de la mesita, sacando una delgada libreta y un lápiz. Pasó con cuidado la primera hoja y le mostró a Matt lo que había escrito en ella.

“Los postres y golosinas son después de comer.”

No era necesario decir que para Matt había sido como encontrar oro, pues su rostro reflejaba claramente la emoción/sorpresa que sentía en aquel momento. Linda sabía leer y escribir, algo que muy poco solía presentarse en personas con aquella discapacidad. Por otro lado, Mello no se sorprendió tanto, pensaba que esa niña era más inteligente de lo que aparentaba.

—¿Puedes enseñarme a hacer eso? —preguntó Matt mientras hacía señas extrañas con las manos, cosa que hizo reír a la pequeña. Linda cogió las pálidas manos de Matt y empezó a armar como especies de figuras con ellas, moviéndolas de un lado a otro y a veces formando aquellas figuras ella misma con sus manitas para que su “amigo” pudiera conocer el lenguaje dactilológico.

Y así, Mello decidió que era hora de buscar a su “amigo” también. Pero, ¿dónde?
Dejó a Mail entretenerse con aquella niña –quien debía ser aquella que recibiera el entretenimiento, no Matt– y caminó entre las camas. Se dirigió a la puerta, traspasándola sin dudar y se encontró nuevamente solo en el pasillo. El lugar era más grande de lo que imaginó, y esto solo le hacía preguntarse a dónde diablos debía ir. No lo sabía.
Caminó desganado hasta llegar al final del pasillo, sintiendo como el calor le golpeaba en el rostro repentinamente, haciéndole entrecerrar los ojos. Había llegado a la cafetería y ésta obviamente se encontraba al aire libre, cosa que le fascinó. Observó cómo algunos de sus compañeros de clase compartían algo con los demás, ya sea un jugo, una galleta o lo que sea que se encontrara dentro de sus posibilidades.

La escuela había realizado una buena acción, pensó. La mayoría se encontraba a gusto, disfrutando de la (al parecer) agradable visita de aquellos adolescentes cuya misión era hacerles olvidar por completo las diferencias, problemas y demostrarles de algún modo el significado de la confraternidad.
No había sido tan malo después de todo.

Mello se dirigió hacia una de las mesas con la intención de sentarse al lado de una anciana que parecía estar sola. Perfecto. Pero aquella acción se vio interrumpida de pronto por el dolor que sintió en el brazo derecho, un dolor que le hizo girar instintivamente el rostro hacia aquel lado y, elevando ambas manos, logró apartar aquello –o a aquél– que había tenido la torpeza de chocarse con él. Porque para él, todos eran unos torpes.

—¡Oye! —recriminó el rubio al notar que se trataba de una persona —. ¡Fíjate por dónde caminas!

—Lo lamento.

Miró hacia abajo y notó unos enormes ojos grises clavados en su pecho. Los ondeados cabellos blancos parecían resaltar más que el atuendo que traía puesto aquel muchacho. Era blanco. Todo en él era blanco como la nieve. Impecable.

Mihael observó como el joven elevaba las manos hacia el aire sin dejar de apartar la mirada de aquel punto que había estado mirando por más de un segundo. Y se sintió mal. Por primera vez en su vida, Mello se sintió apenado.

—N-no importa —fue lo único que pudo relacionar con una disculpa indirecta ante una persona ciega. Sí, aquel muchacho era ciego, y Mello sintió pena por ello.

—¿Te he hecho algún daño? —preguntó el albino, sin apartar los ojos del pecho de Mello.

—No, tranquilo —contestó Mihael.

—Eres uno de los estudiantes que viene de visita, ¿no es así?

“¿No tiene un bastón o algo por el estilo?”  se preguntaba el rubio.

—Sí —respondió —. Soy Mello.

—Un gusto, Mello —dijo el menor, rodeó al rubio y empezó a caminar hacia el pasillo.
¿Qué había sido eso? ¿Acaso no se presentaría al igual que él?

—Oye —el albino se detuvo y Mello pensó bien en lo que iba a decir—. Déjame acompañarte, antes de que te choques contra la pared.

Y Near sonrió.

—De acuerdo.

Mello colocó las manos en los bolsillos del pantalón y se acercó a él, rozándole ligeramente el hombro.
Ambos jóvenes caminaron por el pasillo con una calma increíble. El rubio contemplaba como aquel albino elevaba una de sus manos y rozaba las frías baldosas de la pared con la yema de los dedos, enumerando las habitaciones en susurros para así poder encontrar la suya. Mello no podía evitar observar como sus pequeños labios se movían a cada palabra, con los ojos fijos en frente. No parecía un ciego, se dijo Mello. Parecía un niño jugando y paseando entre las habitaciones de aquel Centro. Y se preguntó si acaso ese niño contaba con amistades. Sintió una punzada en el estómago.

Al llegar a la octava habitación, el menor susurró un “ocho…” para luego adentrarse en ella. Mello siguió cada uno de sus pasos, atento a cada objeto que se encontraba sobre el suelo, cerca al albino.
Una vez dentro, Mello notó como una pelirroja cabellera se acercaba cada vez más rápido hacia donde se encontraba, desviándolo del camino. Las personas observaban a Matt desde sus camillas y se divertían al apreciar lo que veían, en cambio Mello se horrorizó al visualizar el rostro de Matt tan cerca al suyo que podía decirle cuántas pestañas tenía en cada ojo.

—Mello, a Linda le gusto —Comentó. Y Mihael pudo distinguir el extraño tono de preocupación en sus palabras. Frunció el ceño al contemplar el rostro de su amigo. Mello notó que los párpados de Matt estaban cubiertos por una capa de polvo color púrpura y sus mejillas exhibían un exagerado color rojo, sin mencionar que sus labios estaban maquillados del mismo color. Al parecer a Linda le encantaba pintar.

—Ya lo noté —respondió Mello mientras pasaba el antebrazo sobre el rostro del pelirrojo, ayudándole a librarse del maquillaje—, lávate la cara, Matt. Pareces un payaso.

Matt asintió mientras tomaba una de las toallas blancas que yacían sobre la mesa, al lado de la puerta. Miró a su amigo antes de dirigirse hacia los baños y le preguntó:

—Oye, ¿y encontraste a tu compañero?

Mello se quedó mirando a Matt por unos segundos antes de responder. Ladeó el rostro en dirección a las camas y encontró al albino hablándole a una de las enfermeras. Una rubia de ojos miel asentía al oír las palabras que el pequeño muchacho parecía soltar al aire. Mello contempló aquellos ojos oscuros por última vez y finalmente contestó:

—Eso creo.

Notas finales:

Espero no les haya parecido aburrido.
Si llegaron hasta aquí, ¡muchísimas gracias por leer! Se los agradezco desde ya.

Ésta demente ha publicado mucho por hoy. Cuídense muchísimo, les envío miles de apapachos y espero pasen un Feliz Año Nuevo ♥ de todo corazón.

¡Nos leemos!


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