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DIFICULTADES por Harcet

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Notas del capitulo:

¡Hola a todos! Espero se encuentren de lo mejor y hayan tenido un buen comienzo de Año♥

Les traigo un nuevo capítulo. Pero primero quiero agradecer con todas mis fuerzas a Tamashi♥ LunaArlert♥ Alexia_15♥ Berenice♥ y a Meyh♥ por sus bellos comentarios y los ánimos a continuar con esta tierna historia, se los agradezco mucho.

Espero les guste el capítulo. Nos leemos abajo.

Algunas Advertencias: OoC, exceso de romanticismo y/o cursilerías.

El cálido y armónico ambiente destacaba ahora a pesar de la apesadumbrada bienvenida que habían recibido los jóvenes tan solo minutos atrás. Resultaba increíble como en cuestión de segundos esos muchachos habían logrado sacar miles de sonrisas a esas personas con diversidad funcional, y eso daba la señal de que habían realizado un buen trabajo.

Mello estaba apoyado sobre la pared de la habitación, justo al lado de la puerta. Observaba al albino con una atención única, analizándolo por unos largos segundos más antes de acercársele. Caminó lentamente hacia él y, mientras se quedaba de pie a su lado, contempló aquel rostro pálido una vez más sin sentir algún tipo de pena, pues de todas formas, el menor no podría notar si se encontraba allí o no.
Mello no sabía que podía decirle, no tenía idea de cómo iniciar una conversación cuando los demás parecían ni esforzarse en hacerlo.

Naturalidad.

Y pensó que aquel albino tampoco aportaba mucho que digamos.

—¿Mello? —la agudísima voz de una de sus compañeras de clase le hizo sobresaltarse en su lugar, despertándolo inmediatamente de tan extraños pensares —, ¿qué haces ahí parado? ¿Es tu compañero?

Misa no era para nada una persona discreta. Todo lo contrario. Resultaba irritante en ocasiones su manera tan estridente de soltar las cosas, logrando que los demás simplemente desearan cubrirle la boca con cinta adhesiva o con lo que sea que encuentren cerca. Y Mello era uno de ellos.

Mihael notó como el albino giraba el rostro tras haber oído aquel escándalo, buscando aquella voz femenina. Y se sonrojó levemente al ser descubierto.

—Cállate —dijo, a sabiendas de que ya no podía hacer nada—, sí, es mi compañero.

Amane rió ante los gestos de su avergonzado amigo. La joven se acercó al menor y analizó su rostro, sus ojos y su hermoso cabello blanco. “Parece un ángel”  fue lo primero que pensó, sin saber realmente que otra persona había tenido el mismo pensamiento minutos atrás. Misa notó que era ciego en el instante en el que se acercó a él y no hizo absolutamente nada para apartarla, percatándose de paso que aquellos ojos tan serenos estaban clavados siempre en la misma dirección. La tierna muchacha sonrió ligeramente y volvió a erguirse.

—Su cabello es hermoso —dijo ella.

Mello frunció el ceño, preguntándose a qué se debía su repentino comentario ya que a Misa no parecía importarle realmente si el menor la había escuchado o no, y éste, al apenas oír la voz de la muchacha cerca, giró el rostro.

—El albinismo no es hermoso —comentó él, sin mostrar alguna señal de enojo o incomodidad. Ese joven lucía tan relajado que asustaba. Mello prestó atención a sus palabras—, es la razón por la cual nací así.

Ciego.

A Mello le pareció innecesario observar el rostro de Misa para saber que sentía lástima. Estaba completamente seguro que era así, y por alguna extraña razón empezó a repetir la palabra “albinismo” en su mente, como ecos extraños que le hacían despertar recuerdos que algo tenían que ver con aquella palabra. Lo primero que llegó a su mente fue la palabra “color”. Mello sabía que uno de los principales problemas del albinismo era la visión, ya que éstas personas tenían muy poco o quizá no llegaran a tener pigmento en los ojos, piel o cabello. Había leído sobre el tema años atrás, de esos libros gordos y empolvados de la biblioteca, aquellos que ya nadie se molestaba en buscar o limpiar siquiera.
Intentó concentrarse en las palabras exactas que había leído, aquellas letras impregnadas en tan desgastadas páginas, y logró recordar algo: recordó que aquel pigmento era denominado “melanina”.

Mihael clavó los ojos en Near, y llegó a la conclusión de que aquel muchacho –a comparación de otros albinos que parecían mostrar una ausencia parcial– él mostraba una ausencia total de dicha pigmentación. Y no pudo evitar preguntarse si acaso sufría también algún trastorno en la piel al notarle usar semejantes mangas. Pero era lo más probable.

Y entonces, un pequeño dolor punzante sintió en las costillas, uno que le hizo sobresaltarse para luego fruncir el ceño de inmediato. Gruñó ante el codazo que Misa le había propinado, observando los extraños gestos que la rubia hacía con el rostro, y por un momento pensó que se veía ridícula. No había que ser un experto para descifrar sus expresiones.

“Vamos, dile algo.”

Mihael rodó los ojos.

—Oye niño —le llamó desde su lugar, el albino giró el rostro una vez más—, ¿cómo te llamas?

Near.

La escandalosa muchacha suspiró ante su pregunta. Por otra parte, Mello pudo jurar que era el nombre más extraño que había oído jamás. Y de pronto, ambos jóvenes ladearon el rostro al mismo tiempo tras oír la delicada voz de una de sus compañeras de clase; Takada. La pelinegra se paseaba entre las camas buscando a su compañera, llamándola mientras cogía la pequeña mano de uno de los niños.
La rubia miró a Mello con increíble emoción y se acercó al menor por última vez.

—Tienes un bonito nombre, Near. Eres un pequeño angelito.

Y se alejó, dando pequeños saltitos.

Near se había quedado estático, al parecer las tiernas palabras de Misa le habían sorprendido. Sabía que aquel día recibirían la visita de estudiantes de alguna preparatoria, sabía que las personas internadas allí pasarían un momento agradable, posiblemente oyendo palabras tan bonitas como esas. Pero jamás pasó por su mente que alguien pudiera dedicarle algo a él. Cuánto daría por ver sus rostros, sus sonrisas sinceras al pronunciar palabras como esas. Cuánto deseaba hacerlo.

—Oye —dijo Mello, sentándose al lado del albino, descansando ambos codos sobre las rodillas—, respóndeme algo.

—¿Qué deseas saber, Mello? —preguntó Near, con los ojos fijos en el suelo, ignorando por completo el hecho de que aquel rubio se encontraba observándolo ahora. Pero, ¿cómo saberlo?, ¿cómo hacerlo?

—¿Eres huérfano?

Mello no sabía si había tocado un nervio, pero se arriesgó a soltar las interrogantes que despertaban cada vez más su curiosidad. Mihael no era de andar preguntando ese tipo de cosas, por supuesto que no… pero había algo, algo extraño en el albino le decía que aquella podría ser la excepción. ¿Había alguna diferencia? Se preguntaba. ¿Por qué el hablar con una persona ciega podría ser su excepción?

—Lo soy —respondió el menor con suma calma. Y Mello volvió a preguntar:

—¿Los… conociste?

Near se quedó en silencio por unos segundos antes de responder. Aquellas eran preguntas que nunca alguien se había molestado en hacerle.

—A mi madre, sí —dijo, y Mello suspiró.

Yo también.

Para Near, fue una verdadera sorpresa el descubrir que su “compañero” era huérfano al igual que él, y más al oírlo de la voz de aquel joven que calificó como grosero en el momento en que tropezaron. Seguramente solo sentía lástima, pensó. Sentía lástima como todo el mundo.
Ambos se quedaron callados. Mello observaba a las personas en aquel cuarto, buscando algo interesante a qué prestar atención. Recorrió aquel cuarto con la mirada, percatándose entonces de algo que lo desconcertó por completo. Pues allí, sobre la mesita de noche del albino yacía un libro. ¿Qué hacía Near con un libro?

—Oye — el menor ladeó el rostro una vez más, en señal de que estaba al tanto de sus palabras—, ¿por qué tienes ese libro?

Una pequeña sonrisa se dibujó en los labios de Near, quien estiró un poco el brazo, palpando la mesa y buscando aquel libro con una de sus pálidas manos. Abrió el libro con delicadeza y cogió una pequeña tarjeta que usaba como separador. Justo en la mitad. Mello se sorprendió por la rapidez con la que encontró aquel pedazo de papel, preguntándose de que diablos se trataba, ¿algún recuerdo? ¿Amuleto?

—El libro era de mi madre —confesó Near mientras rozaba sus páginas, como si se tratase del cristal más débil.

—¿Y qué es…? —Mello no esperó a que el muchacho le entregara aquella tarjeta por voluntad propia, él simplemente la cogió de su frágil y pálida mano. No le importó en lo absoluto si le recriminaba o no. Y lo que encontró fue suficiente para detener cualquier movimiento suyo y mantenerse así, inmóvil de por vida. Mello estaba sorprendido, es más; se había quedado helado.
Aquella tarjeta decorada con tonos turquesas y antiguos diseños dorados muy hermosos, mostraba a simple vista la imagen de un bello ángel. El arcángel número 48 en la lista de los 72 “coros angélicos”, los famosos ángeles de la guarda.

—Según una de las enfermeras, lo dejó para mí —dijo Near, colocando el libro a un lado de la cama—, pero me es imposible apreciar lo que dice.

Mello sacudió la cabeza con disimulo, meciendo de un lado a otro sus largos y hermosos cabellos rubios. Estaba asombrado, tanto que ni se había percatado de que alguien se encontraba llamándole por su nombre, su verdadero nombre. Quién mejor que Matt para hacerle volver a la realidad con sus escandalosas palabras.

—Hey, sigues aquí —sonrió el pelirrojo al acercarse, portando sus típicos goggles con el rostro impecable ésta vez. Matt observó al serio muchacho que se encontraba al lado de su amigo, y decidió ser cortés—. ¡Oh, hola!

Pero a comparación de Misa, Matt no se había percatado de la discapacidad de aquel albino, sintiéndose un tanto ridículo al haber estirado la mano en su dirección, esperando recibir aquel apretón que imaginó y que jamás llegó.

—Idiota —soltó Mello. Matt empezó a reír y Near se sobresaltó.

—¡Vaya! Pero claro, que tonto soy… ¡Es un placer! Mi nombre es Mail, pero puedes llamarme Matt.

—Un gusto, Mail —saludó el menor con los ojos fijos ésta vez sobre Mello, quien se había perdido en ellos por un momento. Nadie jamás se había atrevido a mirarle tan fijamente como ese niño o simplemente posar los ojos sobre los suyos. Si tan solo pudiera verle…

Una agradable conversación se dio entonces entre Matt y Near, y un Mello que no dejaba de analizar ambos lados de aquella tarjeta entre sus dedos, anonadado. Mello podía sentir un fuerte apretón en el pecho, uno que le provocó escalofríos luego de una extraña sensación de calidez en el estómago. Y vaya que le resultó extraño, pues llegó incluso a pensar que podría estar enfermo.

Los minutos pasaban y el horario de las visitas había concluido. Los estudiantes empezaban a ponerse de pie y muchos se despedían de sus nuevos amigos, entregándoles algún presente, tarjeta o simplemente propinándoles un hermoso abrazo de despedida. Matt y Mello se pusieron de pie entonces, dedicándole unas últimas palabras a Near, quien agradecía por aquella conversación tan entretenida y colocaba el libro sobre la mesa con cuidado.

—Cierto, ten —dijo Mello mientras tomaba una de las mangas del albino, alzándola para poder colocar la pequeña tarjeta en su delgada mano. Y Near la apartó de golpe.

—Quédatela —soltó de pronto, sorprendiendo una vez más al rubio—, tú podrás apreciarla mejor que yo.

—Oye, ¿me estás regalando…?

—Puedes considerarlo un regalo, si lo deseas.

Mello no dijo nada. Le estaba regalando el único recuerdo que tenía de su madre, ¿quién regala cosas como esas? Pensó que tal vez, al no poder apreciar lo que en ella había, el albino sentía pena, tal vez sentía nostalgia, podría hasta sentirse inútil… o tal vez no deseaba conservarla, así de simple. Pero no podía hacer más preguntas por más que lo deseara, pues ya era hora de marcharse.

Ambos estudiantes se despidieron de los presentes en aquella habitación y se apresuraron en alcanzar a sus demás compañeros.
Una vez fuera, las enormes rejas se abrieron y las monjas demostraban su agradecimiento en grandes y afectuosos abrazos a los tutores.
Finalmente, los jóvenes se despidieron y aguardaron al lado del transporte escolar, formando una gran fila para ingresar al vehículo que los retornaría a la escuela.

Mello no dejaba de observar aquella carta en lo que esperaba la fila avanzase, sintiendo por momentos como sus compañeros le pisaban los talones haciéndole soltar uno que otro gruñido. Decidió contemplar por última vez el número 48 que se encontraba estampado en la parte superior, apretando disimuladamente los párpados mientras sostenía aquel pedazo de papel. ¿Casualidad? ¿Coincidencia? ¿Qué demonios había sido eso? No es que no creyera en esas cosas, pero el simple hecho de encontrar algo así en un lugar al cual estás aparentemente destinado a ir, había sido aterrador.

Mihael leyó una vez más el nombre de aquel ángel tan hermoso que se encontraba en la parte inferior para después guardar la pequeña tarjeta en su bolsillo, respondiendo al llamado de Matt desde donde se encontraba. Rozó por última vez  la dorada brillantina que desprendían aquellas letras en su bolsillo y subió al bus con una extraña sensación en el pecho, una que, al parecer, estaba dispuesta a no dejarlo tranquilo por un buen rato.

 

“N° 48 - Ángel Mihael.”

Notas finales:

Y fin de la historia.

...

Nah, mentira. ¿Creen que podría dejarlo así? ¡Qué loco! Ya sabrán qué vendrá luego, ¿Se volverán a encontrar? ¿Cómo lo harán? ¿Qué es lo que siente Mello? ¿Matt se dejará pintar una vez más en su vida? Jajaja, espero les haya gustado (:

Nos leemos pronto, ya saben que... con confianza♥ Esta demente los quiere con todo su corazón♥ Apapachos.


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