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El Hilo Rojo por HarukaChan

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Notas del fanfic:

*Los personajes no me pertenecen, son creación de Danny Antonucci, pertenecientes a la serie Ed, Edd y Eddy.

*Es un one shot. ¿Qué quiere decir esto? Que solo tendrá un solo capítulo.

*Está centro en la pareja KevinxEdd (Es la primera vez que escribo sobre ellos)

*La trama es original, no tiene nada que ver con la serie. 

*Espero les guste~

 

Edd se encontraba sentado, degustando un café con leche en su cafetería favorita. Centró sus orbes azules sobre la taza, no entendía por qué justamente en esos momentos recordaba lo que había pasado tiempo atrás, cuando abandonó su ciudad natal para irse a la capital, donde la mejor educación lo estaba esperando. ¿Por qué tenía que pensar en eso nuevamente? Justo cuando había creído que sus pesadillas desaparecían, el pelinaranja volvía a sus recuerdos como un huracán, arrasando todo lo que había construido con tanto esfuerzo. El prometedor científico no hizo más que suspirar con pesadez.

–Fue hace mucho tiempo... ¿Cuánto ha pasado? ¿4 años? Éramos unos niños en ese entonces, no sabíamos lo que hacíamos... Sí, esa es la razón... –murmuró, tratando de convencerse de que lo que en ese entonces había ocurrido no era más que una tontería entre dos niños. Suspiró de nuevo, sintiendo su cuerpo extrañamente pesado ante el recuerdo.

 

~~~Flashback~~~ Hace 4 años en la ciudad natal del azabache.

 

–¡¿Por qué mierda tan lejos?! –gritó el pelinaranja mientras aferraba con sus manos, las ajenas. No podía creer lo que el idiota de doble D le estaba diciendo. ¿Cómo que se iría? Claro que no, no podía irse y dejarlo allí. ¿Quién se creía?.

–K...Kevin... Me lastimas... Suéltame... –tembló el ojiazul mientras bajaba la mirada. Había estado esperando una oportunidad como esa desde hace mucho tiempo. No podía perderla por encapricharse con ese apuesto chico de orbes esmeraldas. –Kevin... Yo... Quiero hacerlo... Si quiero progresar debo ir y tomar la oportunidad que se me ha presentado... Así que.... Por favor no intentes detenerme.

Kevin maldijo en voz baja y lo soltó e golpe. –Entonces nada te importa más que tu carrera. ¡Eres un nerd patético! ¡Lárgate de mi vista, estúpido doble D! –anunció el chico con total molestia. En realidad le importaba mucho que no pudiese detenerlo. No quería que ese estúpido se fuera, no quería pues desde hacía un par de meses estaban saliendo.

El cuerpo de Eddward tembló levemente. Hacía mucho tiempo que no escuchaba al contrario llamarlo de esa manera. Se mordió el labio, inesperadamente le dolía. Sabía que el amor era una reacción química ocasionada en su cerebro, pero eso no evitaba que sintiera que había herido seriamente el pelinaranja. –Kevin... ¡Lo siento! –y sin aviso previo empezó a correr hacia el lado contrario, derramando las lágrimas que nunca pensó derramar. Sabía que el otro no iría tras él, y eso era lo que peor lo hacía sentir.

–Adiós, Edd... –murmuró en silencio, jurando que esa sería la última vez que iba a enamorarse de alguien.  Lo vio alejarse, queriendo estirar su mano y tomarlo. Pero sencillamente no lo haría. Iba a dejarlo marchar, y que hiciera lo que le diera la gana. Él ya no tenía nada que ver con ese idiota. Una mentira más se había susurrado en su mente: “lo olvidaré”.

 

~~~Fin del Flashback~~~~~~~~~~

 

Doble D suspiró con lentitud mientras terminaba su café, y se levantaba. Botó el envase en la papelera de reciclaje y se retiró hacia la universidad. A pesar de que era sábado, tenía algunas cosas que preparar para una exposición. El frío natural de la estación hizo que metiera sus manos en los bolsillos y mirara hacia abajo. No quería mirar a la cara a nadie innecesariamente. Su profesor le decía que debía de ser tan tímido, pero era más fácil decirlo que hacerlo. Tomó el tres hacia la estación que daba dentro de la universidad. Y se tardó unos 30 minutos. Caminó rápidamente hacia la biblioteca hasta que una voz lo hizo detenerse en seco: “Hola, idiota”.

Edd volvió por inercia, queriendo creer que había sido su imaginación dándole falsas esperanzas, pero no. Allí estaba... Kevin. Con sus orbes esmeraldas fijos en él, con una sonrisa ladina que le robaba el aliento. Había crecido, estaba más alto... Su musculatura era ahora evidente, y su fuerte pecho ahora era más ancho, al igual que su espalda. –h... Hola, Kevin.... ¿Q...Qué haces aquí? –murmuró con voz temblorosa.

–Conseguí una beca por deporte. Voy a estudiar aquí a partir del lunes. –anunció con serenidad. Notó que el contrario seguía ocultando su cabello con ese horrible gorro, pero él no tenía mucha moral para quejarse, pues seguía usando su gorra como un amuleto de buena suerte. Con sus agiles orbes recorrió el cuerpo ajeno, detallando su delgada y débil complexión. Había muchas cosas que nunca cambiaban.

–¡Oh!... E... Eso es maravilloso... Felicitaciones... –no se atrevía a mirarlo a la cara, por lo que mantuvo su mirada fija en el suelo. Le temblaban las piernas, y sentía que su corazón iba a salirse de su pecho de un momento a otro. No podía creerlo, ahora él estaría allí, estarían estudiando juntos en el mismo lugar, se cruzarían posiblemente a diario. Su corazón no soportaría eso... –Y... Yo... –no, no podía enfrentarlo. Así que definitivamente iba a huir. Pero antes de que pudiese salir corriendo una gruesa mano tomó con fuerza su muñeca.

–Esta vez no puedes irte. Así que ni lo pienses. –declaró el pelinaranja muy seguro de sus palabras. Haló suavemente al contrario hacia él, y rodeó con su brazo la cintura ajena. No había podido olvidarlo, no lo odiaba por haber seguido sus sueños. En esos momentos solo podía pensar en lo feliz que se sentía de volverlo a tener entre sus brazos, pues sus sentimientos no habían cambiado en todo ese tiempo. Eso debía ser obra del destino, que tenía preparado un reencuentro para ambos.

El menor no pudo si no desviar la mirada hacia un lado, totalmente avergonzado. Kevin debería estar enojado, molesto, era lo que se esperaría. En cambio, allí estaba, reteniéndolo para que no huyera nuevamente... –Kevin... Esto no es correcto... Estamos dentro de un campus... –murmuró intentando escapar de la incómoda situación en la que él mismo se había pesto al intentar escapar.

–No hay nadie... Es sábado, sólo los ratones de biblioteca vendrían aquí en fin de semana. Así que pensando en eso, la mayoría debe estar dentro ya –lentamente acarició su cintura. Y sus orbes esmeraldas se quedaron fijos en los zafiros ajenos por un momento. Él nunca se había encaprichado con alguien como con el azabache. Pero lo quería, y como cualquier niño rico, lo poseería. No había nada en el mundo fuera de su alcance, así que Eddward no sería la excepción.

–Aun así... –la voz del azabache era suave, casi como un susurro. Pensó por un momento en sus posibilidades de escapar, pero eran casi nulas. Kevin era más fuerte, más alto, más rápido. Él era solo un intelectual, por lo que sus habilidades físicas eran muy por debajo del promedio normal. Suspiró lentamente. –Lo mejor es que no nos acerquemos el uno al otro... No quiero herirte de nuevo Kevin... Y tampoco puedo renunciar al futuro –anunció con serenidad, intentando parecer lo más serio posible.

–No estoy preocupado por eso, ahora también estoy aquí. Además, no voy a pedirte que renuncies a nada. Así que no ignoremos la voluntad del hilo rojo que el destino forjó para nosotros. –anunció el chico de cabellos naranja y gorra roja mientras con sus labios buscaba los ajenos. El azabache no tardó en corresponderle, e inevitablemente lo considero como una indicación de que siguiera adelante con sus acciones. Igual no pensaba detenerse.

–Kevin... –el azabache le dedicó una sonrisa, y sin poder contenerlas, unas lágrimas rodaron por sus sonrojadas mejillas. No podía evitarlo, incluso después de aquel “adiós”, había estado esperando por el ojiverde, pues su corazón nunca había latido por nadie como lo había hecho por Kevin. Puede que fuese un bruto en todo sentido, pero siempre sabía que decir para hacerlo abandonar toda lógica y razón. Él no era de aquellos que creían en el destino, mucho menos en casualidades. Después de todo, la ciencia era capaz de darle la satisfacción que buscaba cuando una pregunta nueva surgía. Pero en esos momentos, puede que si creyese que el destino estaba jugando a su favor.

–Oh. No llores, ni que te estuviese diciendo que voy a morir –declaró, volviendo a besar al pelinegro en los labios. Le sonrió ladinamente después de separarse, y susurró a su oído. –Vine para tenerte, así que no te dejaré huir de mí. Pequeño idiota –sintió el cuerpo ajeno estremecerse entre sus brazos, y de inmediato le mordió el lóbulo de la oreja. Se separó un poco, para elevar el mentón ajeno con su dedo índice. –Ahora sé un niño bueno y dime que no vas a dejarme.

Ante aquella voz autoritaria, asintió, no tenía ninguna buena excusa para negarse. Era eso lo que había estado esperando ¿No? Un reencuentro que le diera la oportunidad de pedir disculpas. Sí, una oportunidad para recuperar lo que había abandonado para seguir adelante hacia su meta. Sus mejillas estaban totalmente sonrojadas, y su corazón latía rápidamente. –Kevin... Lo siento, lo que pasó en ese entonces... De verdad, siento haber escapado... La verdad es que temía aceptar mis sentimientos... Temía dejarme llevar por esas reacciones químicas que azotaban mi cerebro, y hacer algo de lo que me arrepentiría...

–Edd, idiota. –declaró el contrario. Tomó su mano, y lo haló para dirigirse hacia la entrada de uno de los edificios. No podía esperar más, iba a tomarlo allí mismo. Toda ansiedad por haberse separado de él, había desaparecido de un momento. Claro, aquel ratón de biblioteca era suyo. Todo suyo, y por ello solo él tenía el derecho de meterse con el ojiazul. Una sonrisa traviesa cruzó sus labios ante la idea de golpear a cualquiera que se metiera con doble D. Sabía que luego de defenderlo, el peligro le agradecería con una tímida sonrisa, y esa idea lo hacía pensar que cualquier cosa valía la pena.

–K... ¿Kevin a dónde vamos? –preguntó el menor con evidente nerviosismo, no podía evitarlo. Después de todo estaban en la universidad, el pelinaranja no pensaría llevarlo a algún lugar solitario para realizar un encuentro sexual ¿O sí?...  De inmediato se llevó la mano al pecho, donde se encontraba su corazón, que latía demasiado rápido. ¿Se trataba de arritmia? No, claro que no... Era producto de la emoción que sentía en esos momentos, entremezclada con el nerviosismo evidente.

–Qué pregunta más tonta, eso ya debes saberlo muy bien... Estoy buscando un salón desocupado. –anunció, dedicándole una mirada de reojo al azabache. Continuó caminando, sin soltar la mano ajena, que sujetaba muy bien. Por fin encontró un salón abierto, y al entrar trabó la puerta para evitar interrupciones innecesarias. Definitivamente estaba muy clara la intención que tenía con doble D. Con lentitud se sentó sobre el escritorio y atrajo al azabache para que se quedara de pie entre sus piernas.

–Eres tan impaciente... –murmuró el ojiazul mientras bajaba la mirada, podía sentir la erección de Kevin contra su abdomen, lo que  evitaba que su sonrojo no disminuyera. –¿Sabes?... Los salones no están para que los alumnos tengan relaciones –se quejó el pelinegro mientras era acallado por el profundo beso que el pelinaranja le estaba dando. Era distinto a los demás... Más intenso, pasional, húmedo... Sintió la lengua ajena entrar a su boca, y no pudo hacer más que ceder su lengua. Estar entre aquellos fuertes brazos, hacía que se “derritiera”.

–¿Quién dice que no? Te sorprendería la cantidad de personas que lo usan para eso... –una sonrisa burlona cruzó los labios del deportista, que lentamente acariciaba la espalda del pelinegro. Sabía lo sensible que era ese pequeño tonto, y que con esos toques lograría la estimulación necesaria. Sus grandes manos se introdujeron por debajo del suéter negro que el menor usaba, y pronto lo subió para quitarlo. La falta de protesta por parte del ojiazul, lo hacía sentirse aún más decidido.

–Y...Yo lo digo... –se estremeció levemente. E intento contener sin éxito el gemido que brotó de sus labios. Era casi inútil resistirse ante las eróticas caricias que el mayor le daba a su ahora desnuda espalda. No podía evitar empezar  a sentir que un ardor placentero quedaba en las zonas que las manos del pelinaranja tocaban. –Ah~... K... Kevin espera... –intentó detenerlo, aunque sabía que tales esfuerzos serían inútiles. El pelinaranja no era de los que se detenían luego de haber comenzado algo.

Kevin sentía que su ansiedad aumentaba y lo que estaba por ocurrir era inevitable. Volvería a tomar al nerd como suyo, lo marcaría como parte de su territorio, y pobre aquel que intentara si quiera mirarlo con lascivia. Bajó sus manos lentamente, acariciando la suave piel de los costados ajenos. Sin previo aviso, apretó los glúteos del pelinegro, provocando que un hermoso gemido escapara de los labios ajenos. No tardó mucho más en desabrochar el pantalón del ojiazul, y le dedicó una sonrisa. –Termina de desnudarte –exigió.

–K... Kevin... Deberías bajarle a tu libido –murmuró el azabache mientras con timidez dejaba caer su pantalón, y luego con manos temblorosas repetía la operación con sus calzoncillos.  Era realmente vergonzoso pensar que iba a terminar haciendo el amor con el pelinaranja en uno de los salones en los que veía clases. Con lentitud se agachó para doblar los pantalones y dejarlos a un lado, pero antes de que tuviera oportunidad de continuar con las demás prendas fue atraído por el mayor.

Suspiró lentamente mientras con sus manos le sujetaba el rostro al contrario. –Nada de ponerte a ordenar, relájate, nadie se muerte por un poco de sucio. –observó complacido la cara horrorizada del ojiazul, definitivamente necesitaba eliminar ese impulso obsesivo por la limpieza que el contrario experimentaba. Rápidamente ese pensamiento abandonó su mente, pues sus orbes se centraron en la erección del más bajo. –Mira quien hablaba sobre libido...

Las mejillas de Eddward estaban totalmente cubiertas por un suave tono carmesí, que se intensificó ante las palabras del contrario. Sus brazos lentamente se subieron hacia la camisa del mayor y con lentitud empezó a desabotonar uno a uno los botones. Cuando por fin el amplio pecho del deportista quedó descubierto, no pudo contenerse y lo acarició con lentitud. Definitivamente ese chico podía hacerlo sentir seguro con solo estar allí, era increíble.

El ojinaranja le dedicó una sonrisa ladina al azabache que lo miraba sonrojado. Bajó su mano para bajar el cierre de su pantalón y desabotonarlo. Se levantó para poder dejar caer la prenda sin cuidado alguno, y después hizo lo mismo con su ropa interior. Tomó al ojiazul de la cintura, apegando sus cuerpos y besando sus labios con intensidad. En la primera oportunidad introdujo su lengua en la boca ajena, para empezar a rosarla con la del menor. Al sentir las manos del contrario su espalda, sonrió para sí mismo, parecía que volvían a los viejos tiempos.

Su cuerpo reaccionó de inmediato ante el beso, y se aferró a la espalda del pelinaranja, temiendo que fuese a irse muy lejos. No podría perdonarse volver a dejarlo, menos después de tanto tiempo separados. Pero el hecho de que ninguno de los dos perdiera los sentimientos que tenía por el otro, hacía de esa unión todavía más especial. Puede que lo que había sentido cuatro años atrás no fuese un juego de niños. Sabía que amaba a Kevin, y podía suponer que por la forma en que el ojiverde lo miraba, el sentimiento era mutuo.

Suavemente deparó el beso, acariciándole descaradamente el trasero al pelinegro.  Por la mirada de reproche que le dedicaba, pudo suponer que la idea no le estaba agradando mucho, pero los gemidos que brotaron después, disiparon cualquier duda. Con lentitud alzó al menor para subirlo a la mesa. –Voy a hacer que tu cuerpo vuelva a experimentar el placer, que seguramente olvidó. –la sonrisa de Kevin era juguetona, casi burlona, pero el ojiazul no apartaba la vista de esas preciosas esmeraldas, y el mayor lo sabía. Sabía perfectamente que el idiota no había cambiado en nada. Y eso era lo que más adoraba.

–¡Ah! K... Kevin... E... Espe... ¡Ahh!~ –un fuerte gemido brotó de sus labios al sentir como un dedo entraba en su interior. Intentó relajarse, pero el dolor provocó que pequeñas lágrimas rodaran por sus mejillas. Kevin no tardó en empezar a estimularlo con movimientos circulares, lo que causó que sus gemidos empezaran a volverse más constantes y sonoros. Hacía demasiado tiempo que nadie lo tocaba de esa manera, y no podía evitar sentir un inmenso placer que recorría su cuerpo.

–Ya he esperado cuatro años... ¿No te parece suficiente? –murmuró, fijando sus orbes oscurecidos por el deseo sobre los ajenos. Con su mano libre separó un poco más las piernas del menor, antes de insertar un segundo dedo; que de inmediato empezó a mover. Continuó estimulándolo, cada vez con más rapidez. Los gemidos que el contrario dejaba escapar eran música para sus atentos oídos, que no quería perderse ninguno de los eróticos sonidos que el ojiazul hacía. Lo excitaban.

–Ahh~ Ah~  –sus labios no podían contener los fuertes gemidos que brotaban uno tras otro de su garganta. Cerró sus orbes zafiro mientras sus manos le servían de sostén en la mesa, para no terminar de recostarse en ella. Podía ver aquel brillo de lujuria reflejado en los ojos del pelinaranja. Sabía que él también estaba sumamente ansioso, pero no le parecía nervioso. Al contrario, Kevin parecía saber exactamente lo que estaba haciendo, y eso de alguna manera lo hacía sentir una extraña presión en su pecho. ¿Eso era lo que llamaban celos? No lo descartaría.

–Eso pensé... –anunció en voz ronca. Sencillamente ya no podía más con su libido, y retiró los dedos del interior ajeno, para sin previo aviso reemplazarlos por su erecta hombría. Sintió como el azabache se estremecía con fuerza ante su entrada, y lo sujetó con lentitud de la cintura para evitar que se moviese mucho.

Las lágrimas volvieron a correr por sus sonrojadas mejillas ante aquella forzada entrada del mayor en su interior. Con lentitud buscó con sus brazos el cuello ajeno, aferrándose al pelinaranja con fuerza.  Sus gemidos volvieron a hacerse presente con las primeras embestidas del ojiverde. Eran fuertes, pero pausadas. –Ahh~ Ah~ ¡Ahm!~  –su cuerpo había olvidado aquella sensación casi por completo. El placer era algo abrumador, sentía que podía desmayarse inclusive.

No podía explicar la felicidad que le daba poder apreciar el rostro tan lascivo que el ojiazul le estaba mostrando. Era algo digno de ver. Empezó a aumentar el ritmo de sus embestidas, buscando incrementar el placer que el menor experimentaba. Quería que disfrutara tanto del coito como él lo estaba haciendo. Puede que no fuese la reconciliación que había planeado, pero esto era mucho mejor, pues significaba que el ratón de laboratorio volvía a ser suyo. Apretó lentamente el trasero del azabache, provocando que este rodeara con las piernas su cintura.

Las estocadas empezaron a volverse más profundas, marcadas, provocando que el azabache gimiera aún con más intensidad. No podía controlar sus reacciones, bueno, en su situación ¿Quién podría?. –¡Ahh!~ ¡Ah!~ ¡Kevin!~ –el nombre del ojiverde brotó como un gemido fuerte y sonoro de sus labios. Lo quería, lo adoraba, lo amaba... Lo había amado hacía cuatro años, y cuatro años después lo seguía amando con la misma intensidad.

Definitivamente el menor quería que se corriera pronto, pero después de haber tenido que recurrir a la masturbación para auto complacerse; el interior ajeno le parecía lo mejor que había tenido en mucho tiempo. Jadeaba levemente, y una fina capa de sudor cubría su ancha espalda. Sencillamente no podía contenerse, por lo que siguió embistiendo con fuerza, haciendo la constancia de las embestidas más seguida.

Doble D se aferró con mayor fuerza al cuello ajeno, pues sentía que el orgasmo se acercaba. Y en efecto, un fuerte espasmo lo invadió cuando el clímax llegó, provocando que se corriera, manchando con su semen su abdomen y parte del ajeno. Como consecuencia del punto máximo de placer, su interior se contrajo, llevando al contrario al orgasmo también.

Inevitablemente al clímax llegó también para él, llenando con su espesa y cálida esencia el estrecho interior del ojiazul, que tembló entre sus brazos. Maldición, qué adorable rostro era el que le mostraba. Jadeó pesadamente, intentando recuperar el aliento mientras le acariciaba la cintura con suavidad para ayudarlo a relajarse, aunque en verdad no creía que sirviera de mucho. –Edd, esto es sexo de reconciliación ¿No? –murmuró mientras una sonrisa ladina se formaba en sus labios.

–K... Kevin, tonto... –sus mejillas se tiñeron nuevamente de un intenso carmesí por lo que se ocultó con lentitud en el pecho ajeno. Jadeaba intensamente, pues su corazón latía demasiado rápido, bombeando sangre por sus arterias y venas, provocando que su consumo de oxigeno fuese mayor al necesario. Lentamente intentó recuperarse, dejando que las caricias que el ojiverde le daba, lo calmaran un poco. –E... Estamos saliendo de nuevo... E... Eso es obvio... –susurró tímidamente.

Una sonrisa satisfecha surcó los labios del pelinaranja, que lentamente abandonó el interior del azabache, provocando que jadeara suavemente. Con lentitud tomó sus ropas para empezar a vestirse. Y observó cómo el azabache se limpiaba con toallitas antes de cambiarse. Suspiró pesadamente, había cosas que nunca cambiarían. –Vámonos de aquí, te llevaré a pasear e iremos a comer pizza luego. ¿Tienes demasiado que hacer aquí? –no tardó en tomar a doble D en brazos para empezar a caminar fuera del aula. Ya que no habría nadie por allí no tenía que preocuparse.

–K...Kevin bájame... –se quejó el ojiazul mientras un suspiro escapaba de sus labios. El ojiverde iba a hacer lo que se le viniera en gana como siempre, por lo que se dispuso a reposar en su pecho. –Iba a preparar unas cosas para una exposición, pero puedo hacerlo en casa, así que me encantaría ir a dar una vuelta y a comer pizza... –declaró el chico con una tímida sonrisa en sus labios.

–Entonces, así será. ¿Y qué tal? ¿No crees en el destino? -se burló el deportista mientras lo miraba. Sabía que el ratón de biblioteca prefería aquello que fuese verificado por la ciencia, así que seguramente se mostraría reacio ante la idea.

–Puede que crea un poco en el destino... En el hilo rojo que une el destino de dos personas –comentó con voz suave. –Nunca pensé en encontrarme nuevamente contigo aquí... Así que puede que nuestros meñiques estén unidos por el destino... Pero solo tal vez... –definitivamente no iba a aceptar una explicación así. Pero ¿Qué más daba? Kevin estaba allí, y él podía estar feliz solo con eso.

El pelinaranja suspiró con tranquilidad. Ahora les quedaba muchísimo tiempo por delante, no tenía que preocuparse por nada, pues si volvían a separarse. Estaba seguro que El hilo rojo del destino, volvería a unirlos. 

Notas finales:

*Gracias por leer~ Dejen sus reviews~ 


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