Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Soledad por Nayen Lemunantu

[Reviews - 5]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Este fanfic que pertenece al "Mes AoKi", evento celebrado por y para l@s AoKiLovers.

Declaración: Los personajes de Kuroko no Basuke son propiedad de Tadatoshi Fujimaki, sólo los utilizo para crear esta historia.

Agradecimientos especiales a Cadiie por ayudarme a publicar esta historia cuando yo no tenía internet xD

Soledad

 

 

Ya era más de la media noche cuando regresó, aunque ya no esperaba su retorno como lo hacía tiempo atrás. Ahora, ese ritual de esperarlo hasta que volviera, no era más que costumbre.

Estaba sentado en el living, con una revista entre sus manos. Fudge magazine le había hecho un reportaje a fondo, titulado "Las dos caras de Kise Ryota" queriendo retratar tanto sus éxitos profesionales como los de su vida privada. Pero al leer el montón de mentiras que él mismo había tenido que decir hace menos de un mes atrás para tapar la soledad permanente en la que vivía, pensó que en realidad el título del artículo era muy irónico: Él realmente era alguien con dos caras.

Mientras que frente a una cámara, posando para las revistas de moda que vendían cientos de volúmenes con su sola aparición, mostraba una radiante sonrisa de felicidad; a solas, cuando las cámaras se apagaban y nadie lo veía, su tan bien fingida felicidad desaparecía por completo, dejándolo en el vacío, en la nada.

Soltó la revista de golpe, ésta cayó con un ruido sordo sobre la mesita de centro, y se masajeó el entrecejo, cansado, justo al tiempo que la puerta de entrada se abría con facilidad al ingresar la clave correcta.

—Ryota, sigues despierto —no fue una pregunta, sino una aseveración. El moreno cerró la puerta sin mucha delicadeza y dejó caer su chaqueta sobre el sillón; no se tomó el trabajo de saludarlo apropiadamente, en lugar de eso, se encaminó a la cocina—. Creí que estarías dormido cuando llegara, ya es muy tarde —dijo mientras sacaba una cerveza del refrigerador y volvía al living caminando tranquilo—. No es necesario que hagas esto y lo sabes... No después de todo el tiempo que llevamos viviendo juntos.

—Lo sé, Aominecchi —le respondió con la vista fija en las tres enormes maletas ordenadas junto a la puerta; maletas que el moreno ni siquiera notó—. Es sólo que no tenía sueño.

—Si tu método para recuperar el sueño es leer esa absurda revista, creo que lo conseguirás pronto —Aomine comentó notando la enorme foto de su novio en primera plana de la revista—. Eso es demasiado egocéntrico, Ryota. ¡Te lo dice un experto en el tema! —rio divertido y tomó un largo trago de cerveza.

—¡No es por egocentrismo! —exclamó a la defensiva, pero terminó riendo a la par que el moreno. Al menos debía reconocer que siempre se habían llevado bien—. En realidad estaba pensando.

—¿Pensando?

No se dejó afectar por el tono incrédulo en la voz de Aomine, ni mucho menos por su mirada burlona o la ceja alzada con que lo miró.

—Aunque te cueste creerlo, Aominecchi, yo también pienso.

—Pero tú eres más de actuar que de pensar —el moreno le respondió serio; había dejado de reír y se limitaba a mirarlo afirmando la espalda casualmente en la pared—. No eres como Midorima o Akashi que lo reflexionan todo, tú te dejas llevar... Actúas más por pasión que por razón. —Cuando terminó de hablar, despegó la espalda de la pared y caminando lento, se dejó caer en el sillón individual.

—Puede ser... —Le tuvo que conceder ese punto, no había nada que podía argumentar en su contra—. Tal vez tú me conoces mejor que yo mismo.

Lo miró con detención. Estaba sentado con las piernas abiertas y los antebrazos apoyados en las rodillas, de su mano derecha colgaba la lata de cerveza y su cuerpo inclinado hacia adelante, estaba girado en su dirección, con la mirada azulina fija en sus ojos. Ryota tragó duro; era extraña esa sensación, ya no recordaba con exactitud la última vez que lo había sentido tan pendiente de él.

—¿Cómo estuvo tu día hoy? —preguntó el moreno mirándolo atento. Se había terminado la cerveza y ahora la lata vacía sólo colgaba casualmente de su mano—. Supongo que debes estar cansado.

—Estuvo igual de agotador que siempre, pero no es nada a lo que no esté acostumbrado.

—Bueno, yo sí estoy muy cansado, así que me voy a la cama. —El moreno se puso de pie con movimientos cansados y tiró la lata a la basura antes de encaminarse hacia el cuarto—. ¿No vienes? —le preguntó antes de perderse por el pasillo.

—Voy enseguida.

Ryota aún seguía con la mirada fija en las maletas, estaban apiladas tan ordenadamente desde hace dos días, esperando sólo un último acto de valentía. Aunque aún no sabía el porqué de su retraso, cuando sabía muy bien que la decisión ya estaba mas que tomada. Tal vez porque admitir el fin de su relación era admitir su propio fracaso, y eso siempre el difícil y doloroso, no siempre se está preparado para admitir culpas, errores y falencias. Pero la relación de ellos, ya no tenía vuelta atrás, eso lo sabía bien.

Ahora se daba cuenta que el amor no era lo que creía a sus quince años. En esa época creía que podía durar para siempre. Sin embargo, a sus veinticuatro años, después de siete años amándolo a él, se dio cuenta que hasta el amor tiene fecha de caducidad, e incluso amores como el suyo pueden acabarse. No sabía si era culpa de la madurez, que al crecer simplemente se acaban las ilusiones infantiles, o si la convivencia es la que termina matando la ilusión del amor, o si era él mismo quien siempre había tenido una idea equivocada del amor, sólo sabía que a Aomine hubo un tiempo en que lo había amado con desesperación. En ese tiempo él tenía esa mirada profunda, esa sonrisa que cautiva y cayó por completo en la telaraña de su amor, pero ahora el fuego de ese amor se había enfriado por completo... Y no había nada que pudiera revivir las brazas que quedaban.

Simplemente ya no lo amaba más, y estaba absolutamente seguro que al moreno le pasaba lo mismo. Si aun seguían juntos era porque ambos estaban aterrados de estar solos, porque llevaban tanto tiempo como pareja que ya les era imposible imaginar la vida separados, pero eso no era suficiente para darles la estabilidad que ambos necesitaban; y él había sido el primero en darse cuenta.

Se puso de pie y se encaminó al cuarto, ya estaba vestido con su pijama: un pantalón bombacho negro y una camiseta de algodón, sólo se quitó el chaleco gris de lana. Cuando se metió a la cama, Aomine ya dormía, recostado sobre el costado derecho y dándole la espalda. Ryota lo miró en silencio antes de apagar la luz de la lampara de velador; esa sería la última noche que compartiría con él, y no tuvo dudas de su decisión al sentir la terrible soledad en el corazón incluso cuando compartían la cama.

Soltó un suspiro largo y hondo, más que de cansancio, de resignación, apagó la luz y se acomodó dándole la espalda; una posición que hace mucho se había transformado en habitual para ambos.

—II—

Cuando Aomine abrió los ojos, no encontró al rubio a su lado. La cama estaba helada y vacía, se sentía anormalmente grande y le extrañó que Ryota no estuviera junto a él; el rubio siempre era a quien más le costaba levantarse, y no recordaba que tuviera una sesión importante ni nada por el estilo. Se sentó de golpe en la cama y el dolor de cabeza que le provocó la resaca lo atacó de súbito, pero hizo caso omiso al dolor y se puso de pie.

Aún vestía sólo el pantalón holgado de algodón oscuro que usaba de pijama, cuando llegó al comedor. Ryota estaba tomando el desayuno, vestido tan elegante y chic como siempre, como si necesitara arreglarse para comer; le lanzó una mirada algo sorprendida y bajó la taza de té con un movimiento fluido y delicado.

—Aominecchi, no creí que despertarías tan temprano.

—Se puede decir lo mismo de ti, Ryota —respondió escueto y cortante, tomando asiento frente al rubio—. Nunca te levantas tan temprano, ¿qué ocurre?

—¿Por qué tiene que ocurrir algo para que me haya levantado a esta hora?

—¡Por favor! Sábado por la mañana y tú de pie... —Aomine se sirvió un vaso de leche fría y se lo tomó de golpe; seguía ignorando el molesto dolor de cabeza—. Eso no puede augurar nada bueno.

Ryota se cruzó de brazos y se recostó en la silla, mirándolo fijo.

—Tomé una decisión. ¿Tienes alguna idea de cuál pueda ser? —preguntó de forma casi instintiva. Tenía que reconocer que había subestimado la situación, porque ahora no sabía cómo empezar a hablar. Tenía a Aomine a su lado, pendiente de él, mirándolo con el ceño fruncido, mezcla de intriga y fastidio; sólo su mirada bastaba para generarle escalofríos.

—No —respondió el moreno con voz apática, como si hablara con algún retrasado mental—. Lo que quieras de decir, sólo dilo y déjate de acertijos —ordenó mientras untaba un pan con mermelada y se servía una taza de café amargo—. Anoche salí a tomar con unos amigos, es demasiado temprano, me duele la cabeza y no tengo paciencia para soportar tu drama, Ryota.

Eso fue todo lo que necesitó para encontrar el coraje que le faltaba para dar el último paso. Una vez que hablara, sabía que ya no había marcha atrás.

—Me voy —dijo con voz suave pero firme—. Creo que lo mejor que podemos hacer por nosotros mismos es terminar esta relación, por eso he decidido irme.

—¿Qué? —Aomine, que se llevaba el pan a la boca, detuvo el movimiento y su mano quedó suspendida en el aire. Sus ojos estaban fijos en los orbes dorados del rubio, mirándose con una seriedad de la que ambos se sentían incapaces de poseer hasta ese día—. ¿Por qué me sales con esto, Ryota? Yo estoy bien a tu lado.

—Eso es porque mi presencia en tu vida ya se transformó en costumbre.

—No importa el porqué, lo que importa es que yo quiero estar contigo y tú conmigo, no hacen falta más motivos que ese —el moreno respondió con seriedad, dejando la comida de vuelta en el plato y prestando toda su atención al rubio.

—Estos no eran los planes que yo tenía para mi vida, Aominecchi.

—¿De qué planes me hablas? ¿Qué querías, un amor como en los libros? —el moreno le habló fuerte y golpeado, estaba enojado—. Esta es nuestra vida, Ryota. Deja de soñar y empieza a vivirla.

—Esta es nuestra vida dices... ¿Cuál es esa vida? ¿Cuál es la relación que tenemos? —le preguntó levantando sólo un poco la voz—. Es sólo una relación de mutua compañía. Una excusa para decir que no estamos solos, pero es sólo una gran farsa. —Apoyó los codos en la mesa y descansó el mentón entre sus dedos cruzados, su mirada estaba fija en un punto incierto más allá de la figura del moreno—. No quiero que se me pase la vida entera viviendo en la jaula de este amor. Tengo miedo de despertar un día y sentir que desperdicié mi vida entera. No quiero descubrir cuando ya sea demasiado tarde que la cobardía fue lo que me impidió vivir y que los años desgastaron todo mi valor...

—¿De qué mierda me estás hablando? —Aomine lo interrumpió, su ceño estaba aún más apretado y la ira era palpable en su voz—. Déjate tus jueguitos retóricos para cuando te ofrezcan un papel en alguna película.

—Te estoy dando las razones de mi decisión, si tú no las quieres escuchar no es mi problema —replicó arrugando el ceño también; miraba fijo al moreno, con seriedad—. Sé bien que en una relación los problemas son de dos, es por eso que te estoy explicando mis razones.

—¿Por qué te vas? —Aomine ignoró la explicación y volvió a preguntar; fue una pregunta directa.

—Porque ya no soporto la soledad que provoca amarte a ti —confesó volviendo a enfocar los ojos azules de Aomine con tristeza. 

Se produjo un largo silencio donde sólo permanecieron observándose el uno al otro a los ojos, durante un tiempo que ninguno de los dos supo precisar, porque ambos sintieron que el sus vidas se detuvieron un poco en ese instante. Hasta que el sonido del timbre resonó por el departamento en silencio e hizo que Ryota diera un brinco en su asiento.

—Supongo que esa es la verdadera respuesta. —Aomine se apresuró a hablar antes que el rubio se moviera—. No es que te vas... Te vas con alguien más ¿no es así? —contratacó con voz dura.

—No me voy con nadie —le respondió con seriedad, sin una muestra de alteración en la voz ni en la mirada—. Simplemente me voy.

—¿Y esto? —el moreno señaló la puerta con una expresión acusadora en la mirada.

Ryota se puso de pie, prefirió dejar que la evidencia hablara por sí sola. Abrió la puerta y luego de un par de saludos formales, dos hombres con uniformes de una empresa de mudanzas entraron al departamento; el rubio les indicó con la mano las tres maletas ubicadas junto a la puerta y los hombres comenzaron a sacarlas, ignorando todo lo demás a su alrededor.

—¿Y esas maletas? —Aomine se puso de pie, impresionado. Recién ahora se daba cuenta de ellas y pareció tomarle el peso a la situación—. ¿Han estado aquí todo este tiempo?

—Hoy es el tercer día —el rubio respondió encogiéndose de hombros.

—¿Estás hablando en serio, Ryota? ¿Te vas? —Incluso en ese momento, sorpresa era lo único que se reflejaba en el rostro del moreno, nada de dolor o pena.

—Así es, Aominecchi. —El rubio caminó hasta el living y se cruzó el bolso en el hombro izquierdo mientras tomaba con la otra mano su Smartphone—. Yo... Espero que... —dudó unos segundos, mirando a todas partes; parecía que no sabía qué hacer con exactitud—. Espero que algún día podamos volver a ser amigos y olvidemos todo esto.

Aomine no respondió, sólo se limitaba a mirarlo a los ojos con gesto indescifrable.

—Después de todo, siempre hemos sido buenos amigos. Así que espero que podamos volver a serlo. 

—¿Buenos amigos? ¡Debes estar de broma, Ryota! —Aomine le habló duro y lo señaló con el dedo índice, acusándolo. De un momento a otro se había desatado toda su furia—. ¡Púdrete! Tú y yo nunca vamos a ser amigos... Tú y yo... Tú... ¡Maldición! —Se dio media vuelta y pateó la silla con fuerza, ésta fue a estrellarse con un ruido sordo contra el suelo de cerámica.

—Aominecchi... Algún día te darás cuenta que yo tenía razón. Tú no me amas y yo tampoco, no hay razón para que sigamos juntos.

—Los matrimonios largos, esa gente que vive junta toda la vida, Ryota, ¿cómo crees que lo hacen? —preguntó Aomine mirándolo serio, con la boca apretada y los puños cerrados—. ¿Crees que ellos dicen adiós a la primera dificultad que encuentran en su camino? ¡Pues yo no lo creo! —Se acercó con pasos firmes y seguros a Kise, que sólo había tragado duro frente a esas preguntas—. Cuando te pedí que vivieras conmigo hace cuatro años atrás, mi intensión era hacerlo para toda la vida. ¡Y tú me sales con esta mierda!

—Te lo vuelvo a decir, Aominecchi —replicó imperturbable, sin retroceder ni dejarse afectar en su decisión; estaba absolutamente seguro de lo que estaba haciendo—: esto no es lo que yo quería para mi vida. Lo que yo quería era amar y ser amado por alguien, que ese amor me de una razón para despertar cada día... Pero eso no nos pasa a nosotros. Nuestro amor ya se acabó... Lo quieras reconocer o no.

—¡Ryota! —Aomine gritó frustrado y se pasó ambas manos por el pelo.

—Espero que algún día encuentres a alguien, a esa persona especial. —Esbozó una sonrisa mínima, triste; una sonrisa de despedida de las ilusiones de toda una vida—. Yo por mi parte me he dado cuenta que no hace falta estar en pareja para ser feliz. De ahora en adelante voy a vivir por y para mí.

Aomine lo miró entrecerrando los ojos, con cautela; su arranque de furia estaba controlado, pero ahora había dolor en su mirada profunda.

—¡Púdrete! —dijo esbozando una sonrisa torcida, autosuficiente y fingida—. Cuando encuentre a esa persona especial, lo primero que haré será restregártela en la cara, bastardo —amenazó, pero sus palabras sólo ensancharon la sonrisa triste de Kise, y además lograron que sus ojos se humedecieran.

—Te deseo lo mejor, Aominecchi —dijo acercándose a él con cautela y dándole un abrazo tibio y a penas correspondido por un solo brazo del moreno—. Adiós.

No hubo lágrimas en esa despedida, ambos se guardaron el dolor de la misma forma que se habían guardado el amor. Kise tragó el nudo que le apretaba la garganta y se marchó. Aomine desvió la mirada y suprimió todo sentimiento. Después de todo y sin importar qué, la vida siempre continúa. 

 

 

La ausencia paulatina de tu interés por mí, la falta progresiva de tus buenos días, la elección egoísta de tu lejanía, fueron las que determinaron que no hiciera falta viajar a Macondo; bastaba besar tus labios para sentir… Cien años de Soledad.

— Ecatzin —

Notas finales:

Gracias a los que se dan tiempo de leer y de comentar.

Besos!!


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).