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Castillos de Papel por JaeBoo

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Notas del fanfic:

Crónica interpretativa: Homosexualismo.

Notas del capitulo:

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CASTILLOS DE PAPEL

 

I

Hacía un año que Carlos llevaba ocultando su noviazgo con Omar, quien alguna vez fue su mejor amigo, pues temía de las reacciones que pudieran tener sus padres, ya que desde pequeño le educaron para ser todo un hombre, inculcándole sin éxito la idea de que los “maricas”, como ellos les llaman, son una simple aberración de la naturaleza, una peste que pronto será extirpada del mundo por la mano de los hombres de buen entender que buscaban la perfección.  A él le parecen más bien ideas sacadas de la cabeza de dos psicópatas sin escrúpulos;  sin embargo debe callar y aguantar. Tal como lo hace en sus horas de escuela, huyendo de aquellos brabucones que se pavonean por todas partes gritando y maldiciendo, sobajando a aquellos a quienes pueden, en especial a él pues ser descubierto mientras era besado por otro chico fue su pasaje perfecto al infierno, llegando sin retardo  a la primera fila de torturas, siendo a veces espectador y muchas otras víctima.

 

II

Tu día fue complicado, ¿no? Llegaste a la enfermería antes de que terminara el receso, con la nariz rota luego de recibir un fuerte balonazo que con saña fue lanzado hasta ti desde el patio de juegos, no te importó demasiado, muchas otras veces ya has estado ahí por la misma razón e incluso te sientes con la confianza suficiente de entablar una amena conversación con la enfermera, ríes y te crees a salvo, ella te entiende pues es como tú. Ahí no utilizas máscaras, escuchas esa vida amorosa que ya te conoces de memoria, e incluso por momentos piensas que ya te sabes todos los nombres que menciona, Adriana, Carmen y los demás que le siguen que de a poco se convierten en un complicado trabalenguas. Quieres ser tan libre como ella, pero al mismo tiempo entiendes que no puedes ser así, que ella es valiente y tu un cobarde, que esa mujer de ya 40 años tuvo una buena familia mientras tú, vale, tú no tienes más que dos verdugos a los que necesitar llamar padre y madre.

Al llegar a casa subes rápido las escaleras pues detestas la horrible sensación de estar con tu madre quien te mirará de reojo y preguntará si ese día no te portaste como un enfermo, te encierras en la habitación que desde siempre ha estado dispuesta para ti y marcas a aquel número que tienes grabado en la mente. Sonríes al escuchar aquella masculina voz que te deleita los sentidos, ahora puedes decir que el día está bien pues todo ha mejorado para ti, aun cuando debes hablar en voz baja.

Pasan unas horas, y la noche ha caído, aún estás al teléfono cuando escuchas llegar el coche de Mario, tu padre, te alarmas tartamudeas a la persona que está al otro de la línea y cuelgas con prisa, borrando del historial de tu móvil aquella llamada. Oyes tu nombre siendo vociferado por la voz de tu progenitor y sales a la cocina, donde él y tu madre te esperan en compañía de aquella muchachita de bonito cuerpo que ha deseado ser tu novia desde que la conoces y a quien tus padres apoyan. Estás tenso y molesto, no quieres hablar, pero sabes que de no hacerlo, esos cardenales que inundan tu cuerpo y de los que el hombre que te dio la vida es el único autor, serán nuevamente retocados entre puñetazos y gritos, entre blasfemias a tu naturaleza que seguramente serán festejadas por esa mujer de quien sacaste el rostro. Sonríes abatido en tu cabeza y entras en la mentira, burlándote internamente de tu maldita suerte, de la pantomima que es tu vida. Sí, sin duda tener padres cegados a la realidad es un maldito castigo que a veces piensas que te mereces, porque en las noches, cuando tu cuerpo resentido y dolorido se esconde bajo las sábanas, tu cabeza tiene tiempo de reflexionar y sin querer te repudias a ti mismo.

III

Las reglas de Mario son claras, en su salón de clases no admite peleas, gritos, malas palabras y sobre todo, no permite que dos chicos se acercaran más de la cuenta o que hablaran demasiado cerca, tampoco le era posible ver a dos muchachitas tomadas de la mano. En su opinión, aquellas actitudes enfermas que algunos niños tienen pueden ser curadas con unos cuantos azotes de vara; sin embargo, como profesor no puede arriesgarse a hacer lo correcto y ser despedido. Agradece que en su hogar, su hijo fuera un hombrecito bien hecho, educado con mano dura para que aprendiera a no acercarse a la peste de humanos que eran los homosexuales. Sí, en definitiva se cree un buen padre y desde que entró a ese colegio ha hecho todo lo posible por darles buenos valores a sus pequeños alumnos.

Un mes después de entrar al colegio vio a dos de los estudiantes de su salón comportarse de forma inapropiada, se ingenió la manera en como poder hablar con cada uno de ellos a solas y sin mostrar si quiera un ápice de compasión los amenazó con reprobarlos si es que volvía a ver algo semejante. Por días creyó que eso había bastado, que seguramente esos muchachitos de no más de 15 años habían comprendido que los malos hábitos son castigables; sin embargo, sus suposiciones se vinieron abajo un viernes cuando sin querer los sorprendió en el patio trasero abrazados, demasiado juntos y casi con los labios pegados, sintió en ese instante que había visto al mismísimo demonio y sin pensarlo dos veces se acercó hasta ellos.

Con violencia tomó al más pequeño por las solapas, un chiquillo de escuálido cuerpo que apenas si debía pasar el metro y medio. Le escupió en la cara con asco, como si de esa forma pudiera expulsar un poco de todo el ponzoñoso veneno que le recorría y vociferó, sin importarle si alguien más lo escuchaba que les contaría a sus padres sobre lo que había visto, que los quería ver en su oficina cuanto antes y que seguramente serían expulsados por su repulsivo comportamiento. Con satisfacción notó como esos chicos se asustaron a tal grado que serían capaces de ofrecerle casi cualquier cosa para que no los delatara; pero él disfrutaría más viéndoles quedar en ridículo ante su familia, como unos engendros.

Desgraciadamente para él y sus valores, tanto los directores como esos padres ineptos sin responsabilidad o idea de cómo criar a un hijo, aceptaron la situación, y le obligaron a pedir una disculpa a los muchachos, como si realmente la merecieran y él terminó suspendido una semana, casi como si fuera un niñato, lo forzaron a ir a terapia, como si realmente aquello fuera necesario, pues él era el único que estaba bien en toda esa situación.

 

V

Sentí una mano grande tomarme con fuerza por los cabellos y alejarme del falo de mi amante casi con desesperación, el terror recorrió mi cuerpo como veneno  en el momento justo  en que mis ojos se toparon con los de mi padre, llenos de furia al encontrar a su único hijo con otro hombre en la misma cama, disfrutando de los placeres que sólo el sexo puede brindar. Me estampó contra la pared con tanta rabia y desprecio que sentí mis huesos crujir al impactar sin piedad contra la fría superficie. Le llamé a gritos pidiendo que parara pero su única respuesta fue envolver mi cuello con sus dedos regordetes y presionarlo, impidiéndome respirar. El chico que hasta entonces había disfrutado conmigo, veía la escena con horror, paralizado sobre mi lecho como si no pudiera creer lo que sucedía, con los ojos entrecerrados y llenos de lágrimas le supliqué que huyera, porque mi progenitor sería capaz de matarlo a penas terminara conmigo.

Fui echado al suelo de golpe, estrellando mi cabeza con violencia contra la fría baldosa, quise levantarme pero las fuerzas ya me habían abandona por completo, solo mi mirada pudo captar el momento justo en que mi padre se dirigió a grandes zancadas hacia mi novio, traté de pararme pero mis piernas flaquearon y volví  a caer en el instante en que un puñetazo daba contra el rostro de mi amado, dejándolo tendido sobre el lecho, semiconsciente y con la respiración irregular, grite, no sé qué dije, tampoco sé si mi padre logró entenderme o siquiera escucharme, era la primera vez que lo veía tan descontrolado, antes sólo habían sido bofetadas que buscaban arreglarme, ahora estaba seguro que si alguien no intervenía terminaríamos muertos.

Volvió a mí, como una fiera que ha sido liberada de su celda y está hambrienta de sangre, pateó mi cuerpo, una, dos, tres, cuatro veces, no seguí la cuenta pues el daño provocado por sus golpes comenzaba a cegar mi poco razonamiento, un dolor punzante en mi parte baja me hizo soltar un grito agudo, casi como el de un perro que aúlla lastimero al ser gravemente herido. Me retorcí y abracé mis piernas, como una funesta salida a la tortura, pero solo conseguí ser alzado de los cabellos y lanzado a la cama con bestialidad. Gemí, me quejé, supliqué, pero no paraba. El hombre a quien tanto había amado yacía acostado a mi lado, con la boca y la nariz sangrantes, inconsciente o eso quería creer pues no se movía, no abría los ojos a pesar del alboroto. Sólo un instante, un segundó y sentí el peso del ser que me dio la vida sobre mí, quitándome el poco aire que todavía quedaba en mis pulmones. Golpee su pecho, lo rasguñe, pero nada hizo que cediera. Sentí el arremetimiento de su puño contra mi sien, tantas veces que mi vista se nubló a tal grado que ya no pude captar nada más. Los gritos insanos e insultantes de aquel tipo se fueron callando de a poco, o eso creía yo, las quejas de mi cuerpo se fueron calmando igualmente y me sentí bien, tan bien que permití a la inconciencia tomarme preso y ya no supe nada de mí.

 

V

Han pasado dos meses desde que Mario quedó confinado a aquel pequeño escondrijo de uno por uno que tiene como única puerta una maltrecha serie de barrotes de hierro que le impiden ser libre. Se pregunta a veces, en la soledad de su cuarto si todo había valido la pena, si perder a su familia y todo lo que conocía, era un precio justo por haber defendido sus “valores” hasta el último minuto. Recuerda casi con gracia el juicio aquel al que fue sometido luego de que su esposa lo denunciara; gritó, alegó que él había hecho lo correcto defendiendo al mundo de seres sin función, sin derecho a vivir; sin embargo, ahora que su vida ya está  destrozada, se da cuenta que nada había sido nunca como él lo creyó, que después de todo él era un ser más enfermo por haber matado a su hijo, el único que alguna vez realmente se  sintió orgullo de su persona. Sabe de sobra que la culpa lo consumiría día y noche, que durante las pocas horas en que logrará conciliar el sueño, miles de pesadilla llegarán a él donde su primogénito le eche en cara sus acciones, le reclame por acortarle la vida; incluso a veces soñará con  ese otro muchacho frente a él y la simple mirada acusadora de éste bastará para que se despierte entre gritos aterrados y el sudor frío recorriendo su  cuerpo. Lo sabe, lo acepta y desea poder cambiar los errores de su vida, pero ya no hay nada más que hacer, después de todo es un asesino encarcelado.

Notas finales:

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