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Las palabras que sí se dijeron por Kanes

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Sherlock se encontraba en la cocina tomando un té mientras veía su computadora. Él, John, Mary y Mycroft habían llegado hace poco, pero ahora mismo Mary y Mycroft estaba en el primer piso hablando con la Señora Hudson. Sería difícil describir lo aliviada que lució la casera cuando Sherlock apareció de vuelta. Pero fue especialmente indescriptible lo significante de la mirada que le dirigió a John cuando pisaron la entrada del 221B como si nada más hubieran salido de paseo a una pista de aviación.

 

Ahora Sherlock vigilaba que todo estuviera bien. El caso de Moriarty no podía esperar, pero su alivio por quedarse no podía esperar un minuto más.

 

-Entonces, estás de vuelta -dijo John.

 

Sherlock se volteó a mirarlo, escudriñando su cara y adivinando ese feliz pesar que a veces enmarcaba sus cejas, como si estas no necesitaran de marcas más tristes de las que ya tenía. El rostro de John estaba surcado por la tragedia, y por eso es que cuando sonreía, tales líneas parecían marcarse un poco más que las de las personas más ordinarias, que las de las personas que han vivido vidas planas, sin emoción, sin pesares, sin tragedias... Y es por eso que su sonrisa lucía mucho más sincera y hermosa que la de otros, y cuando la esbozaba, lo que era poco usual, era un regalo para sus ojos.

 

-En efecto. El apartamento está tal como lo dejé, no obstante.

 

John rió con la boca abierta, quitándose la bufanda como si fuera a quedarse por un buen rato. Por días. Meses.

 

Sherlock se levantó del asiento, y apoyó los dedos en un vértice de la mesa, preparándose para enfrentar a John. Plantó los ojos en él, sin medir el grado de transparencia que estos pudieran transmitir. Poco a poco había llegado a importarle lo más mínimo lo que John pudiera ver en ellos. Estaba desnudo ante él ahora, sin máscaras ni pretensiones. Al fin y al cabo, John no lo juzgaría.

 

-¿Qué pasa? -preguntó John, frunciendo el ceño.

 

Sherlock sonrió, viendo sus ojos casi asustados fijos en él. Dio unos pasos hacia él, lentos y extendidos, y con la mitad de su atención, quizá un tercio, en los sonidos del primer piso, dio el último paso para abrazar a John.

 

John miró hacia el frente, pertrificado. El aire se había quedado atrapado en su pulmones, y por un momento lo contuvo, temeroso de que su respiración pudiera dispararse. Sherlock, en ese abrazo sutil y poco apretado, esperó por un momento a que esa ansia se fuera, pero al final la ansia se quedó para siempre, como era usual. Inclinó el mentón hacia el hombro de John, cosa extensa ya que estaba mucho más abajo que su mentón, rozando el cabello sobre su oreja con un lado de su rostro. No pudo ver la expresión de John cediendo, o sus manos dudando de si rodearlo. Y es que si lo hacía, si lo hacía se tornaría demasiado definitivo y... ¿romántico? Es que, dios, su esposa estaba en el primer piso, y Sherlock estaba conciente de eso, o de otro modo el abrazo habría sido mucho más demandante y cálido.

 

John suspiró rápidamente, disfrazando aquel suspiro de cansancio y fastidio, y entonces Sherlock le soltó. El detective estudió su expresión, pero no le hizo falta escudriñar demasiado para descubrir que John no estaba fastidiado en lo absoluto, sino nervioso.

 

-Lo que dijiste... allí en Appledore -dijo el doctor entonces. Dudó por un momento, pero Sherlock mantuvo su mirada clisada en él, paciente- sobre Mary. Sobre darle mis saludos a Mary...

 

-¿Lo hiciste?

 

-Sí -dijo John- . Lo hiciste por ella.

 

John volvió a suspirar, esta vez de modo más tendido, y sus ojos cedieron un poco, alertando a Sherlock, si bien deseaba ya desde algún tiempo que pudiera quitarse la máscara. Desde Appledore, de hecho. Tras Appledore ya no le importaba lo difícil que fuera expresar lo que debieran expresar. La vida era demasiado corta para tantos titubeos.

 

-Lo hiciste por ella, y Mary... -John respiraba más rápido- Mary te disparó.

 

Sherlock bajó la cabeza. John siguió sus ojos, inclinando la cabeza también.

 

-Sherlock...

 

-¿Crees que le disparé a Magnussen por ella?

 

-Sí.

 

Sherlock miró hacia la ventana. No le molestó que se equivocara tanto, sino que lo conmovió.

 

-Fue por ti -dijo, mirándole con calma. Hasta sintió una sonrisa relajar todo su rostro, aunque tensando sus cejas y la piel sobre ellas. Pocas veces sentía esos cambios en su faz. Pero eran bienvenidos... si eran por John- . Le disparé por ti.

 

John frunció el ceño, genuinamente confundido.

 

-No entiendo.

 

-Estás relacionado con ella. Temía que quedases afectado si Magnusen la hería. Ella es tu esposa, John. Sabía que quedarías herido de una u otra forma si Mary era afectada.

 

-¿Por que Mary es uno de mis puntos débiles?

 

-Sí.

 

-Y yo... yo soy uno de los tuyos.

 

-Uno de muchos.

 

John rió con la respiración, mirando a otro lado. Sherlock disfrutó de esa visión. ¿Por qué John no podía reír más, aunque fuera sarcásticamente?

 

-Quiero que sepas -empezó a decir Sherlock, sintiendo los nervios escalarle la piel- que siempre es por ti. No dudes de ello. Eres parte de los afortunados a ser protegidos por Sherlock Holmes.

 

John volvió a reír. En ningún momento alzó la mirada a sus ojos, y eso lo decepcionó un poco. No se podía tener todo en la vida. Pero entonces John se quedó repentinamente serio.

 

-Sherlock...

 

-John, ¿nos vamos? -dijo Mary en el bastidor de entrada a la sala de estar.

 

-Sí. Espérame abajo.

 

-OK.

 

Sherlock miró sutilmente hacia el bastidor, sin atreverse a ver el rostro de la mujer.

 

Oyeron sus pasos por las escaleras. No la habían escuchado subir, y Sherlock supuso que había escuchado suficiente de sus palabras. Pero Mary ya sabía todo esto, sabía sus sentimientos por John. Las mujeres siempre sabían, fueran espías entrenadas o no.

 

-Quiero decir... hacer algo que... -comenzó John, mirando a Sherlock al pecho- hacer algo que siempre he querido... hacer.

 

Sherlock pensó por un momento en hacer alguna broma al respecto, pero prefería escuchar, aunque tenía una ligera sospecha de lo que podría ser. Lo había considerado, si bien podría estar alucinado como muchos hombres como él en el pasado.

 

Esperó, mirando el rostro de aquel hombre atentamente, mientras sus manos yacían cogidas en su espalda. Finalmente John alzó la mirada hacia él, e hizo lo único posible.

 

Se acercó a él con rapidez, más de la hubiera preferido, y cogió su nuca para tirar de él. Sus labios se posaron sobre los suyos con más suavidad de la que esperaba, dada la rapidez con que le había tomado.

 

Fue un toque suave y superficial, pero ligeramente húmedo. Sherlock cerró los ojos, disfrutando del cosquilleo nuclear que había provocado ese contacto, y tomó aire para mantener a su cuerpo al corriente de la vida misma. Entonces los labios de John se abrieron, y Sherlock le imitó, ladeando la cabeza para esta vez hacer él un movimiento. Sin embargo, mantuvo las manos firmemente cogidas en su espalda -demasiado firmemente- y adelantó un poco su lengua para saborear el labio superior de John, el cual tembló levemente a su contacto, para luego suspirar ruidosamente.

 

Sherlock finalmente soltó sus manos del agarre de la otra y trasladó su mano izquierda al cabello de John, el cual siempre había querido tocar. Fue tan suave a su tacto como había supuesto. Cabello suave y fino como el de un bebé, entre cuyas fibras introdujo sus largos dedos, nadando en un mar de sedosidad masculina.

 

Cuando ambos abrieron un poco más su labios para continuar, oyeron los pasos en la escalera nuevamente, y Sherlock soltó a John precipitadamente. Al segundo siguiente, Mary se asomaba a la sala de estar con cara de tener prisa.

 

-John, vamos ya -insistió.

 

Sherlock le dio la espalda aún, mientras John cogía su bufanda con mirada perdida. Cuando pudo reunir fuerzas, el detective se volteó a despedirse de Mary, moviendo solamente la cabeza al contrario del usual abrazo. John fue donde su esposa a paso rápido.

 

 

 

Cuando John llegó a casa horas después, luego de atender a unos pacientes de emergencia, sólo sacó su celular del abrigo cuando pudo estar solo en su cuarto de casados. Mary estaba en la sala de estar haciéndose el último té del día, y él se había adelantado a poner el pijama.

 

Sherlock calculó la hora de llegada perfectamente, como era de suponer, y a las diez y diez de la noche John recibió un mensaje de Sherlock.

 

“Hola.”

 

John miró la pantalla, y a la puerta de su cuarto. ¿Eso contaba como engañar a su esposa? No supo porqué, pero el pensar en que quizá no contaba, fue ligeramente decepcionante. Al fin y al cabo había besado a Sherlock y apenas había puesto atención a la reacción de él. Se había simplemente perdido en las sensaciones, conteniéndose al mismo tiempo de volverse una bestia salvaje.

 

“Nunca me envías mensajes de saludo” le respondió John con un mensaje.

 

“Las cosas cambian.”

 

En efecto cambian. John tragó, confundido por lo que aquello le hacía sentir.

 

El pensamiento de saber que había besado a Sherlock se sentía extraño, demasiado normal y quieto. En el momento había sido extraordinario, pero siempre creyó que si algo llegaba suceder entre ellos, se sentiría intimidado, o nervioso, o inseguro, o desesperado, pero se sentía sólo... bien. Como un amanecer cálido en verano luego de una noche helada fuera de casa. Se sentía tan normal, como si lo que hubiese cambiado no fuera un cambio drástico en verdad.

 

“Es algo tarde”, le escribió de vuelta.

 

“Define tarde.”

 

John sonrió. Por supuesto, Sherlock probablemente pasaría de la siesta, para luego dormirse en algún rincón del apartamento al día siguiente vencido por un patológico cansancio.

 

“Necesitamos hablar”, escribió Sherlock entonces.

 

John dio un suspiro, complicado.

 

“Mañana a la hora del almuerzo. En Angelo's.”

 

“Te espero.”

 

John frunció el ceño. Iba a esperar ahí toda la mañana, ¿no? No se sintió complacido por ello, al fin y al cabo Sherlock había repetido el comportamiento en el pasado. Esas esperas le daban a Sherlock espacio para pensar.

 

 

 

Mañana en el almuerzo dio la excusa de ir a recoger un empaque de remedios cuando Mary le consultó por donde comerían.

 

-Me tomará tiempo. Tú aprovecha de almorzar. Yo no podré hacerlo.

 

-OK -dijo ella, alzando las cejas.

 

Eso sí se sintió como un engaño, y dejó la clínica tenso y culpable. ¿Así era como todos los affairs comenzaban? Pero no, no podía aplicar una palabra tan mundana a lo que él sentía por Sherlock.

 

Cuando llegó donde Ángelo, no vio a Sherlock en las mesas usuales, que eran casi siempre junto a la ventana. En vez de eso Ángelo lo guió hasta la parte de atrás.

 

Después del asesinato de Magnussen, Sherlock había preferido mantenerse más fuera del foco de atención. John no pudo evitar recordar el que él lo aconsejó de lo mismo muchas veces, sin que este escuchara en lo más mínimo. Otra vez: las cosas cambian.

 

Evitó mirarlo a los ojos cuando se acercó a la mesa. Sherlock lucía muy serio, y estaba chequeando algo en su celular, aparentemente saliendo de una línea de pensamiento que en otras ocasiones John se habría muerto por participar. Ahora sólo... quería resolver aquello.

 

Fue extraño. Sentarse en frente suyo sabiendo que le había besado. De nuevo sintió lo que la noche anterior, una extraña familiaridad.

 

Sherlock finalmente le miró a los ojos, y la expresión de los suyos fue plana y descolorida, como la que solía tomar cuando tenía la mente en un caso. Una expresión de enfoque extremo.

 

-Pedí algo para ti -dijo Sherlock con voz neutra.

 

-Gracias -dijo John, sonriendo.

 

Se acomodó en la silla, y miró alrededor, a la gente sentada en otras mesas, a Ángelo saludándolos desde otro puesto.

 

Entonces Sherlock habló.

 

-¿En qué estabas pensando?

 

Fue como un yunque en su estómago. John se quedó mudo, y sintió el pánico caer sobre él.

 

Por supuesto.

 

-En... ahm...

 

-Estás casado.

 

-Lo sé, pero... -John suspiró, notando la ansiedad escalar por sus pulmones. Dios, no- Vaya, veo que... -Volvió a tragar, sintiendo el corazón roto- veo que no es correspondido. Tenía la ligera esperanza de que... antes...

 

-Sí te correspondo, pero eso es punto aparte.

 

Espera, ¿Qué?

 

John miró a Sherlock a los ojos, pero sus ojos siguieron opacos y concentrados. Sin embargo, no pudo evitar sonreír ante lo que acababa de decirle, y una felicidad horrible lo invadió. Horrible porque estaban en un lugar público y no podía expresarla.

 

-S-sé que estoy casado, pero... pero aún así necesitaba decírtelo.

 

-Decir, pero no hacer. Tu esposa estaba en el piso inferior, ¿recuerdas?

 

-Sí. Lo sé. Y sé que es cruel, pero...

 

-John, no debiste...

 

-N-no, ¿sabes qué? -dijo John, alzando la voz- ¿Sabes qué? En ese momento no me importó. Siempre me han importado las cosas, siempre he tomado precauciones, pero ¿sabes? Estoy cansado de hacerlo. Por una vez en la vida hice lo que siempre quise hacer, Sherlock. He estado quemándome por años por lo que sien...

 

Se calló, notando las miradas alrededor de ellos. Bajó la mirada al plato que Sherlock había pedido para él, viendo los vegetales y el trozo de pavo perfectamente separados entre sí. No recordaba que los cocineros de Ángelo fueran tan metódicos. Luego miró los cubiertos que estaban en el puesto de Sherlock, por regla del restaurante, y su corazón se ablandó un poco. El cuchillo estaba sucio.

 

Había sido un poco precipitado al sentirse acusado.

 

-Sé que fue impulsivo -susurró, alzando la mirada hacia Sherlock, quien miraba el plato fijamente- . Y que no debería sentirme tan feliz de haberlo hecho por fin, de haberte... besado.

 

Tragó, sintiendo esas maravilosas mariposas. No importó que Sherlock no lo mirase. Tenía la confirmación de que correspondía a sus sentimientos y eso era suficiente.

 

-Es raro -comenzó a decir, con voz queda- . Se siente tan parecido como usualmente se siente.

 

-¿Como se siente qué?

 

-Estar contigo. Salir a comer. Hablar.

 

-No debería. Nunca hablamos de nada que no sea de los casos.

 

John frunció el ceño.

 

-Eso no es cierto. Sí hablamos de cosas mundanas a veces. De lo cotidiano, de... nuestras responsabilidades en Baker Street, en el apartamento.

 

Sherlock alzó la mirada por fin, y John notó lo mucho que su expresión se había ablandado.

 

-Ya no lo hacemos. Estás casado -repitió- . Estás con otra persona, convives con otra persona.

 

-Eso es lo que más te molesta, ¿verdad? -dijo John, aunque no en tono resentido- Que conviva con otra persona.

 

-No. Me molestan muchas más cosas.

 

John alzó las cejas, incrédulo. Esperó paciente a que Sherlock añadiera algo, y el detective suspiro de frustración.

 

-En... en el casamiento me sentí horrible. La sensación de ver a otra persona tocándote era insoportable. A otra persona compartiendo tus pensamientos... -Sherlock tragó notoriamente, y entonces cogió un trozo de vegetal del plato de John y se lo metió a la boca. John le miró pasmado, pero no preguntó nada- El verte con otra persona con la que hablabas cosas de las... que conmigo no hablabas... Sentí celos de Mary. De que sea a quien le dices las buenas noches por última vez cada día.

 

El doctor esperó a que siguiera, casi deleitado por lo que escuchaba. Eran cosas tan... rutinarias las que Sherlock envidiaba de Mary. Él, el detective que odiaba la rutina, que se desesperaba ante la mundanidad, envidiaba a la mujer con la que él compartía lo más mundano que puede existir.

 

-Es cierto. Le he contado cosas... que nunca te conté a ti -reconoció.

 

-¿Por qué? -dijo Sherlock con resentimiento.

 

-No creí que te interesaran. Te aburrías fácilmente con cosas de ese tipo.

 

Sherlock le miró con el ceño fruncido. Todo emblandecimiento se había ido.

 

-No es verdad.

 

-Sí lo hacías. Aún lo haces. Y nunca me molestó.

 

-Siempre te molestó.

 

-No, no en realidad -dijo John, con seguridad- . No soy el único aquí que... tiene problemas hablando de sentimientos. Aunque ayer... ayer me venciste en ello.

 

Sonrió mirando su plato, con los codos sobre la mesa. Sherlock se quedó callado por un momento.

 

-Creí que suponías que lo había hecho por ti. Por eso fue fácil decírtelo.

 

-¿Cómo puede uno suponer esas cosas? Uno nunca... da por hecho que otros te valorarán. Al menos yo no lo hago, no creo que sea correcto.

 

-No lo es. Pero conmigo ya vas aprendiendo a suponer. Aunque preferiría que siempre... me preguntaras. No quiero herirte por no cumplir tus expectativas.

 

-Tú siempre superas mis expectativas -dijo John- . Ayer no te apartaste.

 

Una sonrisa apareció lentamente en el rostro del hombre de cabello negro. John sintió su pecho cosquillear, hasta que Sherlock apoyó los codos sobre la mesa, aproximándose levemente a él. Se detuvo allí, sólo mirándole, y John se sintió algo nervioso. Escrutado.

 

-Tengo... -dijo, dándose cuenta- tengo que dejar a Mary, Sherlock.

 

-¿Qué? -dijo Sherlock, con leve horror.

 

-Debo, es lo lógico.

 

Sherlock tragó, horrorizado por esa propuesta. Eso descolocó al doctor de sobremanera.

 

-No lo es. Al menos espera un tiempo.

 

-¿Por qué? ¿Por qué debería esperar un tiempo? No es como si fuera a dispararte de nuevo, Sherlock.

 

El detective calló ante esto.

 

-Sherlock, ella... ella no va a tomar represalias, ella sabe. Entenderá porqué estoy haciendo esto. Lo entendió desde el momento en que volviste.

 

-Ella sabe, entonces.

 

-Sí. Lo supuso, en realidad, y yo lo confirmé. Habían pasado... habían pasado dieciocho meses desde que tú te fueras y yo... aún... no lo había superado. Ella sabía lo que yo sentía, y se casó sabiéndolo.

 

-¿Por qué no detuvo todo, entonces?

 

-Porque yo no se lo permití.

 

John miró hacia otra mesa, abrumado. Sintió el calor de la mirada de Sherlock en el rostro. De nuevo, se sintió muy familiar.

 

-No se lo permití y seguí ciego a lo que pudieras sentir, excepto... cuando diste el discurso. Por un momento quise asumir la verdad, pero... uno se crea fantasías todos los días, Sherlock. Pensé, ¿Cómo podría él sentir por mí algo de esa naturaleza?

 

Intercambiaron miradas, y Sherlock sonrió de nuevo, con lentitud. John se encogió levemente de hombros, conteniendo una sonrisa.

 

-Eres un idiota -dijo el detective.

 

John volvió a encogerse de hombros.

 

-Como todos.


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