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El Vals de los que Sobran por Kanes

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Notas del fanfic:

Los personajes principales están basados en actores que admiro.

James lo imagino como Tom Hiddleston,

Aubrey como Michelle Krusiec,

Richard Hawkins como Robert Downey Jr.

y Miles, el hermano mayor de James como Chris Hemsworth.

La historia fue inspirada por mis opiniones sobre el conflicto en Medio Oriente y por esta entrevista que vi de Tom Hiddleston y Robert Downey Jr.: https://youtu.be/Cn6Ws4oK1jg?list=PL7CB7977A0D85AC70

Notas del capitulo:

 

Hola!!! Bienvenidos a esta nueva historia. No sabía si subirla al principio, pero me decidí porque me diverti mucho escribiéndola. Nunca había hecho tanta investigación previa y posterior para una historia, y espero que haya valido la pena, y que al menos a una persona le guste.

Los videos de la parte lateral de la página como siempre sirven de acompañamiento para la historia. En esta historia puse mucho soundtrack de canciones clásicas y Rock Independiente actual, esto porque fue la música con la que andaba rayada en el tiempo en que escribí la historia, que fue durante la segunda mitad de 2012. Sin embargo, si prefieren no usar las canciones está bien, no es algo vital.

Espero les guste! Besitos!

 

  Advertencia (muy importante) de Kanes: por primera vez desde que empecé a escribir historias, las opiniones de los personajes no representan necesariamente las opiniones de la autora n.n

 

 

ESTA HISTORIA ESTÁ REGISTRADA EN   --SAFECREATIVE.ORG-- : CÓDIGO: 1308285656103

 

Imagen de James

 

 

 

Si estás atravesando un infierno, sigue andando.”

Winston Churchill

 

 

 

 

 

 

 

 

I

 

Había cuatro velas encendidas en el candelabro. James veía esto como una cuenta atrás que no se detenía, pero que durante esos ocho días parecía avanzar con lentitud. Era una fecha que siempre le generaba frustración, dado el hecho irónico y molesto de que siempre coincidía con su cumpleaños.

En Hanukkah gran cantidad de familiares y amigos llenaba la casa Löwy, y solía ser el blanco de burlas cuando todos se juntaban. También molestaban al perro, Klimt, un pastor inglés al que James nunca le había visto los ojos, y que llevaba doce años en la casa. Estaba viejo ya, pero sus primos de segundo grado lo molestaban. Se sentía en igual situación con él, pues aunque estos primos lejanos eran más pequeños que él, solían molestarlo también por herencia de sus padres.

Cómo sea, no era una época feliz.

-¡Jim! -llamó su hermano Miles, en el barullo del festejo de ese día.

Los más viejos estaban sentados a la mesa compartiendo dos corderos -los cuales nunca se comían enteros- , mientras esperaban a la media noche para encender la quinta vela del candelabro. Tres más y soy libre, pensó James, sin quitar la vista del libro que estaba leyendo. A menudo hacía dos cosas a la vez, leer, aunque como memorizador, mientras pensaba en asuntos problemáticos como ese.

Las veladas no eran nunca tranquilas, y no podía escapar a su cuarto. Como siempre, algo lo puso en alerta. Habían cambiado la música.

Él había puesto su disco recopilatorio de Indie Rock hace un rato y ya iba en la décima canción. Alguien acababa de cambiar el disco a uno de techno que le gustaba a su hermano. Alzó la vista, y se topó con el choclón de jóvenes, amigos de Miles y primos de ambos, que se encontraban en el ventanal que daba al patio, ahora veteado de amarillo por los faroles del parquecito que conformaba la parte trasera de su enorme parcela. Habían comenzado a conversar muy alto, irrespetuosos de la cháchara anecdótica que se pudiera estar produciendo en el comedor de la casa, separado de ese ventanal por una gran sala de estar que podía muy bien estar sirviendo de aislador de ruidos, como había comprobado muy bien James hace mucho, cuando una vez estando muy pequeño intentó escuchar la conversación de su padre con tío Richard en el comedor.

No pudo escuchar absolutamente nada desde la terraza estilo japonés que había tras atravesar los amplios ventanales de afuera, y que conformaban la parte más atractiva de la casa de invierno de la familia Löwy, familia adinerada y dueña de una revista de modas con la que James no tenía absolutamente nada que ver... sicológicamente. Igualmente tenía parte que ver al ser diseñador esporádico y accionista del dos por ciento de las acciones totales. No era un gran porcentaje comparado con el que acaparaba su padre, pero dejaba suficiente dinero para ir de vacaciones a Escocia durante el verano. La cuestión era que esa vez intentó oír una conversación que tenía mucho que ver con él, con su padre y tío Richard, el mejor amigo de su padre, y con el que James tenía una fría comunicación desde hace años.

-¡Miles! -llamó a su hermano, cerrando el libro- Mierda... -bajó la vista al libro, y vio el separador en su mano. ¿En qué página había quedado? Iba en el caso del misterio de Boscombre Valley, el cual no era demasiado largo...

-¡Perdón, Jim! ¡Esa música estaba sinceramente latosa!

James frunció el ceño y vio con desaprobación cómo su alto y fornido hermano de melena rubia se volteaba de nuevo hacia sus amigos y seguía charlando con ellos. Uno de los amigos de Miles lo miró encogiéndose burlesco de hombros y saltó de la terraza al pasto del patio con gran energía. Acto seguido, más cerca del ventanal, Miles cogió a una chica de la cintura, y James notó cómo ambos, y casi todos allí, seguían inconcientemente el ritmo de la música techno. ¿Los adultos no podían al menos venir y poner algo de música anticuada? Prefería mil veces eso. El resto del tiempo Miles siempre tenía la prioridad, y ahora, ni siquiera el día de la conmemoración de su nacimiento, podía tener algo de preferencia.

-¡Jamie! -lo llamó su padre desde el comedor.

Dejó el libro en la mesa del centro, abarrotada de dulces y postres a medio comer. Se arregló el chaleco de rombos monocromáticos y cuello alto y los jeans oscuros en el trasero, y abrió la puerta del comedor.

-¿Qué hacen los chicos en el patio? -le preguntó su tía Lucy, mirando inquisitivamente por la rendija que James había dejado, hacia afuera del amplio comedor.

Tenían una gran mesa al centro del comedor, con un mantel a cuadros rojos y blancos, actualmente abarrotada de comida. Casi todos se habían acabado su parte del cordero, pero aún se podía adivinar el torso en cada uno de los dos corderos que su padre había comprado.

Albert Löwy se encontraba sentado en la cabecera, con su cabello ondulado y perfectamente blanco tomado en una coleta pequeña atrás. Usaba un traje armani y una camisa de Salvatore Ferragamo. Hacía gran contraste con James, quien siempre llevaba su cabello ondulado, medianamente largo, desordenado y suelto en la cabeza, no disimulando en nada su color rojo veteado de castaño.

-Miles y nuestros primos estan charlando, sólo... charlando.

-Seguro se están esnifando algo -dijo tío Richard.

-¡Rick! -exclamó el señor Löwy, con una sonrisa de diversión en la cara.

Tío Richard rió por lo bajo y, su ex esposa, Agatha, le dio un codazo desde el lado derecho. Algunos tíos también se habían puesto a reír, ya por costumbre. Las bromas de Richard solían tener poco tacto.

Jamés miró a tío Richard. Si supiera...

Le vio tomar del vaso de vino que tenía en la mano, y siguió el recorrido invisible por su cuello, hasta que el trago se perdió por su esófago. Luego removió el vino en el vaso, alzando una ceja como si no le hubiera convencido del todo.

-Te trajimos un pastel de hoja y manjar, Jim -dijo el tío Johnny, el hermano menor de su padre- . Está en el refrigerador.

-Veinticinco años. Vaya, hace tanto que dejaste de ser un niño -comentó la tía Frida, esposa del tío Mike Mankowitz, el segundo con mayor cantidad de acciones en la revista “Darling” de los Löwy. No tenían relación de sangre mayormente estrecha, pero era un gran confidente de su padre, aunque no más que tío Richard, quien tenía extrañamente el diez por ciento de las acciones, cinco menos que el tío Mike.

-¿Quieres unirte a la conversación? -le preguntó tío Mike.

-Estoy... algo ocupado. Quizás me vaya a dormir pronto.

-Entonces buenas noches, Jamie.

-Buenas noches.

Se despidió de los demás y salió del comedor con gran alivio. Le dolía la cara de tanto sonreír.

La familia Löwy constituía un espectro bastante interesante de caras, pero los dueños de casi todas ellas tenían la misma personalidad cínicamente encantadora.

Casi todos trabajaban en el campo del diseño, algunos habían empezado como zapateros, otros como diseñadores de bolso y hoy tenían gran participación en la definición de la revista “Darling” de los Löwy. Sin embargo, los ajenos a la familia en sangre eran los mayores confidentes del mayor dueño de la revista, lo cual era un poco insultante para buena parte de los padrinos y madrinas. Por ello James creía que eran un poco cínicos. Había escuchado conversaciones turbias de pequeño, que había venido a entender de grande, en las cuales hablaban desdeñosamente de su padre en el aspecto empresarial y familiar.

Pasó por la sala de estar mirando fulminantemente hacia la terraza, y vio a su hermano levantando una silla en forma de tronco cortado que tenían allí. Estaba alardeando de su fuerza a una chica, al parecer. Su hermano era de esos tíos que se la pasaban en el gimnasio, un poco físicoculturistas, pero con buen cerebro. Llegaría lejos.

Fue a coger su libro de Sherlock Holmes a la mesa del centro. No obstante, su mano cogió aire. Alguien lo había movido de allí.

Dio un suspiro apesadumbrado y tragó, mirando hacia la terraza con algo de aprehensión. No le quedaba otra opción. Si no buscaba el libro de inmediato, terminaría como su diccionario conceptual de primaria: con todas las vocales desprendidas.

-Kenneth -llamó a uno de sus primos, el que estaba más cerca de la puerta. Era hijo de tía Lucy, la cual era viuda y dueña de una tienda de bolsos bastante fructífera, con cinco sucursales en Londres.

Este se volteó, extrañado por la presencia de James allí.

-Es Kenny. Pequeño Jimmy -Lo rodeó con el brazo de una manera falsamente afectuosa y le revolvió el cabello ondulado- , ¿Cuántas veces te debo decir que es “Kenny”?

Estaba algo tomado. James cerró los ojos, con el aliento del tipo en la cara.

-¿Viste mi libro? -le preguntó.

-¿Cuál? -dijo Kenneth.

-Había un libro en la mesa de la sala de estar. ¿Tú lo sacaste o viste que alguien lo tomara?

-Hey, a Mildred también le gusta Sherly Holmes.

-Pero es mío. ¿Dónde está Mildred?

-Por allí...

James fue en busca de Mildred, una de las amigas de Miles de la universidad. Se topó con muchos cerca de la terraza, achoclonados, y sólo pudo encontrar a Mildred al final del patio, entre los cedros.

-¿Ya es medianoche? -le preguntó la chica, confusa al verlo allí. Se tambaleaba levemente, un poco mareada.

-Mildred, ¿Dónde dejaste mi libro?

-El libro tenía calor... y lo eché a la fuente -dijo, arrastrando las palabras.

James miró hacia la fuente, que se ubicaba al final del patio. Tenía una profundidad de unos cuarenta centímetros, pero en el borde era de apenas unos cinco centímetros. Aún así, fue suficiente para que el libro se empapara. Estaba casi a la orilla, apenas iluminado por los faroles.

Oyó a Mildred alejarse de allí con una risita, y James se puso de cuclillas para sacarlo. Lo estrujó un poco, pero el papel ya estaba al borde de convertirse en una masa individible.

Todavía acuclillado, se volteó un poco a mirar hacia la terraza, pero su mirada se detuvo en Mildred, que había caído al pasto. Una amiga trataba de levantarla. Los adultos estaban a sólo unos metros y ellos estaban armando ese espectáculo.

Fue de vuelta a la terraza, con la garganta anudada de pura rabia, y pasó entre sus primos y los amigos de Miles. Vio a sus primitos de segundo grado sentados al borde de la terraza, picando con unos palos a Klimt en los ojos.

-Hey, no le hagan eso.

Los niñitos levantaron sus diabólicas caretas y dejaron de pinchar al perro. James tomó a Klimt del collar y lo llevó hacia el interior de la casa. Cerró los ventanales y llamó a Klimt para que lo siguiera al segundo piso. Aún se escuchaban las voces de sus tíos y tías desde el comedor, y pudo ver a su tía Agatha mirar desde allí mientras él se iba.

 

 

Alguien había dejado las cortinas abiertas en su cuarto. James enterró la cara en la almohada, y recién entonces notó que tenía el torso como cubo de hielo. Estiró la mano para agarrar la frazada y se tapó hasta arriba de la cabeza.

-¡Le-ván-ta-te! -dijo la voz de Miles, lanzándole un cojín por cada sílaba.

Tiró de su frazada y lo volvió a destapar.

-¿Qué ocurre?

-Iremos con nuestros tíos a un encuentro de empresarios en el Teatro Piccadilly.

James entreabrió un ojo, y vio a su hermano buscándole ropa en el armario. Vio que sacaba su kipá, y se la lanzaba a los pies de la cama.

-Uno de los socios es japonés y siente curiosidad por nosotros.

-Para eso entonces le enseñamos criquet o algo. Nunca usamos la kipá...

-Sólo hazlo, ¿sí?

James se enderezó en la cama y miró reprobatoriamente a su hermano.

Se peinó un poco esta vez, para poder colocarse la kipá, y estuvo listo poco después. Había venido tío Richard a buscarlos en su Porsche. No llevaba su kipá, pero se había peinado el cabello hacia atrás y se había puesto un elegante traje con un chaquetón sin mangas debajo, el cual tenía rayas negras y blancas muy delgadas. Era un digno accionista de la revista, con esa clase de ropa para el uso diario o para ocasiones puntualmente especiales como esa. Y todo eso contrastaba graciosamente con la figurita caricaturizada de Tracy Chapman que colgaba del espejo retrovisor de su auto.

James vio a Miles y a tío Richard charlando a la entrada de la casa. Parecían estar preocupados por algo. Ambos tenían los ceños fruncidos y su hermano estaba un poco inclinado hacia adelante, producto de su diferencia de estatura con tío Richard.

 

Piccadilly Circus estaba cerca del barrio chino. Habían ido un par de veces a comer allí con papá y algunos tíos. Aún tenían la tradición, pero a James le sabía más a protocolo que a otra cosa. Miles había hecho algunos amigos allí que conservaba hasta aahora. Ese día su padre le regaló el dos por ciento de las acciones a James esa vez, y desde entonces había ido acumulando ganancias sin gastarlas.

Se acomodó la kipá en la cabeza y alzó la vista al Teatro Piccadilly. Miró hacia la parte derecha de la calle, mientras Miles y tío Richard se adelantaban.

-¡Will! -llamó su hermano de improviso- Pensé que no te aparecerías.

Se había encontrado con un amigo al parecer. Era chino, e iba con una chica igualmente de sangre oriental que llevaba el pelo tomado en una cola. Le llamó la atención lo simple que era para vestirse, casi varonil, con camisa y pantalones negros.

-¿Cómo has estado? -preguntó Miles a Will.

-Bien. Oh, ella es Aubrey.

-Aubrey, mucho gusto.

Tío Richard se adelantó hacia la entrada, y James se quedó un rato mirando a su hermano y a sus amigos. Se quedó viendo las zapatillas negras de la chica, que no combinaban en nada con la ropa.

El teatro, un gran espacio lleno de butacas rojo italiano, estaba vacío, excepto por el palco que ocupaban su padre y otros tres hombres más. James siguió al tío Richard hacia allí, mirando hacia el escenario cada tanto. Había una pequeña orquesta tocando música clásica.

El resto de la velada fue bastante aburrida. Se dedicaron a hablar de negocios y comentar la música cuando se quedaban sin tema de conversación o no recordaban qué seguía en el protocolo. El empresario japonés parecía bastante cordial y se mostró muy agradecido por la invitación al teatro Piccadilly. Pronto James tuvo la sensación de estar haciendo hueco allí, y se fue disimuladamente del palco.

Por la parte de atrás se encontró con una zona bastante siniestra del teatro, llena de escaleras de madera y ampolletas de baja luminosidad. Finalmente llegó a los pasillos de los camarines, modernos y lujosos. Su hermano no se había aparecido y pensaba que tal vez lo encontraría por allí.

De improviso vio a la chica china de antes al lado de una de las puertas que daban a los camarines. Miles y el tal Will no estaban por ningún lado, por lo que estaba sola, pegando un cartel con scotch del malo en la pared perfectamente barnizada del pasillo. Eso dejaría una huella.

-Hey, creo que... no deberías hacer eso -le dijo.

Aubrey se volteó hacia él, alerta, y al ver de quien se trataba, su postura pareció relajarse. Bajó las manos del cartel, y James vio que se trataba de un mensaje con una imagen en contra de la intervención británica en Irán. Llevaba unos cincuenta carteles más de lo mismo, que guardó lentamente en su morral. Se alejó por el pasillo.

Quizá no hablase inglés.

-Aubrey, ¿verdad? -le dijo.

La chica se detuvo de nuevo, aparentemente fastidiada, y alzó las cejas con gesto interrogativo. Tenía una cara redonda, ojos pequeños y una amplia y lisísima frente. Toda su piel parecía muy sana y bella, y notó que tenía unos leves hoyuelos en las mejillas, que probablemente se marcarían tiernamente cuando sonreía. Sin embargo, su rostro no parecía ser de los que sonrieran demasiado.

-Sí. Aubrey -respondió ella.

James asintió con la cabeza, sin saber qué decir. ¿Para qué la había detenido en primer lugar?

-Oye, estaba tranquila poniendo los carteles -dijo la joven con una voz profunda- . No es un ataque ni nada por el estilo. Es información.

-Pero estás dañando las paredes. Cuesta mucho... mantener este teatro.

-Sí, y el señor Albert Löwy va a estar muy enfadado al ver los carteles en su pared lustrada -continuó ella, con seriedad- . Este teatro es suyo, ¿no?

James asintió.

-También lo es el restaurante de Will -añadió la joven, alzando las cejas.

-No conocía a Will. William.

-Es Wilhelm.

-Ah.

Se quedó callado. Lo intimidaba un poco.

-¿Él y Miles donde están?

-Fueron al restaurante. A tu hermano le gusta alardear de que es en parte dueño del lugar. Es un poco patético.

-Wilhelm también al hacer amistad con él -se atrevió a decir James, sintiéndose atacado. Sin embargo, le pareció que había sido un poco grosero, y añadió:

-No conozco a tu novio, pero me pareció alguien bastante agradable. En realidad no creo que sea... negativo eñ que sea amigo de mi hermano, pero has llamado patético a Miles.

-Es que lo es, allí enseñando sus músculos y su billetera a todo el mundo.

Sí, Miles solía hacer eso, en un modo bastante metafórico, pero de modo obvio por otra parte.

-¿Y? -preguntó Aubrey.

Se había quedado callado mirándola.

-Ehm... No, nada. Quizás... tengas razón.

Rió por lo bajo, y ella sonrió levemente. James notó que le miraba el pelo, e instintivamente se tocó la cabeza, recordando que aún tenía la kipá puesta. Se la quitó rápidamente y la guardó. Luego la vio mirarle el resto de la ropa, fijándose tal vez en el tamaño desproporcionado de la chaqueta de su traje, herencia de su padre.

Se guardó la kipá en el bolsillo del pantalón, también demasiado ancho, y volvió a mirar a Aubrey, un poco avergonzado. Si tan sólo fuera alto como Miles, o más fornido, quizás inspiraría un poco más de respeto. Aubrey se comportaba más o menos igual que sus primos, con escepticismo y algo de burla por su aspecto y su modo de ser.

-Entonces, ¿Puedo seguir pegando los carteles? -preguntó la joven..

James se acomodó los hombros de la chaqueta, contrariado. Aquella chica ya había tomado la sartén por el mango. Sin embargo, le inspiraba un extraño impulso insolente.

-OK. Aunque no estoy muy de acuerdo con lo que dicen.

-Por supuesto que no -dijo ella, con un tono marcadamente sarcástico.

James sonrió. Sintió un cosquilleo agradable en el estómago.

 

En casa lo reprendieron por no quedarse a cantar, pero a esas alturas poco le importaba. Había un punto de conexión entre Aubrey y él y necesitaba aclararlo un poco más para saber cuándo y dónde se había provocado, y si sería posible que volviera a repetirse.

-Papá está enfurecido -le dijo Miles esa noche. Estaban esperando a la medianoche para colocar la sexta vela del candelabro. Habían venido todos los tíos y tías de nuevo- . Tendrás que disculparte, el empresario chino estaba ansioso por escuchar una canción occidental y tú eres el único cantante de la familia.

-Japonés -aclaró James- . El empresario era japonés.

-Como sea.

Estaban en la sala de estar bebiendo cerveza. Los primos estaban allí, alrededor, sentados en los sillones o echados en la alfombra.

-¿Will y Aubrey son... activistas de algo?

-Formalmente no pertenecen a nada político ni a ninguna organización, pero son... unos “indignados”, supongo. Un poco radicales en su modo de pensar.

-Humanistas.

-Oh, mira, es Mildred. Le dije que no viniera y aún así apareció -añadió con una sonrisa de diversión, mientras miraba hacia la entrada de la sala de estar- . Me encanta esta chica.

A esas alturas el asunto del libro había quedado en el olvido. Tras la ida al teatro, James se había ido directo a la empresa a terminar unos bocetos en Photoshop para algunas páginas de la revista, y el resto del día había estado pensando en los carteles del teatro. Aubrey era una chica un tanto rebelde, tapizando rincones transitorios para que la posibilidad de que su denuncia fuera vista fuera mayor. Miles era un poco reticente a ello, y por eso le extrañaba que se viera con gente como Will y Aubrey. Tal vez él pudiera verse con chicas como Aubrey. Algo en su carácter insolente le había gustado.

-Si quieres los invito a casa mañana -le dijo Miles, por la noche al toparse en el baño.

-¿Podrías?

-Sí. Pero tendrás que darme un cero coma tres por ciento de tus acciones.

-Ya te di un cero coma dos.

-Lo siento, necesito un poco más. No es suficiente para los planes que tengo, y tú no tienes muchas ambiciones.

James lo miró por el reflejo en el espejo. Miles sacó la máquina de afeitar para recortarse un poco la barba a nivel dos de largo. Estaba diciendo lo mismo que decían papá y tío Richard siempre.

-Si tuviera más ambición, ¿Crees que conseguiría más acciones?

-Por supuesto. Papá siempre ha premiado a la gente emprendedora. Mira a tío Richard. Él empezó de cero y, sólo por tener la misma visión de emprendimiento que nuestro padre tiene, le fueron dadas más oportunidades.

-Haciendo favores pequeños y patéticos primero -dijo James, con sarcasmo.

-Alguien tenía que cuidar de nosotros, y papá no se fía de las niñeras ni de las empleadas para ello.

James se puso crema de afeitar en la cara, mirando sus ojos azules en el espejo, muy claros en comparación con los café oscuro de tío Richard. A veces sus ojos le parecían demasiado fríos por ello, pero cuando tío Richard estaba de buen humor, casi podía gustarle.

Por supuesto, a Miles le gustaba siempre.

A veces sentía que venía de otra parte. Había lógica de por medio en el hecho de que él y Miles no fueran muy parecidos. Eran medios hermanos, y había toda una vergonzosa historia que al señor Löwy no obstante no le avergonzaba demasiado. Era un hombre, y como tal, era premiado por ser un sinvergüenza, y cuando se supo que tenía dos familias a la vez sus amigos empresarios lo aplaudieron. Podría haber sido lo contrario, dada la ética de algunos, pero cuando sucedían ese tipo de cosas, se veían los verdaderos moralistas, y esa vez no se divisó a ninguno.

Se supo cuando la madre de James murió. James fue tenido fuera del matrimonio, meses después que Miles. Ahora la madre de Miles se la pasaba en el extranjero, dando conferencias de moda que habían convertido al matrimonio en un mero contrato económico.

-Malgastas la crema de afeitar, mira -le dijo Miles, indicando le que había caído de su cara a su torso desnudo.

-Tengo bastante -dijo James, indicando el tubo.

Miles puso los ojos en blanco, y le quitó la hoja de afeitar.

-No, no, me cortarás. Lo hiciste la otra vez -dijo James, horrorizado.

-Esta vez seré más cuidadoso. Te la debo por lo que te hizo Mildred.

-Sólo fue un tonto libro.

Miles se detuvo, frunciendo el ceño.

-¿Ves lo que pasa? Tú mismo dejas que se aprovechen de ti al olvidar ese tipo de incidentes. ¡Sólo un libro! Es parte de un árbol, idiota.

-Era de papel reciclado -le corrigió James.

Miles se lo quedó mirando fijo, mientras James acercaba lentamente su mano a la hoja de afeitar.

 


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