•||• Pezzi di Vetro •||•
Antonio es una persona calmada y perseverante. Es calmada y alegre y optimista y es de ese tipo de personas que son fáciles de querer. Cree tener la paciencia suficiente para muchas cosas y una de ellas es para poder estar con Romano.
Lovino es, por el contrario, demasiado flojo y muchas veces pesimista. Se molesta con facilidad y se sabe una sarta de improperios que nunca duda en lanzar a diestra y siniestra si es necesario —y siempre es necesario—. Es difícil de tratar.
Lovino es alguien acomplejado. Es sensible pero aparenta fortaleza que no tiene. Con el tiempo ha ido aprendiendo acerca de las otras personas y ha decidido no confiar más en ellas.
Son engañosas, falsas y crueles. Y esa no es ni la punta del iceberg.
Y durante tanto, tantísimo tiempo, Romano lo ha sabido. Lo entiende, lo acepta.
Lovino sólo quiere a una persona, pero esta parece tan inmersa en su mundo que no se da cuenta del daño que causa. Una palabra, un roce de manos.
Antonio es descuidado y es por eso que Lovino no se atreve a quererlo por completo.
Es un peligro latente.
El español hace y deshace y no cae en cuenta de todo lo mucho que eso provoca en el italiano.
Abrazos, besos, dulces palabras y luego el desengaño fatal.
España lo cuido y le brindó cada una de estas cosas, y va Lovino y termina un día por creerlo.
—"¡Cuando seas mayor, cásate conmigo!"—
Aquel instante a Romano lo llenó de euforia y por vez primera se sintió amado. Sintió que alguien lo quería a pesar de todo y que iba a esperar por él.
Se sentía a reventar de alegría porque, aunque no lo apreciaran como país, alguien todavía lo amaba como individuo. Como persona.
La fantasía no duró mucho.
Un par de años después, luego de innumerables momentos de alegría al saberse Romano mayor, Antonio le formuló la misma pregunta a Feliciano y Lovino volvió a sentir su corazón partirse en dos.
El desengaño fatal también se lo brindó.
Luego de eso todo fue igual que siempre, a simple vista.
Romano no estaba emocionado más por crecer y las sonrisas, que de por si ya eran escasas, se comenzaron a desvanecer.
Recordó que es peligroso confiar en la gente y creer ciegamente todo lo que te dicen. Ilusionarte por ello y dejar que el sentimiento nazca y florezca.
Y sabe de primera mano lo mucho que duele, porque, amor, el lo ha vivido toda su vida.
Y lo tiene grabado en todo el cuerpo. Lo recuerda claro, tan nítido que continua doliendo después de años de haberlo vivido.
Lovino Vargas aprendió la lección y se dijo a si mismo palabras conciliadoras.
Reprimió sus propios deseos y se convirtió en lo que debió desde un principio.
Fuerte, magnánimo.
Y las palabras dulces no podían tocarlo otra vez. Las oía lejos a la distancia y se alejaba de ellas como si fuera un animal salvaje protegiendose de un depredador. Por instinto.
Reprimió el llanto y continuo su camino por sobre los pedazos fragmentados de su corazón, de sus esperanzas.
Y con fuerzas renovadas, Italia del sur resurgió de pedazos de cristal rotos y lagrimas no derramadas.
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