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Sorbos de vida por LycanZero

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Notas del fanfic:

Este one-shot participa en una actividad elaborada por el grupo AoKiLovers~

La actividad consiste en hacer un one-shot a nuestro amigo secreto, en base a los gustos del mismo.

A mi me toco Erin-kun nwn

Espero sea de tu agrado y pues... la verdad no se me da mucho el angst pero hice lo mejor que pude jejeje

 

Erza-san, gracias por tu ayuda en esta historia también.

Notas del capitulo:

Sin mucho que decir... espero me haya salido bien el drama jejejejeje

La lluvia caía furiosa sobre las casas, el rugido de los truenos hacía temblar las paredes y causaba temor en los niños pequeños. El aullar de las ramas de los arboles a causa del furioso viento sólo ayudaban a aumentar el miedo de las personas que esperaban esto que no fuera la representación de la furia de “Dios”.

 

Mientras tanto, en una cueva en las profundidades de las montañas un ser alado contemplaba aquella tormenta. Sus alas negras estaban cerradas, había decidido volar esa noche pero al parecer la madre naturaleza tenía otros planes. Bufó molesto pero aun así se adentró a la cueva donde tenía construida una pequeña cabaña, su hogar. Entró y cerró la puerta, suspirando largamente y dirigiendo sus ojos azul oscuro a la mesa donde había una carta aún cerrada. Desde que se le entregó fue incapaz de abrirla y leer su contenido porque sabía que era de ese humano, aquel rubio que le había prometido estar con él y que, egoístamente, le abandonó unos años después.

 

Aomine Daiki es un espíritu cuervo que fue expulsado por su clan al haber cometido un grave pecado, atacando los prejuicios de su gente forzó a su padre, líder del clan, a desterrarlo y condenarle a una vida solitaria en las montañas. Al menos hasta que se arrepintiera de haberse enamorado de un mortal y haber cometido actos “lujuriosos” cuales bestias en celo, sin embargo Daiki no se arrepentía de nada, a pesar del abandono no lamentaba los años que había pasado con “su humano”.

 

Una fugaz sonrisa apareció en su rostro cuando los recuerdos atacaron su mente. Reuniendo el suficiente valor se aproximó a la mesa y tomó aquella carta. Sus manos temblaron mientras la abría, la letra de aquel humano apareció entonces, confirmándole sus sospechas. Se sentó en la mesa y comenzó a leer.

 

 

         Querido Aominecchi, me alegro que te hayas atrevido a leer esta carta. Sí, sabía que no la abrirías de inmediato, te conozco lo bastante bien pasa saber qué es lo que harás después. Sé que estás enojado porque tuve que irme, pero sabes que no era una opción a la que yo pudiese negarme. Estaba escrito en mi destino. Ni siquiera tú, mi poderoso guardián, podrías haberlo evitado.

Pero no es para eso que te escribo esta carta sino para recordarte ciertas cosas. Sabiendo cómo eres estoy seguro que olvidaste cosas importantes y un detalle en especial. Por ello pretendo recordártelas con la esperanza de que rememores antes de llegar al final. De hacerlo conseguirás la fuerza para seguir aquella vida solitaria a la que te encadené por culpa de mi egoísmo y mi deseo de tenerte para mí, disfrutando cada día de tu compañía hasta el momento en el que me vi obligado a dejarte. En fin.

¿Recuerdas ese día en primavera? Debes hacerlo porque…

 

 

Y de repente Aomine comenzó a enfrascarse en sus recuerdos. Todos llenos de vivas imágenes de un rubio de hermosa y radiante sonrisa. Un sol entre los humanos. ¿Cómo podía pensar Kise que había olvidado tan hermosos recuerdos? Para él todo estaba tan claro como si hubiese sido ayer. Sí, si mal no recordaba…

 

 

A los 6 años…

 

Fue la primera vez que lo vio. Kise Ryôta era el tercer hijo del feudal de un pequeño y pacifico pueblo llamado Teiko. Gracias a que eran rodeados por montañas de bosques densos, llenos de fieras –y peligrosos demonios come hombres– y barrancos engañosos ningún otro feudal se atrevía a invadirles ya que, antes de llegar a su punto de intrusión, muchos de sus hombres perecerían sin siquiera haber tocado la tierra de Teiko.

 

Kise era un niño muy vivaz para sólo tener 6 años. De cabello rubio, que los aldeanos gustaban de comparar con el dorado del trigo y ojos ambarinos que contrastaban de manera perfecta con su piel blanca. El rubio estaba buscando hermosas flores para su madre que había caído enferma. Con sus pequeñas manos arrancaba las que tenían un delicioso aroma o un vivido color importándole poco si ensuciaba su delicada piel o manchaba la fina tela de su kimono amarillo mostaza. El único objetivo de Kise era llevarle flores a su amada madre.

 

Aomine, que acababa de cumplir los 16 años, observaba con detenimiento desde la punta de uno de los árboles. Como la mayoría de la gente de su clan, vestía un hakama (1) negro, un hitoe (2) del mismo color y un kosode (3) de un azul más claro, lo único que le distinguía de los demás era un collar de perlas negras con cuatro magatamas del azul de sus ojos que dividían el collar en partes iguales. Él y sus amigos habían salido a volar un rato para despejarse del horrible entrenamiento que les imponían como los futuros protectores del clan. Daiki ladeó el rostro cuando vio que Ryôta dejaba su ramo en una roca y se dirigía a la orilla de uno de los barrancos, estirando cuanto podía su manita para poder tomar una rosa blanca con salpicaduras rojizas. Sin embargo la tierra bajo el pequeño cedió ante su peso trozándose, haciéndole caer, el rubio sólo gritaba y lloraba por ayuda. No quería morir, no aún.

 

Aomine no comprendió en el momento que había pasado pero su cuerpo se movió por sí mismo en rescate del niño. Para Daiki no fue mucho problema, era el mejor de los guerreros y el más veloz. Cuando por fin dejó al pequeño en el suelo esperó a que éste se asustara y saliera corriendo en busca de protección como la mayoría de los humanos cuando le veían empero no fue así. Los ojos ambarinos del pequeño le vieron con curiosidad para luego ser acompañada por una sonrisa enorme.

 

-Gracias por salvarme… ¿eres mi ángel guardián? —Cuestionó con emoción, sonriendo de forma amplia y sus hermosos ojos brillaban con sentimientos que el moreno no pudo descifrar pero, más importante aún, ¿Por qué ese pequeño humano le estaba abrazando una de sus piernas?

 

-Eres molesto, suéltame. —Ordenó con fastidio, sacudiéndose la pierna para arrojar al pequeño lejos pero éste se aferró con fuerza y no le soltó por más sacudidas que daba.

 

-No quiero que te vayas. —Suplicó sin mostrar intenciones de soltarle. Sabía de antemano que una vez que los ángeles salvaban a los humanos estos desaparecían para volver al cielo, eso le había dicho su mamá, pero él no quería que el moreno se fuera. Aun cuando su familia era amorosa, siempre estaban muy ocupados para jugar con él así que se prometió que si en una ocasión su ángel lo visitaba le pediría que se quedara para siempre a su lado y así la soledad desaparecería.

 

-¿¡Quieres que te golpeé, mocoso!? —Aomine estaba hartándose de la situación y no tenía inconveniente en golpear a un pequeño niño.

 

-Eres mi ángel guardián, así que no puedes golpearme. —Advirtió el niño con inocencia mientras que el enojo de Daiki no hacía más que crecer. ¿Qué se creía este mocoso?

 

-No soy un ángel. —Espetó en un gruñido, tomando al pequeño del kimono y jalándole para elevarlo y poder verle cara a cara. Su expresión enojada cambió a una espantada al ver que el niño empezaba a llorar. — ¡¡Cálmate!! ¡¡Deja de llorar!! —Exigió pero no fue obedecido. Kise soltó fuertes chillidos e hipidos acompañados de constantes lágrimas que recorrían sus rojas mejillas. —¡¡Está bien!! ¡¡Soy tu ángel guardián pero deja de llorar!! —Unas palabras mágicas que calmaron al pequeño de inmediato.

 

Después de ese día, Kise Ryôta iba a aquel campo a ver a su ángel todos los días, sin falta alguna, aun cuando este le insistía que era un espíritu cuervo. Incluso le mostró sus alas negras y, con la intención de alejar al niño, mostró su enorme forma animal pero ni así hizo cambiar de opinión a Kise, quien aseguraba que era un ángel hermoso a pesar de que sus alas fuesen negras y tuviera esa extraña forma. Sin darse cuenta, Aomine Daiki, iba todos los días de forma puntual en la tarde para cuidar y jugar con aquel ruidoso rubio.

 

Sin saberlo te convertiste en la luz que necesitaba a los 6 años. Y luego…

 

 

A los 12 años

 

Aomine, al ser un espíritu no sentía el pasar del tiempo, dejó de envejecer cuando cumplió los veinte años quedando con un aspecto joven pero de rasgos maduros. Lo único que le recordaba que los años no pasaban en vano era al ver a Kise, quien ahora era un adolescente alegre y muy inteligente. Además de ser muy popular entre las féminas, ya que atrás quedaron los regordetes cachetes y la mirada inocente. Ryôta ahora era un joven en pleno crecimiento, de pícara mirada y carácter juguetón. Gustaba de retar a Aomine a correr por el bosque, trepar los árboles y nadar por el amplio lago.

 

Daiki jamás había pensado que “actuar como un humano” fuera tan divertido. Además de que ya no tenía por qué discutir con el niño ya que al ir madurando Kise entendió que no tenía un ángel guardián, sino un espíritu al que había forzado a fungir como tal, aunque Aomine ya no se quejaba de ello. Y aun cuando escuchaba de la gente de Teiko que los cuervos simbolizaban un mal augurio el rubio les ignoraba. Para él, Aomine era un gran amigo, quizá uno poco sutil y despistado pero era alguien bueno. Le admiraba por su valentía, por la reputación que daba al clan y por el orgullo que provocaba en su gente. Él quería ser como Aomine Daiki. Y cuando se lo decía el moreno siempre reía.

 

-Eres un humano, no puedes ser como yo. —A veces la franqueza de Daiki dolía y, como las palabras salían sin tacto alguno, en ocasiones su autoestima flaqueaba.

 

-No seas malo, Aominecchi. — Infló sus cachetes, haciendo un puchero que sólo causaba gracia al cuervo. Para el rubio que normalmente tenía una radiante sonrisa, el que Aomine le dijera eso dolía pero sabía que no lo hacía con esa intensión.

 

Ryôta deseaba ser fuerte, causar orgullo en su padre, quien al comprender que no tenía aptitudes para la batalla, se decepcionó y desde entonces le había ignorado. Kise ya no recordaba cuando fue la última caricia que le había dado su padre. Sus hermanos, por el contrario, le querían y protegían además de que la gente del pueblo también tenía mucho cariño por el rubio ya que tenía un corazón bondadoso que sabía ganarse a cada persona con su forma de ser. Muchos de ellos aseguraban que era como su madre, una persona hermosa tanto por dentro como por fuera.

 

-¿Cómo sigue tu mamá? — Preguntó el moreno una vez logró calmar su risa. Kise sonrió de forma triste y bajó la mirada.

 

-Los pronósticos… no son buenos. — El cariño que su madre le proporcionaba ayudaba a menguar el dolor al sentir el desprecio de su padre, sin embargo temía que pronto ese cariño llegara a su fin. Su madre tenía una extraña enfermedad que debilitaba su cuerpo con el pasar de los días y aun cuando los más expertos doctores le mantenían con un sinfín de medicinas no daban muchas esperanzas.

 

-Hana es fuerte, saldrá de esta. —Intentó animarle. La madre de Kise era la única que conocía su existencia y la convivencia con su rubio. Se sorprendió al ver que aquella mujer le creía a su hijo y, por ende, le exigió conocerle. Por increíble que pudiese parecer, Hana aceptó a Aomine con suma rapidez como lo hizo Kise cuando le conoció, a ese par no le importaba que fuera un cuervo, un espíritu que según la gente traía desgracias a los humanos. Para ellos era simplemente Aomine Daiki, un buen amigo. Y por ese simple hecho, Aomine admiraba a ese par y tomó la silenciosa responsabilidad de ser lo que ellos buscaban, un protector. —Es fuerte, igual que tú. —Su mano desordenó los cabellos rubios.

 

Incontables veces peleó con otros espíritus que llegaban a esas tierras con el fin de comer ya fuese la carne humana o su alma. Muchos de estos iban tras Hana al oler la enfermedad en su cuerpo y otros iban a por Kise, de seguro por lo pura que era su alma. No lo sabía muy bien y tampoco le importaba, él sólo quería protegerlos.

 

Y a los 12 años conseguí algo que ignoraba, un gran amigo y fiel protector. Pero todo cambió con el paso de los años. ¿Recuerdas que te lo comenté? Fue…

 

 

A los 18 años.

 

Kise se había transformado en un guapo hombre, de cuerpo atlético, silueta perfecta y rostro encantador. Muchas de las chicas soñaban con ser su esposa algún día. Los acosos fueron en aumento y las alianzas matrimoniales más frecuentes. Sin embargo Kise negaba cada una de ellas. Conforme pasaron los años comprendió que su corazón ya tenía dueño y no era precisamente un humano. Ryôta terminó enamorado de Aomine. Aquella gran admiración cambió en un determinado punto y él no se dio cuenta hasta que fue demasiado tarde.

 

Se sintió confundido, extrañado de que pudiese gustarle un hombre o más bien un espíritu, no creía que eso fuese posible y la única que le ayudó en ese momento fue su madre, quien no se mostró sorprendida por la confesión de su hijo, de hecho aseguró que ya esperaba esto. Si bien Kise gustaba de convivir con la gente de Teiko pasaba mucho más tiempo con Aomine, así que la posibilidad de que uno o ambos se enamoraran era muy probable. Hana insistió muchas veces en que se lo dijera a Daiki, pero el rubio negó la misma cada una de ellas, porque nadie conocía al moreno mejor que él y sabía los gustos que tenía. Aun cuando fuese un chico deseado para los humanos sabía que Aomine no era de esas “preferencias”.

 

-“A él le gustan las mujeres y más si tienen pechos grandes” —Era la respuesta que siempre le daba a su madre. Ella sólo negaba y aseguraba que estaba equivocado, aun así jamás logró convencer a Kise para que expusiera sus sentimientos.

 

***************

 

Por otro lado Aomine seguía igual, no había cambiado en nada. Seguía mostrando la edad de veinte años y seguía con ese cuerpo fibroso de guerrero. Mucha de su gente ya sabía de su coexistencia con el hijo del feudal de Teiko, y aun cuando deseaban oponerse no encontraban algo con que refutarle la mala influencia que aquel humano tenía hacia su persona. A pesar de que siempre iba a ver a Kise por las tardes, Daiki se aseguraba de cumplir con sus deberes. Protegía la tierra de su clan, enseñaba a los niños como ser unos buenos guerreros y buscaba una buena candidata para poder tener poderosos hijos, expandir el linaje de los Aomine. Nada que reprochar, por ende le dejaban ir sin protestas.

 

Muchos podían decir que Daiki era poco sensible, directo, cruel en ocasiones y despistado en otras pero eso a que fuese un idiota había una enorme diferencia. Cumplía con las demandas del clan para que no hubiese problema en ir a ver a la única persona que ha amado y amará toda su eterna vida. Kise Ryôta se había convertido en alguien indispensable para él. Ya no podía sobrevivir sin su compañía y las tardes eran unos de sus momentos más anhelados, las esperaba que llegaran para salir volando a ver al rubio.

 

Sí, sabía que tenía que cumplir con su familia y escoger una buena esposa, pero una cosa era elegirla y otra amarle. Tendría su descendencia, se lo prometió a su padre sin embargo su corazón tenía un dueño. Además no comprendía el temor de su padre y clan de su convivencia con un humano, Aomine sabía que Kise le veía como un amigo, un protector. Había visto que atraía a las mujeres y a los hombres, que era deseado para ser casado con las hijas de otros señores adinerados de Teiko, las posibilidades de que Kise le correspondiera eran mínimas, por lo que conformarse con su amistad era lo que le quedaba, eso y velar por su bienestar hasta que éste le alejara de su lado

 

**************

 

Una noche en épocas de lluvia Hana falleció. Su cuerpo ya no podía seguir peleando contra aquello desconocido que le consumía de forma lenta. Los gritos de lamento se confundieron con los gritos de las ramas de los arboles a causa del viento. No fue hasta la mañana siguiente que Aomine se enteró de la noticia. No dudó en ningún momento en ir en busca del rubio y ver cómo se encontraba; esta no era la primera vez que se infiltraría en el palacio por lo que sabía muy bien cómo evitar que la gente le viera.

 

-Kise… —Se filtró en la habitación del rubio, sus ojos azules buscaron con cierto desespero al rubio pero se decepcionó al no encontrarlo ahí. Después de recapacitar unos segundos comprendió que en estos momentos debería estar en el funeral de Hana, chasqueó la lengua y se preparó para salir por la ventana, volaría como cuervo de ser necesario pero se detuvo en seco al encontrar a alguien tapando la ventana.

 

-Buen día, Aomine-kun. —Era un chico peculiar. Cabello azul claro y ojos azules como el mismo cielo, piel blanca y usaba un hakama negro que cubría incluso sus pies, una hitoe azul claro y un kosode blanco. De ambos lados temporales de la cabeza relucían dos puntiagudas orejas de perro y podía distinguir de igual manera una esponjosa cola que se meneaba de forma lenta de un lado a otro.

 

-¿Quién eres? —No tenía tiempo para pelear con otras criaturas, quería encontrar a Kise lo antes posible. — ¿Y qué quieres?... No tengo tiempo para juegos. —Aunque no sentir la presencia de aquella criatura le tenía con las plumas de punta.

 

-Kuroko Tetsuya. —Contestó de forma cortés. —Mi clan acaba de dominar el lado sur de las montañas.

 

-¿Y eso a  mí qué? ¿Quieres pelea? —No estaba de humor para ser un “buen vecino”.

 

-De ninguna forma. Está claro que no podré ganarle al mejor guerrero del clan de los cuervos. —Su inexpresiva cara sólo aumentaba los nervios de Aomine. —Kise-kun me pidió que te dijera lo siguiente: Encuéntrame en la cueva que una vez hallamos para resguardarnos de la lluvia.

 

-¡Tú! —Sin pensárselo dos veces le tomó del cuello y acercó sus cabezas, aunque esa acción no causo expresión alguna en el rostro de Kuroko. — ¿Cómo sabes de Kise?

 

-Él fue muy amable conmigo. Me había perdido así que me enseñó el camino para regresar a mi casa. —Explicó sin mucho interés. — Y me pidió que si te veía pasara el mensaje.

 

Aomine no tenía tiempo para reparar en el extraño sujeto, sólo lo hizo a un lado y salió volando de ahí para ir en busca de Kise. Sabía a qué cueva se refería, el rubio la descubrió cuando tenía 15 años, las nubes negras aparecieron de repente en el cielo y en su desespero por encontrar un refugio halló aquel lugar. No tardó mucho en llegar, entró volando, en busca del rubio. Éste se encontraba recargado en una de las húmedas paredes, escondiendo su rostro entre sus rodillas y brazos.

 

-Kise. —No tuvo tiempo de reaccionar, el rubio se movió a gran velocidad para abrazarle. De inmediato comenzó a sentir la humedad en su ropa.

 

-Se fue… Aominecchi… —Aquel anuncio lastimero provocó un golpe en el corazón de Daiki. Jamás había visto a su amigo en tan terribles condiciones. Sólo reparó en poder abrazarle y dejar que gritara y llorase cuanto quisiese. Decidió no derramar ni una lágrima porque no deseaba añadir más pena al rubio.

 

Una vez que Ryôta se hubo calmado alzó la mirada para ver a su amigo. Si bien tenía a sus hermanos para que le consolaran nada se sentía mejor que estar en los brazos del moreno. Se sentía protegido y cálido, sabía que era por el amor que sentía hacia ese espíritu. Todo pensamiento fue interrumpido cuando sintió los labios de Aomine sobre los suyos. Sus ojos, aún opacos por las lágrimas, estaban abiertos por la sorpresa, no creyendo lo que estaba viendo. Tardó en responder, no fue hasta que sintió aquellos labios moverse que correspondió de forma torpe.

 

A los 18 años me diste nuestro primer beso. El primero de muchos.

 

 

A los 20 años.

 

La relación había sufrido sus percances. Varias discusiones y muchos desacuerdos, sin embargo lograron atravesar todo ello para poder estabilizarse. La entrega de ambos no sólo fue en los sentimientos, sino también en alma y cuerpo. Kise jamás olvidaría aquella noche cuando Aomine le hizo suyo. Los besos, las caricias y las estocadas profundas que tocaban dentro de su ser las llevaría marcadas en sus recuerdos más allá de la vida. Y Daiki, de igual forma, tampoco olvidaría el sabor de la tersa piel, el sonido placentero que proliferaba cuando se enterraba de forma profunda y los movimientos sensuales que le seducían. Por cursi que se oyese, se declararon amor eterno.

 

-¡Tetsu, pásame el martillo! —En ese tiempo Aomine y Kise se hicieron con un nuevo amigo, con el que convivían día a día; y a pesar de que el chico era inexpresivo se divertía estando con este par enamorado.

 

-Deberías decir por favor, Aomine-kun. ¿Es que tus papás no te enseñaron modales?-- Kuroko es un inugami un poco inusual, al contrario de los demás miembros de su clan carecía de poder mágico a gran escala y su transformación era de un perro normal, cuando los demás podía convertirse en uno de hasta cinco metros –dependiendo de cuántos siglos hayan vivido–. Aun así parecía no importarle el no ser un “gran” perro.

 

-¡¡Cállate, Tetsu!! —Exige Aomine, quien sostenía tabla.

 

-Sí, Aominecchi. ¿Dónde están tus modales? —Preguntó un divertido rubio, quien a pesar de no ser bueno con los trabajos manuales ayudaba a su amigo y pareja en la construcción de una pequeña cabaña en el interior de la cueva donde había iniciado su relación con Daiki.

 

-Los dejé en mi casa, así que dejen de criticarme. —Debido a que su clan comenzaba a sospechar de su relación con el humano y que aún no había escogido una buena esposa, comenzaban a vigilarles desde la distancia. Aomine no quería que su gente descubriera su relación con Ryôta, no porque se avergonzara de ella, sino porque sabía que eso pondría la vida del rubio en peligro. Y eso conllevaba a que debería pelear con sus hermanos y matarlos para mantener vivo a su amante. Daiki no dudaría en hacerlo sin embargo, Kise negó la idea. Él no quería que por su culpa Aomine cometiera un gran pecado.

 

-Oh, Aominecchi ya se enojó. — Por eso decidieron construir aquella cabaña. Con ayuda del singular poder de su amigo Tetsuya, podían ocultarse y desaparecer enfrente de las narices de los guerreros y poder huir a esta cueva, en la cual estaban construyendo un hogar donde los dos podrían amarse sin ser criticados por los demás.

 

Aun así, Kise tampoco la tenía fácil. Si bien su padre ya no estaba a cargo del pueblo, por haber cedido su lugar a su primogénito, seguía teniendo influencia, y al tener a sus dos hermanos casados sólo estaba esperando a que Ryôta tuviera la edad suficiente para conseguirle una esposa. Aomine no lo permitiría y Kise tampoco lo quería. Él sólo deseaba ser feliz con el moreno hasta donde pudiese alcanzarle la vida.

 

A los 20 años enfrentamos todos los obstáculos que amenazaron con separarnos. Y siempre salimos victoriosos, ¿verdad, Aominecchi? Aun cuando fui alejado de la aldea. No me importó que incluso mis hermanos me odiaran. Me dolió, y mucho, pero no estaba dispuesto a renunciar a ti por ellos.

 

 

A los 60 años.

 

Lucharon contra todo pero había dos enemigos con los que por más que combatieran jamás iban a salir victoriosos. El tiempo repercutió en el cuerpo de Kise, haciendo que las energías fueran consumiéndose poco a poco, que su piel una vez lisa y suave ahora estuviera arrugada y porosa, su recto porte quedo atrás y ahora estaba ligeramente encorvado, su columna no tenía la fuerza suficiente para soportar el peso.

 

La belleza de una vez poseyó Kise Ryôta fue desapareciendo con el paso del tiempo. Sí, su primer enemigo fue el tiempo. Aun cuando Aomine quisiera ir al ritmo de su amante era imposible. Los espíritus como él tenían una gran longevidad, al punto de que muchos les declaraban como inmortales. Aomine ahora se veía como un hombre de treinta, pero por obvias razones Ryôta tenía el doble de esos aparentes años; pero el moreno nunca se alejó de él, incluso cuando hubo crisis en las que Kise le exigió que se fuera, que le dejara solo al darse cuenta de que cada año se hacía más inservible, más feo, un estorbo. Pero nada de eso hizo retroceder a Aomine. Cuidó y soportó cualquier desprecio que Kise pudiese hacerle. Conforme pasó el tiempo el rubio aceptó la realidad y se dedicó a vivir lo que podía al lado de Daiki.

 

Bebió de la vida a grandes tragos, no desperdició gota alguna de los sucesos que pasaban a su alrededor. Disfrutó cuando podía y se dedicó a amar a Aomine Daiki hasta el límite. Y lo mejor de todo es que el moreno le correspondía.

 

A los 60 años me hiciste rejuvenecer de nuevo, quizá no de forma física, pero mi alma volvió a tomar fuerzas para seguir viviendo a tu lado.

 

 

A los 75 años.

 

El segundo enemigo fue la muerte. Al ser ya un hombre de avanzada edad no tenía la resistencia suficiente para poder soportar las enfermedades que vinieron acompañados por el fuerte invierno. Aun cuando Aomine y Kuroko conseguían hierbas medicinales de los profundos bosques, el cuerpo del rubio no soportó por mucho tiempo.

 

Daiki tuvo que contemplar poco a poco como la llama de la vida iba apagándose en Ryôta. Las toses eran atroces, acompañadas siempre con una gran cantidad de sangre, la piel lentamente iba pegándose a los huesos, dándole una apariencia realmente mortífera. Aomine jamás creyó que llegaría un momento en donde el miedo tomaría posesión de su cuerpo y la impotencia detuviera sus acciones. Por más que se esforzaba, por más cariño y cuidados que le brindara nada parecía funcionar, sin embargo no se mostraba débil ni derrumbado cuando Kise le veía.

 

-Ya es suficiente… Daiki. — Dijo con voz rasposa y a pesar del dolor que provocaba su estómago y pecho al hablar seguía sonriendo de forma sincera y dulce. Nada quitaba aquella sonrisa de su rostro.

 

-No digas eso, rubio idiota. —Exclama enfurruñado, haciendo reír a Ryôta, su cabellera hace mucho había pasado de rubio a un blanco puro. —Te repondrás. —Ordenó. Aun cuando sabía que su vida junto a Kise no sería eterna se negó a imaginar un futuro sin él.

 

-Sabes que no lo haré. —Miró al moreno con una mirada indescifrable. —Aun cuando… me vaya… sabes que estaré… estaré contigo siempre… ¿verdad?

 

Desviando la mirada Daiki asintió a regañadientes. Los ojos le picaban pero parpadeó rápido un par de veces para alejar las lágrimas que deseaban salir para expresar su dolor. No podía hacer eso, no ahora. Él era fuerte, el guerrero, el protector de Kise, ¿Qué pensaría de él si le viera llorar?

 

-Aún te falta mucho para dejarme, así que no sigas diciendo otra estupidez. —Reprendió con desgana, moviéndose para poderse acostar a lado de Kise en la cama. Le atrajo hacía sí para que pudiese dormir más cómodo. Vigiló toda la noche, viendo como su respiración acompasada poco a poco iba disminuyendo. El corazón aún luchaba por latir, dar sus últimos esfuerzos por seguir viviendo.

 

Fue al salir el sol cuando el cuerpo de Ryôta se volvió frío, su corazón guardaba silencio y su pecho no hacía movimiento alguno. Aomine le cargó y acunó en sus brazos. Lágrimas silenciosas salieron de sus ojos mientras estrechaba fuertemente aquel cuerpo inerte. La muerte ya no espero más. Tomó una vida que ya se estaba apagando.

 

Los gritos de Aomine pronto fueron proliferados, rezumbando en las deformes paredes de la cueva, resonando más allá del bosque y alertando a toda criatura viviente cerca. Un grito tan desgarrador que calaba hasta el más pequeño nervio. Y, de alguna forma, aquel grito fue el anuncio para el pueblo que lleno de culpa se hincó y comenzó a rezar por el alma de Kise Ryôta, sabían que el grito lleno de dolor sólo podía ser de aquella poderosa criatura que desafió tanto a humanos como espíritus para poder estar al lado de quien amó y amará con todo su ser.

 

A los 75 años te abandonaré. Pero pienso regresar, sólo espera por mí.

 

*************

 

Daiki refutó al terminar de leer la carta. Mientras iba leyéndola comprendió y recordó lo que en varias ocasiones su rubio le decía. Te amo y siempre estaré contigo. Una promesa sin fundamento, palabras imposibles para un simple humano pero ahora recordaba porqué seguía viviendo en aquella cueva, porque se negaba a alejarse de ese lugar que se convirtió desde su creación en el hogar que compartió con Ryôta. De su muerte ya eran más de cincuenta años y ahora tenía la fuerza suficiente para esperar los que fuesen necesarios…

 

Esperaría hasta ver como Kise cumplía su promesa.

 

Aomine vio pasar el transcurrir del tiempo. El cómo poco a poco las casas humildes de madera y tierra iban siendo sustituidas por algo que los humanos llamaban “cemento”, los caminos de tierra pronto fueron bañados por el asfalto, los bosques fueron reducidos hasta ser pequeñas “áreas protegidas” del medio ambiente. Los caballos pronto fueron sustituidos por cosas más rápidas llamadas automóviles. Tecnología, escuelas, política, muchas cosas fueron las que vio cambiar.

 

Su cabaña seguía intacta. Pareciera que el tiempo no le afectó de ninguna forma. Como si estuviese congelada en el tiempo. Pronto la tierra de Teiko se convirtió en una ciudad pequeña y visitada por muchas personas, lejos quedó el pequeño pueblo protegido por los bosques, criaturas y barrancos.

 

-Aomine-kun, apresúrate. Llegaremos tarde. — Más de quinientos años han pasado y con ello el poder de Aomine aumentó considerablemente. Ahora era capaz de modificar su apariencia a su antojo, esconder sus alas por completo y “materializarse” para que los demás humanos pudiesen verle. De esa forma podía ir a la famosa escuela, donde muchos jóvenes humanos se aglomeraban para aprender diversas materias.

 

Tetsuya, quien se negó a alejarse de su amigo también había adquirido ciertos poderes, aunque seguía siendo tan imperceptible como el primer día que le vio. Fue él quien convenció a Aomine de participar en la escuela, para que conociera más gente y aprendiera un poco de cómo vivir en el mundo moderno. Sin embargo a Aomine no le interesaba, todo era aburrido.

 

O al menos así fue hasta que conoció el básquet. Un deporte muy curioso al que pronto le agarró un gusto incondicional. Botar la pelota, enfrentar enemigos fuertes, crear fintas y anotar canastas. Tan emocionante era lo que sentía que decidió que el básquet sería su actividad de club. Ahí conoció a tipos bastante raros, entre ellos algunas criaturas que los humanos ahora consideraban mitológicas.

 

Estaba Midorima, un obsesivo de la buena suerte y los horóscopos, era raro ver a un Kappa fuera del agua y más que escogiera básquet en vez de natación. Murasakibara era un oni muy particular, no era agresivo al contrario era muy perezoso y gustaba de las cosas dulces. Y por último, pero no menos importante, Akashi descendiente de una larga dinastía de sacerdotes que se encargaban al exterminio de las criaturas “malignas”. Al principio daba miedo y desconfianza, pero Aomine pronto comprendió que era alguien confiable pero temible cuando se lo proponía.

 

Sí, pronto se acopló a su vida de humano y aun así el hueco que tenía en el corazón permanecía. ¿Cuántos años más tendría que esperar? ¿Kise se habría olvidado de la promesa?... Suspiró fastidiado y arrojó el balón, pero éste no llegó ni a la canasta ni a un compañero. Salió volando fuera del gimnasio, arremetiendo contra la cabeza de alguien.

 

-Lo siento, lo sien… —Se quedó petrificado cuando vio aquella joven silueta. Su cuerpo se tensó y sus ojos se abrieron con desmesura.

 

-¿¡Pero qué te pasa!? —un rubio, de ojos ambarinos y piel blanca, dio media vuelta con el balón en mano. Su ceño estaba fruncido, mostrando su molestia de haber sido golpeado.

 

-Kise… —Quería moverse, acercarse y tocarlo. Sentirlo para asegurarse de que no era una ilusión, debía verificar que fuera real pero su cuerpo se negaba a responderle, no podía moverse y mucho menos hablar, sólo podía mantener su vista fija en aquel joven. No había duda de que era Kise, SU Ryôta.

 

-Después de tanto tiempo… ¿y es así como me recibes, Aominecchi? —Sus ojos se llenaron de lágrimas que no tardaron en recorrer las morenas mejillas, pero no era el único, Kise también lloraba y temblaba a causa de la emoción. —Te he estado buscando… por mucho… mucho tiempo… — Aun con aquellas lágrimas la sonrisa anhelante no desaparecía de su rostro y eso fue lo que impulsó a Aomine a moverse, acercarse y abrazar con fuerza a Ryôta, quien no tardó en envolverle también.

 

Ambos lloraron de forma incontrolable, importándoles pocos que los demás le vieran de forma extraña al pasar. Ellos estaban en su mundo, uno donde por fin podían estar juntos nuevamente y esta vez Kise se aseguraría que fuera para siempre.

 

-Tardaste, tardaste mucho idiota. —Reprochó Daiki mientras le besaba la frente y todo el rostro.

 

-Lo siento, lo siento mucho. —Kise no quería soltarlo, tenía mucho tiempo deseado estar apegado a moreno.

 

-¿Kise-kun? —Kuroko vio con asombro al rubio y fue ahí donde la burbuja fue rota. El rubio se separó del moreno para correr y abrazar a Tetsuya de forma emotiva, estrujándolo al punto de cortarle la respiración.

 

Entre la emoción Kise perdió el control haciendo que surgiera una cola de zorro y unas puntiagudas orejas doradas de su cuerpo. Daiki se quedó estupefacto unos segundos para luego reír con ganas. La alegría invadió su cuerpo por completo, en esta nueva vida ya no tenía nada que temer, su pareja estaría a su lado por muchos más años que antes. Siendo un kitsune las posibilidades se ampliaron enormemente. Ahora ya nada le faltaba. La oportunidad de poder beber esta vida en tragos pequeños se le fue concedida. Ahora tenía más tiempo para disfrutar, libertad para vivir plenamente como hace tantos años al lado de Kise y los momentos deseados para decirle cuánto le amaba.

 

En mi nueva vida podremos tener más años para crear nuevos momentos juntos y nuevos recuerdos inolvidables.

 

-Mi protector.

 

-Mi sol.

 

Un beso nuevo. Una nueva promesa. Quizá muchos no crean en los milagros, pero si uno desea y se esfuerza en conseguir lo que desea puede verlo hacerse una realidad con paciencia y perseverancia.

 

Aomine no lo sabe, pero el alma de Kise vagó por mucho tiempo en los cielos, superando pruebas y venciendo obstáculos para tener como premio una segunda oportunidad en la Tierra. Y cuando esta se le fue otorgada no dudó en pedir su deseo. Quería volver con su amado pero en esta ocasión quería estar con él para siempre, de ser posible.

 

Y le fue concedido. Ahora, siendo un espíritu zorro, podrá vivir nuevos momentos. Una época en la que lentamente van desapareciendo los prejuicios, donde se tiene algo nuevo que aprender y donde la vida muestra nuevos retos.

 

 

Notas finales:

1.- Hakama: Es un pantalón largo con pliegues (cinco por delante y dos por detrás) cuya función principal era proteger las piernas, por lo que originalmente se confeccionaba con telas gruesas y con algún diseño patrón. Posteriormente se convirtió en un símbolo de status o posición, algo que permitía distinguir rápidamente a un samurai, y evolucionó hacia una confección de tela más fina y de color liso oscuro (negro, azul índigo, gris).

2.- Hitoe: Es una toga desalineada, los tejidos de los lados no son cerrados, y las mangas particularmente están tejidas al cuerpo. El cuello es largo y abierto. En dos entrepaños anchos, y por eso son muy largos; un cruce doble, como pinzas, haciendo en la espalda un momento de catedrático, capacitado para usar la prenda de vestir.

3.- Kosode: es una pieza básica de vestimenta japonesa utilizada por hombres y mujeres. Se la usa tanto como ropa interior como por sobre otras ropas. El significado literal del término kosode es "manga pequeña," que hace referencia a la longitud de las mangas. El kosode posee forma de T, y es menos ajustado que un kimono y existen de diversos largos.


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