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Los 8 besos que te robé por Nayen Lemunantu

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Notas del fanfic:

¡Hola!

¿Cómo me iba a quedar sin hacer nada en un día como hoy? Por supuesto que como buena AokiLover que soy, hoy que es el cumpleaños de Kise, quise celebrarlo subiendo una serie de 8 drabbles.

Espero que les gusten y no se olviden. ¡Si leyeron, espero sus comentarios!

Beso 1: Con los ojos cerrados.

 

Esa tarde, el sol que se ocultaba entre blancas nubes a sus espaldas iluminaba tenuemente el rostro del rubio sentado frente a él, sacándole destellos de oro a su cabello y sonrojando de rosa pálido sus mejillas.

Estaban sentados a cada lado de una gran mesa en la biblioteca escolar, buscando entre una ruma de libros, la respuesta para el estúpido trabajo de historia que el profesor les había dado a ambos de último minuto, un encargo especial para ayudarlos a subir la calificación del desastroso control final del curso. Y Kise parecía habérselo tomado muy a pecho, porque hojeaba libro tras libro en busca de la respuesta.

Golpeaba el cuaderno con el extremo del lápiz en un gesto nervioso mientras fruncía graciosamente la boca, haciendo leves pucheros de frustración al no dar con la ansiada respuesta. De vez en cuando se jalaba pequeñas hebras de cabello o enredada sus dedos en él. Luego, completamente desesperado, se pasaba ambas manos por el pelo, despejándose la frente lisa y pálida por segundos, ya que cuando bajaba las manos, su cabello volvía a caer sobre su rostro como una cascada dorada.

No podía negar que se veía hermoso. Simplemente era la criatura más bella que había visto ¡Y cómo le encantaba ver todos los gestos que era capaz de hacer de manera tan simple sólo con la boca! Cómo la fruncía, otorgándole mayor cuerpo a esa boca, haciéndola ver pequeña y apetitosa, o cómo estiraba los labios en medio de una sonrisa, alargando y ampliando su boca, provocándole unas inmensas ganas de besarlo.

—Kise, cierra los ojos un momento —pidió. Su voz había sonado extremadamente seria y no dejaba de mirar fijo al rubio.

—¿Para qué? —le preguntó frunciendo el ceño. Había ladeado el cuello hacia la izquierda cuando le habló y ahora lo miraba con ojos confundidos.

¡Cómo amaba él aquella expresión! Una expresión que le daba ingenuidad a su mirada e infantilidad a su rostro, pero sin perder esa turbadora sensualidad tan propia en él. Kise era capaz de transformar algo tan cotidiano y mundano en una experiencia extraterrenal con sólo mover sus largas y espesas pestañas negras y mirar directamente a los ojos, haciéndote sentir atravesado por un rayo; completamente a su merced.

—¡No importa! Sólo hazlo —habló golpeado—. ¿Me vas a hacer caso o no?

—¡No! —le respondió perdiendo por completo la concentración en su tarea. Se recostó de espalda en la silla y lo miró de frente.

—¡Te dije que cerraras los ojos! —gritó molesto.

—¿Por qué debería hacerlo?

—¡Maldición! —masculló entre dientes mientras se pasaba las manos por el pelo con frustración—. ¡Tus ojos me molestan! No me dejan concentrarme.

—¿Ah? —El rubio lo miró completamente incrédulo, recorriéndolo con la mirada—. Ese no es mi problema. ¿Qué es lo que quieres, que deje de hacer mi tarea porque tú no puedes concentrarte?

—¡Ya cállate! Ahora tu estúpida voz es la que no me deja concentrarme en nada.

—¿Eres idiota o qué?

Soltó un bufido de molestia y desvió la mirada hacia los amplios ventanales. Esto no estaba resultando como él lo había planeado. ¿Por qué Kise no podía haberle hecho caso y punto? ¡Todo habría resultado a la perfección de haber sido así! Él sólo quería una cosa: robarle un beso a Kise.

Viendo que su plan estaba destinado al fracaso, se puso de pie, enérgico, y tomó del brazo al rubio con fuerza, sin darle importancia a que podía lastimarlo si lo sostenía con tanta brusquedad.

—¡Ven conmigo! —pidió con su tacto característico.

—¿Ahora qué es lo que te pasa? —le preguntó poniendo el cuerpo rígido para evitar ser arrastrado por el otro—. ¡Déjame en paz!

Pero él lo jaló con fuerza, alejándose de las mesas de estudio, donde varios estudiantes los miraban con reproche por el bullicio que estaban haciendo, hasta llegar a los grandes estantes repletos de libros que se asemejaban a un enorme laberinto literario. Lo tomó por los hombros con brusquedad y lo obligó a apoyar la espalda en la repisa.

—Cierra los ojos, Kise —volvió a hablar. Sin embargo, ahora en sus palabras no había una orden, sino más bien una petición—. Sólo confía en mí.

El rubio volvió a mirarlo con el ceño fruncido, escasamente convencido por las palabras del otro y sin saber qué rayos estaba pasando ahí, pero después de soltar un fuerte suspiro cansado, cerró los ojos como le habían pedido, rindiéndose ante su petición.

Su cabello continuaba cayendo sobre sus sienes y su frente, como un velo dorado. Sus pestañas ahora cerradas, se veían más espesas y largas. Sus labios estaban entreabiertos, convirtiéndose en una verdadera tentación divina. Y él, siguiendo la petición que le había hecho al rubio, cerró los ojos también y se acercó a su boca.

Sus labios se unieron y calzaron a la perfección, acoplándose el uno al otro, atraídos como por una fuerza magnética. Tener los ojos cerrados le ayudó a intensificar las sensaciones: saborear la dulzura de la boca de Kise, degustando sus sutiles diferencias, embriagándose de él, transformándose en su vicio personal.

Esa había sido la mejor idea del mundo: Besarlo así ¡Con los ojos cerrados!


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