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Siete Pecados por Aurora Execution

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Notas del fanfic:

Los personajes no me pertenecen. Son propiedad de Masami Kurumada.

Notas del capitulo:

¡¡MI VIGÉSIMO FIC!!

Ok, sé que debería estar actualizando mis otros fic, pero necesitaba escribir éste.

Hace muuucho tenía la idea de hacerlo, y bueno puse manos a la obra, son historias cortitas, pero que espero sean igual de entretenidas. Trataré de que sean parejas que no he utilizado antes, sólo para darle variedad a mis fic XD

Había pensado en otro fic para mi "aniversario", pero todavía lo tengo en stand by. Pronto espero poder terminarlo.

No tengo mucho más que agregar, espero disfruten de la lectura.

P/d: ¡Shura haz picadillo de Camus!! >_< (Aún albergo la esperanza de que todo sea un teatrillo de Camus)

I

Lujuria

 

No podría culparlo por algo que – de entrada – ya sabía.

Sentirse mal tampoco era una opción viable. Al menos, no ante él. Después de todo, siendo sinceros, permitirle que acabara en el estado en que se encontraba, había sido meramente su culpa.

Caer en el embrujo de ese hombre era simplemente, algo imposible de evitar. Había otra excusa, por supuesto… la más imbécil de todas.

 

Y es que estaba estúpidamente enamorado de él.

 

La sensación de vacío eterno que se formaba una vez los brazos de él dejaban de enraizarse a su cuerpo, le recordaban que no le pertenecía, que jamás sería suyo y que esa era la naturaleza autoimpuesta en la que habían solventado su relación. Si es que se podía llamar relación a sus encuentros fogosos. Y claro que gran parte de ese vacío culposo provenía de su propia sumisión a las condiciones que imponía ese hombre.

Cada día en el que despertaba solo, pensaba en terminar con todo, cada noche en que lo veía ingresar, las dudas se esfumaban entre los gemidos que le prodigaba ese amante sin igual.

 

Cada vez que él no llegaba, podía escucharlo gemir con alguien más.

 

Así era él, el perfecto, el codiciado y soberbio amante… de todos. Dueño de nadie, libre para volar de cama en cama, buscando satisfacer sus ansias de más, de curiosidad, de despertar en su mancillado cuerpo, las sensaciones orgásmicas, que desaparecían cual efímera estrella fugaz, una vez acabado su acto sexual.

 

Sintió unas terribles ganas de llorar, pero en vez de eso, sólo rió. Se burló de su desgracia y humillación, al estar perdidamente enamorado de un hombre que solamente veía en él, un objeto de satisfacción. Se burló de sus patéticos pensamientos, al creerse especial para ese hombre… después de todo, a él era al único que visitaba con frecuencia.

 

Patético.

 

Se burló de las lágrimas que no pudo contener, mientras era embestido por él. Porque ahí estaba, como no podía ser de ninguna otra manera, cubriendo con un dedo el sol…

Tenía olor a sexo desde antes de que ingresara a su pequeña cabaña, sintió asco y curiosidad de saber quién había estado antes de él.

 

No importaba ya. Como un gesto desesperado de borrar toda huella anterior, se había encargado de esparcir por ese imponente cuerpo, su esencia, sus dientes, sus uñas. Ya no importaba si lo oía maldecir por lo bajo. O la hiriente risa despectiva y altanera.

 

No, ya no importaba.

 

Sólo necesitaba que en ese momento, ese hombre estuviera solamente para él, asegurarse de que en sus pensamientos sólo bailara su nombre, una danza de placer sin fin.

Cómo le gustaría que su encuentro no tuviera fin, que permanecieran así, enredados por siempre…

 

Se aferró a su cuerpo, besando su cuello, mientras sentía ya contraérsele el vientre, y las aceleradas embestidas de su amante se hacían insostenibles, parecía ésta vez poseído, fuera de sí. Enajenado en su cuerpo, dragando su alma en él.

 

Lo acarició, repelió toda la lujuria que comenzaba a absorberlos con ese simple acto. Y es que lo amaba tanto que le dolía verlo así, porque si él se sentía vacío… estaba seguro que aquel hombre de rostro marmóreo lo estaba completamente. El brillo laguna, opaco, sin esplendor, transmitían esa sensación yerma… de honda soledad.

 

Y por primera vez sintió pena por él… y pareció darse cuenta, porque, mordaz como solía encubrirse, le sonrió al tiempo de cerrar los ojos y presionar con bestialidad su punto erógeno en su cavidad anal.

 

Sonrió también, al tiempo que la electricidad formaba en su cuerpo olas de goce, levantó sus caderas en un acto desfachatado de placer, mientras gemía sin control al alcanzar, como tantas otras veces, un orgasmo fulminante.

 

Cayó rendido, sabiendo de antemano, que él no esperaría ni un minuto en juntar sus ropas y marcharse, como bruma nocturna.

 

—Quédate—humillado, ya no podía más.

 

—No, debo regresar.

 

—Aquí tienes todo lo que necesitas… si me dieras la oportunidad…

 

—No quiero lastimarte… no más de lo que lo hago—se acercó a él, y besó su frente.

 

Levantó su rostro clavando su mirada cobriza en él, con un claro gesto de asombro. Jamás había tenido ademán  alguno de consideración, menos después del sexo. Lo abrazó y volvió a llorar, perdido.

 

Siempre lo supo, desde el mismísimo día en que se entregó a él, que estaba perdido, porque se lo habían advertido, una y mil veces, le habían abierto las puertas de otros corazones más tranquilos y donde seguramente encontraría felicidad, pero él no podía estar con una persona y amar a otra. Nunca fue egoísta en ese sentido. Si lo era consigo mismo.

 

—¿Te importo?

 

—No de la manera en la que te gustaría—la sinceridad era tal que no reprimió un profundo quejido de dolor.

 

—Puedo soportarlo… tus… huidas, tus encuentros, puedo hacerlo, sólo necesito que estés a mi lado, despertarme a tu lado.

 

Se sintió observado, y casi pudo jurar ver que esos ojos fríos se conmovían, que titubeaban en su decisión, pero se quedó en eso… casi.

 

—Nos vemos Seiya.

 

Lo besó en los labios y cruzó la puerta de la pequeña cabaña a las afueras del Santuario, rumbo a su Templo, donde cumpliría con creces su título de Santo Dorado, donde caminaría ante las miradas respetuosas de todos, incluso de aquellos a los que ya había probado y abandonado. Porque como él, nadie, nunca, pudo librarse del embrujo al que los sometía.

 

Porque todos caerían sin excepciones, en sus brazos, para comprobar que era el amante perfecto, el codiciado y esclavo de nadie. Que no tenía dueño… solo fieles siervos.

 

Tocó sus labios, sintiendo el perdurado calor de sus besos, aquellos que contaban con tantos amantes enterrados, y que ahora los recibía él. Apretó sus puños ante la impotencia de no saber cómo llegar a cubrir todas las heridas que esos amantes mal amados le dejaron.

 

Porque ahora sabía, esa noche, el joven japonés supo que él, era quien no tenía esclavos, pues era pura y exclusivamente prisionero de su solitaria lujuria. La dueña de su cuerpo, la bruja tras sus bajas pasiones.

Que estaba solo y perdido, pero él no se rendiría, le demostraría que a su lado podría sentir por primera vez el calor del amor, pues aunque le tomara mil años, mil batallas y mil vidas, acabaría con esa autoflagelación subyugada.

 

—Puedo soportarlo Saga, sólo déjame demostrártelo…

 

Rezó al viento, esperando que su suave brisa llevara sus palabras al hombre que amaba, y que esperaba por esa noche al menos, que ya no buscara más sabanas que conocer.

Notas finales:

¿Y, qué les pareció?

Espero lo hayan disfrutado. Será hasta la próxima. 

Gracias por leer.


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