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Little pain por girlutena

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Notas del fanfic:

Bueno.... sé que tengo muchas historias sin finalizar, pero desde hace mucho tiempo tenía esta historia (tambien sin terminar, pero mucho mas avanzada que el resto)

PD: NO HE LEÍDO NINGÚN LIBRO DE CREPÚSCULO Y ODIO A BELLA (sin querer ofender a los verdaderos seguidores de esta saga) ... pero aún así (mis grandes amigas) me obligaron a ver todas las películas.

No le encontré sentido alguno, pero Bella me pareció un tanto.... antipática, así que...leyendo dos historias de Ed y Jake decidí hacerme seguidora de esta pareja *-* (hasta que encuentre otra mas interesante)

Así que... si encuentran algo que no está como los libros (alguna habilidad, sentimientos, emociones, lo que sea) esta historia estará basada a lo poco que sé y a lo que yo quiera escribir.

:) Así que sin mas que añadir, espero que les guste mi nueva historia ;)

Crepúsculo ha sido creada por Stephenie Meyer y yo solo utilizo a sus personajes para complecer mis deseos de escritora (;

 

Era el año 1918, donde Letonia se encontraba pasando por el frío más crudo de Rusia, la densa neblina había caído sobre aquel frío país, la fuerte ventiscas se azotaba en el pequeño poblado de la ciudad de Riga, a lo lejos se podía escuchar el fuerte sonido de las explosiones, las grandes avionetas bombardeaban todo a su paso, sin importarles destruir las hermosas catedrales. Los fuertes sollozos de los niños se podían escuchar, siendo opacados por aquella guerra.


Los altos edificios, empezaban a caerse en pedazos demasiados grandes, desplomándose sobre las personas, el polvo empezaba a consumir las calles, cubriendo a los cuerpos que yacían inertes sobre el asfalto. Los pequeños copos de nieve caían despacio sobre la ciudad ya destruida, mientras que los soldados Bélgicos corrían disparando por todos lados, mutilando a las personas que se encontraban escondidas entre los escombros o a los cuerpos que yacían inertes sobre los montículos de tierra.


A lo lejos de ahí, en un pequeño pueblito, se podía ver como las familias empezaban a huir con pocas de sus pertenencias; el ruido de todas las personas empezó a llegar hasta los oídos de un joven demasiado hermoso, con una piel sumamente tersa, el joven de unos dieciocho años era dueño de unos cabellos de color cobrizo y sus ojos un color verdoso, que solía cambiar con la luz del sol, sus cabellos desparramados, sobre la almohada y su cuerpo cubierto por las gruesas mantas que solía usar en esos inviernos tormentosos.


Lentamente fue abriendo sus hermosos ojos al escuchar la voz de su madre, reprimiendo a su padre, por no cuidarse del frío, frotó suavemente sus somnolientos ojos, mientras soltaba un fuerte bostezo; colocó sus pies sintiendo la corriente fría del suelo, recorrer sus columna vertebral, alzó sus brazos, dándose un largo tiempo para relajar sus músculos entumecidos, sus ojos se posaron sobre el viejo almanaque que colgada en una de sus paredes, viendo la fecha que había encerrado en un círculo rojo; tan solo faltaban cinco días para poder unirse al ejército.


No era novedad que muchos jóvenes quisieran unirse, pero él estaba fascinado por todas las historias que había escuchado de su abuelo y de su padre, frunció ligeramente su ceño al escuchar como las personas empezaban a aglomerarse en las calles, pero hizo caso omiso de ello y sonrió suavemente al recordar los hermosos ojos de su bella novia.


Bajó las escaleras recibiendo los besos de su madre y la sonrisa ligera de su padre, los años no habían pasado en vano, la pareja de esposos había hecho mucho más fuerte su enlace, creando una fuerza interna entre los dos, que aun él no podía entender.


-Voy a llamar al doctor Cullen para que venga a revisarte. –La pequeña y delicada mano de su madre se apoyó sobre la frente perlada de su cansado padre.


-Amor, ya te he dicho que no es nada. –Llevó rápidamente su verdosa mirada hacía la pequeña ventana de su casa y pudo observar como el humo negro empezaba a cubrir el cielo.


-Ed, ¿Podrías decirle a tu padre que no discuta conmigo? –El mencionado prefirió soltar un suave suspiro y terminó por despedirse de sus padres.


El clima no había mejorado en nada, se podía sentir el frío atravesar todas las capas de su ropa, pero eso no le impidió para que recorriera las largas y concurridas cuadras hasta el pequeño parque, arregló su bufanda, mientras que su pecho subía y bajaba con demasiada rapidez, pero sonrió al ver a la mujer que ocupaba la mitad de sus pensamientos.


Lara, una joven de su edad, una mujer muy hermosa, llevaba sus cabellos color chocolate y esos ojos tan grandes y hermosos de un color caramelo, la bella chica sonrió suavemente al verle correr hacía ella.


Los brazos de la mujer se pasaron alrededor del cuello del joven y posó delicadamente sus labios sobre los de él. Sabían que se iban a separar y por ello intentaban pasar mucho juntos mucho más tiempo, los jóvenes pasaron toda la tarde juntos, sin importarles el frío o el pasar de las personas.


Los ojos de Edward cayeron sobre el cuerpo de un hombre que caminaba con demasiada prisa, con sus cabellos rubios que se movían al compás del suave y frío vendaval; sumamente arreglado y con esa piel lechosa que llama la atención de cualquiera.


-Te veo mañana, Lara. Iré a ver a mi padre. –La joven tan solo le sonrió y sonrojada le dio un casto beso sobre sus labios helados.


Edward dejó a la joven en la pequeña plaza y sin importarle nuevamente su agitada respiración, había corrido lo más que sus piernas le daban, había perdido de vista a aquel hombre que vestía con una bata blanca; se apoyó lentamente sobre una pequeña pared de piedras, mientras llevaba una mano hacía su pecho.


Cerró lentamente sus ojos, para luego abrirlos y fijarlos sobre el cielo grisáceo, desde que salió de casa había sentido algo sumamente extraño y preocupante. Su padre, había enfermado muchos días atrás y al parecer nada podía calmar su dolor, aquello no era extraño, había un virus que se estaba extendiendo por los aires, pero nunca se había imaginado que podría llegar hasta aquella pequeña ciudad.


-¡Padre! ¡Madre! –Abrió estrepitosamente la puerta de su pequeña casita y vio las tazas y los platos del desayuno sobre la mesa. Frunció ligeramente su ceño al saber que su madre era una adicta al orden.


Pero al no escuchar nada, subió las escaleras con demasiada velocidad hasta la habitación de sus padres, encontrando a su padre tendido en la cama, Edward se arrodilló cerca de la cabecera de la cama y con sus manos frías y temblorosas, tomó la mano a su padre, sintiéndolo temblar y llorar en silencio.


Apoyó su cabeza sobre el pecho de su padre, mientras que sus lágrimas seguían derramándose por sus tersas mejillas, escondió su rostro en sus manos al sentir la mano de su padre sobre sus rubios cabellos.


Los espasmos en su cuerpo se hicieron mucho más incontrolables al sentir como la mano de su padre se sentía mucho más pesada y empezaba a resbalarse de su cabeza.


-Lo siento mucho. –El doctor se sintió demasiado extraño al recibir la mirada penetrante del más joven, pero sin inmutarse, dirigió su mirada color ámbar a la siguiente cama, donde se hallaba su madre, tendida, pero aun así seguía perdiendo el color en sus mejillas.


-Madre, no me dejes. –El joven se aceró lentamente hacia su madre, para arrodillarse ante ella, cerró lentamente sus ojos, sintiendo su pequeña y fría mano sobre su mejilla, los labios cortados de su madre se posaron sobre su frente y con su voz rasposa le pidió que saliera de la habitación.


Apoyó su peso sobre la pared, dejando caer todo el peso de su cuerpo hasta cubrir su rostro entre sus rodillas y pasar sus brazos alrededor de sus piernas, sus lágrimas empezaron a fluir libremente por sus mejillas, pero él hizo caso omiso de ello.


Cerró fuertemente sus ojos recriminándose el momento en que no desayunó con ellos, su último desayuno. Todo había pasado demasiado rápido, no tuvo tiempo de despedirse de su amable padre y ahora su madre, se encontraba adentro, enferma y conversando con aquel doctor, mientras aquella maldita enfermedad empezaba a consumirle lentamente, a él también.


Lentamente se puso de pie, para ver como su madre le decía sus últimas palabras, para ver como los dos cuerpos de las únicas personas que tenía se iban consumiendo por el fuego, las lágrimas ya no cayeron, pero aquella tarde la lluvia cayó con demasiada fuerza sobre aquel pequeño pueblo.


Y mientras los soldados enemigos empezaban a llevar, incendiando los bosques, incendiando las pequeñas cabañas, matando a todos, sintió la helada mano de aquel doctor sobre su hombro, asintió suavemente cuando el mayor le indicó que le siguiera.


Su madre le había pedido que confiará en él y él iba a confiar en su madre.


A lo lejos se podía escuchar como las bombas explotaban, destruyendo todo a su paso, las grandes maquinarias empezaban a llegar, mientras que los soldados disparaban a los pocos pobladores que aún quedaban por la zona.


Todos sus sueños se fueron consumiendo con demasiada rapidez, así como la pólvora que se la lleva el viento, no podía recordar nada, ya no sentía nada, más que aquel veneno corriendo por sus venas, su cuerpo moviéndose incómodo en aquella maraña de sábanas cubriendo su cuerpo desnudo y sudoroso.


Sintió como dos afiladas ponzoñas se incrustaban en su piel ardiente, gritó lo más alto que pudo, sus manos apresaron fuertemente aquella fina tela, sin importarle que sus uñas se incrustaran en su piel; su sangre empezó a calentarse y se sintió invadió por la angustia, por un dolor inimaginable, por un dolor que no era de él, que era de su pasado.


Cerró fuertemente sus ojos y apretó con demasiada fuerzas sus manos, creyendo que así podría mitigar un poco aquel incesante dolor.


Los ojos color caramelo de aquella hermosa mujer volvieron a pasar en su mente como ráfagas rápidas, su brillante sonrisa, sus suaves caricias, y gritó mucho más alto cuando un dolor mucho más fuerte volvió a golpear su corazón y no pudo evitar soltar un grito desgarrador.


Había pasado casi dos semanas desde que su cuerpo se había sucumbido en un sueño largo, sin siquiera abrir sus ojos podía percibir hasta el más inaudible susurro, todas las voces empezaban a llenar su cansada mente; intentó removerse ligeramente, pero un fuerte dolor sacudió todas sus largas extremidades, frunció fuertemente su ceño, mientras intentaba acostumbrarse a aquel nuevo dolor.


Poco a poco empezó a moverse, sintiendo el aroma a algo nuevo y dulce, llevó sus manos hasta su cabeza y jaló algunos de sus rubios cabellos, intentando mitigar el fuerte dolor, pero fue en vano.


Abrió tan rápido sus ojos y empezó a verlo todo por primera vez, cada color, cada detalle, cada cicatriz, su labio inferior empezó a temblar ligeramente, olvidándose de respirar, al darse cuenta de ello, llevo su mano hacia su pecho y no pudo sentir nada, se sentía vacío, el aire no llegaba hasta sus pulmones.


Lentamente se puso de pie, viéndose por primera vez en un espejo, su piel se veía tan blanca, casi lechosa, sus ojos habían cambiado de color, ahora eran de un color ámbar pero sus cabellos habían mantenido su mismo color ocre.


La puerta se abrió lentamente y sus ojos aún en el espejo vieron el cuerpo de aquel doctor que había visto a su madre la primera y última vez, aquel hombre o aquel ser, le miró con esos ojos tan parecidos a los del más joven y pudo sentir como emanaba una tristeza de su interior.


Carlisle observó como Edward colocaba sus manos hasta su cabeza y caía de rodillas, cerró con fuerza sus ojos al escuchar demasiadas voces hablar a la vez, poco a poco fue acercándose hasta quedar a la misma altura del menor, apoyó su mano sobre el hombro de Edward, intentando que su dolor se alejase, lentamente alejó sus manos ensangrentadas de sus cabellos, pero el menor no sentía nada.


Sus colmillos habían empezado a crecer lastimándose sus labios, sus ojos empezaron a cambiar de color, mientras que su cuerpo empezaba a llenarse de fuertes convulsiones, sus fosas nasales se abrieron con fuerza al sentir el aroma a sangre a miles de kilómetros de distancia.


-Toma esto. –El mayor le entregó una pequeña bolsa de sangre fresca, que fue arrancada de sus manos por las temblorosas manos de Edward.


Por muchos años intenté matarme, busqué la muerte por todos los rincones de este mundo, pero no lo logré y después de varios siglos regresé a aquel lugar, donde había crecido por casi diecisiete años, donde perdí tantas cosas y gané muy poco; caminé por todos los rincones que conocía, pero no pude encontrar a nadie y nadie tampoco pudo reconocerme.


Caminé como un zombi hasta que llegué a las tumbas que había construido Carlisle, donde tan solo permanecían sus nombres grabados. Las grandes piedras y el jardín verde, se encontraban cubiertos por un manto blanco; donde la nieve y los arbustos habían hecho su nuevo hogar.


Sus pisadas cada vez se empezaron a hacer cada vez más pausados, observando a lo lejos las tumbas de todas las personas que murieron a causa de aquella guerra.


Lentamente llevó una de sus manos hasta su pecho y acarició la pequeña medalla que sus padres le habían obsequiado y colocó suavemente una rosa en cada una de las tumbas, pidiéndoles, rogándoles que le dieran alguna luz que pudiera seguir,


Cerró lentamente sus ojos al recordar la sonrisa de aquella hermosa joven y pensó que su madre había sido egoísta, al obligarle pasar por una larga vida; abrió sus ojos al sentir el gélido viento recorrer con suavidad su rostro y casi pudo ver la larga melena cobriza de su madre.


Había pasado demasiados siglos en aquella nueva forma y pensó que sus padres no habrían escuchado sus súplicas o tal vez fue demasiado ciego para no darse cuenta de nada. Aún era demasiado joven en aquella nueva forma.


Lentamente fui abriendo mis ojos, pudiendo escuchar las voces de Emmett discutir con Jasper y no pudo evitar soltar un suave y ligero suspiro y fijé mis ojos sobre la ventana, observando como las gotas de la lluvia empezaban a empañarlas.


Arrugué mi ceño al percibir el aroma a tierra mojada, aún más con aquella combinación tan odiosa con el aroma de aquellos –perros- pero no pudo evitar fijar mi mirada en un punto exacto, de aquel frondoso bosque, al percibir un dulce aroma, que sin poder evitarlo mis ojos se volvieron de un brillante carmesí,


Al parecer todo esto será nuevo –Volteé mi rostro para ver a mi otra hermana, Alice, sumamente hermosa con sus cabellos cortos y de un color azabache intenso, sus ojos se prendaron de los míos pero intenté no escuchar más de lo que tenía que decirme.

Notas finales:

si, si lo sé.... no se entiende pero lo interesante vendrá en el siguiente capitulo.


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