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Una manera de amar. por fatfancyunhappycat

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Notas del fanfic:

Cosas importantes(?): 

-Lo más importante (típico)Ningún personaje aquí me pertenece, todos son de Eiichiro Oda, o sea, eso es obvio: One Piece NO me pertenece. Yo solo hago fanfics que bastardean a los personajes... cofcof okno.

-El niño que verán aquí no es Cora-san original, sino su hijo que es viva imagen de este. Lo entenderán conforme vayan leyendo. 

-Si me demoro en algunos capítulos es porque finalmente me animé a escribir lemon entre este par (Law y Luffy). 

 

En fin, eso es todo, pueden leer(?). 

 

 

 

 

—Sí, es mío.

—¡Eres bastante joven como para tener un hijo! ¿Cómo se llama?

—Rocinante.

—¿Y quién es la afortunada? Se debe parecer mucho a ella.

La conversación iba de incómoda a muy incómoda. A él, claramente no le gustaba tener que hablar del tema con otros. Solo salía a dar un paseo con el pequeño Cora-san, no quería escuchar a viejas preguntándole sobre su “hijo”, mucho menos chicas coqueteándole. Él creyó que los padres solteros repelían a las señoritas, creer en eso fue el error más grande que pudo haber cometido luego de querer enmendar uno ajeno.

—Mi esposa, no lo digo porque estemos casados, pero es bastante guapa. —se tuvo que tragar mucho. Se sentía tan extraño hablar como hablaban sus colegas en el teatro… presumiendo sobre sus familias, cuando todo era una mentira. Conocía bien que todos ahí eran unos solterones o que estaban en proceso de divorcio.

Nueva York no era su lugar. Extrañaba su vida en Atlanta, con su idea de finalmente casarse y tener una familia normal. Extrañaba todo lo que había abandonado ahí.  Solo estaba ahí por el reconocimiento que le daba escribir guiones buenos que permanecían semanas vigentes  y el dinero que recaudaba haciendo lo que mejor le iba. 

Aunque, pensándolo bien, tenía otra razón. Volteó la cabeza a la derecha y bajó la mirada hacia la cabellera rubia y rodillas enrojecidas, repletas de bandas y heridas pequeñas cicatrizando. Trofeos a la torpeza del menor.

Vivía ahí porque al pequeño Cora-san le encantaban las luces que ofrecía la Gran Manzana. El mundanal ruido, el olor a deliciosa grasa de puesto de perros calientes.  Sí, demonios, eso le parecía genial al enano. No lograba comprenderlo. A veces creía que había salido a la madre que desconocía, porque recordaba bien al Cora-san original jalándole las patillas por dejar la puerta abierta y dejar que el ruido de la calle incordiara en el departamento en donde solían vivir.

Lo veía dormido, recostando su cabeza en su brazo. Medía más que el doble, casi el triple que ese niño… Un niño que no era suyo, pero al que llamaba hijo al frente de todos. Law no tuvo más opción que pasar el brazo por el pequeño cuerpo de Rocinante por precaución, podía caerse y no quería eso.  No iba a decir que algo similar a un instinto “paternal” se escondía en lo más profundo de sus entrañas, pero ¿cómo negarlo sin ser demasiado obvio? Criar de ese pequeño humano ablandó su corazón y lo curó en los peores momentos.

Observó a la señora, las arrugas que surcaban por su rostro mostraba que era veterana en eso de criar niños  ¿Él terminaría así cuando Rocinante fuera más grande?

—Y no lo dudo, tu niño crecerá y será bastante guapo… ¿Cómo me decías que se llamaba? —preguntó la anciana, que probablemente tenía problemas con la memoria.

—Rocinante.

—¿Y cuántos años tiene?

—Cumplirá ocho.

—¿Y usted?

—Cumpliré 26.

La vieja se tomó un tiempo en calcular, posiblemente, cuántos años se llevaban él y su pequeño.

—¿Lo tuviste a los 18? ¡Hijo!, eres una persona fuerte. Yo tuve mis hijos recién a los treinta. Es una larga historia…

Y a partir de acá lo demás no era más que un maleducado joven –no tan joven- respondiendo con expresiones mal actuadas como “Wow”, “Ajá”, “Mire usted… Cómo es la vida, ¿no?”

En realidad no sabía a qué estaba respondiendo, tenía mejores cosas que hacer. Como pensar en por qué demonios lo habían citado en la escuela y por qué demonios estaba tomando un bus cuando podía usar su viejo Volkswagen escarabajo a todo terreno… Esperen, era por vergüenza, verdad.

No quería hablar con el profesor que lo citó, se imaginaba que sería tal cual fue con el antiguo Cora-san. Citarían al padre y el más joven hablaría mal del docente, pero por el contrario, Rocinante le contaba maravillas de su profesor a cargo. Decía que era gentil y que era divertido, y que podría ser un hermano genial. 

Trafalgar, en su lugar, hablaría mierda de ese profesor como siempre hizo en sus días de escuela. En parte lo entendía, era apenas un niño. Las maldiciones podía empezar a partir de la secundaria, por ahora su mundo debía centrarse en los modales que definitivamente no traía de casa a la escuela, sino los que traía de la escuela a casa.

La mujer se despidió dos paradas antes de que ellos llegaran a su destino. Desde ya comenzó a sacudir levemente al “Cora-san joven”, no quería despertarlo de golpe estando en pleno paradero. Eso era estúpido y una mala costumbre. Para cuando estuvieron a punto de bajar, los dos ya estaban dentro de todos sus sentidos.

—¿Cómo se llama tu profesor? —ofreció la mano al niño y este se tomó de la manga de su abrigo. Cruzó la calle cuando cambió la luz para los peatones.

—No lo recuerdo, pero los otros profesores le dicen Sombrero de Paja.

Sombrero de Paja. Sintió agrio en su garganta.

—¿Hay más algo que quieras decir sobre él?

—Es como tú.

—¿Por qué lo dices?

—Tiene familia ehm… ¿cómo se le decía a las personas de Nihon?

—Japoneses y es Japón, no Nihon.

—Eso.

—¿Nada más?

—Es una persona genial, deberían ser amigos, digo… necesitas salir más.

Ignoró las extrañas afirmaciones, lo último de lo que deseaba saber era de inmigrantes. Se centró, por supuesto, en el que un niño al que había cuidado durante 7 años le dijo que necesitaba salir más. Soltó una incómoda risa, porque no apoyaba los castigos ni los reproches.

—¿En serio? ¿Por qué?

Siguió caminando, ya estaban a puertas de la escuela.

—Porque solo trabajas.

—¿Y estás seguro de que no me divierto cuando estoy trabajando?

—Papá —a Law se le incrustó algo en el pecho cuando escuchó esa palabra. —, tu rostro no me parece el de una persona feliz.

—Soy feliz cuando no me llama tu profesor.

—… ¿Por qué?

—Porque me hace pensar que eres buen chico.

—¿Está mal que llame el profesor?

—Está mal cuando me llama para decirme cosas malas, alguna travesura que hayas hecho quizás.

—¡Yo no he hecho nada malo!

Rodó los ojos y abrió la puerta, no podía creerlo tan fácilmente, se dirigió a secretaría para buscar el salón en donde esperaba el dichoso docente. 

—Hablaremos de eso en el bus. —puso fin al tema y se dirigió a la señorita de recepción. — Perdón, me citaron para una charla con el profesor a cargo del salón 2-C, ¿en dónde lo puedo encontrar?

—Un momento, por favor. —respondió la chica y llamó por el teléfono interno. — Buenas tardes, el señor Donquixote ya llegó.

“Señor Donquixote” No se arrepentía por haberle dado el privilegio al chico de llevar el apellido del mismísimo Cora-san verdadero, lo único que le molestaba era que lo llamaran por ese nombre cuando no lo merecía. Cora-san era, por mucho, mejor persona que él, y no le gustaba que otros le faltaran el respeto  a su nombre y memoria, dándoselo a él —Trafalgar Law— como reemplazo.

Ojalá fuera capaz de quejarse, pero herir los sentimientos de ese terrón de azúcar era algo que no se perdonaría.

—Es al final del pasillo.

—Gracias… ¿Él —señaló al pequeño rubio— se puede quedar  aquí?

—Por supuesto. —Nami, por lo que decía en la taza que decoraba su espacio de trabajo, se dirigió ahora al hijo de Law. — Roci, puedes sentarte ahí. —la muchacha señaló un sofá al lado de una mesa de centro repleta con revistas infantiles. El chiquillo asintió con la cabeza y la obedeció.

—No tardo. —el pelinegro avisó antes de acercarse a la temida sala.

Se sacó la bufanda y la metió en uno de esos exageradamente grandes bolsillos de su abrigo, estaba pensando aún en cómo saludar y no insultar a cualquier que se atreviese a insinuarle que algo estaba mal con su mocoso predilecto (y por mocoso predilecto, me refiero a que lo quería mucho y que no dudaba de haberlo criado de la mejor manera).

Llegó finalmente a la sala y tocó a la puerta, ni siquiera preguntó pero ya estaba entrando.

 

—Buenas tardes, con permiso.

 Fue rápido, no le importó cómo era el lugar, ni cómo era el profesor. Fue directo a sentarse al frente del escritorio principal y una vez sentado, levantó la mirada hacia el docente y ahí dio con la cruel y dulce sorpresa… Un amante nunca olvida.

Muchas cosas murieron, por suerte, lo que murió en él fueron bastantes sentimientos negativos. Era él.

 Vio primero, su sonrisa; luego su cicatriz en el lado izquierdo de su rostro, por debajo de esos ojos expresivos que amó (y seguía amando aún); su cabello y finalmente todo completo.

Monkey.

D.

Luffy.

A veces lo extrañaba, verdad. Aún no sanaba pero hacía de cuenta que sí. Justo aquel día no soñó con él, daba la casualidad que se estaba preocupando por él, ocupó su mente en él durante todo el día sin siquiera saber que era él de quien se trataba, y si no pensó en Luffy ese día, fue por pensar en la citación... Aunque era Luffy, después de todo. Se enmudeció en felicidad, casi esbozó una sonrisa. Porque, maldición, él estaba ahí, no en Atlanta. Cerca a él, quizás podrían intentarlo de nuevo... Tanto tiempo no había pasado. El único amor que tuvo en su triste vida estaba en Manhattan y no en Atlanta, y era, como por hecho milagroso, el profesor de su “hijo”.

 

Así son esas enfermedades sin cura, enfermedades como el amor. Que solo florecían cada que lo tenía frente suyo, en fotos, cartas o en persona.

Luffy finalmente habló. 

—Buenas tardes, me alegro que haya venido. 

Oh, desgracia. Su emoción murió, y así resucitó la tristeza que creyó estar enterrando desde el momento en el que lo vio. Notó que lo estaba tratando de una manera extraña. 

Notó también que esa sonrisa era fingida. 

Notas finales:

me muero de sueñooo.


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