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AMANTES Y RIVALES por desire nemesis

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Notas del fanfic:

NO SOY CREADORA DE LOS PERSONAJES SOLO DE LA TRAMA.

 

LO HAGO SIN FINES DE LUCRO O FAMA.

Sus subordinados lo esperaban en la casa segura como él había acordado con ellos.

 

¡Lo tenemos jefe!—le dijo uno de ellos mostrando con orgullo el fruto de sus esfuerzos.

 

Fuko Kurogane miró con desdén a lo conseguido, también había algo de rencor en la mirada y también una gran satisfacción de tener así a su más pérfido rival. DeFluorite Fye había sido su enemigo desde hacía cinco años en el control de la ciudad. La banda del rubio era de gente con más recursos que siempre había perseguido el negocio, no era por subsistencia porque tenían buena condición económica, sino por herencia. La banda de Kurogane la formó él mismo y era de jóvenes con pocos recursos que habían entrado en el negocio por subsistencia primero y luego por ganar a esos estúpidos que siempre los habían corrido, golpeado y maltratado de las peores maneras. Muchos amigos de Fuko habían fallecido ya a manos del clan DeFluorite. Fye era jefe desde hacía tres años al retirarse su viejo padre y el rival directo del pelinegro. Por eso atraparlo y secuestrarlo era un puñetazo derecho al estómago a la banda de él.

 

¡Muy bien! ¡Déjenlo! Yo me encargaré de él—le dijo a sus subordinados.

 

Pero jefe… ¿Está seguro?—preguntó uno de ellos.

 

¿Acaso te has vuelto sordo?—le dijo el ojos rojos de mal talante asustando a los otros.

 

¡Vamos Ichirou! Él es el jefe—le recordó el otro a su amigo halándolo para llevárselo.

 

Cuando la puerta se cerró los ojos rojos no se apartaban de los azules. El otro estaba amarrado por las muñecas por encima de la cabeza en la pared, sentado en el suelo, su mirada no condecía con su situación. Parecía un gato callejero acorralado y dispuesto a atacar. Al pelinegro no le hacía gracia la situación pero al rubio parecía despreocuparle por el resto de su expresión, una sonrisa sarcástica le adornaba el rostro.

 

El moreno se acercó al albo y se medio agachó frente a él para ver su expresión cambiaba.

 

Ahora si te has metido en un lío gordo—le dijo el ojos azules dándole ganas de golpearlo. ¿Cómo se atrevía a hablarle así en su situación? Siempre tenía el don de ponerle los pelos de punta cuando se enfrentaban, no sabía porque hasta el sonido de su voz le molestaba. Varias veces se habían disparado entre sí, tratando de matarse y una vez acordaron un cese cuando el otro aún estaba bajo el mando de su padre. Siempre esa risa de superioridad y esa mirada que decía “Tú estás muy por debajo de mí”. Es por eso que había decidido darle una lección que le duraría el resto de su vida y acabaría con ese orgullo.

 

Sin decir palabra el ojos rojos lo besó y tiró el peso de su cuerpo sobre él. Fye estaba tan sorprendido que hasta respirar se le olvidó. El halón de sus pantalones por detrás le habló de las intenciones del otro, pero el movimiento del otro que levantó con sus manos sus nalgas para poder halar el pantalón provocaron una sensación que obligó al rubio a cerrar con fuerza la boca al su miembro resbalar por la pierna del pelinegro, pero aún así un gemido contenido logró escapar de sus labios.

 

Kurogane a su vez descubrió algo más. No solo lo estaba haciendo por darle una lección al bastardo. Muy dentro de él había una necesidad no concebida que descubrió con ese pequeño gemido.

 

No me digas que te está gustando. ¿Eres de los que le gusta que les tomen?—preguntó el ojos rojos para herir el orgullo del otro mientras con una mano recorría la piel expuesta desde la rodilla a la cintura. Esos ojos furiosos que le miraron le dieron más ansias que antes para hacer suyo aquel cuerpo. Sus labios se metieron con los del otro y su pulgar doblegó la dentadura del otro para que su lengua penetrara la boca del rubio. Antes de cinco minutos estaba dentro de él y empujaba su cuerpo con fuerza dentro del ojos azules.

 

Por su lado Fye se hallaba en una circunstancia imprevista, de repente había descubierto que lo que el otro decía no era más que la verdad. Estaba disfrutando ser poseído por el otro. Los gemidos que se agolpaban en la garganta, él ya no podía silenciarlos y se hacían más fuertes con cada embestida.


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