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La Vasija de Rosas. por darkness la reyna siniestra

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Notas del fanfic:

Hola, un gusto estar por aquí otra vez. Si yo sé que han de estarse diciendo <¡¿Y esta mujer que hace escribiendo otras cosas cuando tendría que estar actualizando Un cuento antes de morir?!> Si tienen razón TTnTT pero no pude resistirme a esta idea que me daba vueltas en la cabeza y además porque Afrodita me estuvo hostigando para que lo escribiera, Camus se opuso rotundamente pero al final se escribió y Milo no me quiere hablar porque lo puse de malo y porque le quite a su amado copo para ponerle otra pareja jeje sorry Milo xD

Pues sí. En este fic se me ocurrió darle un cambio a Dita, es que él siempre es el uke de medio Santuario, es cierto que es hermoso y fino y delicado y eso pero vamos ¡Sigue siendo hombre! Y quise darle una historia donde pueda ser tratado como tal, después de todo salvo a sus nueve compañeros dorados o no?.   

 

Notas del capitulo:

Bueno como notas del capítulo que por cierto solo es uno. Aclaro que Saint  Seiya no es mío si no del maestro Kurumada yo solo los tengo de visita en mi casa y los obligo a cumplir todo lo que escribo para que ustedes pasen un rato ameno leyendo mis cosas. Cualquier crítica será bienvenida en los reviews. Cuídense y los leemos luego :)

El viento soplaba entre los muros de aquellas construcciones antiguas e imponentes que habían visto ir y venir a varios guardianes a través de los siglos guardando así rostros, voces y vivencias pasadas grabadas en el tiempo austero.

 

El que resguardaba el último de los templos de la orden zodiacal se encontraba de pie en los últimos escalones que daban a la casa de su frío vecino. Afrodita de Piscis había escondido perfectamente su cosmos para que Camus no notará su presencia, el bello joven francés se encontraba sentado sobre el último peldaño de la escalera que conectaba su templo con el del pez dorado, su fleco aguamarina escondía sus ojos rojos por el llanto que era identificable por el camino de las perlas saladas que marcaban sus blancas mejillas y los dolidos sollozos que se fugaban de su sonrosados labios rebosantes de néctar y deseo de ser mordidos tiernamente en un atrapante beso que quitará la tristeza de su alma inquieta y le diera calor a su corazón nevado como los caminos perdidos de Siberia.

 

El de celestes cabellos se sorprendió al saber que Camus podía abrirse a aquel acto tan humano como lo era derramar gotas de inquietud y tristes sentires como lo era el llorar sin miramientos, sin pena de ser visto por otros...

 

Sintió su propio corazón estrujarse ante el sentir ajeno de ese hombre que parecía no ser un humano con sentimientos y emociones. Miro con pesar al otro mientras encogía sus largas piernas hasta que tocarán su pecho para luego abrazarlas con ambos brazos escondiendo su rostro entre ellos lo que conllevó a que fuertes espasmos controlarán su cuerpo. Sin duda lo que el sueco pensó fue que ahora el Aguador lloraba más fluida y fuertemente, pero ¿Porque empeoró? Alzó su vista para comprender mejor. Desde donde estaba se podía ver claramente la octava casa... entonces Afrodita comprendió el dolor del mago de los hielos.

 

Milo... esa era la razón de que ese hermoso chico hecho un ovillo delante de él sufriera como lo hacía, Afrodita no pensó que el francés amara tanto a ese griego desalmado hasta al punto de no importarle que los demás lo creyeran débil. Vio con los puños cerrados en cólera como ese peli azul besaba con cariño y delicadeza a uno de los caballeros de plata, no se necesitaba ser un genio para darse cuenta que Milo jugó con Camus sin importarle cuando este le amaba. El griego nunca quiso a su vecino, por el hecho de que había tratado de que Camus estuviera con él solo por lastimarlo, claro que el copero no sabía nada de eso pero aun así se había negado a tener intimidad con Milo alegando que era virgen y no se sentía listo aun para tal acto de unión el cual consideraba que fuera una entrega llena de amor mutuo, sincero y sobre todo valorado y duradero. A lo que el escorpión molesto y cansado de ese tipo de tonterías que según él Camus aprendía leyendo libros estúpidos llenos de cursilería barata, sueños fracasados de escritores patéticos que no tenían nada mejor que hacer que escribir idioteces para pobres mentes fácilmente manipulables.

Le gritó prácticamente en la cara que era una desgracia y que si creía que él estaría a su lado sin conseguir nada de diversión estaba realmente equivocado, que no perdería el tiempo con él si no pensaba darle más que besos tímidos de niños de 10 años. Camus se quedó sin habla, frío en su lugar. Los ojos azules se le llenaron de lágrimas ante esa cruel sinceridad que le acababan de escupir a todos sus anhelos ahora hechos trizas. Bajo la cabeza, se dio la vuelta y sin decir nada más comenzó a caminar hacia su templo deseando que un rayo le cayera para así acabar con su sufrimiento de una vez por todas.

 

De eso al momento había pasado un día, el asunto estaba fresco como la muestra de que llovió la noche pasada, dejando la humedad como gotas de roció en las hojas de los árboles y los pétalos de las flores. Como el roció que hacían brillar las largas pestañas de Camus antes de caer por su fina cara.

Sin más, el peli turquesa, dejó de abrazar sus piernas y poniéndose de pie limpio su rostro con torpeza para seguidamente ingresar a su templo. Estaba cansado de llorar y sufrir por quien no lo merecía, su cosmos aumento haciéndose más frío que antes invadiendo el recinto de la vasija, el sueco lo sintió y se estremeció ante esa frialdad que emanaba su vecino y compañero, se sentía molesto por lo de Milo pero él trataría de ayudar a Camus en lo que le fuera posible para evitar que se volviera arisco y se encerrara en sí mismo.

 

 

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Habían pasado dos semana y media y Afrodita noto el drástico cambio en Camus: ya no sonreía, si bien no lo hacía mucho en realidad, esta vez ya no lo hacía ni por cortesía, casi no hablaba con los demás aunque estos lo intentarán, era arisco y parecía malhumorado sin mencionar que lucía un poco más delgado y su aura era fría y siniestra. Todos se mostraban preocupados, incluso Milo se asustó un poco al sentir su cosmoenergía tan inhumana y ver como se comportaba, tan hiriente, tan diferente de cómo era cuando lo maltrató.

 

-Oye, ¿Te sientes bien? -Milo no podía quedarse con la incertidumbre del porque Camus parecía un muerto en vida.

 

-A ti que te importa estúpido alacrán, aléjate de mí vista y déjame de joder.

 

 

La respuesta que Camus le supiera con tanta frialdad y repulsión dejo impresionados a todos esa mañana de entrenamiento en el Coliseo. Nadie podía creerlo, el galo solo se alejaba sin mirar atrás y el griego lo miraba con una mirada que claramente cuestionaba un ¿Qué fue lo que te hice? Que nadie le respondería más que sus propios recuerdos de esas fuertes palabras que le dejo ir al otro como un ataque letal. Y vaya que lo era, había matado al Camus que lo amo con todo su ser.

 

 

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Esa misma noche el peli celeste daba vueltas en la sala de si templo amenazando con formar pronto un agujero ahí. Se quebraba la cabeza buscando la forma de sacar a Camus de ese oscuro mundo donde se había encerrado para evitar sentir más pesares. Caminaba y caminaba pensando una cosa que luego era desechada para dar paso a una nueva.

 

Aunque él y el de Acuario vivieran tan juntos, la verdad es que casi no se comunicaban más que cuando debían salir de misión o tenían que asistir a una reunión. Pero por lo demás, eran raros los momentos en que se cruzaban palabra alguna por lo cual su plan para ayudar a que el alma de Camus no se oscureciera más, se complicaba de cierto modo.

 

De tanto que camino hundido en sus pensamientos hechos nudo, que no se dio cuenta de a donde lo llevaban sus pies. Cuando prestó más atención, miro sorprendido su extenso jardín de rosas rojas como la sangre. Se arrodilló para inhalar el exquisito perfume que despedían y entonces la respuesta de su plan llegó a él como un rayo de luz en medio de la oscuridad más cegadora, tomó una rosa en sus manos y mirándola con los ojos brillantes y una sonrisa, se dio cuenta de lo que tenía que hacer.

 

 

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A la mañana siguiente, todos los caballeros se encontraban saliendo de sus templos rumbo al Coliseo para el entrenamiento matutino del día. Camus que recién salía para ir a entrenar, se encuentra en la entrada de su casa una rosa roja y perfumada puesta delicadamente sobre el piso justo en medio del camino donde los leves rayos de los solar la bañaban haciendo brillar pequeñas gotas de agua que adornaban los pliegues de sus pétalos y hojas.

 

Un poco sorprendido, la tomó entre sus finos y elegantes dedos admirando su belleza, le extrañó un poco la presencia de la flor en su templo pero no le dio mayor importancia. Sabía que el único que podía haberla dejado era su vecino Afrodita pero no le encontró motivo, decidió que la dejaría en agua para que no se marchitara y si Afrodita decía algo, él preguntaría pero si no, simplemente lo dejaría pasar y ya.

 

Y así era para Camus cada mañana nueva que le regalaba la vida: encontrar una hermosa rosa roja puesta con gentileza sobre el suelo de su camino en el templo. A pesar de eso ni él ni Afrodita, nunca dijeron nada, él nunca pregunto el porqué de eso ni el pisciano nunca se explicó tampoco. Y así siguió hasta que se cumplieron dos semanas más…

 

De alguna manera, el encontrar esas rosas, le daba un recordatorio de que había cosas hermosas en ese mundo en el que él sufría tanto. El aroma de esa flor le llenaba la nariz haciéndolo sentir una sensación que no sabía cómo explicarse pero que le gustaba aunque desconocía lo que era. Sin saberlo, Afrodita hacía sentir bien a Camus y eso era lo que realmente le importaba al sueco aunque no lo viera por si mismo.

 

 

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Ese día se cumplían dos semanas exactas desde que el pisciano decidiera dejarle rosas al francés. Todos estaban ya en la arena del Coliseo dispuestos a empezar su rutina del día como siempre, Camus aún no había llegado así que Afrodita simplemente tenía que indagar en ese asunto que le preocupaba tanto.

 

-¡Oye tú! -llamaba una profunda pero suave voz tras su espalda, interrumpiendo su calentamiento.

 

El griego volteó para encarar a su sueco compañero con clara duda e incertidumbre mezcladas en sus claros ojos azules.

 

-¿Dime...?

 

-Quiero saber qué demonios le has hecho a Camus, hace semanas que no es el mismo y sólo sé que es por culpa tuya.

 

La mirada del doceavo guardián era fría y transmitía toda su molestia, Afrodita sabía que él era el causante de la frialdad que rodeaba a Camus amenazando con hundirlo en la oscuridad del odio y la soledad. No podía permitir eso, no iba a permitirlo pero para impedir ese fatídico final, debía saber primero que era lo que lo había lastimado hasta llevarlo a ese vértice de depresión y furia que emanaba de su cosmoenergía.

 

-¡Y a ti que te importa lo que le haya hecho al niñato ese!

 

Sonreía con prepotencia cosa que enojo más al de cabellera celeste, el de Piscis iba a refutar molesto pero una voz le impidió hacerlo.

 

-¿Soy un niñato solo por no querer revolcarme con una basura como tu maldita escoria?

 

-Camus... -susurro el del último templo tensándose ante su llegada y el tono tan frío que uso para hablarle al griego.

 

-¡Ja! ¿Qué? ¿Vas a llorar? Deberías haberte sentido agradecido de que te lo propusiera, ¡Así como eres de frío miserable yeti nadie va a querer quitarte esa virginidad de la que tanto alardeas!

 

Eso había sido cruel, todos en el Coliseo habían dejado sus actividades para mirar a aquellos tres que se encontraban apartados al parecer discutiendo. Todos escucharon lo que el Escorpión le gritó con burla y sorna al Aguador, Afrodita estaba impresionado pero su enojo con Milo aumentó tras ver como Camus se alejaba corriendo tratando de aguantarse las lágrimas, los demás santos miraron con desaprobación al de cabellera azul y escucharon atónitos lo que el venido de Suecia le gritó colérico.

 

-¡¡¡Milo de Escorpio eres un maldito hijo de la re mil putas que te parió, bastardo poco hombre!!! ¡Si Camus se llega a ir o a hacerse más frio te juro que me las pagarás me has entendido desgraciado mal nacido!

 

El pez dorado no dio tiempo al otro de contraatacar a sus palabras pues salió corriendo sin detenerse para darle alcance al de cabellos aguamarina.

Los demás dorados negaron con su cabeza ante la actitud del escorpiano, algunos le miraron con odio y otros simplemente murmuraban que el de fría presencia no se merecía tal cosa, ya que algunos estaban al tanto de lo que Camus sentía por Milo de una manera que casi no creían posible pudiera pasar.

 

 

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La brisa jugaba con sus lacios cabellos turquesa. Dejaba que las lágrimas resbalaran por sus ahora sonrosadas mejillas tras correr como lo hizo. Se sentía patético por creer que alguien podría llegar a amarle, sobretodo que Milo llegará a amarlo como él amaba a su griego compañero de armas. Tenía tanta tristeza acumulada en el alma que sentía que arrojarse de esa quebrada donde estaba sería una buena forma de acabar con ese sentimiento tan quemante que consumía lo bueno dentro suyo con cada sollozo que dejaba escuchar al viento frío que golpeaba su rostro sin ninguna pena.

 

No quería ser encontrado, pero unos pasos tras de él le indicaban que el destino no quería lo mismo.

 

-Vete...

 

-No pienso hacerlo.

 

-Hazme caso ¡Vete! Quiero estar sólo...

 

 

-No dejaré que vuelvas a estarlo.

 

Camus se cansó de la terquedad de su compañero, así que se dio la vuelta para mirar a Afrodita a la cara, dejando a centímetros de sus pies la orilla de aquel abismo tras de sí.

 

-Supongo que has venido a burlarte de mi ingenuidad ¿O me equivoco?

 

-... No sabes cuánto...

 

-No quiero tu lástima ni la de nadie. Sólo... Quiero estar sólo...

 

-Camus,  ven...

 

-Déjame Afrodita.

 

 

Camus tenía miedo, no quería caer en un vórtice de nuevo. No entendía por qué el caballero más hermoso de la orden se preocupaba por alguien como él de esa manera, aunque debía aceptar que se sentía bien. Lo que el de Piscis lo hacía sentir ahora era algo nuevo, algo que no había conocido de otras personas y le agradaba pero luego llegó su razonamiento a golpearle, susurrando que lo del otro hombre por él no era preocupación sino lastima. Entonces inconscientemente retrocedió un paso, Camus sintió el vacío bajo el talón de su pie, se tambaleo al no encontrar un punto grande de equilibrio, su mente se nublo ante el terror y las dudas. Cerró los ojos esperando caer hasta el fondo de ese silencio, de ese dolor, de esa tristeza, de ese rechazo que lo invadió con el afán de acabar con su lado humano y sus más profundos sentimientos guardados para quien él quisiera dárselos.

 

Esperaba su inevitable caída pero... nunca sucedió, sólo pudo sentir que su cuerpo era presionado por otro con un tranquilizador olor a frescas rosas. Abrió sus ojos azules de nuevo aferrándose al otro que lo tomaba de la estrecha cintura como protegiéndolo de caer en el sufrimiento oscuro, sombrío. Afrodita al ver que casi caía del peñasco, había corrido a velocidad luz para Atrápalo entre sus brazos y así poder evitar el perder a ese frío hombre que sin notarlo había congelado su atención únicamente para él mismo, embrujando su corazón con su mirada gélida e invadiendo sus pensamientos cada vez que sentía una brisa fría mover sus hebras celestinas. No sabía a qué hora se había encariñado con Camus, quizás fue cuando fue testigo mudo de sus lágrimas provenientes de lo más puro de su alma, o de saber que el peli turquesa tenía momentos en que posiblemente deseaba ser protegido con sinceridad, sin que esperasen algo de él a cambio, algo que no podía dar a cualquiera por cosas ecuánimes que no le aseguraban esa felicidad que tanto quería. Camus era especial, y Afrodita lo sabía; por eso ahora más que nunca en todo el tiempo que llevaba de conocer al venido de Francia, lo quería cerca, lo quería con él, para hacerle saber que no estaba sólo y que podía ser amado por quien menos imaginara. ¿Amado? Amado......  Afrodita cayó ante la revelación de la verdad que su mente y corazón guardaban para ese momento clave. ¿Él amaba a Camus de Acuario?

 

El galo separo su rostro del hombro del sueco que aún lo sujetaba como temiendo que se desvaneciera entre sus brazos, dejándolo sin su frío encanto. Afrodita miro a Camus alzar su bello rostro mostrándole en su mirada la confusión, la sorpresa y el miedo a morir, reflejados en ese brillo que le suplicaba por una respuesta ante su mudo ¿Porque?

 

El de Piscis se quedó fascinado por ser el único espectador de esa mirada que nunca había visto en su compañero, y que ahora era sólo suya, Camus tenía los labios semiabiertos, invitantes, seductores, carnosos, rojos y un poco brillantes por su color tan atractivo. Camus no necesitaba de ningún humectante labial para hacer que su fresca boca llamará a la hambruna de la suya propia por comerla a chupetones y mordiscos atrevidos. Muchos pensaban que Afrodita de Piscis era sumamente selectivo cuando su mirada azul clara como el cielo sobre su cabeza miraba a un objetivo que llamará su atención poderosamente. Pero lo cierto era que Afrodita solo buscaba algo que lo hiciera sentir vivo, que lo hiciera desear estar ahí en el momento exacto con la persona exacta, y la había encontrado.

 

Fue entonces que el doceavo caballero no busco más respuestas a sus dudas porque ya no había ni una ni otra. Todo estaba claro en ese momento que parecía congelado por el señor tiempo para hacer eterna la apreciación de ese hermoso joven que tenía al frente y el cual no había buscado alejarse, como si esperará algo de él y él estaba dispuesto a darle hasta lo que no esperará.

 

Los latidos de ambos corazones golpeteando como tambores de guerra se dejaban escuchar tan claros como las ondas que hacen las gotas al caer al lago calmado. Las mejillas de Camus estaban calientes y rojizas por la cercanía de ese bello caballero que lo aguardaba entre sus marcados brazos, sintió como Afrodita lo apegaba más a su figura, acoplando la suya con la propia para encajar armoniosamente como piezas de un rompecabezas creado para estar unidos fuera lo que fuera. Lentamente el sueco se inclinó hacia el joven francés, acariciando sus tentadores labios con su aliento mentolado como viento invernal, no podía esperar más, quería probar esa boca para calmar su ferviente ansia de consumir al otro hasta que este se grabará su sabor y la textura de su ser.

 

Pudiendo más esa sed interior por la esencia francesa, el de Piscis roso con gentileza los labios ajenos, lento y suave fue dejando cortos besos como suspiros sobre ese corazón que formaba la boca del aguamarina, hasta que en el último que depositara no se alejó, sino que siguió presionando boca a boca, Afrodita sacó su propia lengua humedecida con las ganas de sentir aquello que hasta ese momento le era desconocido y ahora era excitante y nuevo. Camus quien tenía abiertos sus azulinos ojos en impresión, cerró las ventanas de su alma herida para sentir en la oscuridad esa sensación mojada pero placentera que su compañero le brindaba sólo a él. El de cabellera celeste, se abrió camino por esa tibia cavidad con su apéndice, explorando, conociendo, memorizando, tatuando en el otro hombre la sensación de su recuerdo.

 

El de Acuario fue tímidamente respondiendo la caricia que hacía sentir a su cuerpo un calor que ni con Milo había sentido antes, sentía que las manos del sueco quemaban en su espalda, en su cadera, a ambos lados de sus piernas, donde fuera que el otro lo tocase quemaba y le gustaba ser consumido por ese fuego voraz que Afrodita le compartía con cada lugar suyo que conocía. Camus llevo sus propias manos al amplio pecho del de mirada cian, luego de conocer esa parte del pez dorado, subió hasta su nuca acariciando seductoramente la delicada piel que ahí había, acaricio las celestes hebras con sus gráciles dedos para luego pasar al rostro donde el francés posara sus suaves manos en las blancas mejillas del décimo segundo custodio.

 

Afrodita se estremeció entero por el tacto obsequiado del copero. Quería más del otro y lo encontró al profundizar ese beso apasionado consumidor de ambas razones y prejuicios obsoletos, el pisciano se sorprendió al sentir la lengua del acuariano jugar con la suya en esa danza inverosímil de personalidades opuestas y tan lejanas como la noche y el día, la calidez y la frialdad...

 

Se encontraron en ese reconocimiento tan íntimo, tan de ellos, se sentía bien la cercanía del contrario y lo hacían saber tocándose con más ansia con más delicadeza pero a la vez deseo desmedido, se besaron hasta que el aire se les acabo, hasta que la sensación de recibir el vital oxígeno los abandonó por completo, dejándoles exhausto. Se separaron con los ojos llorosos y la respiración agitada, indomable el subir y bajar de sus pechos que aún estaban uno junto al otro frente a frente.

 

Camus miro a Afrodita con las mejillas totalmente rojizas y el cuerpo tembloroso bajo el completo dominio impetuoso del otro, y titubeantes, las palabras abandonaron sus perturbados labios con timidez y dudas convirtiéndose en una interrogante petición para el alma.

 

 

-A-Afrodita... ¿P-porque me besaste?

El nombrado no respondió, sólo se limitó a convertir sus humectados labios rosa pálido en una sonrisa cargada de ternura que provocó que Camus abriera más sus ojos y sus pómulos se tiñeran aún más. Afrodita en respuesta a esas reacciones, sonrió más ampliamente y emocionado, apretó más a Acuario con cariño y le dio un tronador beso en la mejilla izquierda cerca de la comisura de los labios.

 

-Camus... No quiero que estés sólo, siento que si te dejo estarlo, te perderé y no quiero...

 

El pisciano escondió su rostro entre el cuello y el hombro del de Francia. Camus sintió las lágrimas del sueco mojar su nívea piel y entonces la culpa lo invadió. No cabía duda que el doceavo guardián se preocupaba genuinamente por él, sin lastima, sin esperar algo suyo a cambio de esa atención que ahora sólo él opacaba en ese momento tan íntimo como cuando el sol besa a la luna en los eclipses. Afrodita no era como Milo. No, Afrodita no era como nadie más que como él mismo y así le gustaba, y así había comenzado a quererlo y Camus agradecía ser querido porque Atena era testigo de cuanto lo necesitaba aunque nunca lo hiciera notorio y ahora era premiado con lo puro que el peli celeste sentía por él sin nada más que tenerlo a su lado.

 

Camus no lo pensó más, sonrió agradecido y cerrando los ojos haciendo caer las lágrimas atrapadas aun en los cristales de sus zafiros. Acaricio el cabello de Dita mientras sollozaba. El pez pudo sentirlo, levantó su rostro y vio el del galo, sonriendo y llorando. Dita llevó si mano derecha hacia las mejillas ajenas para limpiar con sus dedos las gotas saladas de la tempestad que Camus llevaba dentro de sí. Al mismo tiempo, el mago del hielo tomó la mano del otro con la suya sintiendo la tibieza en su húmeda mejilla.

 

-No me perderás Dita, te lo aseguró.

 

Sonreía, sonreía como nadie lo había visto y Afrodita sentía un hormigueo desconocido en todo su cuerpo, estaba emocionado como nunca antes. No fue consiente de cómo o cuando paso, sólo sabía que los labios prohibidos e inalcanzables de Camus de Acuario estaban unidos nuevamente con los suyos, ambos con los ojos cerrados escucharon del corazón del otro caballero un sincero "te quiero"

 

 

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Dos cuerpos que se volvían uno en ese lecho florido y perfumado. Perfumado por las rosas, perfumado por el deseo creciente de la fusión perfecta que se cumple al hacer el amor.

Los gemidos al compás de cada estocada que tocaba el alma del que recibía todas esas sensaciones que eran nuevas para su cuerpo puro y virginal. Afrodita sabía bien donde tocar, como si deshojara una rosa blanca con la única intención de ver lo que sus pétalos inmaculados esconden y en este caso los pétalos eran las piernas blanquecinas del Santo de la vasija y lo que estas escondían era ahora el paraíso en el que el de Piscis sumergía todos sus deseos y sensaciones dormidas.

 

Camus era la vasija que mantenía el elixir de lo ocultó, el agua que quita la sed agobiante, y Afrodita era el pez que vivía para beber el líquido que la vasija guardaba sólo para él.

 

Afrodita besaba con ansias la boca de Camus, devorando los gemidos que el francés liberaba de su garganta y que morían en la suya. El turgente miembro del peli celeste entraba y se perdía en el suave y tibio interior del caballero de hielo, ambos cuerpo sudaban haciendo que sus pieles brillaran perladas por los movimientos armónicos de su vaivén apasionado. El sueco tomaba con su mano la virilidad de su amado Aguador, masturbando con amor y entrega para aumentar el placer en su ser entero. Camus por otro lado, apretaba las blancas sabanas con una mano mientras la otra subía y bajaba por la humedecida espalda del de ojos celestes, sintiendo el cabello mojado pegado a la blanca piel.

 

Los jadeos excitantes de Afrodita eran algo nuevo para los oídos del oji zafiro, algo que nunca creyó conocer y de lo que ahora se sorprendía al saberse dueño. Esos sonidos guturales como un concierto... un concierto solamente dedicado para dos espectadores que también eran creadores del erótico escenario efervescente de una entrega completa en cuerpo, alma y mente.

 

Afrodita sentía que la cúspide de su delirio llegaría pronto abandonando su organismo para instalarse en Camus, así que decidió apresurar la mano que sostenía el duro sexo del acuariano para que este explotara sus pasiones junto con él en ese ardiente baile. El doceavo custodio, aumento el ritmo de sus embestidas a lo que el onceavo gemía más excitante, más necesitado porque el otro tocará su alma con la punta de sus anhelos así como ahora lo hacía, invadiéndolo, llenando ese vacío con el que tanto tiempo vivió amenazado con ser consumido por esa profundidad oscura sin esperanza.

 

Un poco más de entradas y salidas, apretones, subidas y bajadas, besos y mordidas, jalones de cabellos, roses de pieles ardiendo, gemidos, quejidos, suspiros, lágrimas de gozo, espaldas arqueadas y cabezas hechas hacia atrás, volcanes en erupción, ríos de vida fluyendo a través de la intimidad sincera y sonidos que asemejan truenos que avisan la tormenta perfecta...

 

Afrodita respiraba cansado y complacido, y aun sin abandonar el cálido interior del francés, se recostó a su lado, atrayéndolo para que reposará sobre su fuerte pecho desnudo aun agitado, lo que Camus hizo complacido. Era una escena por demás hermosa, ambos acostados uno cerca del otro, cubriendo lo necesario con la blanca tela, y el largo y liso cabello del copero cubriendo completa su espalda, desperdigado y brillante con su color exótico y bello.

 

Camus estaba poco a poco llegando a la tierra de Morfeo, no sabía cómo sentirse después de lo ocurrido, lo que era seguro, es que le había gustado tanto aquello y se sentía agradecido con el de Piscis, aunque… Camus recordó algo que si bien no venía al caso, quería saber.

 

-¿A-Afrodita?

 

-¿Dime?

 

-¿Porque me dejabas rosas en mi templo?

 

-¿No te gustaron?

 

-No es eso, es solo que… me parece extraño…

 

-Te los dejaba para que te dieran un poco de alegría cuando despertaras… sabía que sufrías, no quería que te encerraras en tu propio odio. Quería que sonrieras aunque sea en una mueca así Como antes de lo de Milo.

 

-Tú ¿te preocupaste por mí? ¿Por qué?

 

-Sí, fue desde una vez en que te vi llorar sentado en la entrada de tu casa. Note que fue por culpa del estúpido ese y me dio coraje. Decidí entonces que no dejaría que te perdieras en tu propio dolor y desde entonces te regalo rosas.

 

-Entiendo… aun las tengo.

 

-¿En verdad? Pero… ya deben estar marchitas, al menos las primeras.

 

-Cree una caja de hielo para cada una y así las he conservado tan hermosas como cuando me las encontré.

 

Lo que Camus acababa de confesar, le había alegrado el corazón, nunca creyó que él guardaría de esa manera tan especial lo que había querido regalarle de sí mismo. Si, Camus era único, y si el miserable de Milo no había sabido valorarlo, Afrodita de Piscis si lo haría porque ahora el mago del hielo era dueño de todo su amor y él no iba a fallarle. Camus había decidido darle a él esa pureza que guardaba para el que fuera el amor completo de su frio corazón. Es por eso que se sintió con el deseo de hacérselo saber.   

 

-Camus... te amo.

 

Y acompañando esa confesión, un aumento de fuerza leve para el abrazo que le estaba dando mientras reposaba y un suave beso en la frente, de esos besos puros que ya no se dan, ni se recibe. Algo que hizo que Camus abriera sus ojos en sorpresa para que luego sonriera con alegría y también susurraba ahora con los ojos cerrados.

 

-Yo también te amo... Afrodita.

 

 

Notas finales:

Esperamos que este fic haya sido de su agrado. cualquier critica o coentario sera bien recibido en un review. Gracias por leer.

MILO: !Me las pagaras por quitarme a MI cop! *iracundo*

AFRODITA: deja de molestar Milo, almenos agradece que estuviste en el fic.

MILO: !Tu callate pescado infeliz! Mira que tocar a mi Camus, eso si !NO TE LO PERDONO!

CAMUS: !MILO YA DEJAME TRANQUILO!

YO: o.O okeeeeyy creo que esto sera un infierno jeje nnU hasta la proxima ;)


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