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Captura. por Lizama24

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Notas del fanfic:

En respuesta al desafío.

No quiero decir malas palabras pero ¡No se me hacen pareja!
Me estresé como no tienen una idea y escribí algo tan sencillo.

En fin. Espero que sus ojitos no sufran.

Notas del capitulo: No tiene drama y... Sí, se supone que romance.

Vi que todas subían capturas y me puse nerviosa de que ya casi todas estaban subiendolo.
Pero aquí voy.
Suerte a las demás y espero que el fanfic que gane sea fabuloso.
El día estaba nublado de nuevo, los rayos del sol apenas y podían pasar entre tanta nube en el cielo. Pero no le molestaba en lo mínimo. Existía un aroma a tierra mojada que le hacía sentir en sus años anteriores, siempre era así, aquel olor le era relajante y grato. Las nubes eran grises, de gran tamaño y parecía que en poco tiempo cubrirían la parte de azul que faltaba.
Su cabeza reposaba sobre el pasto aplastando sus cabellos contra este, la brisa los revolvía dejando una sensación fresca al castaño.

Desde su postura lograba percibir algunas hojas volando en dirección contraria al viento, pues él se las llevaba. Se imaginaba el sonido de los techos de lámina siendo golpeados por las gotas de lluvia.
En ese lugar eran muy seguidas las lluvias, tenía suelo fértil y el clima no aumentaba con facilidad. Era tan distinto a donde vivía antes, infestado de vehículos que iban y venían, al igual que las personas. Con un horrible clima que llegaba a superar los 30° y que, cuando llovía, todos actuaban como si estuvieran frente a un milagro.
Bien, quizás estaba exagerando.

Una pequeña y traviesa gota cayó sobre su nariz, rebotando y vertiéndose por esta hasta llegar a su labio. A sus oídos llegó el sonido de un trueno y con algo de pereza se incorporó sobre el pasto, sentándose. No se hizo esperar el grito de su madre diciéndole que volviera a casa o sino se empaparía, aunque fuera sólo una llovizna.

Se impulsó y logró ponerse de pie, andando por esa pequeña colina a donde estaba su casa.

Su casa había sido de su abuela cuando ésta vivía, era grande y hermosa. Mantenía un aspecto de los años anteriores pero había tenido varias remodelaciones para evitar su deterioro.
Su abuela había vivido en esa ciudad por toda su vida, amaba la tranquilidad de esta. Y aunque ahora existieran los suficientes servicios (escuela, hospitales, etc.) no dejaba de verse invadida por una gran cantidad de vegetación. Y eso a Takanori igual le había encantado.


Los días los pasaba en su trabajo y el resto de la tarde vagando por todos los sitios a los que podía llegar a pie. Teniendo 21 años de edad no estaba ansioso por independizarse, pues no tenía ni el dinero para rentar un departamento. Se la pasaba gastando su dinero en cosas que ni se daba cuenta.

Caminando colina abajo se iba acercando a su destino con la calma que tendría alguien al saber que el tiempo se detuvo. No podía permanecer en casa ni aunque le pagaran, le gustaba caminar, ir y venir de un lugar a otro.
El mar quedaba a unos cuantos kilómetros de su residencia y se daba el lujo de visitarlo cada vez que quería.

Así que, llegando hasta la playa, se sentó esta vez en la arena y apreció el sol que descendía de poco a poco, viéndose el cielo cada vez más naranja. Se levantó y caminó por la orilla luego de haberse quitado los zapatos, sintiendo la mojada arena entre sus pies, que aunque molesta, ya estaba por demás acostumbrado. Pateó el agua con sus pies, sonriendo a cada golpe que le propinaba.

Luego de estar jugando como un niño en la orilla se dirigió al puente que estaba muy cerca de ahí, pensando en sentarse y poder ver el atardecer. Pero otro chico ya ocupaba su lugar, sentado y dándole la espalda desde la posición en que él se acercaba. Estaba encorvado y parecía estar escribiendo con lentitud. Como no era alguien tímido, decidió ir hasta allí de todos modos, aproximándose al joven cada vez más descubriendo que en realidad estaba haciendo trazos, dibujando el precioso cuadro del mar y el atardecer frente a sus ojos.

Sin preguntar ni hacer ruido tomó asiento a su costado para poder ver el cuaderno más de cerca y luego vio al frente para comprobar que estuviera bien hecho. Pues esa preciosidad de vista no merecía un retrato mediocre.

— ¿Y lo vas pintar? —cuestionó el menor al chico a su lado, quien de forma sorpresiva le dirigió la mirada dejando el lápiz quieto.

— Eso creo… pero no traje las pinturas. —contestó luego de unos segundos en que el castaño no le había quitado los ojos a su cuaderno. Carraspeó y con algo de inquietud por la presencia ajena, siguió con sus trazos que no eran muy precisos pero sí lo suficiente limpios.

— Me llamo Takanori ¿Y tú? No te había visto por aquí antes. Y yo vengo muy seguido. —largó, moviendo sus pies que colgaban y rozaban con el mar. Su vista ahora estaba puesta en el atardecer que ocurría en ese preciso momento.

Era algo muy bello el notar que poco a poco la luz iba escapando con su amado sol, dejando el cielo oscurecido y el mar perdía su brillo por breves momentos, ya que pronto vendría la luna a hacerle compañía.

— Soy Yutaka, es un gusto. —extendió su mano al contrario quien no dudó en estrecharla aun cuando no acostumbraba saludar así—. No soy de aquí. Vine de vacaciones con unos familiares pero la verdad creo que vendré más seguido. Es un lugar muy lindo.

—Lo es. Me gusta mucho vivir aquí. —observó que Yutaka terminaba los últimos trazos y guardaba su lápiz y borrador en una pequeña lapicera, cerrando el cuaderno—. ¿Te vas?

—La cena será pronto.

Takanori quedó hipnotizado por un momento ante aquella sonrisa que se extendía por el rostro ajeno. Las estrellas la alumbraron de improviso y antes de que pudiera verlo, la luna se plasmó en el firmamento y de nuevo se iluminó el mar. Parecía cristal, y que otras estrellas salían de este. Las olas se levantaron con pesar para luego estrellarse contra sus pies.

Se despidió y sólo pudo seguirle con la vista hasta que se esfumó tras esa colina. Frotó dos de sus dedos entre sí, viendo y sintiendo el grafito del que se había manchado al tomar su mano. Arenoso y que lograba difuminarse por el calor de sus yemas. Era de un color parecido a sus ojos, o eso pensó él.

Pateó de nuevo la masa de agua con sus pies hasta que le sintió más helada.

Tendría que vivir con la curiosidad de poder ver ese dibujo terminado. Se lo había imaginado de muchas formas; con los rayos amarillos y anaranjados consumiendo el cielo. Y que el sol se viera sumergido sobre las aguas. O quizás a Yutaka le hubiera gustado más la noche y decidiera cambiarlo por la luna.
Como fuera, ansiaba por ver los colores sobre ese mar. ¿Usaría un azul muy oscuro o uno muy claro? No sabía de pintura pero creía debía usar de los dos.

Pero no tuvo que esperar mucho cuando éste volvió a aparecer ahora por una de las zonas boscosas del lugar. Cargando de nuevo ese cuaderno de gran tamaño pero esta vez con varias pinturas en un bolso recostado en el pasto. Ahora notaba las manchas en sus dedos, pero no era grafito esta vez. Sino muchos colores entremezclados, tanto que parecía un café muy poco llamativo.
Este pintor era un desastre.

—No tendrías que encimar pintura a las partes manchadas si te lavaras las manos. —soltó una risa, animandose a acomodarse detrás suyo y poner su barbilla sobre su hombro para poder ver la pintura.

El más alto se sobresaltó y tiró el pincel por accidente, dejando el cuaderno a un lado para buscarlo y poder cogerlo de nuevo. Las hebras iban a ser impregnadas de nuevo pero el castaño se lo arrebató como si quisiera impedir algo terrible.

— ¡¿Qué crees que haces?! ¡Debes lavarlo, hombre! —le reprendió y quitó la paleta de colores su mano y le levantó de su asiento junto con él mismo. Jalando como si se tratara de un padre regañando a su hijo, lo llevó hasta el río que por ahí pasaba.

Llegando hasta ahí soltó su mano y se puso de rodillas. Se quitó la mochila de su espalda para buscar el frasco donde guardaba las conchas abandonadas por los caracoles que solía encontrar. Las echó todas en su mochila rogando porque no se rompieran y con el frasco consiguió tomar un poco de esa agua. Tampoco iba a ensuciar a tan esplendoroso río.

Metió el pincel en esta agua y lo enjuagó, limpiandolo de la tierra del pasto y el color verde que usaba el menor con anterioridad. Y luego siguieron las manos del adverso, vertiendo agua limpia en sus manos y que se derramaba en el pasto.

— ¿Debes aparecer siempre que pinto?

Habían vuelto al lugar donde estaba su cuaderno. Y Kai tenía de nuevo esa curiosa mirada sobre el papel que detallaba con pinceladas. Ese muchacho se le antojaba a alguien que vivía en un árbol y su familia eran las ardillas y lechuzas de por ahí. Rió de sólo pensarlo.

— ¿Terminaste el otro? —atinó a decir sin molestarse en responder. Cosa que hizo bufar a su compañero.

Con cuidado el mayor dio vuelta a la hoja de atrás y se detuvo antes de que pudiera tan sólo una esquina tocar el papel de abajo.
Matsumoto vio maravillado aquella obra de arte a sus ojos. La más hermosa puesta de sol había logrado ser capturada en una simple hoja de papel para dibujo. Las sombras eran precisas y hasta el más mínimo, pero no insignificante detalle, estaba puesto con mucho cuidado.

— ¿Me lo regalas?—exclamó con entusiasmo a lo que Yutaka volvió a acomodar la hoja detrás y continuar con su actual pintura.

—Te lo daré... algún día.

Había prometido vagamente con tal de que no le reprochara.

El contarle dónde vivía fue quizás una mala decisión. Takanori iba a visitarlo todos los días, y en ocasiones hasta tres veces al día.
Se había presentado a su familia y socializado con la mayor de esta.
La alcoba del pelinegro se había vuelto en otro de sus lugares preferidos. Pues aún cuando sólo estuviera de vacaciones, lo había pintado con miles de paisajes y animales que seguro había conocido ahí. Su favorito era una serpiente que lucía como si en cualquier momento le fuera a arrancar la cabeza.

También prefería quedarse a comer con ellos cuando volvía del trabajo, usando como pretexto que quedaba más cerca y así no se moría de hambre. Pero la verdad era que le encantaba cómo cocinaba Yutaka. Tenía manos perfectas para hacer lo que quisiera con estas.

Takanori se volvió en su guía, llevandole a los lugares más hermosos que pudiera imaginar. Y así, el castaño podía deleitarse con cada maravilla obra de ese joven. Le tenía una gran admiración a Yutaka. Aún cuando se trataban cada vez más no lograba conocerlo por completo. ¡Era un misterio! Uno que empezaba a amar.

—Hazlo más suave, Taka. E intanta sólo trazar una línea seguida. —tomó su mano intentando guiarlo en un simple trazo, haciendo la línea en el aire varias veces hasta marcarla en el papel.

— ¡Yo puedo!—gruñó sacudiendo su mano para que lo soltara a lo que Kai rió divertido y dejandolo solo. Pero como era de esperarse, el menor volvió a equivocarse y patalear desesperado.

—Relájate, Ruu. —le llamó por ese apodo que él mismo le había puesto "Ruki". Besó su mejilla y volvió a tomar su mano para dirigirle, logrando con éxito el dibujo de el árbol frente a ellos. Y el menor sonrió con entusiasmo aunque sabía que él no lo había hecho.

— ¿Cuándo me darás mi dibujo?

Bautizó a la pintura del atardecer como su dibujo. Sin duda no iba a dejar de insistir.

Y de nuevo su respuesta "algún día".



La mujer tenía los cabellos hechos un desastre en aquella coleta alta,luciendo las arrugas de debajo de sus ojos. El mandil que llevaba olía a café y estaba manchado de un color amarillo. Le había invitado a pasar a esa casa que tanto había visitado con anterioridad, pera ya no tenía caso. Después de todo no le apetecía ver de nuevo los retratos cubiertos de polvo en una de las paredes de la sala.

Volvió en sus pasos por ese jardín repleto de margaritas y florecitas silvestres. Escuchaba de nuevo las piedras ser aplastadas por sus zapatos hasta llegar al camino de tierra que ya no pertenecía a ese hogar.

Yutaka se había ido y ni siquiera le había avisado. Justo ayer lo había visto y no le había podido decir ni una palabra. Bueno, sabía que iba a tener que irse pero estaba enojado y muy triste. Ruki llegó con las peores ganas a casa para poder ir tan sólo a dormir. Abrió la puerta y con sigilo fue andando de camino a su cuarto. Pero la preciosa madera del suelo le delató en pleno acto de ninja.

—Takanori. —exclamó su madre tendiendole un sobre de color naranja. Uno muy brillante y exagerado—. Te ha llegado en la mañana. ¿Cómo te fue hoy?

De forma grosera jaló ese sobre de la mano de su madre y lo abrazó contra su pecho. Siguió su camino luego de murmurar un "bien". Se sentía como un niño en esos momentos. Uno apunto de hacer un berrinche que terminaría en un llanto muy largo.
Azotó la puerta de su cuarto tras entrar y tiró ese sobre al suelo. Sus pasos continuaron hasta la cama de su habitación.

Era la primera vez que prefería acostarse en esas sábanas de algodón en lugar del pasto, y tener como vista el techo viejo y con pintura cayéndose que el cielo cubierto de nubes o rayos solares. Pero es que sabía muy bien que cualquiera de los lugares de afuera le recordaría a ese idiota que le había dejado. Sí, se sentía abandonado.

Se sentó con los ojos cristalizados y miles de recuerdos en su cabeza. No podía haberse ido. No lo creía.
Su vista alcanzó a ver aquel sobre y se levantó para poder recogerlo. Abrió el segurito y metió su mano en éste, sintiendo hojas de papel. Las sacó y dejó caer el sobre de nuevo al suelo.

En sus manos tenía su deseado dibujo. Era aún más hermoso de lo que recordaba. Lucía como si estuviera retocado, con más azul en el agua y menos en cielo. Las nubes eran como algodones de azúcar y el sol como un verdadero rey.

Pero había otra hoja. Dejando la pintura sobre su buró, tomó atención a este otro papel. La escritura a mano de Kai era la más horrenda. Ni parecía que sabía dibujar. Pero omitiendo ese detalle se dispuso a leer lo escrito. Esperando no querer asesinarlo después.

Hola, Ruu. Si has ido a mi casa seguro que en este momento estarás odiandome. Pero no lo hagas, por favor.
Justo ayer no sabía que ya tenía que irme... Quiero decir, lo olvidé. Y esta mañana no pude ir a verte al trabajo porque cierta persona nunca me dijo dónde trabajaba.

Te dejo mi pintura. La más bonita que he hecho. Pero estoy seguro que la cuidarás mucho. Sé que estará bien contigo... tú que aprecias tanto algo como eso.
Si aparece alguna lágrima en el papel es porque estoy picando cebolla para el almuerzo.

Cuídate mucho. Me haré un gran pintor y algún día te dedicaré mi más grande éxito. Lo prometo.


Fue una carta muy tonta. Ni firma había puesto. Demasiado extraña. Y su corazón se sintió achicarse por el hecho de que fuera una despedida. Aventó la carta y se tiró a la cama boca abajo, gritando contra las sábanas debajo de él.
Pero Ruki no le dejaría irse así de fácil. Se había equivocado aquel tonto pintor.





Pagó la cuenta dejando un billete sobre ese papel puesto en la mesita. Y luego de un agradecimiento había salido por esa puerta de cristal.
El estruendoso disturbio de miles de sonidos combinados llegó hasta sus oídos, haciéndole arrugar el rostro. No podía acostumbrarse a estar ahí. Era un desastre y no había ni un momento de silencio, no había tranquilidad.

Los autos rugían cada vez que pasaban, echando ese humo gris y de olor asqueroso. Habían muchas personas que caminaban con prisa a todos los sitios. Los enormes edificios eran más grandes que los árboles de su anterior ciudad, pero más pequeños que cualquier pino del bosque. O eso parecía.
Los animales que había en las calles eran en su mayoría perros abandonados. Y no parecía que les diera gusto a las personas el que el sol resplandeciera en el cielo. Ni se notaba con tanta iluminación industrial.

Se subió al autobús que lo llevaría a su instituto.
Takanori ahora estudiaba para ser fotógrafo en esa escuela de arte. Donde según la tía de Kai, era donde él había ido a estudiar. Pero llevaba buscandolo y no lograba encontrarlo. Al parecer no había ningún Yutaka en la clase de dibujo.
Se había metido ahí por él, con deseos de poder encontrarle en esa enorme ciudad. Pero luego de que tuviera las primeras clases se dio cuenta de que en verdad le gustaba la fotografía. Podía capturar lo poco hermoso de la ciudad en una foto, tal y como lo hacía Kai en sus pinturas.

Por un ángulo bien medido o la luz adecuada podía hacer ver un lugar más bello de lo que ya era. O de lo que se podía notar.

Había comprado una buena cámara y ahora estaba dedicado a terminar sus estudios. No importaba si debía trabajar toda la tarde para poder pagarlo. Aunque iba cambiando de un trabajo a otro porque sólo se dedicaba a ayudar a pequeñas tareas de empresas.

Llegó hasta su escuela para tomar las clases de nuevo. Uno de sus amigos le empezó a contar que habría una exposición de arte en la ciudad esa misma tarde y su emoción no se hizo esperar. Yutaka no era un famoso pintor ni nada de eso, pero tenía la suficiente esperanza como para pensar que podría verlo.

Nunca había estado en una. Y las personas que asistían parecían de alta clase social, con sus ojos criticones sobre cada una de las pinturas y esculturas. El sitio era blanco, seguro para resaltar todo lo demás. Pero el sonido de todos los pasos en ese suelo era inquietante.

No estaba seguro si podía entrar con la cámara pero a los guardias no pareció importarles. Al parecer no era una galería de personas famosas, sino de principiantes que deseaban ser reconocidos al menos un poco.
Sus curiosos ojos se posaron en cada obra. Le causaban gracia las esculturas que ahí habían. Eran algunas muy graciosas y eso parecía no parecerles grato a todos esos viejos amargados. Pero para Ruki eran geniales.

También vio muchas pinturas, de esculturales personas o lugares fantásticos. Algunas abstractas y otras que causaban inquietud a los más sensibles. Pero él creía que se habían pasado de color rojo.
Si era sincero... Se estaba aburriendo.

Quiso ver un poco más. Pues aún no había ninguna con el nombre de Yutaka.
Caminó por un pasillo más angosto donde ya no había nadie y pudo ver varios paisajes que al parecer eran de la ciudad. Había edificios, parques, tiendas y un avión en el cielo. Podía tratarse de un mismo sitio pero dividido en distintos cuadros, para darle la importancia a cada detalle.

Buscó el nombre del autor por todos lados pero ninguno estaba firmado. Sólo aparecía el título de la pintura frente al cuadro. Su traviesa mano se atrevió a delinear el marco de uno de los cuadros en donde aparecía una mujer balanceando a su hijo en uno de los columpios del parque. Era muy bonita, con el cabello color chocolate y ojos de miel. Sus labios rosa pálido mostraban una sonrisa. Le hubiera gustado robarle un beso.

Retiró su mano y tomó su cámara entre sus manos. Colocando su ojo en donde pudiera ver para enfocar y así tomar la foto. El flash iluminó el pasillo aún más. Se movió por todo éste, tomando la foto más perfecta que podía de las pinturas más perfectas que ahí había. Cada una de ellas se guardó en su cámara y luego salió de ahí. Ansiaba poder tenerlas en sus manos.


Las fotografías que hacía Ruki con frecuencia no tardaron en hacerse populares. Era talentoso según la mayoría de las personas. Así que empezó a ser reconocido en más de un lugar.

Terminó de colocar esos cuadros en la pared, luego de que verificara que el sitio los favorecía. Su oficina era un sitio bastante grande y adornado a su antojo. Tal y como le gustaba todo. Desde las paredes hasta los sofás frente a su escritorio.

—Es un buen pintor, ¿no?

Escuchó esas palabras a sus espaldas por lo que volteó viendo con una sonrisa a aquella chica de cabellos rojizos. Hizo un asentimiento con su cabeza y se colocó frente a ella quien sacó de una bolsa de plástico una caja forrada de papel amarillo el cual estaba torpemente pegado con cinta en la parte trasera.

—Te ha llegado esto, Takanori. —se lo extendió y casi al instante fue recibido por el nombrado quien arrancó el papel sin tener el menor cuidado.

Sus manos abrieron esa caja blanca de cartón y sacó lo que era un cuadro. Sus ojos se abrieron con gran sorpresa divisando el mismo mar de su hogar pero ahora con un hermoso cielo repleto de estrellas. Las nubes con forma de bolas de ceniza, estaban de un azul oscuro, casi negro. Y no podía faltar la resplandeciente luna; se veía tan real que colocó sus dedos sobre ella para asegurarse era un simple dibujo. Sus ojos se desviaron en busca de la firma pero no hubo señal de esta. Sin embargo no necesitaba saber quién lo había hecho. Era más que obvio.

Consiguió más pronto de lo que había pensado la dirección del mayor al hablar con quien había organizado la galería del otro día. Se hospedaba en un edificio bastante alto aunque no lujoso. Entró por esa puerta y caminó a gran velocidad por el pasillo para acceder al el elevador al cual subió junto con otras personas más. Su pie se movía ansioso. Al fin podría volver a verlo y esa idea le tenía loco desde la mañana.
Cuandos se abrieron las puertas casi corrió y a toda prisa fue buscando el número que le habían indicado.

Se proponía regresar al elevador al no encontrar la puerta indicada y subir tal vez un piso más.
Pero decidió continuar con su andar prestando atención a los números grabados sobre cada puerta de madera en un color oro brillante.
Sintió que sus latidos se apresuraban al dar con dicho número en una de las últimas puertas.

Puso su mano sobre la madera y se detuvo antes de golpear. ¿Por qué se sentía así en ese momento? Era una extraña y muy molesta sensación de ansias por ver a quien seguro estaba detrás de esa puerta.
No había nada especial en él. O tal vez lo especial era la sencillez con que se comportaba, cada vez que hablaba o incluso hacía un gesto. Era un fanático de su gran talento y sin conocer a ningún otro pintor ya aseguraba que Kai era el número uno.

Le gustaba desde hace tiempo, sin esperarlo y sin querer. No lo planeó ni imaginó. Simplemente un día esos ojos oscuros comenzaron a causarle un nerviosismo y esas manos a parecerle más cálidas. Su forma de tratarle y que soportara su genio. Ese sentido estúpido de humor que poseía. Pero también su inteligencia y voluntad. Eran cosas que sólo podía ver en él.

Yutaka era el cuadro más simple y dedicado, y él daría lo que fuera por poder tener una fotografía de él y todo eso que le hipnotizaba de su persona.

Chocó su frente contra la puerta aún sin retirar su mano y formó una sonrisa en sus comisuras al pensar en el sólo hecho de volver a escuchar su voz. Tendría que reclamarle muchas cosas y decirle lo despistado que era en no firmar sus obras.

Perduró el silencio por varios minutos más hasta que sintió la puerta abrirse. Se retiró de la puerta y no perdió detalle de ésta abriéndose y dejando ver al mayor quien pronto puso una cara de sorpresa y susurró su nombre.

Antes de que pudiera siquiera tartamudear, su cuerpo fue rodeado por los brazos del contrario hundiendolo en su cuerpo como si quisiese que se quedara ahí para siempre.

—Takanori... —volvió a pronunciar, sin dejar de presionar su cuerpo con la misma fuerza.

Ruki sentía que le daría un paro cardíaco en ese instante. Sus brazos le envolvieron con lentitud y algo parecido a un toque invadió las palmas de sus manos. Yutaka se separó lo suficiente como para ver el rostro del menor, dejando una de sus manos en la mejilla de éste.
Su frente se pegó a la suya, sintiendo los cabellos ajenos picar en su propia frente. De nuevo esos oscuros ojos lo trasladaban a un lugar místico. Sus narices se rozaban y un simple roce fue dado entre sus labios.

Le invitó a pasar halando de su mano. Estaba seguro que si le hubiera besado ahora estaría muerto.

Entrar a ese departamento le hizo sentirse como si estuviera ante su acosador número uno. Había por lo menos unos diez cuadros de su persona en una de las paredes de la sala del mayor. En especial le llamó la atención uno donde se hallaba tirado en el pasto mientras la lluvia empezaba a caer, pero cuando aún ésta no tocaba el suelo, a excepción de una gota que se estrellaba sobre su nariz.

También estaba otro sin mucho detalle pero en donde sus labios se encontraban pintados de labial rojo y las hebras de su cabello eran rubias. Kai notó su cara de confusión ante dicha pintura no pudiendo reprimir una risa.

—Siempre he querido verte de esa forma y poder quitarte ese rojo a besos. —musitó levantando unos cuantos vasos que se encontraban sucios sobre la mesa de su living.

Takanori volteó a verlo por su comentario. Siempre era así de directo y no se avergonzaba.
Sus pies empezaron a moverse hacia donde estaba el pelinegro, que ahora tenía el cabello más corto. El mayor se colocó a pocos pasos de él y dibujó una sonrisa, abriendo sus brazos como si esperara recibirlo.

Pero lo que recibió fue un puñetazo en la mejilla y el rostro molesto de ese chico de estatura inferior.

— ¡Te he buscado por meses porque no pudiste dejarme una sola forma de encontrarte! ¡De saber de ti! —estaba exaltado. Como seguro nunca le había visto el mayor pues él siempre había sido el tranquilo y reservado Takanori.

—Te dejé una carta, explicando todo. —se sobaba ese golpe con una divertida sonrisa y aguantando la risa que se atoraba en su garganta.

—Ajá. Y me di cuenta que tú no sabes lo que es una firma ¿verdad?—reprendió escuchando al fin esa carcajada proveniente de quien estaba frente suyo.

—Mis maestros me regañan también por eso. Pero es que se me olvida siempre. —aseguró sin pena alguna, dejando de sobarse.

Observó al menor bufar y rodar los ojos con molestia. Seguro estaba molesto aún más por esa cara de felicidad que tenía. Pero es que lejos de sentirse culpable o algo así, era lindo el saber que le importaba tanto como para haber salido de su paraíso y poner los pies sobre una ciudad.

Ruki continuó reprochandole una cosa tras otra a lo que él respondía con la misma serenidad, lo que le hacía al otro colmar su paciencia.
Cuando el pintor ya estuvo cansado de cada una de sus palabras volvió a atraerle en sus brazos, sintiendo de nuevo esa figura con sus manos la cual se tensaba como si estuviera nervioso.
—Estoy feliz de verte de nuevo. Y ahora ya no quiero volver a dejarte.
— ¿A dónde irías ahora? ¿España? Porque si así fuera no me importaría. Volvería a ir a buscarte. —escuchó la risita de quien ahora acariciaba sus cabellos con una calma que le provocaba sueño.

Levantó su rostro y sus labios se colocaron contra los ajenos, dando un superficial beso que poco a poco se hizo más profundo. Sabían sus labios a café y tenía un dulzor que no sabía si era azúcar o algo único de él. Fue correspondido y pronto sus belfos fueron presionados con los ajenos.
Luego de que éste finalizara, su frente fue golpeada por la del fotógrafo. Era un infantil.

—Ya me diste mi pintura... —musitó paseándose por toda su casa e ir fotografiando cada uno de los cuadros que estaban colgados y que eran obra del mayor. O hasta las paredes. Pero también cuando el otro se distraía podía fotografiar su rostro o a él entero.

Ya tenía mucho con qué adornar su habitación y oficina.

—Ajá. Así ya no ibas a seguir molestando ni en pensamientos.—tomó posición a su lado quitándole la cámara para ver cada foto que estaba ahí guardada,riendo cuando se veía a sí mismo. Sin duda le sacaba sus mejores ángulos. Y sus pinturas eran aún mejor.


— ¿Cuándo te harás famoso para dedicarme algo?

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