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La Última Experiencia por Radhe

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Notas del fanfic:

DISCLAIMER: Los personajes no me pertenecen. Historia sin fines de lucro.

1 – Amargo – 148 palabras – PoV Afrodita

Hoy es el día más amargo de mi vida.

¿Qué puede hacer un hombre cuando se da cuenta de que su vida ha llegado al final? ¿Suplicar piedad? ¿Inflamarse de ira? ¿Maldecir al destino, a los dioses, al mundo entero? No tengo fuerzas para nada de eso. No tengo energía para nada, ni deseos de nada.

Este día es el último día. Está bien así. No me queda nada para vivir, porque ellos murieron hoy.

Once horas. Todo lo que he amado en este mundo ha desaparecido en el transcurso de once horas. Y en la doceava será mi turno. Respiro el aire frío, el aroma de las rosas. Odio la muerte, siempre la he odiado; sin embargo hoy encierra una cierta esperanza, la de volverlos a ver, aquellos dos hombres que son todo para mí, aquellos que murieron hoy. Death Mask, Shura… pronto me reuniré con ustedes.
q95;


2 – Aroma – 145 palabras

Mi primer recuerdo es el aroma del mar, y la turbulencia de las olas sobre el barco. No recuerdo al hombre que me arrancó de mi hogar y tampoco recuerdo el hogar en sí, sé que existió, que lo tuve, pero sólo porque durante todo el viaje lloramos por ello. Cincuenta niños, más o menos, en aquel único viaje; toda una generación robada para un propósito que nadie nos explicó, en un destino que –para la mayoría– sería morir.

No recuerdo haberlos visto en aquel viaje, pero sé que estaban allí porque desde el principio estábamos predestinados. Aunque nos hubiéramos visto no habríamos podido hablar, todos teníamos lenguas distintas, habríamos tenido tanto miedo entre nosotros como lo teníamos a los marineros.

Pero cuando crecimos y aprendimos el griego hablamos muchas veces de aquel viaje, del hambre, del sol, las olas y el aroma a mar.
q95;


3 – Noche – 235 palabras

Las primeras noches no pude dormir, estaba aterrado. Durante el día nos hacían correr bajo el ardiente sol durante horas, sin darnos agua ni alimento. Había otros dos niños suecos con los que había podido hablar un poco, la deshidratación los mató antes de la tercera jornada.

Nos alojaban a todos en una desvencijada cabaña de madera, donde dormíamos apilados sobre el suelo, muertos de calor y de incomodidad. Conforme nuestro número fue mermando el sitio se hizo más cómodo, pero yo tenía más miedo. Nos tiraban el desayuno como si fuésemos perros, arrojando hogazas de pan duro desde la puerta, cada uno podía comer sólo lo que atrapaba.

Fue entonces cuando los vi de verdad, cando me fijé en ellos. El niño moreno de cabello negro que lanzaba codazos y mordidas para hacerse con más trozos rancios de aquellos mendrugos y el valiente español que se empeñaba en arrebatarle su pequeño tesoro para repartirlo entre los más débiles.

A pesar de lo horrible de aquellos recuerdos, es algo que me hace sonreír. Eran tan diferentes, tan contrapuestos, y yo… yo era un cobarde, cogía un trozo cualquiera y me apresuraba a comerlo, sabiendo que solo estaría seguro en mi estómago. No luchaba contra los otros niños ni me preocupaba por ellos. Sentía el deseo de imitar a uno de esos dos, tan fuertes y tan resaltantes, pero no me acababa de decidir por ninguno.

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