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Las caras de la Luna por Valz19r

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Notas del fanfic:

Hola mis queridos lectores de Amor Yaoi, este es un proyecto ya terminado inicialmente subido en Mundo Yaoi que ahora quiero compartir aquí. Espero que sea de su agrado. 

Las caras de la luna.
(Gouenji x Fubuki).



Capítulo 01. El nuevo Shirou Fubuki
(Primera parte: Shuuya Gouenji).






Aun no logro saber qué poseía Shirou Fubuki que me había capturado de tal manera hasta dejarme completamente prendado a él. Tal vez habían sido sus enormes ojos claros o su pequeña boca rosada, o tal vez se trataba de algo más personal, como sus cálidas sonrisas o su gélida mirada. O tal vez eran detalles sumamente importantes que yo no había advertido la primera vez que nos topamos, porque las sombras habían engullido toda su luz. No lo sé. Pero de algo estoy seguro: estábamos enamorados uno del otro, solo que aún no lo sabíamos.



Había pasado la mayor parte de mi joven vida desinteresado por el tema mundialmente aclamado y motivo de existencia de la raza humana: el amor. La sola idea de forjar una relación amorosa con otra persona no era algo que yo considerara atractivo. Pensaba que ya era bastante molesto tener que lidiar conmigo mismo y no me veía lo suficiente capaz de intentar comprender las actitudes de alguien más.


Todas estas excusas (porque así la llamaban mis amigos y mi hermana) no se marcharon ni cuando conocí a quien sería mi primer amor adolescente. Su nombre era Natsumi Raimon, manager del equipo para el cual yo jugaba, una chica que aparentaba ser superficial y ensimismada en sus propios asuntos, procurando no inmiscuirse en problemas ajenos. Una máscara que ella sabía muy bien llevar, pero que se caía en intervalos de compasión, entonces era allí cuando advertías su espíritu libre y vivaz, tan humana como un ende que flota en la pureza de del bosque. Er a algo compleja, porque ella quería ser un adulto, pero solo era una niña de 14 años. Sin dudas, era el tipo de personas que yo debía evitar, sin embargo, la chica de ojos avellana me habían enamorado. De un momento a otro me encontraba observándole en cada oportunidad que tenía, no pasaba desapercibida en ningún lugar donde yo me encontrase y luego, me vi siguiéndole a todas partes. Cuando se descuidaba y sonreía, era el momento clímax del día. Y cuando reía, oh por Dios, era tan magnifico que deseaba guardar su risa dentro de un frasco y liberarla por las noches, para que resonara en la oscuridad de mi habitación.



Pase al segundo paso y me convertí en su amigo, lo que significaba que debía hacerla reír, escuchar sus problemas, soportar sus momentos de ira y permanecer siempre (repito: SIEMPRE) disponible para ella. Todo para ganarme una oportunidad de besar sus labios y caminar tomados de las manos por las calles de la ciudad. Es una lástima que no exista un libro que te enseñe a convertirte en un “payaso psicólogo con complejo de esclavo”. Pero al final del día no podía negar que me gustaba su compañía y no la cambiaría por un viaje a la luna. Logre salir de la frienzone de manera victoriosa, nos volvimos pareja y éramos felices. Con frecuencia solía pensar que no podía amar a otra persona que no fuese Natsumi Raimon. Y que no existía ser más hermoso creado por Dios que Natsumi Raimon. Y que no existía en todo el mundo una persona más increíble que Natsumi Raimon.


Yo era de las personas que no tendían a errar, la oración: “Me equivoqué”, no estaba en mi diccionario y eso se debía a que yo pensaba mucho antes de actuar. Pero esta vez era diferente, estaba equivocado en las dos últimas decisiones. Al parecer, Dios sí había creado a un ser más hermoso e increíble que Natsumi. Su nombre era tan helado y magnético como él.



Aquella mañana Endou se apareció en la puerta de mi casa “—Felicidades amigo, has sido seleccionado para ser uno de los conformantes del equipo que participará en las nacionales Fútbol Frontera.—“ noticia que podía compararse con ganar un premio Nobel, o un Oscar o un Grammy. Debíamos señalar que, para ser elegido debía ser lo suficientemente bueno en la cancha. Claro, los halagos puedo decirlos frente al espejo de mi habitación, quien importaba ahora era él.



La historia no debería decir cómo lo conocí, porque cuando lo conocí no me había parecido lo que era ahora. Es decir, yo había conocido a este chico de una manera, hablé con él y me compartió sus miedos y tristezas. Lo ayudé con sus demonios internos, pero aun así mi interés no se había fijado en él. Y entonces, llega este otro chico, con el mismo rostro y el mismo nombre que el primer chico y mi interés comenzó a timbrar como: ALERTA DE PERSONA ESPECIAL. ALERTA DE PERSONA PERFECTA. ALERTA. ALERTA. Entonces puedo decir Cómo lo volví a conocer.



¿Cómo lo volví a conocer? Había estado ignorando ese hecho todo el tiempo que pude, las razones eran simples: yo me sentía extraño e incómodo, jamás es agradable que eres ligeramente distinto a los que te rodean. Y porque yo consideraba impropio desear los labios de otra persona cuando mi novia estaba a mi lado. Pero supongo que hay cosas que no puedes evitar. Sé que una parte de la historia comenzó con un día soleado, una mirada y una sonrisa.


El entrenador Hibiki, un hombre de cabello cano y cuerpo robusto, nos dictaba las normas de actitudes que debíamos adoptar mientras nuestra estadía en el recinto. Jamás voy a comprender la manera en la que el universo trabaja. La charla sobre “ser una gran familia” comenzó a aburrirme, primero porque yo no era un chico que acostumbraba a meterse en problemas. Quería estudiar a mis compañeros de equipo, aunque conocía a la mayoría, había chicos nuevos dispersados en cada parte del montón. Pasé mis ojos por cada uno de ellos, hasta que me detuve en él. no había crecido nada desde la última vez que lo ví, debía medir un poco más del metro sesenta, contextura delgada y frágil. Su piel seguía igual de pálida y parecía brillar con la luz que se colaba por las ventanas abiertas. Y su cabello plata era como un manto suave que se posaba con sutileza en sus hombros. No podía mentir, él seguía igual o más atractivo, con toques de perfección. Pero no, yo aún podía salvarme. Pude haber girado la cabeza y retomar mi labor de observación, pero entonces él me miró, sus enormes y brillantes ojos grises se enfocaron en mí y sus rosados y delineados labios me regalaron una sonrisa. Si tan solo hubiese ignorado el cómo Shirou Fubuki me hizo sentir, quizás hubiese continuado creciendo como todos los chicos… normal. En cambio, yo lo había notado a él, y él me había notado a mí.


Luego, vino la distribución de nuestras habitaciones, la cual consistía en que dos jugadores compartirían una habitación. Comenzaron a decir dos nombres y los dueños de esos dos nombres serían “hermanos por unos días. Estaba ansioso por saber quién sería mi “hermano de unos días”, muy dentro de mí la esperanza de que dijeran mi nombre junto al suyo revoloteaba sobre mi cabeza, y una voz susurraba: “Claro que serán compañeros de cuarto, es el destino, ¿qué no ves películas?”. Y yo le daba la razón.


Pero no, la magia de las películas no brillaba en mi vida. Mi compañero de habitación resultó ser Endou y el compañero del chico de ojos claros terminó por ser un chico de cabello rojo intenso. La desilusión golpeó al pequeño yo interno y realmente me alegre, porque ese maldito Pepe Grillo no hizo más que molestar.


Esa noche no logre conciliar el sueño, mi mente se encargaba de proyectar mis recuerdos en el techo blanco de la habitación. Todo ocurría como en una película: en cámara lenta. Su cabeza gira hacía mi dirección. Sus ojos me miran, aquellos orbes claros me transportaban al lugar más frío y aislado del mundo. La combinación de colores azul cielo, gris plomo y verde aqua, hacían una perfecta armonía en su rostro. Veías un mundo entero dentro de ellos: cada estación se reflejaba en esos profundos ojos. Pero, siempre era el invierno quien se apoderaba de toda la escena, por lo que tenías que observar cuidadosamente para encontrar la primera, el otoño y el verano. Yo aún no los había encontrado, pero estaba dispuesto. Cuando me encontraba cautivado hasta la locura, rebuscando las estaciones, sumergido en ese invierno denso y pálido, él parpadeaba y el bosque invernal era cubierto por una cortina de largas y espesas pestañas. Y se suponía que todo debía esfumarse, pero no, las sensaciones aún seguían allí. Aun cuando él había cerrado sus ojos. Aun cuando el bosque estaba escondido.


Si tan solo no me hubiese quedado hasta las tres de la mañana otorgándole protagonismo a Shirou Fubuki, solo quizás no me habría interesado en él. Shirou Fubuki; el chico de ojos claros.


Ese día pensé en acercarme a él y preguntarle si quería un amigo con quien caminar mientras platicábamos sobre trivialidades, le prometería que no lo volvería a golpear con el balón de soccer y le brindaría un helado como muestra de arrepentimiento, entonces había conseguido lo que tanto anhelaba desde que lo vi (otra vez), todo lo que nos separaba era una puerta de madera, barnizada con pintura blanca. Pero no lo hice, no tenía el valor que se requiere para abrir una puerta de madera. Me conformé con ser su amigo sin que él estuviese consciente de ello, lo cual era bastante desalentador.

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Llevábamos una semana con “tantos días” en ese lugar, y ya me había resignado al hecho de que Shirou Fubuki y yo pertenecíamos a mundos diferentes. Él era un flotador social, lo que quiere decir que no tenía un grupo al cual poder llamar fielmente “su pandilla”, pero siempre estaba al lado de Hiroto Kiyama, otro ser perfecto creado por Dios. Ese chico de raza dudosa, porque yo había sacado la conclusión de que era un vampiro (tenía evidencias que lo comprobaban), era su compañero de cuarto y su mejor amigo aunque todos allí, TODOS, habíamos llegado a la conclusión de que eran novios, porque ¡vamos! Dos personas no pueden estar tanto tiempo juntas sin ser algo muy íntimo. Yo llegué a pensar que de verdad eran novios y no por el complejo de siameses que tenían, sino por sus características: 1. Eran jodidamente interesantes. 2. Esa atmosfera de misterio los envolvía a ambos. 3. Eran humanamente perfectos. En conclusión: eran el uno para el otro. Y eso en cierta forma, no, en todas las formas, me molestaba.


—Para la nueva técnica, tenía pensado que Toramaru y tú se aliarán. O sea, los dos son como…— Endou me contaba sobre una nueva técnica especial, pero yo deje de escucharle porque, entre los jugadores que corrían por la cancha, pude visualizar a Shirou Fubuki caminando hacía las manager, su andar era similar a la de un felino, el sudor corría por cada extremo de su rostro y manchaba su camiseta que se adhería a su pecho, delineando su estrecha cintura nada varonil. Me encontraba tan caviloso observándole que no me percaté que Endou había parado de hablar.


—Fubuki ha cambiado. — comentó Endou, sacándome de mi ensoñación, le miré inquisitivo. —No es el mismo chico que conocimos hace un año, ¿lo recuerdas?— preguntó devolviéndome la mirada.



Tardé en responder porque estaba buscando a ese Shirou Fubuki entre mis memorias. —Vagamente.— respondí. Era cierto, el Shirou Fubuki que había conocido hace un año atrás desapareció, se marchó, dejando a este nuevo Shirou Fubuki que era capaz de robar mi atención. Porque para mí él era la persona más extraordinaria de este mundo.



Shirou Fubuki, quien era capaz de asesinar osos con sus pequeñas y huesudas manos, todos en el equipo aún se mantenían incrédulos ante la idea de que ese pequeño albino los salvó de la ira incontenible de un oso pardo, por desgracia yo no estuve allí para opinar al respeto sobre el tema. Aun así creía que era verdad.


Shirou Fubuki, cuyo nombre con seis letras nunca paraba en una sola versión, siempre era como: “¿Shirou Fubuki? Claro que sé quién es, un patinador.” o “¿Fubuki? ¿Acaso no es ese esquiador que superó los 300 k/m?” “¿Fubuki Shirou? Lo vi realizar un cloud 9 en snowboard la vez pasada. Fue increíble”, sin mencionar su fama como delantero y defensa del equipo. Pero si tú le preguntabas a él por Shirou Fubuki, respondía: —Esa perra, sobrevalorado. — Y negaba con la cabeza. y entonces su nivel de genialidad subía un tanto más.


Él tomó su botella de agua y con una toalla limpió el sudor de su rostro, la colocó sobre sus hombros y nos miró. Se acercó caminando y se hincó sutilmente frente a nosotros y con su radiante sonrisa dijo: —Capitán, lo solicitan en la cueva, debe hacer guardia para que los soberbios no usurpen la victoria.— informó. Endou había comprendido el enmarañado juego de palabras que Fubuki había utilizado para referirse a la portería y la posición de portero que ocupaba.


—Entiendo. — asintió, se levantó del césped y me tendió una mano. Yo solo me quedé mirándole sin comprender, — ¿Vienes Gouenji?— invitó, esperando a que y correspondiera su gesto.
—Me quedaré, aun necesito recuperar energías. —respondí. Entonces Endou asintió, se dio la vuelta y corrió para adoptar su posición. Me encontraba, relativamente, solo con él. Lo que era, relativamente, perfecto.


Shirou se sentó en el suelo, muy cerca de mí, podía percibir su fragancia de vainilla, el viento sacudía su cabella platinado alborotándolo. Bebió del contenido de su botella, fijó su vista en los chicos que corrían de un lado a otro, persiguiendo el esférico. —Hoy el viento grita: Cappuccino Helado. — comentó él, con su sonrisa tranquila. Yo no dije nada, fingí no haberle escuchado, aunque era obvio que yo no podía ignorar su voz. —Seguro piensas lo mismo.— agregó, pero ahora clavando sus ojos en mí.


Yo me ruboricé y evite devolverle la mirada, no por el hecho de que él se encontraba allí frente a mí, con sus ojos tan brillantes y transparentes, era algo más personal, y dudaba mucho sobre si decirle lo que cruzaba por mi mente. Y era que yo jamás en mi vida había tomado un cappuccino helado, el café debía tomarse caliente, no frío. Pero creo que ese era el tipo de extravagancias que le gustaban a las personas como Shirou Fubuki. —Jamás he probado uno.— confesé.


Entonces él abrió sus hermosos ojos, tanto que pensé que se saldrían de sus orbitas. —Eso no está bien.— comentó dejando de lado su botella de bebida. —No puedo morir sabiendo que existe una persona en el mundo que aún no ha disfrutado el sabor de un buen cappuccino helado. — añadió con una fingida expresión de preocupación. Entonces él dijo algo que no esperaba y era mejor que nunca lo hubiese dicho. —Iré al cafetín luego del entrenamiento, ven conmigo y tomemos juntos esa delicia helada. — invitó, aunque no sonaba como una invitación sino como una orden. Fuera de su forma en la que había pronunciaba su petición, yo estaba completamente impresionado. Shirou Fubuki me estaba obligando a ir con él a un cafetín para tomar cappuccino helado.


—Está bien.— acepté. Pude haber pensado más mi respuesta, una respuesta genial que me hiciera lucir interesante. Una respuesta Shiroutastica. Pero no, yo no podía pretenderlo. Él me obsequió una sonrisa acompañado de un asentimiento. A partir de ese momento, me sentía como en cualquier día de clases: esperando ansioso la hora de salida.



El entrenamiento terminó cuando el cielo comenzó a llenarse de arrebol y el viento perdió la calidez del sol, cada chico se unía a su grupo y charlaban entre ellos, creando un ambiente de amistad dividida. Me limpié el sudor del rostro con una toalla y bebí algo de líquido, no tenía necesidad de hacerlo, pues no había hecho un gran esfuerzo físico; supongo que cuando ya estás acostumbrado a algo, lo haces sin necesitarlo o pensarlo. Me dirigí a las duchas, quería refrescarme antes de salir con el joven que quería mostrarme los beneficios de tomar cappuccino helado. Me despojé del uniforme y me metí al pequeño cubículo adornado con cuadros de cerámica. Abrí la llave del agua y esta comenzó a caer sobre mí, deslizándose por mi piel, hasta el suelo y perderse dentro del drenaje. La sensación no era reconfortante, ni desagradable, simplemente era agua cayendo sobre mi piel. Como cualquier día. Deje escapar un suspiro, ¿cómo llamaban a este sentimiento? Ah, sí: fatiga.


—¿Te estás masturbando?— me preguntaron en el cubículo de al lado, era la inconfundible voz de Shirou Fubuki. Escuchaba el agua impactarse contra el suelo, él también tomaba una ducha. Dios mío, tenía a Shirou Fubuki a mi lado, totalmente desnudo y lo único que me separaba de tener mi primera experiencia homosexual era un muro, un muro de concreto y cerámicas.


—No estás en posición de preguntar eso.— respondí divertido, sonriéndole con superioridad aunque él no podía verme.


Soltó un bufido. — ¿Pero qué insinúas? Soy un niño inocente tomando una ducha tranquila mientras hablo con un pervertido que se está pajeando.— responde con voz infantil, como si su yo pequeño estuviese hablando por él . Y entonces ríe, deja escapar una risa que parece rebotar en las paredes del baño, fue allí cuando supe que J.M Barrie se había equivocado; las hadas no solo nacen con la primera risa de un bebé, sino también, con las risas de Shirou Fubuki. No, las hadas también nacen con las risas de las personas que de pronto comenzamos a ver perfectas. —Como sea, date prisa o cerraran el cafetín y no podrás probar la delicia de un cappuccino helado.— comentó luego de que detuvo su risa. Escuché la cortina correrse y luego pasos. Supe que él ya había terminado, cerré el grifo y enrollé la toalla alrededor de mi cintura y salí. Allí estaba, en ropa interior, vistiendo los pantalones del uniforme. —Deja de mirarme el culo.— soltó de repente.


Y yo me ruborice violentamente, porque SÍ le estaba observando el trasero, es decir, resulta imposible no notar ese gran atributo en él. —Ya quisieras. — le respondí, buscando mi ropa para también disponerme a vestirme. Me coloqué la ropa interior sin quitarme la toalla y luego, los pantalones, él ya iba por la camiseta.


—Sé que amas mi gordo trasero. — respondió y no pude reprimir una carcajada. Él volteó a mirarme. —Vaya, ¿me darán un premio por hacerte reír? De seguro nadie ha logrado esa hazaña. — Y su sonrisa seguía allí, imperturbable, me coloqué la chaqueta del equipo y él se acercó a una banca para calzarse los zapatos. Se sentó en la banca y se calzó sus zapatos de talla 9. Me senté a su lado para calzarme mis zapatos talla 10.


—Tal vez te den una medalla o un trofeo.— comente. —O pondrán tu nombre en el libro de los record guinness.— Shirou Fubuki parecía el tipo de persona que podría conseguir un reglón en ese afamado libro, pero sin duda no sería por hacerme reír. No te dan medallas por hacer reír a las personas. —O tal vez, solo lo ignoren. Como sucede con todas las cosas importantes.— añadí. Él me miró sorprendido, fascinado y asombrado, repasé mi monologo mentalmente para descubrir aquello que tanto le había cautivado, pero no encontré más que una simple oración. Si embargo allí estaba él, mirándome como si yo hubiese recitado a Shakespeare. Me miraba como yo lo miraba a él. Enfoqué mi atención en las agujetas de mi calzado. Arriba. Gira alrededor. Estira. Cuando volví a mirarlo, Shirou Fubuki aún me miraba ahora con una sonrisa burlona. Quise adivinar lo que estaba pensando, pero me resultaba imposible, era sencillamente un enigma. Se ató las agujetas y se levantó de la banca.


—Vamos compañero, nuestra cita espera. —dijo tendiéndome una de sus pálidas y delgadas manos. Había usado la palabra “cita”, se había referido a nuestra salida casual como una cita. Me sonrió, invitándome a tomar su mano. Le correspondí con una sonrisa la estreché, la frialdad de su piel contra la calidez de la mía creaban una sensación agradable. Como la brisa fría en un día caluroso. Me levanté y deseé que no soltará mi mano, pero lo hizo, en cuanto estuve sobre mis pies ¿el dejó mi mano sola.


Caminamos fuera de las duchas y mi mente comenzó a escribir historias sobre cómo resultaría nuestra tarde de portada y en todas las versiones terminaba besando al inalcanzable y exuberante Shirou Fubuki; un chico. Y tenía que controlar mi excitada mente antes de que sus conexiones crearan escenas subidas de tono, cosa que sinceramente me asustaba. Pero entonces el universo se encargó de recordarme mi orientación sexual y mi situación sentimental. A pocos pasos para salir de la seguridad del recinto, dos personas se acercaban a nosotros: una chica de largos cabellos purpura y brillantes ojos azules y a su lado mi chica perfecta; Natsumi Raimon. Y los meses que he pasado con ella se aglomeran en mi cabeza.


—¡Shuu!— exclamó corriendo hacia mí. Me estrechó entre sus brazos y me dio un beso corto. —Shuuya, estaba pensando en que saliéramos un rato. —dijo, sus ojos brillaban ilusionada y su sonrisa la hacía lucir adorable, como una niña pequeña. Una niña pequeña a la que iba a desilusionar.


—Cariño, lo siento. Quedé en salir con Fubuki.— respondí, disculpándome con sinceridad, mi expresión afligida no era actuación, era tan real como yo, o ella… o él. yo realmente adoraba pasar el tiempo con ella, pero ahora mismo tenía una oportunidad de oro.


Natsumi no cambió su expresión, sus ojos no se entristecieron, sus labios no se curvearon. —Oh bueno, podemos dejarlo para otro día. —comentó y yo no sabía que decir porque no sabía lo que ella estaba sintiendo. —Diviértete. — dijo, me besó y se marchó con la chica de largo cabello lila.


—Cielos, ella es la chica que todo chico heterosexual quiere a su lado.— comentó Fubuki, quien había permanecido callado en todo el rato que Natsumi hablaba conmigo.


—Así es.— asentí. Era realmente afortunado.


Nos decidimos a retomar nuestro camino hasta el cafetín. En el trayecto nos manteníamos hablando y haciendo chistes. Las ocurrencia
de ese chico eran divertidas y sus comentarios entretenidos, no tenía idea de que conociera el secreto de las palabras. Pero sí, él las conocía. Y yo podría quedarme hablando con él hasta que todas las leyes de física sean desmentidas, hasta que la tierra se desintegre en un parpadear. Sabía que cualquier tema resultaría interesante y que los cortos espacios silenciosos se convertirían en algo agradable.


—No creí que sería seleccionado para volver a jugar con Raimon.— dijo negando varias veces con la cabeza. No lo comprendía, él era un jugador excepcional, su destreza en la defensa y ofensiva eran de mucha ayuda a la hora de un partido. —Pero tampoco creí que podría estar rumbo a tomar un café contigo.— añadió y sin querer me sentí levemente ofendido. Yo lo miré. Él me miró y leyó la expresión en mi rostro. —Casi me matas con un balón. —dijo. La escena de mi Yo pasado tomando fuerza y depositándolas en el esférico que acabó en el estómago del Shirou Fubuki del pasado, se reprodujo en mi mente. Realmente deseaba que él olvidara aquello. Que ese recuerdo cayera en el abismo del olvido y se desintegrara allí. —Siempre te estaré eternamente agradecido por casi hacerme vomitar mis entrañas.— Y rió de la misma manera como lo había hecho hace unos minutos en las duchas.


Acompañé su risa con la mía. —Suenas como un amante del sadomasoquismo. —expresé entre risas. Giré mi rostro para ver el suyo. Su boca estaba totalmente abierta, mostrando la hilera de dientes perfectamente alineados. Luchaba para mantener sus ojos abiertos y estos brillaban azules como el cielo sin nubes, como el verano. Lo había encontrado, el verano en sus ojos.


Cuando las risas cesaron, se formó un reconfortante silencio que era levemente interrumpido por el sonido de los carros que transitaban y las personas que hablaban, Shirou aun sonreía como si recordara buenos momentos. Tal vez los que había vivido hace un año atrás.


—No sabía qué más hacer.— comenté rompiendo el silencio, él ,e miró. —Quería ayudarte, me estabas volviendo loco con tu actitud. Tal vez esa no fue la mejor solución, pero… No soy bueno con las palabras.— Al terminar mi explicación me encogí de hombros, avergonzado, confesarle ese tipo de cosas a las personas no era algo que me gustaba hacer. Pero lo había hecho y ni siquiera fue intencional.


—Yo no soy bueno escuchando, tal vez esa era la única solución.— respondió, entonces no sentí remordimiento por mi arrebato de sinceridad.


En una esquina con aire europeo estaba bien situado un local pequeño y pintoresco, como esos que salen en los folletos de París. Tenía mesas delgadas y elegantes en el exterior y una lámpara las iluminaba a todas. Entramos por las puertas de cristal y de inmediato me sentí transportado a la ciudad del amor (aunque nunca en mi vida he estado allí). Las paredes caóticas eran adornadas con hermosas fotografías y pinturas costosas (o al menos así se veían). Mi compañero pasó su mirada por cada fotografía, pintura, mesa y adorno que se encontraba en el lugar. Tal y como hizo yo. Y luego se dirigió al mostrado donde se encontraba un joven unos pocos años mayor que nosotros, vestía el uniforme del cafetín y su cabello era castaño. Estaba entretenido con su móvil.


—Hola.— saludo el intrépido Fubuki. El chico apartó la mirada de su móvil y la enfoco en el chico frente a él, le devolvió el saludo con una sonrisa confiada. —Dos cappuccino helados, por favor.— pidió.


—¿Con los malvaviscos?— preguntó mientras tomaba una libreta y un lapicero.
—Sí, los que son pequeños.— asintió.


—De acuerdo.— dijo anotando la orden en la libreta de color negro. —¿La mesa de siempre? — “¿La mesa de siempre?” ¿Acaso Shirou ya había venido aquí antes?


Él se acercó a mí y me tomo del brazo para llevarme fuera del local, me guio hasta una mesa donde tomamos asiento, podía ver a las personas caminar al otro lado de la calle, tan concentrados en su vida y las luces de los autos te daban protagonismo por unos segundos. Por un momento me preguntaba sobre a dónde irían, con quién se encontrarían, ¿estaría alguien esperándoles en casa?


—¿Has venido aquí antes?— pregunté tratando de sonar desinteresado, no quería que notara mi enfermiza obsesión por él y su vida.


—Descubrí este sitio el segundo día que llegamos aquí, ¿recuerdas? El día de excursión.— ese día se asignó aquella actividad para conocer la ciudad. Éramos un grupo de muchas personas dividido en grupos más pequeños, era como aquellas excursiones de la primaria en los zoológicos. Incluso tenía la misma regla: No separarnos. Pero Shirou Fubuki lo hizo, de un momento a otro ya no estaba con nosotros; se había escapado. En cuanto notamos su ausencia perdieron la cabeza y adoptaron una actitud de crisis. Tenían los nervios disparados, en especial las managers que no paraban de gritar su nombre como si fuera una mascota extraviada. “No se preocupen, él va a estar bien.” Dijo Hiroto con intenciones de calmar a los jóvenes con complejo de padres, lejos de eso solo consiguió que ellos enloquecieran aún más y aceptarán la idea de Aki de pegar volantes en los postas con la frase en mayúsculas, negrita y de tamaño 50: “CHICO PERDIDO”. Porque si Hiroto aún seguía en el grupo quería decir que el albino se encontraba solo en una enorme ciudad, tan grande que allí él solo era una pequeña mancha. Comencé a preocuparme y a pensar en los posibles lugares donde podría estar, pero repito, era una ciudad enorme y él una pequeña mancha. Llegaban tantas opciones a mi mente que no sabía por cuál optar primero, estaba por correr lejos de allí para emprender una búsqueda, pero Endou dijo: “—Él está bien, es Shirou Fubuki.—“ . y aquellas palabras actuaron como un calmante inyectado en nuestras venas. Era cierto, él iba a estar bien. Y así fue, volvió cuando ya estábamos de camino al recinto, el apareció y se integró al grupo como un protestante a una marcha. Cuando captamos su presencia soltamos un suspiro de alivio. “¿Dónde estabas?” preguntó Haruna, tomándolo de los hombros y observándole fijo a los ojos. Y él solo respondió: “Nunca me fui”, Haruna lo abrazó con fuerza y cuando lo soltó le sonrió. El tema se zanjo, no le mencionamos lo sucedido al entrenador, él estaba sano y salvo y no había pasado de un susto solamente, podíamos continuar con nuestras vidas.


—Así que estabas aquí.— dijo pensativo, no muy consciente de haberlo pensado o dicho. Él se había escondido aquí, en este pequeño cafetín europeo que, si hubiéramos dado a la tarea de buscarlo, lo hubiésemos pasado por alto. Y Shirou Fubuki se encontraría adentro, comiendo un red velvet acompañado de un té mientras mantenía una plática con un desconocido. Mientras imaginaba la escena más podía creerla, sabía que era real, que de verdad había ocurrido, aunque no estuve allí. Sé que hablaron de arte, lugares en el mapa, otras galaxias, comida, sexo y demás. —Rayos, estábamos tan preocupados cuando notamos que te habías extraviado. Pero nunca lo estuviste en realidad.—comenté esta vez con la intensión de ser escuchado, sus hermosos ojos claros se enfriaron, el invierno había vuelto a ocultar el verano.


—Luego de ese día, vengo aquí cn frecuencia.— dijo, sus orbes se enfocaron en la mesa, evitando el contacto visual. —A veces solo, pero la mayoría del tiempo Hiroto.— El vampiro pelirrojo.


—Ustedes se han vuelto tan amigos.— comenté mirando hacía la distancia, mis palabras eran ligeras, melancólicas y un toque de tristeza. No podía sentirme celoso, ellos se parecían tanto que era inevitable que se encontraran y se conectaran. Ambos obligados a convertirse en quienes no son, solo para complacer a personas que nunca les pidieron que lo hicieran.



Fubuki intentó arduamente convertirse en su fallecido hermano Atsuya, toda su niñez se dedicó a ignorar quien realmente era, intentó eliminar su esencia bañándose con el perfume de otro, solo para no sentirse tan solo. Solo para ser perfecto.



Hiroto, ni siquiera sé si es ese su verdadero nombre, parecía que el motivo de su existencia consistía en llenar las expectativas de su padre adoptivo quien no quería apartar sus ojos de aquella fotografía, anhelando el regreso de alguien sin retorno. Se negó a sí mismo y quiso vestir la piel de aquel niño injustamente asesinado, comprendía sus sentimientos de impotencia por sentirse insuficiente, incompleto. Sé que él se preguntaba cada noche: “¿En qué fallé? ¿Qué me hace falta?”. Yo también me cuestionó las mismas preguntas. Pero uno no puede negar quien realmente se es, una prueba de ello son esos dos chicos: Shirou Fubuki y Hiroto Kiyama.


—Él sabe lo que se siente mirarse en el espejo u no encontrarse allí.— dijo, sus ojos estaban puestos en mi pero no me miraban, tal vez no quería ser escuchado, tal vez no quiso decirlo en voz alta. Nuestra orden llegó y él aún seguía absorto en sus turbios pensamientos, hubo un silencio durante segundos luego su visión se enfocó y sonrió divertido. —Lo siento.— se disculpó.


Negué para que supiera que no debía preocuparse, él sostuvo la bebida y sorbió un poco. Hasta ahora habíamos hablado sobre todo y todos; el pasado, escapes de grupos, descubrimiento de pequeños mundos, homicidios, fetiches, sentimientos, Hiroto. Pero no había mencionado nada sobre su vida, qué ocurrió con él después.


—¿Qué hiciste cuando regresaste a Hokkaido?— pregunté. Tomé un poco de mi bebida, sentí como la felicidad se deslizaba por mi garganta. —Esto es delicioso.— expresé, él sonrió como diciendo “Lo sé”, agarró un malvavisco cilíndrico de color blanco que estaba sobre un montón de otros igual a él y lo metió en su boca.


—Regresé a Haruken.— respondió masticando, hizo una pausa para tragar y luego prosiguió. —Mis compañeros me recibieron y aunque nada había cambiado, todo era diferente. Quiero decir.— Se removió en el asiento, tomó otro malvavisco y se lo comió intentando disimular su nerviosismo, buscando las palabras que necesitaba para continuar su monologo. —Después del partido con Génesis yo pensaba distinto y habían muchas cosas que no comprendía. Estuve varios días escondido en lo profundo del bosque, pensando. Era como si me hubiesen hecho un trasplante de órgano y mi cuerpo intentara aceptar al nuevo huésped. Yo intentaba…—


—Adaptarte al nuevo Tú.— añadí a su monologo.


—Exacto.— asintió de acuerdo conmigo. —Y debo señalar, el nuevo Fubuki Shirou era realmente difícil. Le gusta huir.—explicó, aunque no tenía muy claro lo que quería decir con “huir” tal vez era un eufemismo de alguna palabra. Pero entonces él añadió: —Ahora me ha traído a otro país para unirme a un equipo de fútbol y competir contra los mejores.— Y sonrió. Volvió a tomar su bebida y me miró. —¿Y tú? Ahora sales con Natsumi.— Yo la verdad no había prestado mi total atención a su último comentario, aun pensaba en sus palabras “Huir”.


—Ah, sí. Inesperado, ¿cierto?— inquirí con una ceja alzada y mi mejor sonrisa ladina. Pero él ni se inmutó.


—La verdad no.— respondió con simpleza. —Es el clásico cliché: el chico popular sale con la chica inalcanzable y sobreamada. He visto suficientes películas y todas apoyan esa teoría. Y yo también.— añadió con una sonrisa retadora.
—Creo que sobreamada no es una palabra.—señalé nervioso.


Él frunció el ceño. —Oh, ¡oh! Lo lamento estudiante perfecto. — exclamó, alzando la voz y moviendo sus manos de manera exagerada. Yo sonreí.


El tema con nosotros era que habíamos estado horas hablando sobre asuntos vulgarmente triviales, ajenos a todo el mundo, concentrados en los ojos del otro. Ni siquiera ns percatamos del momento en el que el cielo se tiñó de naval y miles de diamantes se incrustaron en él. Fubuki alzó la mirada al cielo y luego, en mí. Sonrió.


—Hay otro lugar al cual debemos ir.— dijo cortando el hilo de la conversación que manteníamos.


Yo miré el reloj en mi muñeca que marcaba las 7;00 p.m. en una hora servirían la cena, era el momento clave en que se aseguraba que no faltara nadie, era mejor estar allí antes de que ellos comenzaran a preguntarse por nosotros y a sacar conclusiones. —Pero ya es algo tarde.— señalé.


Shirou infló las mejillas y suspiro.



—Pensé que eras más divertido, ya sabes, tienes esa reputación de chico cool.— bufó.



Y ese comentario fue un golpe para mí, él tenía razón aunque a mí no me importaba mucho la imagen que los otros tuvieran de mí, quiero decir, yo sé quién soy. Pero ahora, sentía que debía mantenerla, por él. Entonces no sabía por qué, quería que Shirou Fubuki me viera como yo lo veía a él. Era absurdo solo pensar en ello. —De acuerdo.— asentí.— Guíame.— Él sonrió.



Luego de pagar la cuenta nos fuimos de allí, atravesamos las calles llenas de personas.


—¿A dónde vamos?— pregunté al chico que sostenía mi mano entre la suya.


—¿Tu padre aún te acosa para que estudies medicina? Eso es tan absurdo, quiero decir, él intenta convertirte en una versión de su persona, solo que más pequeño y sin bello facial. Los adultos son así, se creen dueños de todo.— comentó, Fubuki había enmarañado las palabras para ignorar mi pregunta en cuestión. Pero él aún no había acabado de expresar su punto de vista sobre los adultos y la visión que ellos tienen para la vida de los jóvenes. —Pero no los culparía totalmente de todo, los humanos lo llevamos en la sangre; ese afán por el futuro. La escuela para la educación. La educación para el trabajo. El trabajo para el dinero y no vivimos el ahora.— Parecía que su largo discurso sobre la vida había acabado y aun así no sabía a dónde me llevaba, él seguía caminando. Así que repetí:


—¿A dónde vamos?—


Fubuki apretó el agarre que ejercía en mi mano y sonrió. —Quiero decir, obviamente eso lo sabrás cuando ya estemos ahí.— Dejé de insistir.


Continuamos caminando en silencio y tomados de la mano, como una pareja de homosexuales, hasta llegar a un parque que cubría varias hectáreas de terreno. Los niños se paseaban en los juegos y correteaban por el césped como pequeños cachorritos, saltando y riendo. No pude evitar sentir nostalgia por el pequeño Shuuya Gouenji. También había ciclistas y atletas dando vueltas en el aparcado. Jóvenes jugando amistosamente en las canchas de tenis y básquet. Nos dirigimos hacía unas escaleras que nos apresuramos a subir. Al final había un mirador, era parecido a la torre de Inazuma, pero esta no era tan alta ni era de metal, sin embargo si alcanzabas a ver gran parte de la ciudad.


—A veces dan películas mudas aquí en el parque. Tal vez deberías traer a Natsumi, te sumaría muchos puntos.—dijo, se acercó al mirador y colocó sus manos sobre el barandal de seguridad.


—No lo creo.— negué acercándome a él.—A ella no le gustan,. Dice que le resulta aburridas, además el césped le da comezón.— expliqué.


—Cielos.— exclamó torciendo la boca, como si estuviera en desacuerdo.


—Pero podríamos venir tú y yo.—propuse clavando la mirada sobre él. no había sido accidental, ni siquiera me había parado a pensar si ese era un buen comentario o no. Solo lo dije, porque era exactamente lo que quería decir, ni siquiera me importaba lo que él pensara de mí. ¿Qué podría decir? De seguro me miraría como si fuera lo más raro que le han propuesto en su vida, pero eso ya no importaba.


—Eso me gustaría mucho.— asintió, mirándome con una sonrisa, no había duda en sus ojos. Su mano y la mía estaban tan cerca que se tocaban, su tacto seguía tan frío, sentía la necesidad de tomar su mano para calentarla, para transmitirle algo de calidez. Desvió la mirada de nuevo hacía la ciudad. —Mira.— pidió.


Desde arriba la ciudad se veía como una ciudad de luces. Estaba bien iluminada, se podían apreciar el destello de las farolas que se esparcían a lo largo de las calles, formando caminos y canales. Era una visión tan real y pintoresca, cuando viaja en avión no era la misma sensación. Esta es mejor. En la quita avenida se veía el local donde Shirou y yo habíamos compartido un café. Las calles empedradas por las que caminamos. Las parejas tomándose de las manos y caminando juntos, como Fubuki y yo habíamos hecho minutos atrás.


—Es algo maravilloso—dije.


—Es algo más real.— añadió. —No lo sé, todo es más bonito cuando te tomas el tiempo de admirarlo; como el cielo lleno de estrellas, los niños jugando, la lluvia…—


—Y tú.— le interrumpí, él volteó a mirarme y me sonrió incrédulo.


—Yo no soy bonito.— dijo, bajando la cabeza.


¿Cómo podía decir algo así? Él hablaba sobre belleza, observar y apreciar pero no era capaz de reconocer su propia belleza. Me acerqué a él y sostuve su barbilla para que me mirara. Su expresión consternada era sumamente adorable. Él era adorable, con sus ojos brillantes y sus labios rosados entreabiertos.


—Lo eres. Shirou Fubuki, eres la persona más bonita que he visto en mi vida.— aseguré sonriendo.


Sus mejillas se tiñeron de carmín y sus ojos se abrieron de sorpresa, brillantes y azules, como el cielo sobre nuestra cabeza. La luna iluminaba su piel pálida y su cabello platinado eran iluminados por la luz de la luna. Mi mano viajó hasta sus labios y mi pulgar delineó su boa, enmarcando su forma. Un suspiro se escapó de ella, como anhelando algo. Los observaba con detenimiento; rosados, con curvas. Me enfoqué en sus ojos hazel, la claridad de estos me permitían apreciar sus pupilas levemente dilatadas, fijas en mis ojos oscuros. Lo vi acercarse lentamente, el azul manchado de verde en sus orbes me incitaban a imitar las acciones del chico y de un momento a otro me encontraba perdido en un verde vibrante que fue cubierto por un velo oscuro, pero ya era muy tarde. Me había atrapado.


Mis labios chocaron con los suyos y una corriente de euforia surcó mi cuerpo al momento que ejercí presión en ellos. Yo deseaba más que un simple roce, quería una explosión de sensaciones, todas las que pudiese experimentar tocando sus labios. Él suspiró, momento que aproveché para colar mi lengua dentro de su boca, cuando la travesura fue realizada se alarmó por la intromisión. Pronto nuestras lenguas se encontraron, en una batalla por ver quien mantenía el control. Rodeé su cintura con mis brazos y él se aferró a mi cuello mientras jugaba con mi cabello, enredando sus dedos en cada hebra, inevitablemente se acercó más a mí, sentí el peso de su cuerpo sobre el mío, sus labios se movían con avidez tratando de seguir mi ritmo.


Jamás en mi vida había besado a un chico, pero debía admitir que era una experiencia excitante. Su saliva dulce se mezclaba con la mía, no existía el sabor a cereza del labial. Las chicas son mágicas, pero este chico era un mago que conocía cada truco, con sus ojos ardientes, labios perfectos, tan besables. Me resultó imposible resistirme, debía tocarlos.


Nuestra respiración se aceleró y la temperatura en el ambiente ascendió, el calor de mi cuerpo era sofocante. Dios mío, espero que a Natsumi o le importe.


Natsumi.


Shirou se apartó solo lo suficiente para poder tomar aire, aun estando tan cerca de mí, su respingada nariz rozaba la mía.


—¿Qué estamos haciendo?— pregunté agitado.


Sus ojos se habían tornado verde primaveral. —Nos besamos.— respondió con una sonrisa divertida, radiante. Sus labios estaba hinchados y húmedos.


—¿Por qué?— inquirí, tenía ansias de volver a profanar su boca.


Se encogió de hombros, restándole importancia a la pregunta. Él no parecía estar impactado por la situación, amigo, te besaste con un tipo ¡estás consciente de la situación? No, él lucía tan indiferente. —No hay una razón.— respondió. La respuesta que reafirmaba aún más si desinterés. Mis actitud que me hiso sentir que nada importaba ya, solo quería sentirlo una vez más y debo aclarar, que mis decisiones eran cantadas por mi curiosidad. No es como si fuese a enamorarme esta noche, aunque ese chico sea Shirou Fubuki y mi mente lo haya colocado sobre un altar. Pero yo debía mantener mis pies sobre la tierra, él era un chico, yo también y aparte, yo tenía novia. Resultaban tan torpes mis pensamientos, esas ganas irrefrenables de no enamorarme, sabiendo bien que al corazón no se le manda, pero mi corazón lo tenía ella, estaba a salvo.


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Eran las 11:30 p.m cuando decidimos volver al recinto. Caminamos por las mismas calles que habíamos transitado horas atrás, envueltos por un silencio abrumador que ni siquiera las pocas personas que pasaban a nuestro lado podían disimular.


—¿Hay otro lugar al que debamos ir?— pregunté para romper ese incomodo ambiente.


Shirou tomó mi mano, entrelazando sus dedos entre los espacios de los míos. —Solo a casa.— respondió con una nostalgia terriblemente arrolladora. Me mantuve atento a todas sus expresiones y acciones: frunció los labios, cerró los ojos y volvió a abrirlos cuando soltó un suspiro pesado. —¿Somos amigos?— preguntó mirándome.


—Claro.— respondí, entrelazando mis dedos entre los suyos y apretando el agarré. Aunque no había logrado comprender el motivo de su pregunta, claro, él era impredecible. —Siempre lo hemos sido.— añadí.


Él sonrió con sarcasmo, como si no estuviese de acuerdo con mi comentario. —Pero si nos conocimos hace solo un año. No siempre.— afirmó frunciendo los labios, luciendo como un niño obstinado.


—Claro que sí, es que no lo recuerdas.— respondí seguro de mis palabras. Pero Shirou no parecía conforme con esa respuesta a Shirou Fubuki le gustaba que le explicaran las cosas con detalles, como un niño. Tal vez en el fondo él era solo eso; un niño. —Nosotros fuimos Bonnie y Clyde. También fuimos hermanos nacidos en Inglaterra. Futuros reyes. Di mi vida por ti, estás en deuda conmigo.— dije con una sonrisa divertida.


—¿Por qué hiciste eso?— preguntó el, curioso e ingenuo.


—Porque te quiero.—


Sus mejillas se ruborizaron y sus ojos verdes brillaron.


—Yo te quiero a ti.— dijo.


Ahora mismo me sentía como un ebrio que se recupera de la borrachera, y los recuerdos de todo lo que hice comenzaban a golpearme, insistentes. La vehemencia con la que nos besamos. La fuerza con la cual me sostuvo para que yo no escapara. Sus labios acariciando los míos. Su respiración errática. Todo comenzaba a parecer tan improbable, pero sí, había ocurrido y por alguna razón no me sentía arrepentido y eso era precisamente lo que me molestaba. Porque se supone que cuando haces algo malo debes sentirte como la mierda, y yo no me sentía así.


Cuando llegamos le dimos la vuelta al edificio y entramos por la ventanilla de la cocina porque las puertas estaban cerradas, lo que era comprensible al ser más de las 12.


—Vamos arriba.— murmuró.


Le seguí las escaleras con dirección al piso de arriba, donde estaban las habitaciones, estábamos casi flotando para no hacer ruido con nuestros pies. Llegamos al piso de los dormitorios y soltamos la respiración que habíamos contenido desde el primer escalón. Era momento de despedirnos. La noche había sido larga, pero ahora resultaba tan efímera.


—Bueno, eso es todo.— dijo. —Me la he pasado bien.—


—Yo igual.— Le tendí la mano y él la estrechó, me miró de reojo y con una ceja alzada. —Te acompañaré hasta tu habitación.— dije, mi intención era permanecer el mayor tiempo posible con él.


—No hace falta, igual no dormiré allí esta noche.— negó.


—¿Por qué?— inquirí curioso, ¿acaso tenía alguna otra aventura secreta? Una aventura del estilo Shirou Fubuki.


—Hiroto suele cerrar el seguro de la puerta por las noches. Es algo paranoico.— explicó metiendo sus manos dentro de los bolsillos de su pantalón.


Me extraño tanto ese comentario que no pude evitar deformar mi rostro en una mueca de confusión. —Yo en tu lugar dormiría con un ojo abierto y un rifle en las manos.—dije, debía desconfiar plenamente de alguien que ten la costumbre de trancar la puerta de la habitación con seguro.


Shirou rió suave, apenas un murmuro vuelto risa. Llevé mi mano hasta su rostro y acaricie su mejilla, él me miró desconfiado, como si yo fuese un adulto extraño interactuando con un infante. Nuevamente no lograba comprender la actitud que había adoptado, con una ceja elevada y los labios doblados, ¡hace unos minutos nos besamos! (¡Y cómo!) . no había sentido para que se comportara de esa manera. Supongo que jamás lograré comprender a Shirou Fubuki, las personas como él son arte: no se les busca una explicación, solo se admiran.


Deje de acariciarlo y carraspeé mi garganta buscando una distracción que evadiera el momento tan incómodo que se había formado.


—Entonces.— inicié. —¿Estarás vagando por los pasillos?— pregunté.


—Como alma en pena.— asintió.


Una idea para ayudarle llegó a mi mente, no iba a dejar que pasara la noche en vela. Al amanecer debíamos entrenar para el partido que tendríamos en una semana. Fruncí los labios y luego suspiré. —Debes descansar.— dije atrayendo su atención. —Además, Endou suele levantarse dormido. Es sonámbulo y es algo aterrador de ver. No vayas a morir del susto y nos quedamos sin defensa.— bromeé.


—Entonces, ¿qué sugieres?— preguntó él. su cuerpo se estremeció, comenzaba a hacer frío.


—Sígueme.— pedí.


Comencé a caminar con el albino pisándome los talones, pasamos cada habitación, las puertas se extendían a lo largo del pasillo. Como un laberinto de juegos. Cuando este acabó había unas escaleras que conducían al último piso de edificio. Subimos y el aíre se tornó pesado y aún más frío, el aura sin dudas, era espectral. Silencioso y denso como un cementerio, oscuro como las cuencas de un muerto. Esa era la descripción perfecta. Era un pasillo largo, que al final tenía una ventana, abierta, las cortinas se mecían por el viento que se colaba. Caminé hasta la puerta que estaba cerca de la escalera.


—¿Aquí es dónde traes a tus victimas antes de asesinarlas?— inquirió Shirou, quien se había quedado detrás de mí.


Tomé la llave y la introduje en la cerradura. —No.— negué, hice girar la llave. —Primero las violo.— La puerta se abrió con un chirrido. Fubuki asomó su cabeza, curioso. —Vamos.— dije e ingresé a la habitación. Él me siguió con pasos sigilosos, estando alerta de cualquier movimiento y sonido. Cuando ya estuvo dentro cerré la puerta. Él parecía alarmado.


La habitación era amplia y sencilla. Había una enorme cama en el centro, gavetas, una lámpara y un baño. Las ventanas tenían cortinas color vino tinto, por lo que la luz que se filtraba por ellas se extendía en la habitación, tiñéndola de rojo.


—Wow.— exclamó, mirando atento su alrededor. —¿Cómo la descubriste?—preguntó.


—Bueno. Natsumi y yo a veces venimos. Ella es la encargada de cuidar la llave de esta habitación.— dije. —Se supone que no deberíamos estar aquí. Pero bueno, no es como si yo siguiera reglas.— Shirou se volteó para mirarme, me sonreía con complicidad.


—Es así como debemos vivir toda nuestra vida.— dijo sentándose en el colchón de la cama.


Me esperaba esa respuesta si se trataba de Shirou Fubuki, esa noche me había quedado muy claro que a él le importaba un reverendo pepino, él haría lo que quería aunque todo el mundo se interpusiera en su camino, no les iba a permitir que detuvieran sus pies. Me acerqué a él y me senté a su lado. —Puedes usarlo por esta noche. Las sabanas están limpias, así que no te preocupes.— expliqué.


—Gracias.— dijo él en un murmullo. Se abrazó a sí mismo y se estremeció. —Está habitación es aterradora. De seguro mataron a alguien aquí.— comentó.


—No te asustes, el conserje no aparece hasta las tres.— dije con una sonrisa. Mi compañero soltó una risa floja, fingida.


Fubuki se sentía incómodo, podía sentirlo en su cuerpo levemente tembloroso, la habitación le producía pánico y debía dormir en ella esta noche. La posición que había adoptado me recordó a aquella tarde nublada. Cuando hablamos oficialmente por primera vez.


Lo encontré jugando solo en la cancha, errando cada uno d sus tiros. La frustración emanaba de sus poros. Era un chico tímido que se pasaba los viajes mirando a través del cristal de la ventana y solo hacía pequeños comentarios cuando lo creía apropiado. Sus labios de moribundas sonrisas, porque las que obsequiaba al mundo eran tan falsas que ni existían. Sonrisas que producían una profunda tristeza a quien las mirase. Recuerdo también, que no me gustaba que sonriera porque me contagiaban unas ganas de llorar incontenibles.


Shirou Fubuki guardaba más secretos de los que apenas conocíamos, su problema de doble personalidad era solo la punta del iceberg. Lo supe cuando ese trueno retumbó en el cielo y él se arrodilló en el suelo, tratando de protegerse. Completamente aterrado, sus gritos punzaban en mis oídos y ruñían mis huesos, no sabía qué hacer. “No tengas miedo, no perderás a nadie”, le aseguré, me miró con sus ojos cristalinos, como un animal herido. Quise tomarlo en mis brazos y llevarlo a un lugar donde resguardarnos de la lluvia, pero con solo tocarlo él se sobresaltó como si estuviera en un inminente peligro; su respiración se aceleró y sus ojos se abrieron de par en par, enfocados en mí. —Si nos quedamos aquí nos vamos a resfriar. Debemos irnos.— le expliqué con calma, use un tono de voz amable y evité tocarlo para que no se alarmara más de lo que estaba. Él era un manojo de nervios.


Fubuki Shirou era una bomba de emociones que amenazaba con detonar.


Él asintió, se levantó del suelo y yo le imité. Caminamos hasta un techo parecido a un puente y nos sentamos allí. Me habló de su pasado, de su familia y aspiraciones. Ese afán que tenía por volverse como su hermano para así ser perfecto, que su única razón para seguir era esa. Sé que hubo una diferencia de opiniones, me enojé tanto con él que ya no quería verle por ese día. Me levanté y me aleje de allí, sin pararme a cuestionarme si él sabía volver solo. Entonces gritó mi nombre junto a la frase “¡No quiero estar solo!”, ni aun así regresé para consolarlo, no miré atrás. Lo abandoné bajo la lluvia, como una mascota no deseada. Esa noche al momento de dormir, su voz resonó en mi cabeza una y otra vez.


Y ahora podía ser que aún tuviera miedo. Aún podía asustarle la soledad. Pero esta vez no iba a abandonarlo.


—Puedo quedarme aquí contigo.— dije temeroso.


—No hace falta que hagas eso.— respondió aún templando, aún abrazándose. Aún asustado.


—No es problema para mí.— dije, dude de mis palabras, pero añadí. —Sé que no te gusta estar solo.— él volteó para mirarme, incrédulo y hasta parecía molesto.


—Así que me escuchaste.— dijo, su mirada era intensa, era oficial, estaba enojado.


—Bueno, sí. Lo hice.— balbuceé.


—Y aun así… ¿Sabes lo que sentí cuando te marchaste? Yo tenía un quiebre emocional y tú solo… ¡Pude lanzarme desde la torre de metal! ¿Estás consciente de ello? Claro que no lo estabas, porque de ser así jamás te hubiese ido. No importa ya— hizo silencio, no terminó de hablar y yo realmente quería que siguiera reclamándome, que me gritara que era una escoria. Porque en ese momento lo fui. Desvió la mirada y me dio la espalda.


Creo que ya pertenecía al gran grupo de imbéciles que abandona a una persona cuando más necesitada de compañía.


—Lo siento.— Fue lo único que pude decir, y era que tenía tantas palabras pero todas se escaparon. Shirou seguía sin mirarme. —Estaba
enojado contigo y ni siquiera tenía derecho. Fui un idiota egoísta. Pero ahora será diferente.— aseguré.


Entonces se decidió a mirarme, el invierno había vuelto a sus enormes ojos grises, esa expresión de tristeza que enmarcaba su rostro. —¿Qué quieres decir?— preguntó.


Lo estreché entre mis brazos y capturé sus labios, correspondió de inmediato, me abrazó con firmeza y se sumergió en el profundo mar de sensaciones. Deje sus labios y lo abrasé con fuerza, escondiendo mi rostro en el espacio entre su cuello y el hombro. Lo guié por la cama hasta llegar donde las almohadas reposaban. Volví a apoderarme de sus labios y lo acosté en la cama, posicionándome sobre él. Entonces ese deseo insistente de querer más volvió, tan fuerte que no podía ignorarlo. Me aventuré a probar la piel de su cuello, saborear sin detenerme, hasta que esa blancura fue reemplazada por tonos rojizos. Mordí, él se estremeció y gimió dolorosamente. Repetí mis acciones y él las suyas. Acarició mi cabello, deslizó sus manos hasta mis hombros y me quitó la chaqueta. Yo hice lo mismo, lo despojé de su chaqueta. Las caricias y los besos húmedos aumentaban la temperatura en nuestros cuerpos. Mis dedos recorrían sus brazos y los suyos dibujaban formas en la piel de mi espalda. Mi lengua acariciaba sus labios. Sus dientes atrapaban mi boca. De pronto la habitación ya no parecía de película de terror.


Aclaró algo: NO tuvimos sexo.


Al rato él se durmió, y yo sólo me quedé observándolo. Detallando su cuerpo en reposo, su expresión camada. Cuando el Shirou Fubuki del pasado y el Shirou Fubuki del ahora se fusionaban y se volvían uno solo. Porque veías la inocencia y fragilidad de Shirou Fubuki de hace un año, pero también podías ver la audacia y espíritu intrépido que poseía el Shirou Fubuki de ahora. Lo único que no había cambiado era su exuberante belleza. Me acosté a su lado y no reprimí mi deseo de abrazarlo. Pronto caí dormido.


Y entonces no lo sabían aún, pero me vida comenzaba a girar y todo lo que creí correcto comenzaría a cuestionarse y a no importar en lo más mínimo. Porque me había enamorado, y no de cualquier persona, sino de nada más y menos que de Shirou Fubuki. Estaba en serios problemas. Pero como dije antes, yo aún no lo sabía.


Notas finales:

Eso ha sido todo por el capítulo de hoy, espero que lo hayan disfrutado y no olviden dejar sus Revierw :) Bye <3


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