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A Rose For The Dead por ghylainne

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Notas del capitulo:

Buenas. Yo otra vez, pero para variar, nada de comedia. De todas formas, espero que les guste.

Besotes

Saori estaba arrodillada ante la gran estatua de Atenea del Santuario. Un poco alejados, estaban sus Caballeros, preocupados por su diosa. El amor de Atenea por los humanos había logrado conmover el corazón de sus hermanos, Artemis y Apolo, incluso el del mismo Zeus, hasta el punto de que había ordenado a Hades que liberase a los Caballeros de su hija y los devolviese a la vida. Pero en medio del Coliseo seguía el enorme monolito en el que habían sido encerradas las almas de los Caballeros de Oro.

Seiya miró en dirección al Coliseo, aunque desde allí no se podía ver. Estaba muy preocupado por Saori. Llevaba tres días así, rezando sin parar por los Dorados. Incluso una diosa necesitaba descansar, pero cuando se lo había dicho, se había limitado a sonreírle y seguir rezando. Suspiró. Su diosa era casi tan tozuda como él. Sintió una mano en su hombro, y se giró hacia un sonriente Shun, siempre dispuesto a ver las cosas por el lado positivo, diciendo en silencio que todo iba a salir bien. Eso lo tranquilizó un poco, pero se quedaría al lado de Atenea el tiempo que hiciese falta.

Saori se sentía física y mentalmente agotada, pero no pensaba descansar hasta conseguir el perdón para sus Caballeros de Oro. Era cierto que se habían rebelado contra un dios, pero ¿cuántas veces había hecho ella lo mismo? Poseidón, Abel, Eris... Y si ella había sido perdonada, entonces sus Caballeros también merecían el perdón, ya que lo único que habían hecho había sido proteger a su diosa.

A esas alturas ya había perdido la noción del tiempo, y no pudo evitar sentirse agradecida cuando una voz atronadora resonó en el Santuario. La voz de Zeus.

Delante de Saori flotaba la sombra del dios, bailando sin viento. Todos los Caballeros se arrodillaron de inmediato.

— ¿De verdad merece la pena que reces por el perdón de tus Caballeros? — rugió Zeus.

La joven diosa no pudo evitar sentirse abrumada por aquella presencia divina, pero tenía el fuerte convencimiento de estar haciendo lo correcto, así que, cuando habló, su voz sonó firme.

— Sí, lo creo.

— ¿Por qué? — interrogó el dios.

— Porque sé que son leales a su diosa, porque dieron sus vidas por mí — enumeró— , porque, a pesar de todo, tienen mi perdón.

Saori no sabía si aquello conseguiría convencer a Zeus. Su pregunta la había tomado por sorpresa. En ningún momento se había planteado si realmente se merecían semejante perdón. Para ella sólo podía haber una respuesta afirmativa.

La risa de Zeus los sorprendió a todos.

— Así sea — concedió.

Aquella respuesta que tanto ansiaban consiguió calmar tanto a los Caballeros como a su diosa. Pero Zeus no desapareció. Al parecer, todavía quedaban cosas por decir.

— Despide a tus Caballeros — ordenó sólo en la mente de su hija.

— Confío en ellos — respondió de la misma manera— , pueden oír lo que tengáis que decirme.

— ¡Despídelos! — repitió.

A Atenea no le quedó más remedio que obedecer. Con un gesto les dio la orden de retirarse, aunque más de uno quiso quedarse junto a ella, y tuvieron que ser sacados por sus compañeros, mientras Saori asentía, concediéndoles permiso para retirarse. Se marcharon camino del Coliseo, al encuentro de los que iban a ser liberados.

Una vez solos, la voz de Zeus resonó de nuevo en el recinto.

— No todos tus Caballeros podrán regresar.

— No lo entiendo.

— Varios de ellos desafiaron incluso la prohibición de aquella a la que juraron servir, no tienen derecho a regresar.

 

 

En el Coliseo, los Caballeros observaban ansiosos el monolito que sellaba a sus compañeros Dorados. De momento no parecía haber pasado nada. Tal vez tendrían que esperar a que Zeus terminase de hablar con Saori.

— ¿De qué crees que estarán hablando? — preguntó Seiya, con la preocupación reflejada en su voz.

Shiryu negó con la cabeza. No se podía imaginar las razones del rey de los dioses para hablar a solas con Atenea, pero tenía la seguridad de que debía ser algo importante.

— Quizás no debimos marcharnos — continuó, mirando el camino por el que habían bajado.

— Vamos, Seiya, seguro que todo está bien — intentó animarlo Shun, aunque en realidad, él también estaba inquieto.

— ¡Mirad! — gritó alguien, y todos se giraron hacia donde señalaba.

El monolito había empezado a brillar con una luz que parecía salir de su interior, y quedaron cegados por un momento. Cuando pudieron ver de nuevo, alrededor de la enorme estructura de piedra había varias figuras vestidas con armaduras de Oro: Aldebarán de Tauro, Kanon de Géminis, Máscara de la Muerte de Cáncer, Shaka de Virgo, Dohko de Libra, Aiolos de Sagitario, Afrodita de Piscis y el Patriarca, Shion de Aries.

La ola de ovaciones, gritos de alegría y abrazos fue interrumpida cuando se dieron cuenta de que allí seguía el monolito y faltaban Caballeros.

— ¿Dónde está mi maestro? — preguntó Hyoga a nadie en particular.

— ¿Aioria? — dijo Aiolos soltándose de Seiya y buscando a su hermano.

— Mu — susurró Shion con la vista fija en el monolito.

Todos siguieron su mirada, para encontrarse con las figuras en piedra de los Caballeros que faltaban.

— ¿Pero que...? — decía el arquero, sin entender lo que estaba pasando.

— No van a regresar.

Se giraron para encontrarse con Saori de pie en las gradas.

— ¿Por qué no? — preguntó ansioso el ruso— . ¿Por qué el maestro y los demás no pueden volver?

— Porque Zeus no se lo permite.

 

 

~~Flash Back~~

— ¿La prohibición...?

Saori se había quedado sola con la imagen de Zeus. El dios le acababa de comunicar que no todos los Dorados podrían regresar al Santuario. La excusa era que habían incumplido la prohibición de su diosa. Tardó un momento en darse cuenta de lo que quería decir. Durante la batalla de Hades se había recurrido dos veces a la técnica prohibida desde tiempos mitológicos: la Exclamación de Atenea. Saga, Shura y Camus la habían empleado contra Shaka, y, más tarde, contra Mu, Milo y Aioria, que también habían recurrido a la misma técnica para defenderse. Pero Zeus no iba a permitir que aquellos que la habían utilizado regresasen.

— Alguien que desobedece a su señora — continuó Zeus— no merece el perdón.

— Pero...

— Si quieren regresar, tendrán que demostrar que todavía son dignos de servir a su diosa.

Y la sombra se había esfumado antes de que la joven pudiera protestar. A Atenea no le había quedado más remedio que bajar las escaleras para darles la mala noticia a sus Caballeros.

~~Fin del Flash Back~~

 

— No es cierto — dijo Aiolos— , no puede ser cierto.

— Me temo que sí — respondió la diosa— . Mu, Saga, Aioria, Camus, Milo y Shura han sido castigados por usar la Exclamación de Atenea.

— El maestro... ¿no va a volver? — casi sollozó Hyoga.

— ¡No es justo! — protestó Seiya.

— Lo sé. Pero son órdenes de Zeus.

Toda la alegría del reencuentro se vio empañada por las palabras de Saori. Desilusionados, dolidos y cabizbajos, los Caballeros se fueron poco a poco, algunos con lágrimas en los ojos, como Sagitario, que tanto ansiaba encontrarse de nuevo con su hermano. A Hyoga lo tuvieron que llevar entre Shun y Shiryu, en vista de que no quería abandonar el Coliseo hasta que su maestro regresase.

Saori se quedó allí un momento, mirando las figuras en piedra de los que no habían vuelto, y luego regresó a sus habitaciones con gesto cansado.

 

 

— ¿De qué va todo esto? — gritaba Milo— . ¡Espera! ¿Qué es eso de que no podemos volver? ¡Vuelve!

— Milo...

Camus intentó calmarlo. A ninguno le hacía gracia tener que quedarse en aquel limbo, pero al excitable peliazul lo había sacado de sus casillas.

— ¿Qué se supone que tenemos que hacer? — siguió gritando— . ¿Esperar?

— Milo, así no vas a conseguir nada.

— No jodas, Mu.

— Mu tiene razón — intervino Saga.

— ¿Tú también?

— Perder la calma no nos sacará de aquí.

— ¿Y qué lo va a hacer? — gritó Milo agarrando a Camus del cuello de la túnica— . Dímelo Camus, ¿qué lo hará?

— No lo sé — confesó soltándose del agarre de Milo, que se derrumbó en el suelo, llorando de rabia.

Camus miró a su alrededor. Allí sólo había paredes de piedra. Y nadie más, excepto ellos seis. Fuera lo que fuese lo que iba a pasar, tendrían que arreglárselas solos.


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