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Mía por Juliet Cassis

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Notas del fanfic:

Disclaimer: Los personajes utilizados no son de mi propiedad, sino de Masashi Kishimoto (según sé). La historia es propiedad de mi imaginación. 

Notas del capitulo:

Sólo les cuento que tengo un museo de arte contemporaneo que diseñar y yo acá, valiéndome verga el mundo. 

¿Qué otra cosa? 

Pues no me esperé que hoy publicaría después de un par de años sin hacerlo. Fue todo bien raro. 

No joooodan, me acaba de pasar lo peor del mundo. No sé qué coño hice pero me salí de la página y no alcancé a cancelar. Milagro de Jesús que al regresar de nuevo seguía todo tal cual lo dejé xD. 

Qué pinchi susto. En fin, lean tranquilos, hijos míos(?). 

 

 

 

MÍA

Capítulo I

“Patético”

 

 

Naruto se encorvó aún más mientras que con sus palillos revolvía los fideos con mala pinta que yacían en su plato. Recargó su mentón en la palma de su mano y entonces pensó que se habría ahorrado un par de yenes si minutos antes se hubiese dado cuenta que no tenía hambre…, o al menos no tanta. Vamos, que el almuerzo era cosa de dos: la comida y su bestial apetito; no obstante, el aspecto del ramen que tenía delante no contribuía en nada, ni siquiera hacía el intento por seducirle con su caldo tibio y poco oloroso. Suspiró.

 

Escuchó la estridente carcajada de Sakura y sus ojos por fin se pasearon a su alrededor encontrándose con los largos y rosados cabellos de su mejor amiga. El Uzumaki se preguntó qué tan estúpidamente gracioso tuvo que haber sido el chiste de Inuzuka para tener a su amiga golpeando la mesa con su palma mientras trataba de menguar su risa. Debía admitirlo, cuando la Haruno reía con tanta espontaneidad, no podía evitar que sus labios se curvearan en una sonrisa aunque no supiera si quiera el porqué de la situación. 

 

No tardó mucho en regresar su vista al plato. Su atención, aunque no lo demostrara, giraba en torno al regreso de Kiba, un viejo amigo de la preparatoria. Le escuchó hablar de lo estresante que era vivir en Tokyo y de la nueva relación junto a una chica que el rubio desconocía. A decir verdad, jamás conoció a profundidad al chico de cabello castaño, desconocía todo de él excepto que era un desastre con el estudio y era un completo inmaduro, aparte de infiel. En resumidas cuentas, era como un clon de sí mismo mientras cursaban la preparatoria, exceptuando lo de infiel. Sin embargo, escucharlo hablar tres años después de haberlo visto por última vez le dejó claro que el tiempo poseía el don de cambiar a las personas, lo veía comprobando con cada palabra que emergía del recién llegado a Kyoto. Había madurado, eso estaba claro. Entonces volvió a pasear la mirada y supo que todas las personas que le estaban acompañando esa mañana habían cambiado al menos un poco, incluso él.

 

La clave de “Sol” grabada con un tatuaje llevó su atención a la pálida muñeca de su compañero de grupo: Uchiha Sasuke. El patán, el odioso, el soberbio hijo de puta. Suerte tenía al compartir aula con él sólo un par de veces por semana, suerte tenía al estudiar mercadotecnia y que el imbécil petulante estudiase derecho, suerte tenía al no compartir la hora de almuerzo con él a menos que su amiga le invitase, suerte tenía en que el moreno le odiase y no le dirigiera la palabra, suerte tenía en que al menos ya no se le revolvía el estómago a causa de los nervios cada vez que le tenía cerca. Ya casi no le amaba, ya casi. Suerte tenía, vaya que sí.

 

Cerró los ojos obligándose a no mirar más esa clave de Sol que tanto se le antojaba rozar con la yema de sus dedos. Contuvo un suspiro y posó la mirada en los ojos castaños que le miraban interrogantes desde un número de minutos indescifrables. No había prestado atención a la charla y era bastante obvio al ver el escrutinio de Kiba que le habían incluido. Alzó ambas cejas, intentando mostrarse distraído para que le repitiesen la pregunta sin agregar otros cuestionamientos innecesarios, después de todo, nadie tenía permitido interesarse en el viaje impertinente que hacía su mente siempre que se perdía en el mundo de Sasuke.

 

Sasuke.

 

Sasuke.

 

Sasuke.

 

Cada noche pedía a Dios entre lamentos regresar al instante taciturno en que había escupido como vómito aquella declaración llena de ilusión. Entonces quizá, su amigo de toda la vida no le hubiera dedicado esa mirada de asco tan hiriente.

 

—No sé de qué hablas, Kiba —Y es que, de verdad, Naruto no sabía a qué diablos se refería su antiguo compañero—, yo estoy igual que siempre.

 

—Para nada, mírate ahora, en preparatoria estabas, vamos, no gordo, ¿pero cómo decirlo? —frunció el ceño mientras buscaba las palabras apropiadas al tiempo que se acomodaba en el respaldo de su silla—; ¿fornido? No sé.

 

—¿Fornido? —preguntó sin entender cómo su complexión física había salido a tema. Aquello era bastante irrelevante y por tanto concluyó que lo que Inuzuka quería era conversar con él, nada raro después de no haberse visto en tantos años. Se sintió culpable, claramente el castaño había notado el poco interés que había prestado a su llegada—. Vale, ¿al menos me veo mejor? —intentó continuar con la charla mostrando una sonrisa simpática. Recibió a cambio una mirada llena de compasión.

 

—La verdad es que no. —No hubo amigo que no riera, incluso el rubio no pudo evitarlo después de que por un segundo todos sus complejos enterrados burbujearon a la superficie—. Estás demasiado delgado, ¿seguro comes? —continuó Kiba, dejando la seriedad de lado e intentando bromear.

 

—Por supuesto que como —bufó, sin estar realmente molesto—. Estudiar mercadotecnia no es tan fácil. ¡La carrera me consume!

 

Los minutos se iban presurosos de entre sus dedos y no había inconveniente alguno puesto que el resto del día lo tenía libre. Fantaseó con estar acostado en su cama y sentir al cansancio llevarse de poco en poco su alma insatisfecha. Los fideos seguían frente a él, pastosos e insípidos puesto que el caldo tibio se había consumido media hora atrás; fue un alivio cuando Chouji había preguntado si los podía tomar y odió a Kiba cuando espetó que no lo hiciera, pues le hacía bastante falta comer. Al fin de cuentas, el plato quedó sobre la mesa y Naruto al encaminarse al sanitario le había susurrado a su amigo “que aproveche” mientras le palmeaba el hombro. Durante la conversación, Naruto se enteró sobre la elección de carrera del castaño; rodó los ojos con fastidio fingido cuando lo supo.

 

“—Ya, con razón me estabas diagnosticado problemas alimenticios —Le señaló con los palillos que tenía en su mano derecha—. Tranquilo, psicólogo, que no estamos en consulta”.

 

Kiba estalló en carcajadas y después de eso el Uzumaki se marchó, dejando atrás una buena reunión con sus amigos para dar comienzo a otra con una vieja amiga que siempre le esperaba en el último cubículo de los baños de su facultad. Mía, era su nombre según las páginas en la red. 

 

No era tan difícil. A decir verdad, en muchas ocasiones no tenía que provocarse el vómito; su cuerpo se hallaba tan acostumbrado que le bastaba sentirse dentro de las cuatro paredes de aluminio para lograr devolver su almuerzo. En esa ocasión en la que apenas había probado los fideos, tuvo la necesidad de molestar su campanilla con uno de sus dedos, de otra forma pudieron haber pasado las horas y él seguiría contemplando la taza. Fue un alivio el ver las calorías marcharse a lo profundo del drenaje. Le sorprendía la facilidad con la que lograba deshacerse de sus problemas, en menos de diez minutos se sentía más saludable, más delgado y con la confianza restaurada. Sabía que todo aquello duraría el tiempo en que permaneciera sin ingerir algún alimento, el tiempo injusto hasta que el hambre le obligara a engullir un pedazo de pan o tal vez un tazón de ramen. Se odiaba tanto cuando sucumbía ante los retortijones de su estómago, cada bocado que engullía le restregaba en la cara el hombre de poca voluntad que era. Respiró profundo y se reprendió; debía salir de ese baño con toda la actitud, después de todo cada vez que salía de ese cubículo se consideraba a sí mismo como una persona nueva, una más fuerte y segura.

 

Sí, definitivamente lo era.

 

Lo era, lo era.

 

Lo era, ¿no?

 

Pretendía lavarse la boca, enjuagar su rostro y humedecer su cabello, pensaba marcharse a su casa e intentar estudiar para el examen del día siguiente, después de todo necesitaba una excelente nota si deseaba pasar la materia. Naruto tenía en mente muchas cosas mientras salía del cubículo y ninguna de ellas consideraba la posibilidad de quedarse estático viendo el rostro de Sasuke a través del reflejo del espejo. No pretendió ni tampoco quiso encontrárselo y menos en esas circunstancias, pero lo hizo.

 

¿Le había escuchado?

 

El escrutinio en su persona le oprimió el alma y le secó la boca. Se sentía tan nervioso como un chiquillo pillado en plena travesura. Quiso excusarse con su antiguo amigo, tuvo la intención de fabricar una bien elaborada mentira que justificara alguna enfermedad extraña. Después, cuando los ojos negros e intensos dejaron de verle, cayó en cuenta que esa ansiedad era a causa de su sucia conciencia, de su absurda paranoia. El Uzumaki jamás consideró que aquellos encuentros clandestinos que tenía con su amiga eran algo malo; sin embargo tenía claro que sus actos no eran bien vistos por las personas en general. La paranoia era una consecuencia de la desaprobación de la sociedad. No, no era algo malo pero sí algo prohibido.

 

Sus pies se encontraban firmes y enganchados al suelo. Su lógica le afirmó que las personas normales no pensarían: “Naruto está vomitando, seguro se está metiendo los dedos en la garganta”. Posiblemente el Uchiha ya se habría imaginado que algo de su almuerzo no le había caído bien. Eso o simplemente no pensó en otra cosa que no fuera la incómoda presencia de su antiguo amigo homosexual que se hallaba enamorado de su persona. Asqueroso, era la palabra que Sasuke probablemente se repetía mientras pasaba frente a él y por fin abandonaba el baño sin dirigirle palabra alguna o tan siquiera otro rápido vistazo.

 

Tristemente, ese encuentro era el acercamiento más íntimo que había mantenido con Sasuke en los últimos dos meses. Aquello le estaba matando incluso más rápido de lo que la bulimia lo hacía.

 

Naruto se miró en espejo. Logró ver su pálido reflejo y las prominentes ojeras bajo sus ojos. No se veía obeso, no se veía delgado, sólo veía a una persona patética con un cabello rubio alborotado bastante opaco. Su imagen le provocó tanto asco que terminó sintiendo arcadas.

 

No podía hacer mucho al respecto, después de todo ya no había nada en su estómago que pudiese vomitar.

 

 

 

Notas finales:

Ya, ¿qué puedo decirles? No sé de dónde salió esto. 

Vale, en realidad sí. La inspiración salió una noche en la cual me cansé de oír comentarios referente a mi complexión. No logro entender a la gente, si estás pasado de peso, te señalan, si estás delgado, igual. Les vale pene, ellos buscan criticar algo. Hijos míos, jamás creí decir esto pero las personas delgadas también sufrimos una especie de acoso. Señores, una persona delgada no necesariamente debe tener problemas alimenticios, una persona delgada no siempre está así porque se mate de hambre o se meta los dedos a la garganta. En mi caso, pienso que la gente se tranquiliza hasta verme comer como cerda sin ningún remordimiento, jajajaja.

En conclusión, hice esta historia como una especie de desahogo.

No, no me reflejé en el Uzumaki. Yo soy una persona sana, pierdan cuidado. Naruto en cambio aparte de subnormal tiene bulimia. xD

Por favor, espero sus críticas constructivas y destructivas. Creo firmemente que de las dos formas se aprende, incluso puedo llegar a afirmar que se aprende más con la segunda.

Los amito. <3

Juliet Cassis 


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