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Avión de papel por girlutena

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Notas del fanfic:

Esta historia es una idea que empecé con mi mejor amiga. 

Así que... los personajes y la historia son de propiedad privada. 

 

Notas del capitulo:

Espero que les guste... es el primer Original que escribo, así que sin decir más... 


A leer

Adrián había sido un niño de unos hermosos cabellos de color castaño, algo ondulado y rebeldes, también era dueño de unos hermosos y grandes ojos, de un azul brillante y casi eléctrico. Sus mejillas sonrojadas, y sus pequeñas pecas habían sido la adoración de su padre.


Había sido un niño lleno de amor.


Su carácter era sumamente tímido, pero cuando su padre le hacía reír, el pequeño Adrián podía mostrar una de las más hermosas sonrisas, al pequeño niño le gustaba correr por todo el largo del parque, y sentir la arena húmeda bajos sus pequeños piececitos.


Cuando él apenas tenía cinco cortos añitos su papi le sentí sobre sus piernas para explicarle sobre su embarazo, él no había entendido nada, pero lo único que pudo entender era que aquel era tan importante, como él, para sus amorosos padres.


Su padre sonrió emocionado cuando el pequeño Adrián había prometido ser el mejor hermano mayor.


A Adrián le gustaba cuando los fuertes brazos de su padre le aferraban con fuerza, le gustaba percibir aquel fuerte aroma a sándalo y tabaco, y reír a carcajadas cuando la barba incipiente de su padre chocaba contra su tierna mejilla; alzaba sus cortos bracitos cuando su padre, después de llegar del trabajo lo cargaba y le hacía imaginar que él mismo, era un pequeño avión, siempre deseando que sus sueños se hagan realidad.


Aún recordaba cuando vio el pequeño cuerpecito de su hermanito, y se sintió completamente emocionado al ver como el recién nacido abría lentamente sus hermosos ojos, mostrando un azul verdoso.


Lentamente llevó sus pequeños dedos hasta la regordeta mejilla del menor y le vio fruncir su pequeña naricita, para luego soltar un fuerte berrido. Él se puso completamente nervioso y también empezó a llorar, pero sus padres no le regañaron. Su papi besó sus ondulados cabellos, mientras veía como su padre cargaba a su hermanito.


Su pequeño y hermoso hermanito, Josué. Un hermoso niño de cabellos castaños, y sonrisa infantil.


Aquellos momentos eran los pocos que podía mantener en su memoria, nadie podía arrebatárselo, aunque su corazón doliese y su alma se fuera en ello. Él sabía que tenía que salir adelante por su pequeño hermano.


Gracias a él había aprendido a madurar.


 


Sintió el aroma a madera mojada, y frunció ligeramente su ceño al desear consumirse en sus cálidos recuerdos y nunca más despertar, deseó aferrarse fuertemente a las finas sábanas y poder quedarse enterrados en ellos. Pero la hermosa sonrisa de su hermanito, le obligó a lentamente abrir sus hermosos y apagados ojos, para encontrarse nuevamente en su cruel realidad, golpeándole el rostro con fuerza y sin sentimiento.


Su corazón se achicó al ver como las viejas cortinas se movían gracias al viento al que soplaba por la ventana casi rota, pudo ver como las nubes plomizas cubrían todo el cielo, mientras que pequeñas gotas de lluvia empezaba a caer, poco a poco.


Quiso moverse, pero un fuerte dolor en la parte inferior de su cuerpo le hizo soltar un doloroso gemido, y recién empezó a ser consiente sobre el dolor que aquejaba a todo su cuerpo; sus extremidades dolían, y parte de su cuerpo empezaba a arder.


Cerró con fuerza sus ojos y apretó sus manos contra la vieja tela de la sábana, ocultando su rostro entre la almohada, dejó que unas finas lágrimas se resbalasen por sus mejillas, mientras recordaba la hermosa sonrisa de su papi, y las fuertes manos de su padre, protegiéndolo de la lluvia y del frio.


 


-¡Baja ya, maldito maricón! –Adrián limpió con brusquedad las lágrimas que se resbalaban por sus mejillas, y aún con el dolor recorriendo el largo de su columna, se obligó a ponerse de pie y tomar una fría ducha.


Porque era lo único que podía recibir de su familia.


No pudo evitar observar el reflejo de su cuerpo en los viejos y sucios azulejos de la ducha, y se odió al darse cuenta de la pequeña y menuda figura que tenía como cuerpo, golpeó con fuerza la pared, deseando que aquella imagen se borrara, y nunca más ver las marcas que aquel tipo dejaba en su cuerpo.


Deseó ser más grande y fuerte, deseó poder romper todo lo que le rodeaba y salir corriendo de aquel lugar. Cerró fuertemente sus ojos, deseando que aquel accidente nunca hubiese ocurrido, y que ellos no hubiesen llegado a aquel lugar.


 


Sin detenerse a secar sus cabellos, tomó el uniforme que yacía tirado en el borde del catre y se colocó el chaleco negro, intentando colocarse aquella corbata que cubría parte de la piel de su cuello; mordió ligeramente su labio inferior al sentir como aquella ropa le quedaba completamente ancha, pero no podía pedir nada más.


Llevó su mano hasta la parte de su cuello, intentando cubrir aquella marca, lo odiaba, odiaba vivir en aquel lugar; odiaba cada momento en que iba a dormir y aquel hombre ingresaba a su habitación, y un dolor en el estómago se le hizo presente, y corrió hasta el baño, tirando la bilis que se había acumulado en su tráquea.


Intentó no llorar, intentó contener todas aquellas lágrimas y con la frente muy en alto y enterrando todos sus sentimientos y emociones al interior de su pecho, salió de su habitación para encontrarse con aquella familia, que le había adoptado.


Sintió un fuerte revuelvo en la boca del estómago, al verles comer en familia, pero él se detuvo en el umbral de la puerta; observando con sus hermosos ojos azules, como se alimentaban de la herencia que su difunto padre le había dejado.


-Vete. –La voz de su tío sonó brusca y cortante, y su cuerpo espabiló con miedo, entonces él supo que nunca tendría cabida en aquel lugar.


Y a pesar de todo, no lo deseaba.


-Necesito comunicarme con mi hermano. –Apretó con fuerzas sus manos, e intentó no alzar la voz. Sintiéndose humillado. –Ya han pasado diez días.


-Cuando regreses te daré el teléfono. –Adrián recibió la mirada furibunda de su tío, la indiferencia de su tía, y aquella sonrisa hipócrita del ser que se hacía llamar su primo.


El menor salió caso con prisa de aquel lugar, sintiendo como el frío calaba hasta lo más profundo de su cuerpo, sus rebeldes cabellos se movieron por la suave frisa y sus mejillas se tornaron de un suave carmín, y casi inconscientemente escondió sus pequeñas y desnudas manos en los bolsillos de su chaqueta.


Sus pies tan solo seguían un solo sentido, casi reconociendo el camino por sí mismos, y casi olvidándose de lo que le rodeaba en aquel momento. Había aprendido a crecer antes de tiempo, a alejarse de la vida adolescente que todos sus conocidos vivían, muchos se burlaban de él, tan solo por carecer de una vida social, pero todo aquello era por el bien de su pequeño hermano.


No tenía amigos, pero eso le tenía sin cuidado, no salía de fiestas, y le gustaba leer demasiado. Todo aquello era algo positivo para que los bravucones de la escuela abusaran de él. Al principio intentó defenderse, pero al ver que tan solo aquello causaba que le llegaran más golpes y burlas; se cansó, y ahora, tan solo colocaba su menta en blanco y dejaba que la marea se lo llevara.


 


El sonido del tren le hizo alzar su mirada y pudo fijarse en un hombre, tan alto, casi de un metro noventa, piel pálida y de cabellos azabaches, su corazón palpitó con fuerza al verlo ahí, tan cerca y lejos a la vez, y se odió al sentir como el calor empezaba a acumularse en sus mejillas, al ver como el hermoso hombre le sonreía con sinceridad.


Le vio acercarse lentamente, y él tan solo agachó su mirada, sintiéndose completamente nervioso, y avergonzado; y con las ansias a flor de piel, soltó un suave gemido a sentir las grandes, pero suaves manos del mayor sobre sus cabellos.


-Buenos días, Adrián. –Aquella voz ronca y rasposa, había sonado tan suave y pausada, causándole un fuerte estremecimiento en su pequeño y adolorido cuerpo. Mordió ligeramente su labio inferior, intentando mantenerse calmado.


-Bu... Buenos días, profesor. –Habías apretado con fuerza tus manos dentro de los bolsillos de tu chaqueta, y rogabas porque tus cabellos ocultaran tus orejas sonrojadas.


-Es mejor irnos, o si no el tren se irá sin nosotros. –El menor no se había esperado que el moreno le tomara suavemente de la mano, y sus pies avanzaron con rapidez al sentir como el mayor caminaba con más rapidez, casi llevándolo a rastras, hasta una de las cabinas del tren.


Aún era demasiado temprano, pero el pequeño lugar se encontraba sumamente aglomerado, los más pequeños tan solo rogaban por no morir asfixiados, pero Adrián tan solo se sentía nervioso, al estar entre el cuerpo de su profesor y la pared.


Habías mordido tu labio inferior al sentir como el calor empezaba a envolverlos, tu mirada se encontraba agachada, observando el suelo de metal y los brillantes zapatos de tu profesor, evitaste soltar un suave gemido al sentir como las personas empezaban a empujar, obligando que sus cuerpos se juntaran más de lo permitido.


-Siempre imaginé un momento como éste. –El castaño sintió un escalofríos recorrer todo el largo de su columna vertebral.


Había oído la voz de su profesor muy cerca de su oído, pero se odió al no poder entenderle, alzó suavemente su rostro y se dio cuenta que el mayor le estaba mirando. Sus mejillas se tiñeron de un fuerte carmín, al tener el rostro del mayor muy cerca del suyo, y escuchó como su corazón chocó contra su caja torácica y esperó que el moreno no le haya escuchado.


Su cuerpo tembló al ver como el moreno le dedicaba una pequeña, pero hermosa sonrisa. Tu respiración se había hecho más rápida, y sentías como tus manos empezaban a hormiguear, deseando palpar aquella nívea piel.


 Sintió como el tren poco a poco empezaba a detenerse, el sonido chirriante de las llantas contra los rieles de metal creaban un sonido algo escalofriante, mientras que las personas empezaban a empujarse, intentando llegar a la salida. Adrián tan solo sintió el fuerte brazo del moreno alrededor de su cuerpo, y su cuerpo empezó a sentirse aún más nervioso y ansioso.


Cerró con fuerza sus ojos al sentir como alguien golpeaba el lado derecho de su costilla, y sin haberlo deseado, habías soltado un ligero gemido lleno de dolor; cerraste con fuerza tus ojos al sentir como el dolor se esparcía rápidamente por todo tu cuerpo, pero intentaste mantenerte de pie, ante la mirada preocupada del mayor.


 


-¿Seguro que estás bien? –Él tan solo había sonreído suavemente, le gustaba ver como las hermosas gemas del moreno, brillaban cuando le miraban solo a él, y se sintió emocionado al notar las palabras preocupadas del mayor.


-Sí. –El mayor tan solo había fruncido ligeramente al escuchar aquella afirmación. A él le había parecido todo lo contrario, pudo fijarse en el rictus lleno de dolor que el menor había intentado menguar mordiendo su labio inferior.


-Prométeme que si te sientes mal, me buscarás.


Y después que le diera una respuesta afirmativa, se quedó de pie en el umbral de puerta, observando como el mayor se alejaba de él con pasos lentos y dubitativos. Poco a poco empezó a mostrar una triste sonrisa y corrió a la enfermería, esperando encontrar el lugar vacío, y alegrándote de encontrar el lugar sumido en el silencio.


Curaste los golpes tu tía te había soltado la noche anterior, y con el corazón bombardeando bruscamente, buscaste alguna píldora, aquellas que sabía que la enfermera guardaba con tanto recelo en el segundo cajón de su escritorio.


 


Las clases no le parecían aburridas, claro que no, él intentaba ser el mejor alumno que podía, para no llamar la atención de sus tíos, pero aun así todos los profesores sabían, que el pequeño Adrián tan solo deseaba encerrarse en la biblioteca; lo que nadie sabía era que en aquella biblioteca, él tan solo esperaba que la muerte llegara por él. Casi como las mismas poesías de Becker.


-¡Adrián! –Su cuerpo espabiló con fuerza, mordiste suavemente tu labio inferior, mientras ibas alzando tu cansado rostro, acariciaste tus somnolientos ojos y el calor empezó a acumularse en tus mejillas, al darte cuenta que habías caído dormido entre tus brazos y el libro de matemática. –Si tanto sabes de este tema, te pido que salgas de mi aula.


Cansado de todo aquel asunto, y pensando en lo que tendrías que hacer al llegar a aquel lugar, guardaste tus libros en la pequeña mochila que llevabas, y ante la mirada perpleja de los estudiantes saliste del salón. Tus pasos cansados resonaban por los pasillos vacíos, mientras ibas observando como las gotas empezaban a caer con más fuerza, cubriendo las manchas de los suelos, y deseaba que aquello también pudiera borrar las manchas de tu vida.


 


Lentamente tus pasos empezaron a hacerse cada vez más lentos, y sin darte cuenta tu cuerpo se había detenido en mitad del largo pasillo, tus tristes y opacos ojos observaron las altas paredes de aquella universidad, hermana de tu propia escuela; la cual tan solo era separada una vieja y casi rota cerca.


Tu cuerpo tembló al saber que en aquel lugar se encontraba la persona de todas sus pesadillas. Tus pequeñas manos se hicieron puños, y pensaste en correr, al escuchar unos suaves y calmados pasos, pero tus pensamientos fueron deteniéndose al percibir aquel aroma a sándalo y a canela.


-¿Qué haces fuera? –Adrián alzó su mirada, y tan solo pudo fruncir su ceño, al sentir el aroma a tabaco impregnado en el cuerpo del mayor.


-Me quedé dormido. –El profesor sonrió suavemente, y palpó el hombro del menor. –Es malo fumar. –El mayor soltó una ligera risa, y él se dio el lujo de sonreírle.


-Bueno, hay que aprovechar tu hora libre. ¿No? –El menor sonrió suavemente al empezar a caminar a lado de su profesor, sus mejillas suavemente sonrojadas, denotaban lo nervioso que se encontraba al estar muy cerca de aquel gran hombre.


 


Las puertas de la biblioteca eran de un vidrio opaco, y se encontraban cerradas para aquella hora, pero el mayor tan solo le guiño el ojo al menor y le incitó a ingresar; la biblioteca se encontraba sumida en un profundo silencio, el encargado del lugar se encontraba revisando algunos libros y tan solo les dedico un pequeño movimiento de cabeza, las mesas vacías, y uno que otro alumno de otros grados superiores, y los grandes estantes llenos de libros, era lo único que Adrián podía ver en el gran lugar.


Adrián siguió los pasos del moreno hasta llegar a una de las mesas del fondo, la suave luz de los faroles ingresaba por las altas y translúcidas ventanas, dejando ver las pequeñas motas de polvo que revoloteaban por todo el lugar, mientras que el sonido de la lluvia se escuchaba como un suave susurro.


-Hace poco encontré un libro, pensé que te gustaría. –El castaño observó absorto los hermosos ojos verdes del mayor, sus cabellos azabaches, mientras que algunos mechones caían por su frente. Desordenados y mojados.


El mayor sacó un libro algo antiguo, con la portada verde y gastada, y se podía oler los años que había pasado guardado en alguna vieja biblioteca, empolvándose; y guardando aquellos secretos e historias que tan solo uno deseaba saber más. Pero aquello era lo que lo que les encantaba.


A Adrián le encantaba lo  fantástico que se podía comportar el mayor cuando hablaba de algún libro. La actitud fría que tomaba en clase y para otros alumnos, y aquella amable sonrisa, aquellas suaves caricias que recibía por su parte, le hacía sentirse único.


Poco a poco una pequeña sonrisa se mostró en su rostro, su corazón se agitó emocionado al recibir el pequeño libro entre sus manos.


-¿Es... Para mí?


-Claro. –El mayor sonrió abiertamente y no pudo evitar sentir algo extraño en su pecho al ver la pequeña sonrisa que le menor le había dedicado.


Los suaves reflejos de la luz caían sobre los rebeldes cabellos del menor, el color de sus cabellos se reflejaban, un hermoso castaño, casi podía compararlos con la miel; sin darse cuenta acarició uno de los mechones que cubría uno de sus ojos azules.


El menor alzó su rostro, observando el rostro del moreno muy cerca de él, su corazón palpitó con fuerza al ver como el mayor se acercaba, lentamente y rápidamente cerró sus hermosos ojos, esperando lo tan anhelado para un joven de dieciséis años, pero tan solo sintió como su menudo cuerpo era cubierto por esos fuertes brazos.


Los labios del profesor chocaron contra sus cabellos, y sintió como todo el calor empezaba a acumularse en su rostro al sentir aquellos labios acariciar el lóbulo de su oreja, soltó un suave jadeo al sentir el fuerte aroma a sándalo y a tabaco, rodear sus cinco sentidos.


-Eres hermoso, Adrián. –El suave susurro se deslizó por su oído, mientras que sentía como el calor empezaba a asfixiarle.


-¿Por qué me hace esto? –Sus lágrimas ya se resbalaban por sus mejillas, empezando a sentirse frustrado. Su corazón dolía, y sus pulmones le exigían que respirara.


-Hey, no llores. –El mayor acunó el rostro del adolescente entre sus manos y limpió cariñosamente las lágrimas que se resbalaban por las tersas mejillas. –No… no puedo. –Adrián pudo observar como los hermosos ojos del mayor intentaban retener sus propias lágrimas. –Aún eres un niño.


-¡No lo soy! –Sus ojos azules se fijaron en el moreno, se alejó de aquellas suaves caricias, dejando que sus lágrimas siguieran resbalándose. -¡Ya no soy un niño!


Y sin que su profesor pudiera hacer algo, tomó el pequeño libro, y salió de la biblioteca. Sin importarle azotar la puerta, ni detenerse a escuchar los reclamos del encargado del lugar.

Notas finales:

Espero sus comentarios!!!

Besos


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