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Romance de Seda por Tsundere Chisamu-chan

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Notas del fanfic:

Hola linduritas. Aquí experimentando con grupos y parejas con las que ni en mis sueños pensé hacer. Espero que les guste. Está dedicado a Mafe-mon; la niña que me impulso a escribir sobre este singular par. 

No esperen demasiados capitulos. Yo le calculo unos cuatro como máximo. 

Notas del capitulo:

Narrado por Ville Valo~

 

Malditos ojazos verdes que me atormentaban a diario, en mis sueños. Sus labios delgados que dejaban salir susurros con mi nombre y su piel blanquecina que respondía deseosa al contacto de mis dedos.

El mundo ardía, nadie podría salvarme excepto tú 
Es extraño lo que el deseo hará hacer a la gente tonta 
Nunca soñé que necesitaría a alguien como tú 


 Desperté asustado, sudando, agitado y con una erección de aquí a la luna. No pude evitar maldecirme mentalmente, al estar soñando locuras con él otra vez. Sin embargo la cólera y la calentura se habían juntado desde hacía varios días con toda la intención de torturarme, haciéndome fantasear con su rostro y su cuerpo desnudo –el cual en realidad, no conocía– entregado debajo de mí, gritando con su varonil voz rasposa y una mueca de placer en su rostro de niño bonito.

Sacudí la cabeza intentando ignorar la carpa que se había alzado alrededor de mi rigidez con las mantas de la cama, de modo que las aparté desviando la mirada del bulto que había dentro de mis boxers y que había sido causado por aquellas imágenes enfermas que ni yo mismo lograba procesar con tanta facilidad. Me levanté bufando por la frustración y me dirigí directo a la cocina, oponiéndome a la idea de masturbarme para bajarme la excitación, incluso cuando sabía que después me dolerían los testículos. Pues si me encontraba de esa forma era porque mi maldita imaginación perversa se había tomado muy en serio la atracción que él despertaba en mí.

Lauri me gustaba. Y aunque muchos podían sospechar, había alguien que nunca se enteraría; él. El distraído chico no lograba captar mis insinuaciones por más descaradas que estas fueran. No importaba cuantos abrazos codiciosos, roces deliberados o miradas lascivas le dedicara, él no lo notaba. Yo no podía capturar su atención, no provocaba nada en él, excepto –talvez– un gran sentimiento de compañerismo. Y a pesar de que eso me mantenía bastante desilusionado, también me causaba una especie de excitación por el elemento estimulante del reto. Sin mencionar que su ingenuidad era una de las características que más me encantaban.

Sin embargo la situación había empeorado de forma evidente después de una fiesta efectuada la semana anterior en la que, nos presentó a su pareja. Paula no sé qué. Una tipa rubia, insípida y aburrida que siendo sincero, no me gradó para nada. Hasta ese momento pensé en él como un gran chico. Era guapo, amable, divertido y talentoso, me agradaba pasar tiempo con él y también creí que éramos muy compatibles por nuestras carreras y estilos tan similares, me gustaba por su misticismo y dejo de torpeza que combinados, hacían una fusión exquisita y sensual. Pero cuando lo vi de la mano de aquella bruja, ardí en celos.

Sonrió nervioso, presentándonos ante ella mientras yo la escrutaba con mis ojos hostiles, evidenciando para mis adentros cada uno de los defectos que no eran compatibles con la superioridad del hombre a su lado. Me mantuve serio y la saludé, estrechando su mano y dirigiéndole una mirada de odio profundo, que ella notó de inmediato y frunció su entrecejo, desconcertada. Pero luego se fue a sentar a su lado en un sofá del club en el que estábamos con nuestros compañeros y colegas. Disfrutaron de la noche, riendo, tomando y coqueteando con completa naturalidad.

Para mi desgracia, no pude despegar en ningún momento mis ojos antipáticos de la “feliz pareja”. Sentía mi sangre corriendo con velocidad y violencia dentro de mis venas, como un río de lava ardiente nutriendo mi furia y llamándome a liberar mi bestia interna. Pero me quedé ahí fumándome todos mis cigarrillos y clavando mis ojos en el patético romance que yo tanto envidiaba. No tomé nada, no interactué ni disfruté un segundo de la noche. Me quedé estático como una estatua frívola y tenebrosa asechando a la tipa que escocía en mis ojos mientras besaba los delgados labios de su pareja y se deleitaba del roce en sus piernas.

La miré con aversión hasta que logré hacerla sentir incómoda. Lo supe por su mirada que cuando se percató de mis ojos amenazantes, empezó a saltar de forma indefinida de un lugar a otro. Me miró, luego a su vaso, su novio, la pista de baile, el techo, el suelo y de nuevo a mí. Realizó ese recorrido sin ningún orden y con rapidez, una y otra vez, intentando disimular  en vano. Lauri, para variar, ni siquiera reparó en mi intimidación silenciosa. Él era tan despistado que cuando nuestras miradas se encontraban, me sonreía curvando sus labios y arrugando la frente con la habitual ingenuidad que tanto me volvía loco y de inmediato volvía a lo suyo.

El final de la noche fue como todos pueden suponer. No sucedió nada. Talvez haya logrado asustar un poco a la tal Paula. Consumí todos mis cigarrillos y llegué a casa sobrio pero con un malestar general en mi cuerpo, porque dejé que se fueran tranquilamente, juntos y tomados de la mano. La sola idea de lo que podía estar sucediendo en ese momento en su departamento, me ponía enfermo e histérico. Fue entonces que iniciaron los sueños húmedos. Tal y como si yo fuese un estúpido colegial, virgen y pusilánime, no podía cerrar los ojos sin que mi imaginación perversa saliera volando a los lugares más recónditos de su apetitoso cuerpo.

¿Quién lo diría? Yo, definitivamente no. Era una estupidez. ¡Por favor! Yo era Ville Valo. Una estrella de Rock, joven y sexy. Podía tener a la chica que quisiera. ¿Qué tan idiota tenía que ser para que me estuviese sucediendo eso? Obsesionado con mi colega vocalista sin ninguna esperanza de que algo sucediera entre nosotros, pero tampoco me encontraba dispuesto a rendirme en mi inútil intento de seducirlo. ¡Era tan patético!

Realicé un ritual matutino digno de cualquier persona holgazana y encima, deprimida. Desayuné cereal –del único que tenía– mientras miraba un programa con un documental cualquiera, solo para intentar ahuyentar mis pensamientos morbosos y a la vez evitar darme de cabezazos contra la pared al culparme por mi anonimato. Me quedé varias horas frente a la pantalla gigante que había en mi departamento cambiando los canales sin la intención de dejar ninguno. Estaba vestido con mi bata de baño aún sin haber tomado una ducha y estaba muy seguro que el maquillaje negro de mis ojos que portaba la noche anterior, estaba hecho un gran parchón en mi rostro.

No tenía ni las ganas ni la energía para levantarme y hacer algo productivo, pero el deber me llamó a gritos, recordándome que yo mismo había programado una reunión con los miembros de mi banda para resolver varios asuntos. Suspiré y cerré los ojos irritado tirando mi cabeza hacia atrás, pues ya me había dispuesto a quedarme ocioso en mi sofá el resto del día sin siquiera cerciorarme si tenía algo qué hacer.

Me levanté y con una calma ajena al verdadero caos que habitaba en mi mente, me preparé para salir. Lavé mi rostro, removiendo aquellas partículas negras esparcidas y posteriormente me metí en  la ducha para bañarme con agua tibia a la vez que cantaba todas las canciones que me vinieron a la mente. Porque cualquier cosa era buena para distraerme de los pensamientos insanos que me azotaban siempre al momento que el agua iniciaba su caricia en mi cuerpo, y por lo general; contenían a Lauri.

De modo que me apresuré a terminar con mi ritual. No me coloqué maquillaje ni me esmeré en mi atuendo pues solo deseaba salir de ahí para mantener mi mente ocupada y lejos de él. Pues mientras más lo analizaba, más me daba cuenta de lo muy idiota que me sentía. Lauri tenía pareja, yo no le gustaba, él era heterosexual –aunque yo también– pero el punto era que me estaba comportando de forma muy inmadura y absurda. No nos conocíamos tanto, y aunque de forma superficial, fuese el chico de mis depravados sueños; nada me garantizaba que fuésemos realmente compatibles intimando de forma real. Sacudí la cabeza de solo imaginarlo, porque en mis fantasías, estábamos hechos el uno para el otro.

Salí huyendo de mi casa, dispuesto a sustituir sus imágenes por cualquier cosa y me dirigí presuroso a la sala de ensayos. Llegué una hora antes de lo acordado pero al menos me encontré con la sorpresa de que Linde –mi hermano del alma– ya se encontraba allí y parecía estar componiendo una nueva melodía con su guitarra. Levantó la mirada al verme y me sonrió sin dejar de tocar, yo le correspondí con un movimiento de mi mano y sin decir nada me encaminé hasta una mesa para instalarme ahí con los documentos correspondientes a tratar ese día, mientras escuchaba la melodía romántica que emergía de la guitarra de mi acompañante.

—¿Estás bien? —preguntó de pronto, deteniendo su interpretación y mirándome con gesto curioso. Su pregunta me tomó desprevenido y parpadeé varias veces preguntándome que cara debía tener para que él dudara de mi bienestar.

—Claro que sí —contesté mucho más seguro de lo que me sentía. —¿Y tú?

Sonrió bufando. —Sí, sí…—afirmó, restándole importancia a mi pregunta. Y se me quedó mirando con un gesto burlista.

—¿Acaso te miraste en un espejo antes de salir?

Entorné los ojos, confundido, pues aunque su pregunta sonaba grosera, a mí me causó más curiosidad. Extendí mis manos con las palmas hacia arriba y bajé la cabeza, buscando en mi cuerpo, la razón de su insolencia. Entonces me enteré. Abrí la boca impresionado, y arrugué la frente. Traía la camisa al revés; con las costuras y los hilos sueltos del bordado artístico, hacia afuera.

—Que tonto —se burló mi compañero con volumen bajo y soltó una carcajada mientras yo me mantenía inmóvil. Definitivamente tenía la cabeza en la luna, pues aunque solo era una camisa y de todas formas no se veía tan mal, no acostumbraba a ser tan descuidado, y mucho menos con mi ropa. Solté un suspiro negándome a reírme y manteniendo el orgullo levanté la frente y continué haciendo lo mío.

—Claro que lo hice apropósito —aclaré para mi compañero que aún se reía silencioso.

—No me digas.

Hice una mueca graciosa y le sonreí, pues en caso de que no estuviese bromeando, y realmente quisiera hacerme pasar por un hippie despreocupado, él era la persona menos adecuada para fingir dignidad. Le enseñé el dedo del medio con diversión y salí de la estancia para dirigirme al baño. Caminé como si nada por el pasillo del edificio y cuando llegué al baño cerré la puerta y me saqué la camisa por la cabeza presurosamente. Introduje mis manos en esta y la volteé, dejando aquellas burdas costuras hacia dentro, y lejos de la vista. La olfateé para cerciorarme que no apestaría por el mundo y me dirigí al lavabo para remover las partículas de desodorante que se habían adherido a la parte de la axila. No tardé demasiado tiempo, y me la volví a colocar sintiendo la humedad en el sector que había limpiado con agua.

Cuando salí y empecé a caminar en dirección a nuestra sala de ensayos mi cuerpo me propinó un escalofrío instantáneo que me dejó helado en segundos al percatarme de que Lauri venía caminando en dirección a donde yo me encontraba. Él no se había enterado de mi presencia, si no que venía mirando por la ventana el paisaje iluminado por el sol mañanero de aquel día. Sentí mi corazón latir enloquecido al tiempo que me maldecía por reacción tan infantil, y suspiré con la intención de recuperar la tranquilidad y seguridad que por lo general me acompañaban. En aquel trayecto me dediqué a observarlo con detenimiento. Traía ropa casual; camisa negra de manga larga y pantalón holgado. Se veía muy simple, sin dejar de ser atractivo.

Se encontraba a un par de pasos cuando al fin me miró y sonrió sorprendido

—¡Hey!, Hola…—saludó. Yo tragué saliva tranquilizándome. Su voz ronca me encendía como nada en el mundo podría hacerlo jamás.

—¿Cómo estás? —respondí, sonando mucho más coqueto de lo que pretendía. Le ofrecí la mano para estrechársela, y él lo hizo antes de ofrecerme un abrazo caluroso y palmearme la espalda. No lo veía desde el día de la fiesta y de alguna forma, la impresión de enterarme lo mucho que me gustaba era bastante impactante, principalmente al pensar la cantidad de fantasías que había tenido con él los días posteriores a ese. Me esforcé para no sonrojarme por lo pervertido que me sentía.

—Bien —respondió animado. —Haciendo papeleos.

Noté que traía un dulce dentro de su boca y por eso sus finos labios se miraban brillantes. Respiré profundo cuando vi el dulce chocar contra sus dientes al ser empujado por su lengua y se me secó la boca sin poder evitarlo por todas las imágenes excitantes que me evocaba un simple movimiento como ese.

—¿Y tú? —Sonreí y sacudí la cabeza queriéndome concentrar.

—Tengo una reunión con los chicos de mi banda. Ya sabes… un par de asuntos a tratar —le guiñé un ojo, y me sentí idiota de inmediato porque él solo asintió de forma amistosa. —Aunque espero terminar temprano. ¿Vamos a almorzar juntos? —agregué desesperado y él frunció los labios.

—Lo siento, almorzaré con Paula. Ya reservamos —. Pude ver un dejo de timidez en su mirada y yo quise soltarme a gritar todos los improperios posibles que le calzarían perfecto a ella. Sonreí de forma forzada.

—Me lo debes.

—Sí, disculpa. Otro día será. —Sonrió e hizo un ligero asentimiento con la cabeza mientras yo retenía las ganas que tenía de saltar sobre él y arrancarle un par de besos. De pronto abrió sus ojos como quién recuerda algo. —Oh por cierto. Tengo que darte tu invitación, pasaré a dejarla la semana que viene.

Fruncí en entrecejo confundido. — ¿Invitación? –

—De la boda. —Dejó caer sin consideración y yo sentí todo mi cuerpo temblando. Parpadeé varias veces sin poder creerlo.

—¿Qué boda?

Soltó un bufido gracioso y con un leve sonrojo respondió; —La mía.

Enarqué las cejas y tomé aire para hablar, pero las palabras no salieron. Fueron como 15 segundos de silencio en los que me sentí más incómodo que nunca.

—¿Te casarás? —cuestioné como el más idiota, preguntando justo lo que él me acababa de confirmar.

Desvió la mirada pareciendo penoso y se encogió de hombros. —Pues sí.

Bajé la mirada, imitándolo y me quedé en silencio. Un ambiente tenso se había extendido entre nosotros y quise abofetearme por ser tan evidente. Sin embargo, fue inevitable, pues su noticia realmente me caía como un balde de agua fría. Estaba teniendo un encuentro de emociones muy fuerte y de forma repentina aparecía él con una noticia como esa.

—Muchas felicidades. —Respondí cuando encontré mi sensatez, aunque el timbre de mi voz se escuchó mucho más pesado que antes, e incluso yo lo noté. Levanté la cabeza y lo miré sin intentar fingir felicidad y él que parecía apesumbrado, solo asintió. Lo miré de la cabeza a los pies con expresión afligida e hice una reverencia con mi cabeza antes de marcharme.

Avancé invadido en un sentimiento sofocante, percibía el latido de mi corazón justo en la garganta y la cabeza caliente queriendo asimilar los hechos. No estaba seguro de cuál emoción estaba más viva dentro de mí; si la rabia o la tristeza pero me encontraba ahogado en ambas.

Llegué a la sala, realmente molesto y ya había varias personas allí. Además de Linde que continuaba con su guitarra, Migé se encontraba sentado sobre la mesa, tecleando en la laptop y algunos miembros del staff acomodaban la sala y aseaban. Ignoré sus saludos porque presentí que en cualquier momento explotaría en un ataque de furia y ofendería a un par de personas que no tenían nada que ver con mis conflictos. Así que hice lo posible por dedicarme a mis obligaciones sin desquitarme con algún pobre inocente.

Las dos horas de reunión pasaron de manera lenta y tortuosa. Aunque por leves momentos me olvidé de la razón de mi enojo, mi mente rondó todo el tiempo sobre aquel acontecimiento que había ocurrido fuera del recinto. Me pregunté si en verdad sucedería esa trágica unión y también me cuestioné por qué me importaba tanto. Pues si mis cálculos no fallaban, mi atracción hacia Lauri no era más que un capricho superficial causado por el morbo que me producía su apariencia física y su actitud cándida. No pretendía conquistarlo o hablarle jamás de ello, y por ende, un matrimonio no debería ser un gran problema. No tendría que estarme atormentando como lo hacía.

Al finalizar la reunión en la que discutimos nuestros puntos de vista hacia varios asuntos relacionados a los próximos lanzamientos y eso, me quedé mirando a las personas a mí alrededor, que conversaban animados mientras guardaban sus cosas y se alistaban para partir.

—Linde —llamé y el mencionado me miró. —Vamos a beber algo.

Sonrió antes de responder. —Apenas es la una de la tarde. —Abrió los ojos con mofa. Podía leer en su cara, un gesto recriminatorio, más la sonrisa ladina que se juntaban para decirme sutilmente; “Maldito ebrio”, pero me valió madres.

—¿Y? —pregunté con descaro y él asomó la lengua por la abertura entre sus dientes y suspiró caminando hacia mí.

—De acuerdo.

Quisimos ir a un bar conocido y de nuestra preferencia pero al suponer que cualquier establecimiento se encontraba cerrado a esa hora, terminamos por comprar alcohol en el supermercado y dirigirnos a mi departamento. El sol del mediodía aún invadía la estancia con intensidad, así que decidí cerrar las persianas y aplacar la culpa que me invadía al estarme comportando como un maldito alcohólico. Comimos la comida que él había pasado a comprar e iniciamos nuestra sesión de tragos.

—A ti te pasa algo extraño —me reclamó mi compañero luego de darle el primer sorbo a su trago de whiskey.

—Para nada —respondí cortante y él enarcó una de sus cejas.

—¿Por qué no me quieres contar?

Me pareció escuchar una gota de resentimiento en su voz, y lo cierto es que lo comprendía, hacía bastante tiempo Linde era la persona en la que más confiaba y también el primero en enterarse sobre cualquier asunto mío, mi primer apoyo y gran amigo. Le confiaba cualquier problema y realmente me sentía mal por no poder compartir ese dilema con él. Cerré los ojos y suspiré deliberando en mi mente si estaría bien hablarle de mi pena o lo mejor sería dejarlo al margen, fuera de mi oscura e inesperada inclinación.

—Creo que me gusta alguien —confesé y estudié su reacción casi nula. Miró hacia el lado y frunció los labios.

—¿Y por eso andas tan malhumorado? —preguntó espontáneo. —¿No deberías andar feliz y simpático?

—Eso no es todo —agregué con voz temblorosa e inhale profundo queriendo acobardarme. Él me miró expectante y serio. Rasqué mi cabeza desesperado y bajé la mirada. —Es un chico.

Lo dije bajito, aunque con suficiente volumen para que él lo escuchara y lo miré por el rabillo del ojo, demasiado avergonzado para mirarlo de frente. Bufó y sonrió en silencio, pero paulatinamente su sonrisa desapareció siendo reemplazada por un gesto de desconcierto. Porque supo que no estaba bromeando. Los segundos pasaban sin que ninguno de los dos emitiera ningún sonido. Lo vi removerse incómodo en su asiento, limpiarse el sudor inexistente de su frente y abanicarse con su mano mirando en todas direcciones.

—¡Por Dios! —masculló por lo bajo. —Dime que no soy yo —habló por fin dirigiéndose a mí.

—¡Claro que no!

Cerró los ojos y suspiró aliviado llevándose la mano al pecho como si estuviera a punto de sufrir un paro cardiaco. Se recostó en su asiento más relajado y volvió a tomar de su trago. El tiempo volvió a avanzar en completo silencio.

—¡Di algo, maldición! —solicité en un grito ahogado y sacudí mis manos.

—¿Qué quieres que te diga?

—¡No lo sé!... que no soy ningún enfermo, que no estoy loco, que me apoyas, ¿yo que sé? Se supone que querías que te contara —reclamé temeroso sintiéndome infantil. Pero lo cierto es que me había armado de todo el valor que tenía para confesarle aquello a mi amigo como para que no pudiese darme ninguna clase de aliento.  

—Lo sé, lo sé. Cálmate. —terminó su bebida de un sorbo y se dirigió a servirse más. —No es para tanto. Me has agarrado desprevenido y yo también necesito tiempo para asimilarlo. —Volvió a beber y me alegró ver que ya no se encontraba en shock y parecía estar tomándolo por el lado bueno. Por un momento me pareció verlo dudar. —¿Y hace cuanto que te gustan los hombres?

—No digas “los hombres”. Me gusta UN hombre, que es diferente. Y no me había pasado nunca.

—Ohhh ¿y quién es? —preguntó indiferente. Miró hacia la pared y me pareció que el efecto del alcohol empezaba a asomarse por el brillo de sus ojos por estar bebiendo tan rápido. Podría jurar que su pregunta no tenía ninguna mala intención, pero no pude evitar ruborizarme.

—Es… es… —dudé. —No te lo diré. ¡Es muy vergonzoso! —tapé mi cara con mis propias manos e intenté que los cabellos cayeran sobre mis mejillas para ocultar mi vergüenza de adolescente.

—Vamos Ville. Es solo un chico. No es como si me estuvieras confesando que te gusta follar cabras o algo así.

Me reí ante su estúpido comentario. Mis nervios se relajaron un poco ante su muestra de apoyo y le agradecí con una sonrisa. —De todas formas no quiero decir su nombre.

—Bien, bien… no te obligaré. Pero puedo apostar que no estás tan mal solo porque te gusta. ¿Sucedió algo con él?

“Él”. Me estremecí al escuchar específicamente esa palabra, pues hasta el momento no había procesado mi flechazo como algo rotundamente homosexual. Decidí no prestar demasiada atención a ese detalle y centrarme en lo que respondería a la perspicaz pregunta de mi colega.

—Pues sí. Tiene pareja —Ladeó la cabeza y entrecerró los ojos. Como si estuviera sospechando algo.

—¿Algo más? —Agregó y lo maldije por su inoportuno don de clarividencia.

—Se casará… próximamente.

—Es Lauri ¿no?

—¡Maldita sea!, ¡no digas su nombre! —Exclamé cuando sentí la piel en la zona del cuello erizándose y lo miré, pudiendo captar una sonrisa triunfal en sus labios. —¿Cómo rayos supiste?

Mi voz se escuchó lastimera y él sonrió sutilmente mirando sus dedos que envolvían el cristal del vaso whiskero. —Intuición —respondió con un gesto insolente en su rostro y entonces supe que mentía.

—Confiesa. —Se carcajeó con gran volumen.

—Me ha invitado esta mañana. —admitió al fin y yo asentí afligido. Suspiré pensando en nuestro encuentro, cuando animadamente soltó la bomba de su matrimonio y yo ni siquiera pude simular con éxito una felicitación. Acabé mi trago mientras el silencio transcurría entre nosotros dejando que cada uno se sumiera en sus propios pensamientos.

—¿Qué debo hacer?

Al parecer interrumpí alguno de sus pensamientos filosóficos ya que entrecerró los ojos intentando incorporarse al tema y tardó varios segundos en responder.

—¿Qué es lo que quieres hacer?

—No me digas eso. Necesito un consejo. —Reclamé y él torció la boca.

—Claro. Pero sucede que cuando las personas piden consejos casi siempre saben lo que quieren hacer, solo que necesitan que alguien los impulse a hacerlo.

Lo miré estoico, analizando la frase que acababa de decir y la mucha razón que podía contener. Al menos en mi caso, sabía lo que quería hacer; seducir a Lauri y apartarlo de las garras de la bruja rubia. Sin embargo, mi sentido común no me permitía ejercer ese deseo ni tan siquiera procesarlo como una opción. Tragué fuerte y le miré intentando arrancar la verdad en sus ojos, pero estos parecían totalmente sinceros.

—¿Qué tanto te gusta? —cuestionó de pronto y yo sentí el calor invadir mi cuello y orejas. Me había sonrojado de solo pensarlo. Él se rio. —¡Por dios!, creo que te hemos perdido por completo.

—¡No digas estupideces!—exclamé. —¡Ni que existiera una tabla numérica para eso!

—No te preocupes, tú rostro responde por ti —respondió con mofa y por momentos sentí mi enojo a punto de desatarse. Pero en realidad la situación no lo ameritaba. Sonreí intentando unirme a sus risas entrecortadas. Por suerte el efecto del licor ayudaba y en pocos segundos nos encontrábamos ambos sosteniéndonos el abdomen por reírnos tanto. Hasta que el momento divertido cesó y ambos poco a poco pudimos recobrar la seriedad. Entonces él me dirigió una mirada franca y puso su mano en mi rodilla.

—Escucha —Me asustó la sinceridad y firmeza que había en su rostro. —Antes de que me embriague diré lo que opino. —asentí por reflejo y él continuó su discurso. —Sé lo que quieres escuchar, y me entristece no poder decirlo. Te seré sincero… Lauri se casará. Él tiene una familia, una carrera y una reputación. Al igual que tú. Y la verdad es que no vale la pena tirarlo todo por la borda por una aventura.

Apreté mis dientes y bajé la mirada. La verdad que habitaba en sus palabras era tan o más dolorosa de lo que había pronosticado. Aunque al menos la caricia de su mano en mi rodilla me daba algo de consuelo. Me dirigí a la mesa de cristal que había en frente de nosotros y me serví más licor. Miré al suelo y fruncí los labios.  

—Lo sé. 

No, yo no me quiero enamorar 
Este mundo siempre va a frenar tu corazón 
No, yo no me quiero enamorar 
… De ti 

 


Continuará...

Notas finales:

:v Feliz fin de semana. Si no comentan las patearé. Con amor...


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