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11-M por TrancyAlois

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Notas del fanfic:

La historia esta basada en la historia del Jueves 11 de marzo de 2004, sobre la trágedia que sucedió en España; un ataque terrorista en diferentes puntos de la ciudad. El nombre que se le dió al evento fue presisamente 11-M, me pareció adecuado ponerselo también al fic. 

Para más información revisen Wikipedia.

 

Notas del capitulo:

No hay mucho que explicar, así que disfruten la lectura. 

No entendía porque de pronto mi madre se encaprichó con que fuera a estudiar a otro país; no, no lo entendía ni lo iba a entender porque yo amaba mi tierra natal, esa isla donde había vivido durante casi 20 años y de la que nunca había salido.

Pero si algo había aprendido de padre, es que las mujeres no entienden razones y mi madre no sería la excepción.

Meses después de meditar las posibilidades de estudiar en el extranjero, me encontraba tramitando el intercambio a una Universidad Española.

¡Vaya problema! No sabía inglés y muchísimo menos español; no lo iba a aprender de la noche a la mañana y de pronto vivir en España parecía como el mismo infierno… O eso creí hasta que me tocó alojarme en ese país durante un largo año.

Una bonita pensión fue al lugar que llegué a hospedarme. Mi compañero de cuarto no era molesto ni se metía conmigo, nos dábamos la importancia necesaria e inexistente y con eso me bastaba para ser feliz. La limitante por supuesto era el idioma; pero que más daba, podía disfrutar mi privacidad y hacer mis cosas sin ser molestado.

De lo único que me podía quejar, era del traslado hacia la Universidad, admito que no era demasiado tiempo, pero aun así debía tomar el tren y caminar 10 minutos más.

Fue ahí donde empezó mi suplicio.

Correr de un sitio a otro con tiempo para hacer nada, ni siquiera de cubrir las necesidades básicas de comer y dormir.

¡Oh! Cuanto extrañaba mi vida tranquila y pacífica de Japón. Entrar a las 7 de la mañana y salir a las 3 de la tarde; llegar a casa diez minutos después y hacer lo cotidiano, comer, los deberes, jugar videojuegos, salir con mis amigos, quedar con la banda para ensayar, jugar futbol; y lo mejor de todo, dormir ocho horas sin interrupciones. ¡Sí! Extrañaba todo eso tanto o más como la comida de mi abuela, y lo que más me pesó fue la ausencia de mi familia.

Era muy divertido no ser molestado por el chico de la pensión. Pero no hablar con nadie porque no me entendían se hizo aterrador con el tiempo.

Las clases también eran horribles. A duras penas sobrevivía y fue gracias a un compañero que medio sabía japonés, kanas en realidad. Algunos profesores se compadecían y me llevaban los temas en mi idioma, pero otros era menos amables y de todas formas querían que entregara mis proyectos y trabajos en español. Así de un excelente y hermoso 9.7 de promedio, pasé a un feo y elegante 7.9. Al fin de cuentas los exámenes también eran en español y me sentía como un pez intentando trepar un árbol.

En fin, el primer semestre fue demasiado duro; y cuando hablé con madre lloriqueando por regresar a la isla, ella sabiamente me aconsejó que aprendiera el idioma antes de huir a mis problemas. Acepté el reto. Adiós vacaciones de invierno y hola clases de español.

Mi primer obstáculo fue encontrar a alguien que supiera ambos idiomas; y fue un gran problema, pero cuando me sentí perdido y desafortunado por ser japonés, el maestro de literatura me iluminó el camino y me presentó a una mujer nativa de mi tierra nacionalizada en España; era su esposa.

Una mujer hermosa, amable y noble que me hizo llorar lágrimas de sangre para que aprendiera español en poco tiempo; me amenazó que si no lo aprendía a tiempo, movería cielo, mar y tierra para que me regresaran a Japón con ese elegante promedio antes de iniciar el próximo periodo. Y si algo no podía suceder, era exactamente eso; antes muerto que perder el orgullo de semejante forma humillante.

Empezamos con algo sencillo, mi compañero de cuarto me ayudó a practicarlo y entonces las tardes fueron más amenas.

El terror regresó cuando la mujer dijo que intentara presentarme con alguien en un vagón de tren. “Todos son amigables” dijo con una sonrisa de oreja a oreja y luego recibí un leve empujón en el hombro y fui a dar contra el sujeto de enfrente.

— ¡Buenas tardes! Soy Yutaka, gusto en conocerle —sonreí nervioso y el hombre  me dirigió una mirada amable.

— ¡Buenas! El gusto es mío — fue todo lo que dijo sin decirme su nombre. Tampoco es que me importara mucho conocerle, pero me sentí muy satisfecho en saludar a alguien sin que mis costumbres japonesas salieran a relucir; y lo mejor de todo, hablar en español. Fue alucinante.

 

El invierno pasó y entre sus días se fue Navidad. Mientras mis compañeros de clase estaban con sus familias celebrando la fiesta, yo me quedé encerrado entre las cuatro paredes contando los días para mi regresó a Japón.

Luego vino año nuevo y el primero de enero mande muchas postales a mi familia y amigos, tal como si hubiera estado con ellos; sabía de sobra que llegarían muchísimo tiempo después, pero no era relevante. Además como no había templos y no me atrevía a entrar a una de esas iglesias, lancé mis rezos y peticiones desde la ventana de la habitación y después salí a vagar por el centro de la ciudad.

Me monté en un tren, daba igual cual fuese, de éste lado cualquiera llegaba al centro.

En ese lugar sin importancia miré lo más hermoso que jamás había imaginado: un hombre; pero eso no le quitaba lo hermoso. Sus cabellos rubios y lacios parecían increíblemente sedosos, su piel blanca como la leche, su cuerpo pequeño y delgado de apariencia casi femenina, pequeños y bonitos lunares cubrían su cuello y parte del pecho como si fueran un puñado de estrellas en el cielo nocturno; sus ojos por desgracia no los vi porque eran cubierto por unas enormes gafas de sol.

Él iba al otro lado del vagón, con los audífonos puestos y cabeceando de cuando en cuando, sentado de forma refinada y sonriendo cuando quizá recordaba algo gracioso; una sonrisa linda y discreta como la de las chicas de mi país.

Lo miré con detalle, cada gesto y ademan que hacía eran dignos de ser vistos; y esa curvilínea figurada en sus prominentes labios eran sublimes. Nada, no quería perderme de nada que él hiciera y fue muy entretenido hasta escuchar “Próxima estación, centro de la ciudad”. Ahí se acabó la ilusión, y digo ilusión porque aún me cuesta creer que hubiera un hombre como él conviviendo con los comunes  y corrientes.

Me bajé con una sonrisa bobalicona y empecé a andar un rato por la calles; consideraba divertido perderme por la calles de vez en cuando porque descubría sitios interesantes. Esa no fue la excepción pues llegué a una cafetería medio ostentosa donde servían unos cafés increíbles. Pedí uno americano y lo bebí tan lento como una tortuga terrestre.

Miraba dentro del local y fisgoneaba a las chicas que entraban; por desgracia ninguna me parecía tan bonita como ese hombre. Después volvía mi vista hacía la feria de enfrente y tampoco me parecían atractivos los hombres. Mis ojos divagaban de un lado a otro, de coche en coche y de persona en persona, con un hilo de esperanza de verle una vez más. Pero no sucedió.

 

El tiempo siguió pasando, y el regreso a la Universidad estaba a la vuelta de la esquina. Las vacaciones habían culminado, y cuando mi compañero de piso regresó, le pregunté si alguna vez lo habían visto; pero sólo recibí un rotundo no y una enorme decepción. España es demasiado grande como para conocer a todo el mundo; pero es que ese sujeto no podía pasar tan desapercibido con semejante porte. Esa noche me rendí, no lograría mucho si lo agobiaba con lo mismo; así que decidí irme a la cama temprano para que al siguiente día no llegara tarde a la Universidad.

Pero pese al esfuerzo que hice por levantarme cuando mi alarma sonó; no fue sino hasta a las ocho de la mañana que el casero golpeó la puerta hasta obtener una respuesta.

Ya había perdido la mitad de la clase de las siete y que más daba llegar hasta la segunda. Me bañé, desayune y corrí a la estación de trenes. El directo se había ido y el siguiente salía casi una hora después, y entre esperar una hora o tomar cualquier otro que me dejara en la estación de la Universidad, elegí la segunda opción como la más adecuada a la situación actual.

Vaya que fue grande mi sorpresa encontrarme al mismo hombrecillo de aquella vez. Era extraño porque aunque había cambiado el tono de su cabello, se veía exactamente igual; sus lunares fueron borrados con maquillaje y por primera vez miré sus ojos; eran marrones, intensos y misteriosos, perfectamente delineados en tono negro.  De nuevo, íbamos de extremo a extremo del vagón, y a pesar de ser hora punta lo lograba ver sin perderme de nada.

Sonreí y bufé bajito; me parecía increíble que por quedarme dormido me lo hubiera encontrado. Pero preferí atribuirlo a la suerte y destino antes que a mi irresponsabilidad.

Le lancé la última mirada, discreta y sigilosa; y después me moví a la salida. Él hizo lo mismo y cuando pusimos pie fuera del tren, tomamos caminos opuestos. Una lástima que no asistiera a la misma Facultad.

 

Entre más pasaba el tiempo, más me llenaba una sensación de que conocía a  ese hombre de otro sitio; era como si desde antes nos conociéramos pero al mismo tiempo no tenía la menor idea de quién demonios era. Tal vez nos habíamos conocido en alguna vida pasada y nos habíamos reencontrado por casualidad. Muy poco probable, pero había una pequeña posibilidad.

No siempre coincidíamos en el mismo tren; de hecho lo veía dos veces por semana y eso ya era exagerar.

Dentro de lo que cabía me sentía feliz, no me importaba mucho que el tipo se burlara de mí o arrugara la naricilla cuando me veía subir al vagón o me cachaba observándole demasiado. Era divertido. Era como un juego de señas, muecas y miradas donde el primero en reírse perdía. Quizá a veces no iba de buen humor porque me dolía su indiferencia cuando lanzaba un profundo bostezo al aire. Me daban ganas de decirle ¡Ey! Mírame, estoy aquí y quiero conocerte; pero sólo me quedaba en el asiento mirando a la nada y pensado en todo.

 

Más pronto de lo que esperaba ya se había terminado febrero. Mi vida académica pintaba mejor; se reflejaba en mis notas que había aprendido el español básico para sobrevivir. Pero mi vida personal era un desastre; me ahogaba en un vaso de agua cuando me lo encontraba en el tren. Entre miradas cómplices sabía que ocurría algo con él, aunque no lo sabía con certeza.

Un día me levante con ganas de que mis miedos se esfumaran y mis dudas con ellos. Me subí al tren muy decidido pero él no iba; tampoco al día siguiente, ni el próximo, ni el resto de la semana; sin embargo no perdía la esperanza de encontrarme con él y afrontar mi realidad.

 

Lunes primero de marzo, al fin coincidimos en el vagón. Mi respiración se cortó cuando él me habló con demasiada seguridad; esa que a mí me había hecho falta.

— Yutaka —dijo con una voz suave y varonil. —Bonito nombre — y sonrió de lado.

— Puedes decirme Kai —le devolví la sonrisa.

— Takanori, pero puedes decirme Taka o Ruki —extendió su mano y la estrechó con la mía, supuse que eso era una presentación. —Cuéntame, ¿es divertido observarme? ¿O acaso te parezco extraño?

— ¡No! —dije apresurado. —Tan sólo es divertido ver como sonríes, pero no te observo por eso.

— ¿Entonces? ¿Tengo monitos en la cara? —habló socarrón.

— Eres bonito —fingí no enterarme de su tono.

— ¿De dónde vienes no hay hombres bonitos?

— En general no hay hombres bonitos —dije audaz. — Eres como una especie rara de otro mundo.

— Gracias, supongo —dijo riendo nervioso.

— ¿Por qué usas maquillaje? Tus lunares son…

— ¿Bonitos? —interrumpió y sólo asentí. —El maquillaje es parte del trabajo, odio los lunares porque parecen pulgas molestas, así que mato dos pájaros de un tiro —bufó enojado.

— Cada quién los ve como quiere, a mí me parecen atractivos —sonreí marcando mi hoyuelo y hablé sin medir la magnitud de mis palabras.

— ¿Eres gay? —preguntó con las cejas levantadas.

Pero no hubo tiempo de responder. La ola de gente me sacó y las puertas se cerraron frente a mí. Él hizo un ademán discreto para despedirse y yo esperé el siguiente tren pensando en cómo es que sabía mi nombre.

 

Era 11 de marzo, se acercaba la primavera y la época de parciales pero ambas cosas me parecían irrelevantes cuando en realidad quería saber porque Ruki sabía mi nombre.

Ese día me levante temprano, necesitaba llegar a la Universidad temprano porque tenía examen a la primera hora.

Había días que el tráfico estaba imposible y la estación de trenes a reventar. Por desgracia hoy era una de esos días nefastos.

El directo nunca paso y resignado me subí en el siguiente con un retraso de miedo.

Miré por la ventana de la puerta de emergencia y lo volví a ver, sin gota de maquillaje y con un lindo collar adornando su cuello que te invitaba a seguir la mirada a sus lunares. Le sonreí y el devolvió el gesto. Íbamos en vagones diferentes pero ambos pegados a la puertecilla.

Él me decía cosas desde el otro lado y yo no entendía; mi español no era bueno y era terrible leyendo labios. Negué con la cabeza y el rodó los ojos molesto; seguido empezó a hacer trazos en el cristal. ¿Español? Dudé. ¡Japonés! Él también sabía mi idioma; eran los números y no lo relacioné hasta que me mostró su móvil y se auto señaló. ¡Me estaba dando su número telefónico!

Saqué el mío y el reloj marcaba las 7:36, anoté el número y guardé el contacto.

Después empecé a trazar el mío, él sonrió una vez más, bastante lindo. Luego escuché “Estación de Atocha” y posterior todo se hizo negro.

 

Nunca tuve la oportunidad de marcarle e invitarlo a tomar un café. Tampoco nunca me enteré de como él sabía mi nombre, ni de que trabajaba, mucho menos su edad, ni de su familia. Nada.

Ese Jueves 11 de marzo fue el último día que lo vi. No puedo decir que lo extraño, pero admito que si dejo un vacío que he no he podido llenar con nada.

Ojalá Ruki hubiera escogido el vagón que yo abordé y justo ahora quizá estaríamos en un bonito restaurante. Ojalá hubiéramos sido irresponsables y llegar un poco más tarde a nuestros deberes. Ojalá no hubiera ocurrido todo aquello para que no se sumara a la lista de muertos…

Pero al menos tengo la seguridad de que murió con una sonrisa en es bonito rostro. 

Notas finales:

¿Les gustó? 

No tenía muchos datos sobre acontecimiento, pero en la preparatoria me hicieron investigar sobre eso y pues fue como decidí a escribir esto. 

Tuve una gran indecisión entre quién debía morir; al final fue Ruki porque ¿cómo podía matar a Kai si es para celebrar su día? 

Estoy muy emocionada porque es la primera vez que participo en el DIK :3 

En fin, espero que les haya gustado aunque sea un poquito.

Traeré más así que nos leemos en otro. 

Gracias por llegar hasta aquí. 


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