Esencia.
La tierra se teñía del color de las rosas, ardía en fuego y todo se consumía a su alrededor… al final había conseguido llegar a su límite y había arrasado con aquellos que le habían arrastrado a acabar con sus vidas.
Ahora mismo era un Nefilim, el único que hizo un contrato con el amo Lucifer, el discípulo más querido de su Majestad ¿Qué lo hacía tan diferentes de los otros que habían llevado ese nombre que ahora portaba? No lo asimilaba aun.
— Eres único, nuevo Duque Dantalion—la soberana voz del rey del inframundo le susurro y solo pudo permanecer hincado mirando al suelo.
¿Qué era? No era humano, no era un demonio, no era un ángel.
¿Qué era ser un Nefilim? ¿Qué era lo que le hacía ser único?
Al convertirse en un ser de oscuridad solo se guiaba por sus instintos de poder queriendo derrocar a cualquiera que se atreviera a menospreciarlo debido a su orígenes.
De pronto, lo vio… aquel humano bendecido por los poderes de Dios, aquel hombre que portaba el poder de la sabiduría.
Solomon, hijo de David.
Un mocoso que le invocaba solo para jugar ¿Qué pensaba? Era el único ser humano al cual se le otorgo el poder de eliminar a los demonios ¿Por qué los trataba como si fueran iguales? ¿Por qué alguien que era cercano a Dios prefería convivir con ellos?
— Únete a mí. Tú y yo somos parecidos— ¿Parecidos? Ah… no lo eran, en verdad que no lo eran… alguien que había matado a tantos hasta teñir la tierra de rojo no podía ser igual a Solomon ¿verdad?
Pero ansiaba, deseaba hallarse a sí mismo y descubrir que era lo que hacía que Solomon dijera aquello.
Quería encontrar la esencia de su persona en esos ojos verdes que contenían la verdad del universo.
Hallar la respuesta de que era lo que lo hacía único.
— ¿Extrañas a tu “yo” humano? —un sonido de sorpresa escapo de los labios del Duque volteando a ver al próximo rey de Israel
— ¿Mi yo humano?
— Sí, aquel que eras antes de vender tu alma a Lucifer—sonrió el rubio dejando de lado su lectura
— ¿Extrañarlo? No lo creo… me gusta ser demonio, destruir todo a mi paso y arrasar con la vida de otros… eso es lo que me gusta
— Mientes—sonrió de manera arrogante volviendo su mirada al gran ejemplar que traía en manos dejando a un Dantalion confundido.
Su “yo humano”
— Pobre y patética alma. Únete a mí y sé mío—de nuevo aquellas palabras del ahora rey de Israel.
No hacía falta decir ni una palabra más… ya entendía que era lo que lo hacía diferente de los anteriores duques de las 36 legiones de demonios.
Era ese deseo que ocultaba con esmero de querer convertirse de nuevo en humano.
Esa libertad de sentir emociones humanas.
Esa necesidad de pecar por recibir la alegría.
Ansiaba ser amado por un humano, un único humano.
Aquel que le hablaba de manera tan petulante y le ordenaba todo de manera tan egoísta.
Aquel en el que se reflejaba y se miraba a sí mismo descubriendo la esencia de lo que era en realidad.
Fin.